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POR DESGRACIA… (*). Alberto González Cáceres (Alcalá, 1953-Monsaraz, 2009)

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(Fuente: Blog del fotógrafo Manuel Sonseca)

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Lo sabe todo el mundo.

Nada permanece para siempre.

Todo el mundo sabe, sí,

que no hay mal que cien años dure,

ni cuerpo que lo resista.

Pero nada ha cambiado por sí solo.

Ninguna fuerza ha dimitido.

Ningún opresor se tiró del carro.

Ningún vampiro suelta su presa.

También se sabe

que aunque la amabilidad

no caracteriza al infame,

a veces intenta y logra

seducir a la víctima,

que confíe y ceda

para mejor despojarla.

El infame es una rata,

es miles de ratas

que no pueden, es que no pueden

dejar de roer: les va la vida en ello.

Hay que comprender al infame, sí.

Incluso, según algunos, compadecerle.

¿Significa eso

que hayamos de entregarle

nuestros órganos,

que le otorguemos el derecho

a pacer sobre nosotros

cual ovejas sanguinarias?

(Ayer vi un tulipán

en la tele, naturalmente)

(Vi también un adorable niñito negro,

de la mano de su adorable madre rubia,

aunque no sé

qué será de ellos mañana.

Ni de mí)

Ya lo dijo un sabio:

la violencia es

la partera de la Historia:

la sociedad vieja,

preñada de la nueva,

no la reconoce

y procura ahogarla

con cruel ferocidad.

(Cuánto me gustó ver claveles

en cañones de fusiles,

aunque unos y otros fueron traicionados)

(Por el contrario, nunca me gustaron

rosas falsas en falsos puños,

inútiles para empuñar

las herramientas del futuro)

Las cosas, por desgracia,

son dolorosamente complicadas.

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…………(*) Esta composición de Alberto la he hallado recientemente ¡debajo del frigorífico! Y eso gracias a que el mulato Afonso se prestó, por fin, a retirar el aparato para limpiar. Data del año 2008. Mario Cortés

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LA PRÉDICA DEL INCURABLE. Por Alberto González Cáceres (Alcalá de Guadaíra, 1953-Monsaraz, 2009)

Rebusco y rebusco y vuelvo a rebuscar, tal que la coplilla infantil, entre el berenjenal de los papeles –propios y apropiados- de Alberto. La líneas que siguen a modo de versos (a mí todo me parece completamente estrafalario), son la transcripción de una de las letanías que pronunciaba un vecino suyo, Aníbal Costa, ya fallecido también, a quien en Monsaraz conocían como el «incurável» (metaplasmo: «el loco incurable»). Eso es lo que dice Alberto en una anotación grapada al texto. Pero aunque hay constancia de la existencia de dicho «incurável», estoy convencido de que todo es del propio González Cáceres. Y a él lo adjudico: él sí que era un verdadero incurable. (Mario Cortés)

No estoy para bromas

de mal gusto.

Nunca lo estuve,

por más que las haya aguantado

por cientos; no, por miles.

Mejor dicho, no estoy para bromas

sean de la clase que sean.

Las bromas no traen nada bueno, siempre

tienen malas consecuencias.

Una vez, de broma,

ofendieron a mi madre,

y a mi padre.

La boca del bromista

no la rompí de broma,

aunque algunos hicieron bromas,

pasado el momento,

sobre dos dientes en el suelo

bañados en sangre.

Otro día alguien quiso

divertir a un pisaverde,

pero a costa de un amigo,

y de mí, de nosotros.

Yo le dije al bellaco:

«Te voy a arrancar la cabeza de un puñetazo».

Vio el vil clara la posibilidad,

por mis ojos, por mi tono,

y arrió velas en un soplo.

Yo nunca he sido violento, no,

y espero morirme sin llegar a serlo.

Pero no me vengan con bromas

injustas, hirientes, ridículas.

No me digan, por ejemplo,

«¿Qué vas a hacer con el dinero?»,

o «¡No tienes hijos que mantener!»,

ni «¡Qué bien vives!».

No tengo hijos, ni dinero, pero,

por favor, no quiero que me den bromas.

No aspiro a nada, sino a pasar

por el tiempo lo mejor posible,

lo menos mal que se pueda.

Si quieren, ni me hablen. Ni hablen

de mí cuando doblo la esquina.

No soporto las bromas, no quiero

nada con chistosos.

Bastante tengo con esa broma

pesada y larga que es la vida.

POR SI FUERA POCO (*). Por Alberto González Cáceres (Alcalá de Guadaíra, 1953-Monsaraz, 2009)

 

Pero llegó el hampa

con carta blanca, alentada,

protegida por sus cómplices,

colocando a mansalva 

drizas fuertes, enganchadoras

como perchas de caza

que dejan colgados

pájaros ilusos, torpes,

fáciles como trofeos infantiles.

Los de abajo, más que nunca,

hubieron de cubrirse

de las tinieblas, huir

de los espectros de carnes huidas

y seso habitado por estalactitas de pus.

Arriba, algunos, no, muchos

amasaban el fruto

del espanto, de la sangre podrida,

del dolor de cada madre,

de la ignominia desatada

sin límites visibles.

 

Fue la explosión que ahogó

juventud y rebeldía,

el boom que sirvió

de freno a tantas cosas.

De nariz vesánica y vena alanceada,

Madrid no fue ya capital

de la gloria sino el infierno.

Hombres y mujeres, barrios enteros

acabaron ocupándose

de aquello que no tenía remedio,

de aquello que arruinó 

vidas, las vidas, todas las vidas.

Pero no las de los de arriba.

 

Por si fuera poco,

de un lugar nebuloso, satánico, evasivo,

lleno de frascos y probetas,

de dólares ponzoñosos,

de microscopios que sólo ven

lo que conviene ver,

de cobayas aún no humanas,

vino, no, nos trajeron,

a nosotros, a todos,

potente, laberíntico, esvástico,

un virus nuevo, novísimo,

el último grito en virus.

Lo hicieron y lo soltaron, eso pasó.

Es lo que nos ha pasado, lo que nos pasa.

¿Qué merecen sus autores, de profesión asesinos?

El Nobel, y colgarlos.

 (*) Este texto de Alberto fue escrito poco después del suicidio de Urbano Uribe de Urvando, aquel su amigo que optó por tal salida al creer que había contraído, por vía sexual, el SIDA, lo que creo ya haber referido. (Mario Cortés)

FIN DE LA MADEJA (*). Por Alberto González Cáceres (Alcalá de Guadaíra, 1953-Monsaraz, 2009)

DesnudoporRafael  Luna

Desnudo

Rafael Luna

Cuando el sexo ya ceja

de latir entre ceja y ceja,

cuando ya cada paso

se convierte en queja,

cuando alumbra el ocaso

el fin de la madeja;

entonces, oh vida aún presente,

todo me sabe a fracaso:

lo conseguido y lo acaso,

lo posible y lo urgente,

lo que palpo y lo ausente.

La enfermedad, la torpeza,

el fastidio del hastío,

el cansancio, la pereza,

en fin, todo este desvarío,

me trata con suma crudeza.

Y pienso, sin nada de tristeza:

mejor irse en un suspiro,

darse a la fuga con presteza.

Y puesto que abasto firmeza

para cumplir lo que aspiro,

ya, oh vida, en tu seno expiro.

(*) Se trata, muy probablemente, de la última composición (no fechada) del alcalareño Alberto González Cáceres, cuando ya tenía decidido —firmemente— el suicidio. Que éste no llegara a producirse se debió al repentino agravamiento de la enfermedad y la inmediata muerte. (Mario Cortés)

EL LIBRO. Alberto González Cáceres (Alcalá de Guadaíra, 1953-Monsaraz, 2009)

Las hojas amarillentas, el extraño dibujo de la portada, el marfil de la contracubierta, las cómo evitables manchas, el olor que desprendía a poco de tocársele… Todo, todo en el libro le impelía a venerarlo, a tenerlo como parte de sí. En realidad, a tratarlo mejor que a sí mismo. El autor del libro era, a gran distancia sobre cualquier otra, la persona más admirada: hasta había soñado, dormido y despierto, un encuentro con el escritor, en una arboleda, en un jardín solitario, en alguna taberna desconocida. Nunca en su casa, porque no le hubiera parecido digno tan deprimente recinto para recibir a tan alto personaje.

 

            No sabía cómo ni cuándo el libro había llegado a sus dominios, pero no hubiera soportado separarse de él, y no digamos perderlo para siempre. Mudanza tras mudanza había sido puesto en todas las mesas, depositado en todas las repisas. Siempre con él, siempre, y, sobre todo,  siempre a la vista. «¿Es bueno ese libro?», le dijo alguien —ignorante o no— alguna vez. Y él contestó, volviendo la cara, ocultándola para disimular el disgusto por la intromisión: «Es que lo estoy leyendo», pero sin querer ni poder ocultar en su voz el rotundo rechazo a la posibilidad de prestarlo.

            Fernando, que así se llamaba mi amigo, había maltratado tanto su cuerpo, a fuerza de no tratarlo bien, que en unas pocas semanas entró en una espiral de profunda debilidad, de ausencia de ganas de permanecer en una vida ya inasumible por completo. Y cayó en cama. Su rechazo a los tratamientos médicos, que alcanzaba a ser de carácter inmunológico, por decirlo en términos específicos —otros, errados, dirían patológicamente psíquicos—, y en lo que tanto nos parecíamos, nos obligó a nuestro amigo Javier y a mí a atender al moribundo. (Transcurría lento y sofocante, como un guiso pesado en una mala cocina, el verano de 1996).

            Un mediodía llegué junto con otros tres amigos; allí estaba Javier, que permanecía a su lado desde temprana hora. Mis tres acompañantes estaban advertidos de que muy probablemente sería la última vez que vieran a Fernando. Una vez idos, y con ellos Javier, notó Fernando que nos habíamos quedados solos, y fue entonces cuando me pidió, con voz débil y sin embargo enérgica y eficaz: «Léemelo». No tuvo que añadir más. Cogí el libro de la desvencijada mesita de noche y comencé a leer. Lo hice lenta pero firmemente, procurando dar las inflexiones adecuadas a cada frase, en unos textos plagados de diálogos. Al acabar cada uno de los breves relatos me tomaba un exiguo respiro, ayudándome con un trago, no sólo para mantener húmedos los contenidos de mi cavidad bucal, sino también para sostener el ánimo, porque es verdad que a veces sirve. 

            Fernando, cuyas últimas fuerzas estaban concentradas en la audición de aquellas historias en mi pobre fonética, miraba al techo sin ver más que las imágenes que su imaginación era capaz de plasmar en aquellos últimos momentos. Cuando, tras más de cuatro horas y al borde de la extenuación, acabé la lectura, Fernando, aún con los ojos abiertos, volvió su mirada hacia mí y me dijo, con una sonrisa jubilosamente triste, luminosa antes de llegar a mortecina: «Ea, ya me he enterado». Le dejé bien arropado, a pesar de lo tórrido de la noche, y salí, seguro de no encontrarle con vida a la mañana siguiente.

            Tuve que volver a mi casa por la llave, pero al poco ya estábamos José Luis, Dionisio, Mario y yo —a Javier le era imposible— comprobando lo inevitable: Fernando era cadáver. Avisada la policía, llegado el médico y la juez, a quien entregué el parte médico de una reciente y breve estancia de Fernando en el hospital, esperamos a que los de la funeraria metieran el cuerpo en la caja. Entonces puse el libro, su libro, su único libro, sobre su pecho. Aquel ejemplar de «Historia de una anguila y otras historias», de Antón Chéjov, con veinticinco cuentos en una edición de 1946 (Colección Austral, de Espasa-Calpe) se habrá convertido en polvo, igual que el retrato del gran Pávlovich  —que también puse en la caja— y el cuerpo de Fernando, aquel analfabeto que amó a un libro por sobre todas las cosas.

Foto: ODP

ESTUPENDO. Por Alberto González Cáceres (Alcalá, 1953-Monsaraz, 2009)

 

Argumento para película muda

con fragmentos de la Sonata en Si menor de Franz Liszt [1]

 

 

Todas las mujeres de la familia, madre, abuelas, tías abuelas, tías, primas, primas segundas, amigas de máximo grado y hasta conocidas más o menos cercanas, dijeron lo mismo al verle: «¡Estupendo!». Luciano, el padre, un hombre optimista y confiado, quiso bautizar al niño con ese nombre. Pero, como era de esperar, Luciano topó con la Iglesia. Más concretamente con don Braulio, el párroco. Don Braulio era inflexible. El caso es que, ante la negativa parroquial a bautizar a Estupendo como Estupendo, Luciano y Rosarito tuvieron que elegir otro nombre: «Ea, venga, póngale usted Tadeo mismo». Y es que había nacido el día de San Judas Tadeo. A don Braulio le pareció estupendo.

            Pero Tadeo fue Estupendo para todos. Hasta el maestro de la miga, al tocarle levemente con el puntero, decía: «Vamos a ver, Estupendo, vamos a ver…». Y Estupendo fue Estupendo, siempre. En el servicio militar —allá en la Turquilla, tan cerca del pueblo— los cabos, el sargento, incluso el teniente, le llamaban Estupendo. Se dio el caso de que el capitán, una vez que fue a darle un permiso, se dio cuenta y tuvo que rectificar sobre la marcha: «Bueno, Estu…, ejem, ejem…, Tadeo, que usted lo disfrute».

            Y como Estupendo era inteligente, sencillo, educado, vigoroso y buen cumplidor de las obligaciones, todo el mundo, al oír pronunciar su sobrenombre, convenía con una sonrisa, mostrando su aprobación.

            Como era lógico, Estupendo tuvo que empezar a trabajar mucho antes de entrar en filas: en un molino, en una caballeriza, y, después, en una tienda de tejidos, donde le reservaron el puesto hasta después de venido de la milicia. Ni del molino ni de la caballeriza salió porque su trabajo fuese deficiente, todo lo contrario, sino porque su madre, muy aprensiva —aprejensible, como tan expresivamente se decía— le insistía: «Hijo, que te vas a dejar la salud»; «Estupendo, que te va a matar un caballo de una patá, como le pasó a tu tío Antonio». Estupendo prefería esos trabajos, no en vano era un joven fuerte y no le temía a la tarea. Además, le gustaba bregar con las bestias, «las de cuatro patas», como decía su padre. Pero ni éste quería llevarle la contraria a su mujer ni Estupendo disgustar a la madre. Luciano esperaba poder dejarle a su hijo el puesto de custodio de algunas fincas urbanas y otras propiedades de una buena familia, pero mientras tanto… Así que el mostrador fue el lugar de trabajo de aquel mozo que, sobre todo en las tardes carentes de clientes, con la congoja invadiéndole el alma, sentía como si algo aciago subiera por su garganta. Mala, muy mala edad para la quietud, salvo que se sea un baldragas.

 

* * *

 

 

Una de esas tardes, ya mudada en noche, casi al cierre, ya Estupendo dejándolo todo recogido y en orden (don Francisco, el dueño, se había ausentado como otras veces, confiando totalmente en Estupendo), entró Evaristo. Evaristo y su madre vivían muy cerca de la tienda. A Estupendo le subió la sangre a la cabeza, se le secó la boca y se le alteraron los pulsos. Aquel muchacho, de pocos años menos que él, lo ponía malo. Nunca habían cruzado una palabra hasta ese momento. Pero, miradas, cientos.

 

            —¿Tú cómo te llamas? —inició Evaristo.

            —¿Yo? Tadeo.

            —¿Y por qué te dicen Estupendo?.

 

            Estupendo encogió los hombros por respuesta. No hubiera sido capaz en aquel momento de pronunciar más de tres o cuatro palabras seguidas. Evaristo —¡si sabría Estupendo su nombre!— le atraía poderosamente. Sus andares, su leve vello asomando, su baja estatura contrastando con la robustez de sus brazos, lo imaginadamente granítico de sus piernas, la mirada insinuante y a la vez esquiva, la amplia frente en contundente cabeza, la boca entreabierta como invitando a ser visitada… Por lo que fuera, pero el caso es que Evaristo lo ponía malo. Estupendo salió del mostrador, cerró apresuradamente la puerta, volvió adentro y apagó la luz. No pasó un instante y ya se le había acercado Evaristo hasta no poder más…

            Estupendo asomó la cabeza y miró a todos lados. A un gesto suyo, Evaristo salió como hueso de almeza por cerbatana. Estupendo, preso de un nerviosismo distinto al de minutos antes, pero nerviosismo al fin, repasó la escena, y, por último, guardó en el bolsillo un trozo de tela que hubo de doblar con cuidado, no fuera que… Y fuese.

 

* * *

 

           

 

La noche tiene más ojos que estrellas. A la mañana siguiente, al ir a abrir la tienda, don Francisco ya era conocedor de «la cosa», como enseguida se dio en llamar a lo sucedido o a lo que se daba por sucedido. Estupendo llegó puntual, como siempre. El propietario se comportó de la manera acostumbrada: pausadamente, dando a cada paso una parsimonia diríase que palaciega.

              No eran más de la diez cuando a la madre de Evaristo, Reposo, una viuda cuya vida de casada había dado lugar a toda clase de comidillas —con sus correspondientes digestiones—, se le vio arriba y abajo frente a la tienda. Don Francisco mandó a Estupendo a la botica. Reposo, cuando comprobó que don Francisco estaba solo, entró por fin, haciendo gestos de desesperación.

 

            —¡Ay, don Francisco, qué vergüenza, qué vergüenza más grande!

            —Señora, ¿qué es lo que ha pasado? —dijo el tendero, queriendo atenuar lo ocurrido.

            —Usted lo sabe, don Francisco, ¡qué vergüenza!, ¡quién iba a decir que ese…! Le dio dinero, don Francisco, le dio dinero y lo asustó, si no ¿cómo iba mi niño…?

            —Bueno, ya está bien, Reposo, —dijo firmemente don Francisco, dejando clara su intención de poner fin a la escena— ya lo solucionaré yo esto.

             La madre de Evaristo salió, repitiendo una y otra vez lo de qué vergüenza y lo de que quién iba a decir, y cómo mi niño… Estupendo, que se demoró en la calle hasta verla salir, entró en la tienda, rojo como tomate maduro. El temor a la que podría venírsele encima le produjo tal descomposición que no sabía si aguantaría lo que se le estaba viniendo atrás. El patrón, casi sin mirarle, le indicó que se fuera a su casa y que dijese a su padre que hiciera el favor de venir a la suya después del almuerzo.

 

 

* * *

 

Luciano no supo nada hasta que se entrevistó con don Francisco. Éste, con una calma forzada y con los circunloquios que tan bien manejaba, enteró al padre de Estupendo, el hombre optimista y confiado, de lo que parecía que había ocurrido en la tienda la noche anterior, y también de la actitud de la madre de Evaristo,  lo único que para él resultaba realmente grave.

 

            —Mire usted, Luciano, a estas horas seguro que lo sabe todo el pueblo, por culpa de esa víbora, que una mala lengua es lo más malo que hay en el mundo. Y la gente sabrá… lo que quiera decirle esa mala madre. ¿Y el hijo? ¡Valiente escamocha!

            —Claro, claro —acertaba a decir Luciano, al que habían abandonado optimismo y confianza— ¿Pero qué vamos a hacer ahora, don Francisco? Estupendo…

            —Estupendo… Yo hablaré con él esta tarde. Dígale usted que venga temprano, a la hora de abrir. Yo creo que voy a poder solucionar este lío. Y usted, Luciano, anímese, que Estupendo no ha hecho nada del otro mundo; vamos, que son cosas que… Y conste que yo…

            —Gracias, gracias, don Francisco, yo lo confío todo a usted; lo malo es Rosarito, que ella…

 

            Don Francisco dio unas palmadas en el hombro de Luciano como aliento y despedida y se puso a pensar —o a darle vueltas a la cabeza; que no es lo mismo, según su propio dictamen.

 

* * *

 

Desde su casa a la tienda ya pudo advertir Estupendo los repasos visuales de vecinas y vecinos, el corrillo de las tres o cuatro que hablaban siguiéndole con la mirada, la canción que entonaba el carbonero en la puerta mientras observaba a Estupendo como si fuese la partitura, el guardia que parecía sonreír… Todo, fuese o no con él, lo sentía Estupendo como si le estuvieran asaeteando (de haber conocido lo de San Sebastián se habría sentido el santo).

            El encuentro con don Francisco no fue muy largo. El patrón había llegado a una conclusión que expuso a Estupendo con una concisión propia de las circunstancias.

 

            —Eso lo puedes hacer mañana mismo. Y tus padres lo van a sufrir una temporada, pero peor sería que te quedaras aquí, viendo todos los días a esa…, y a ese… Verás como enseguida encuentras trabajo allí, como han hecho tantos. Y ya vendrás por aquí cuando puedas. Ahora, eso sí, tienes que escribir a tus padres, porque si no…

            —Claro, claro, don Francisco —repetía Estupendo, igual que su padre al mediodía—, de verdad que estoy de acuerdo —y lo estaba.

            —Yo te lo digo porque sé cómo es el pueblo. Lo que hay que ser es un hombre de bien toda la vida de uno. Lo demás…—y tragó saliva don Francisco— concholes, cada uno es como es.

 

            ¡Si sabría don Francisco cómo es el pueblo, que su hermano Antonio se fue, casi por lo mismo que ahora lo haría Estupendo, hacía poco menos de cuarenta años! Esto, por supuesto, no se lo dijo al próximo exiliado, al que las últimas palabras de don Francisco le habían provocado las lágrimas.

            Al despedirse, don Francisco metió en el bolsillo de Estupendo una cantidad de dinero que hoy en día ya querría para sí cualquier cesante.

           

* * *

 

 

 

Estupendo llegó a Barcelona, y, tras dos o tres empleos poco duraderos, recaló en San Sadurní de Noya, donde encontró trabajo en las bodegas Codorníu. Así perdió el pueblo a Estupendo, San Sadurní de Noya ganó a Tadeo y éste se libró de vivir una vida malsana, llena de podredumbre y purulencia. Estupendo visitó varias veces a sus padres, a los que nunca dejó de escribir. En una de esas visitas, que fueron tres o cuatro —bastantes para la época—, Estupendo avistó a Evaristo: deforme, aborricado, abotargado —agofalláo, como aún se dice—, privado de cualquier indicio de anterior atractivo. Estupendo pensó que no sólo su cara, sino todo él, era ahora, por fin, el espejo de su alma. Vamos, que hubiera sobrepasado en horror al famoso retrato.

            Don Francisco participaba de aquellas visitas, durante las cuales, ya anciano, siempre lloriqueaba un poco, con ese llorar de los muy viejos que ya no da lágrimas, pero sí conocimientos que hay que aprehender… si se es capaz de mirar lejos.

            Estupendo no pudo estar en el entierro de sus padres, muertos el mismo día y en las mismas circunstancias: inhalación de humo procedente de un brasero. Dicen que es una muerte dulce ¡quién sabe! Y cuando tuvo lugar el fallecimiento de don Francisco hizo llegar unas flores a su sepultura. Y lloró, pues claro que lloró.

            Tadeo se jubiló en 1954, cuarenta años después de haberse colocado en Codorníu. Yo, cada vez que bebo unas copas de cualquiera de sus cavas, me digo: Estupendo, sí señor, estupendo. 

 

En Monsaraz

2003

 

[1] Gentileza de Mario Cortés.

 

PÁJAROS. 2 fotografías de Olga Duarte Piña (Monsaraz, 2010)

 

 

 

PROSA Y POESÍA DE RAFAEL RODRÍGUEZ GONZÁLEZ (1955-2015) EN LA REVISTA ILUSTRADA DE LITERATURA «CARMINA»

 

[Foto: LGV Rota 2011]

 

I

 

OBRA ANÓNIMA

 

   ¿NOTÁIS LA BARBULLA DE LA MARCHA?. Anónimo del s. XXI (Compilaciones de Rafael Rodríguez González 2012)

   «OBSERVAD AL CIERVO: SABE». Anónimo del s. XXI encontrado en las escalinatas de las Setas de La Encarnación (Compilaciones de Rafael Rodríguez González —Sevilla 2012—)

   «QUE GROENLANDIA SE FUNDA» Poema Anónimo del s. XXI con otro visual de LGV. Compilaciones de Rafael Rodríguez González

   A SALVO DE RESFRIADOS. (Anónimo del s. XXI). Compilaciones de Rafael Rodríguez González

   ES UN PAPEL HALLADO EN CUALQUIER SITIO (Anónimo del s. XXI). Compilaciones de Rafael Rodríguez González

   PROCACIDADES PARA UNA BODA (Anónimo del s. XXI). Compilaciones de Rafael Rodríguez González

sintítuloacrílicosobrelienzoFAFI

Sin título

(Acrílico sobre lienzo)

Rafael Luna

 

II

 

OBRA HETERÓNIMA

 

ALBERTO GONZÁLEZ CÁCERES (1953-2009)

 

   ALGUNAS RIMAS DE ALBERTO GONZÁLEZ CÁCERES HECHAS POR ENCARGO (CON DOS PINTURAS DE RAFAEL LUNA, A PROPÓSITO DE ESTA EDICIÓN). Por Rafael Rodríguez González

   DISTANCIA. Alberto González Cáceres (1953-2009)

   «SUBIU O CLAMOR DA LIBERDADE / FLORIU ABRIL». Homenaje de «CARMINA» a la revolución portuguesa del 25 de abril de 1974 y 2ª edición de un poema de Alberto González Cáceres

   EL VACÍO (*). Poema de Alberto González Cáceres con fotografía de Manuel Verpi

   AL FILO DE LA NOTICIA* (29-2-2009). Poema de Alberto González Cáceres (1953-2009)

   PINGAJOS. Por Alberto González Cáceres (1953-2009)

   POR DESGRACIA… (*). Alberto González Cáceres (Alcalá, 1953-Monsaraz, 2009)

   TE QUEREMOS, LUIS. Alberto González Cáceres (1953-2009)

   LA PRÉDICA DEL INCURABLE. Por Alberto González Cáceres (Alcalá de Guadaíra, 1953-Monsaraz, 2009)

   POR SI FUERA POCO (*). Por Alberto González Cáceres (Alcalá de Guadaíra, 1953-Monsaraz, 2009)

   FIN DE LA MADEJA (*). Por Alberto González Cáceres (Alcalá de Guadaíra, 1953-Monsaraz, 2009)

   BUSCANDO EN LA CALLE SOL. Alberto González Cáceres (1953-2009)

   EL LIBRO. Alberto González Cáceres (Alcalá de Guadaíra, 1953-Monsaraz, 2009)

   ESTUPENDO. Por Alberto González Cáceres (Alcalá, 1953-Monsaraz, 2009)

  TERCER AVANCE: LA DESTILACIÓN DE LA VIDA. Alberto González Cáceres (2009). Publicación «post mortem». Texto cedido por Mario Cortés (2010)

   SEGUNDO AVANCE: UN HOMBRE DE TALLA. Alberto González Cáceres (2009). Publicación «post mortem». Texto cedido por Mario Cortés (2010)

   PRIMER AVANCE: LA LEJANÍA DEL PODER. Alberto González Cáceres (2009). Publicación «post mortem». Texto cedido por Mario Cortés (2010)

   XIV (De «De Proelium»). Alberto González Cáceres

   HOMENAJE (1) DE «CARMINA» A LA LIBERTAD O AL AMOR (15 DE MAYO DE 2016). Poema y carta de Alberto González Cáceres (1953-2009) y Rafael Rodríguez González (1955-2015), respectivamente

 

 Jules et Jim

François Truffaut

(1932-1984)

 

FERNANDO GONZÁLEZ CÁCERES

 

   EL MARIDO DE MI MUJER. Por Fernando González Cáceres «Mimo»

 

[Foto: Lorenzo del Término, Lisboa 2012]

 

HÉCTOR BAUDILIO CÁRDENAS POSTIGO

 

   PASMOSA Y SINGULAR. Por Héctor Baudilio Cárdenas Postigo

[Foto: Lorenzo del Término, Marvão (Portugal) 2011]

 

JOAQUÍN DE GRADO

 

   YA ESTÁN EN LA HISTORIA. Por Joaquín de Grado

   LA PAZ ES IMPOSIBLE. Por Joaquín de Grado

   QUE NO PARE LA REFORMA. Por Joaquín de Grado

   ASÍ NO HAY SALIDA. Joaquín de Grado

   VA A PASAR. Por Joaquín de Grado

   «¡QUÉ LINDO, CHAMACOS!» Por Joaquín de Grado

   VERGÜENZA NOS DA. Por Joaquín de Grado

   AMNISTÍA Y LIBERTAD. Por Joaquín de Grado

   DE AQUÍ A LA ETERNIDAD. Por Joaquín de Grado

   LA JUSTICIA DE LAS FIERAS. Por Joaquín de Grado

   OTRO PARO, ¿Y…?. Por Joaquín de Grado

   EL REFERÉNDUM. Por Joaquín de Grado

   ESCENAS ESPAÑOLAS. Por Joaquín de Grado

   LO MEJOR Y LO PEOR. Por Joaquín de Grado

   NAPOLEONCITO HA HABLADO. Por Joaquín de Grado

   LA RELIGIÓN DEL VOTO. Por Joaquín de Grado

   DÚO ALCALAREÑO. María del Águila Barrios y Joaquín de Grado

   EL 20-N, REFERÉNDUM. Por Joaquín de Grado

[«Canto a la libertad» de José Antonio Labordeta (1935-2010)

 

JOSÉ CUEVAS DEL RÍO (1581-1613)

 

   TRES EN LA RIBERA. Por José Cuevas del Río (1581-1613)

   MÁS HOMENAJE (2) DE «CARMINA» AL 15-M, COMO DESDE HACE 5 AÑOS: SI LA LIBERTAD ES MENOS QUE EL AMOR, MÁS AMOR SI CABE, QUE LIBERTAD. Poema y carta de José Cuevas del Río (1581-1613) y Rafael Rodríguez González (1955-2015), respectivamente

 

Benjamín Franklin leyendo

David Martin

(1737-1797)

 

MARIO CORTÉS

 

   CARTAS A OLGA (5). Por Mario Cortés (2009). Con «Nota Preliminar» a los «Tres avances fúnebres» de Alberto González Cáceres

   EL ARTE PURO (DOY FE DE QUE HA EXISTIDO). Poema de Mario Cortés (1984)

   CARTAS A OLGA (4). Por Mario Cortés (2009)

   CARTAS A OLGA (3). Por Mario Cortés (2009)

   CARTAS A OLGA (2). Por Mario Cortés (2009)

   CARTAS A OLGA (1). Por Mario Cortés (2009)

  MIGUEL CON SUS PENAS (SUCINTO BOSQUEJO SINCOPADO DEL OCTOGÉSIMO CAPÍTULO DE UNA BIOGRAFÍA). Por Mario Cortés, 2008

El prestidigitador EL BOSCO

El prestidigitador

El Bosco

(1450-1516)

 

PARCO LACÓNICO

 

   LA MARCA ESPAÑA. Por Parco Lacónico

   UN JUEZ POR DERECHO Y DOS LIBROS. Por Parco Lacónico

   CON PERMISO DE PEÑAFIEL. Por Parco Lacónico

   ¡QUÉ MANADA! Por Parco Lacónico

   UN NOBEL, UN TRAPO Y UN MINISTRO. Por Parco Lacónico

   ACCIDENTES. Por Parco Lacónico

   LA BÁÑEZ, ESE CILICIO*. Por Parco Lacónico

   ESPAÑA, APARTA DE MÍ ESTE CÁLIZ. Por Parco Lacónico

   MINISTROS Y ENCUESTAS. Por Parco Lacónico

   LOS TRILEROS. Por Parco Lacónico

   1000 KILOS DE HACHÍS «ES-FUMADOS». Por Parco Lacónico

   ¡QUÉ FIGURAS! Por Parco Lacónico

   SÓLO PARA PRIVATIZAR Y ROBAR. Por Parco Lacónico

   LAS APARIENCIAS A VECES NO ENGAÑAN. Por Parco Lacónico (con fotos de LGV y pintura de Fafi)

   DECISIONES. Por Parco Lacónico

   Y VALDERAS SE CAYÓ DEL CABALLO. Por Parco Lacónico

   PARLAMENTOS, un texto breve de Parco Lacónico con LA JUSTICIA, dos pequeños dibujos de Xopi

   NADA NUEVO BAJO EL SOL. Por Parco Lacónico

Manolito María, Anzonini y Paco del Gastor

(primeros años 60, Madrid)

 

RAMÓN NÚÑEZ VACES

 

   DOY FE DE QUE HA EXISTIDO. Ramón Núñez Vaces

   LOS DOS JUANES. Por Ramón Núñez Vaces

   JUAN TALEGA EN CUATRO ADARMES. Por Ramón Núñez Vaces

   JOAQUÍN EL DE LA PAULA MURIÓ HACE 75 AÑOS. Por Ramón Núñez Vaces, 2008

Dolores Ibárruri y su hijo Rubén

(Probablemente la última foto que se hicieron madre e hijo)

 

RAÚL ROCA GALES

 

   RAMIRO RUIZ GANTERO EN CUATRO PARTES (4ª). De la serie «Personajes imaginables en hechos reales». Por Raúl Roca Gales, Delegado en Sevilla de Caja Luna Lunera, Sociedad Filantrópica Global. Compilación de Rafael Rodríguez González, 2010

   RAMIRO RUIZ GANTERO EN CUATRO PARTES (3ª). De la serie «Personajes imaginables en hechos reales». Por Raúl Roca Gales, Delegado en Sevilla de Caja Luna Lunera, Sociedad Filantrópica Global. Compilación de Rafael Rodríguez González, 2010

   RAMIRO RUIZ GANTERO EN CUATRO PARTES (2ª). De la serie «Personajes imaginables en hechos reales». Por Raúl Roca Gales, Delegado en Sevilla de Caja Luna Lunera, Sociedad Filantrópica Global. Compilación de Rafael Rodríguez González, 2010

   RAMIRO RUIZ GANTERO EN CUATRO PARTES (1ª). De la serie «Personajes imaginables en hechos reales». Por Raúl Roca Gales, Delegado en Sevilla de Caja Luna Lunera, Sociedad Filantrópica Global. Compilación de Rafael Rodríguez González, 2010

 

Murmúrios de sombras e silhuetas no Teatro Real de San Carlo

[Foto: Lorenzo del Término, Lisboa 2012]

 

URBANO URIBE DE URVANDO (1959-1986)

 

   LA NOCHE EN LAS BUTACAS. Por Urbano Uribe de Urvando (1959-1986)

   EL HOMBRE DE LA ACERA (*). Por Urbano Uribe de Urvando (1959-1986)

   YA NO PODÍA MÁS (*). Por Urbano Uribe de Urvando (1959-1986)

   REALIDAD DESPERDIGADA. Por Urbano Uribe de Urvando

   LO MÍO ES MÍO. Por Urbano Uribe de Urvando

   EL ENCUENTRO (*). Urbano Uribe de Urvando (1959-1986)

Conversaciones en torno a Cezanne

Guillermo Bermudo

2001

 

III

 

OBRA HOMÓNIMA

 

RAFAEL RODRÍGUEZ GONZÁLEZ (1955-2015)

 

   FERNANDA DE UTRERA: «ALCALÁ SIEMPRE SE HA PORTADO BIEN CONMIGO». Manuel Ríos Vargas y Rafael Rodríguez González (1984)

   EVENTOS CONSUETUDINARIOS. Por Rafael Rodríguez González

   A PROPÓSITO DEL GUITARRISTA PACO DE LUCÍA. Por Rafael Rodríguez González

   LA CARRERA. Por Rafael Rodríguez González

   «TÓ» EL MUNDO ES FEO. Por Rafael Rodríguez González

   PABLO Y NÉSTOR. Por Rafael Rodríguez González

   AHÍ ESTÁ EL DETALLE. Por Rafael Rodríguez González

   EL EXTRAÑO CASO DEL NIÑO MONJE. Por Rafael Rodríguez González

   YA SON TREINTA AÑOS. Por Rafael Rodríguez González

   CORTAR EL NUDO. Por Rafael Rodríguez González

   GENTE INFRECUENTE (y III). Por Rafael Rodríguez González

   GENTE INFRECUENTE (II). Por Rafael Rodríguez González, con una pintura de Rafael Luna sin título (acrílico sobre lienzo)

   GENTE INFRECUENTE (I). Por Rafael Rodríguez González

   LÚGUBRE HORIZONTE. Por Rafael Rodríguez González

   PLÁTICAS MÍNIMAS. Por Rafael Rodríguez González

   GOBIERNO DE SALVACIÓN. Por Rafael Rodríguez González

   ALCALDES, O ZOQUETES. Por Rafael Rodríguez González

   LA LEYENDA DE LA CALLE MAREA. Por Rafael Rodríguez González (Para Antonio Herrera, con sus dolores)

   CIRCO PERO SIN PAN. Por Rafael Rodríguez González

   MERCADERES Y FARISEOS. Por Rafael Rodríguez González

   MIGUEL. Por Rafael Rodríguez González

   LAS MUJERES DE MI VIDA (CON VOCES SISADAS A PABLO NERUDA). Por Rafael Rodríguez González

   PESADILLA ESPAÑOLA. Por Rafael Rodríguez González

   LA COSA ESTÁ MALA. Por Rafael Rodríguez González

   CUANDO ACIERTO LO ADMITO. Por Rafael Rodríguez González

   ¿POR QUÉ TE DISCULPAS?. Por Rafael Rodríguez González

   «EL BOMBONA» EN DIEZ HOJUELAS. Por Rafael Rodríguez González

   MANOLILLO EL TONTO Y EL CARRO ROBADO. De la serie «Herramientas de trabajo». Por Rafael Rodríguez González

   «INSECTS OF THE WORLD». Por Rafael Rodríguez González

   13 DE MAYO DE 1969. Rafael Rodríguez González

   URDIMBRES. Rafael Rodríguez González

   LUIS CERNUDA VA A CUMPLIR AÑOS. Rafael Rodríguez González

   COSAS SERIAS DE VERDAD. Rafael Rodríguez González

   PIENSO, LUEGO NO VOTO. Por Rafael Rodríguez González

   VINDICACIÓN DEL SALVAJISMO. Por Rafael Rodríguez González

   BORRACHOS. Por Rafael Rodríguez González

   ¡A LA COLA! Por Rafael Rodríguez González

   LA PISTOLA DE BELTRÁN. Por Rafael Rodríguez González (De la serie «SUCESOS», Homenaje tardío a «EL CASO»)

   CARTAS DE AMOR AL CHIVA. Rafael Rodríguez González

   PATRAÑAS. Por Rafael Rodríguez González (De la serie «SUCESOS», Homenaje tardío a «EL CASO»)

   EL TUFO. Por Rafael Rodríguez González (De la serie «SUCESOS», Homenaje tardío a «EL CASO»)

   LORENZO Y EL SALTO. Por Rafael Rodríguez González (De la serie «SUCESOS», Homenaje tardío a «EL CASO»)

   MANOLITO. Por Rafael Rodríguez González (De la serie «SUCESOS», Homenaje tardío a «EL CASO»)

   TORERÍA. Por Rafael Rodríguez González (De la serie «SUCESOS», Homenaje tardío a «EL CASO»)

   EL BARCO (POEMA DE PABLO NERUDA). Por Rafael Rodríguez González

   JEAN RIEN Y LOS DOS FABRIZIO (PARTE CUARTA O «PALABRAS PARA JULIO» DE ANDRÉS ASIDO). Por Rafael Rodríguez González

   JEAN RIEN Y LOS DOS FABRIZIO (PARTE TERCERA). Por Rafael Rodríguez González

   UN VAPOROSO RECUERDO PARA GABRIEL CELAYA. Por Rafael Rodríguez González

   JEAN RIEN Y LOS DOS FABRIZIO (PARTE SEGUNDA). Por Rafael Rodríguez González

   JEAN RIEN Y LOS DOS FABRIZIO (PARTE PRIMERA). Por Rafael Rodríguez González

   BREVE BESTIARIO ALCALAREÑO. Rafael Rodríguez González

   A PROPÓSITO DE UN «PCIH». Por Rafael Rodríguez González

   EPITELIOS. Rafael Rodríguez González

   MONSERGA POST-MUNDIAL PARA NIÑOS CIEGOS (A Dolorcita, lavandera). Unas letras de Rafael Rodríguez González, 2010

   UN ITALIANO EN LA CORTE DE JOAQUÍN EL DE LA PAULA. Por Rafael Rodríguez González (2010)

   ¿GALENO, O PODENCO?. Suave diatriba de un (im)paciente dolido. Por Rafael Rodríguez González (2009)

   CERVANTES Y ALCALÁ DE GUADAÍRA. Por Rafael Rodríguez González (Septiembre de 2009)

   ¿QUÉ ES, MUSA O MEDUSA?. Epinicio de Rafael Rodríguez González (Julio de 2009)

   ESE TÍO QUE CANTA. Por Rafael Rodríguez González (marzo de 2009)

   PALOMADAS. Por Rafael Rodríguez González

   DIÁLOGO ANTE UN CARTEL. A propósito de un cartel del pintor Guillermo Bermudo. Compilaciones de Rafael Rodríguez González

   CALÓ, CHELI Y ESPAÑOL (UNOS POCOS EJEMPLOS). Rafael Rodríguez González, 2008

   LA ALARMA. Por Rafael Rodríguez González, 2008

   LA HAZAÑA EN ALCALÁ DE UN CÓRDOBA QUE ES DE SEVILLA. Compilaciones de Rafael Rodríguez González

   FERNANDA DE UTRERA. Por Rafael Rodríguez González, 2003

   UNA TORMENTA DE VERANO. Por Rafael Rodríguez González, 2008

   PESADILLA A PLAZO FIJO. Drama onírico-especulativo en medio acto y dos escenas. Rafael Rodríguez González, 2008

 

TETRÍPTICO-RRG ODP 2002

Rafael Rodríguez González

(Fotografía: ODP 2002)

 

MÁS HOMENAJE (2) DE «CARMINA» AL 15-M, COMO DESDE HACE 5 AÑOS: SI LA LIBERTAD ES MENOS QUE EL AMOR, MÁS AMOR SI CABE, QUE LIBERTAD. Poema y carta de José Cuevas del Río (1581-1613) y Rafael Rodríguez González (1955-2015), respectivamente

[«Canto a la libertad» de José Antonio Labordeta (1935-2010)]

 

Queridos:

   Os adjunto un texto que me ha enviado desde Harvard (allí se ha plantado, en busca de cosas de los hermanos Benjamin y James Franklin) el profesor Visus Masveo; ése que, como ya sabéis, descubrió, entre otros, al poetastro local José Cuevas del Río (1581-1613). Pues de éste es el texto. Y de éste podéis hacer lo que queráis. Si «CARMINA» contuviera un espacio para «chuminales y chochales recuperadas del Siglo de Oro», qué duda cabe de que esas rimas de Cuevas del Río obtendrían (éstas sí que sí) matrícula de honor. Pero menos mal que no tiene «CARMINA» sección de tan malsano carácter. Si os traspaso el texto es porque hace referencia a la libertad: a una forma de entenderla, de usarla y… creo yo que de desperdiciarla; pero ya se sabe que hay gente para todo (menos para lo que tiene que haber).

Rafael Rodríguez González

2010

 

LIBERTAD Y VENGANZA  

(FRAGMENTO)

   No es para gozar de tiernos vinos,
tampoco del lúbrico escondite,
que ansía el reo el fin de su sino:
sueña, febril, la hora del desquite.
Para él, la libertad ha de llegar
hecha revancha, que no es ardite.

   ¡Qué fácil es declamar sobre ella!
¡Qué lindo resultará todo ello!
Pero yo me veo falto de aquélla
sin que deba ser motivo aquello
que una vez sin quererlo yo causé,
y que aunque dañino fui, ya lo sé,
fue natural y lógico destello
de la voz que dijo ¡así ha de ser!

   Ya fenezco casi, mas no renuncio
a que luego de tan fatal veintena
yo también pueda lanzar mi anuncio:
¡Aquí estoy, cumplida ya la pena
de no tener libertad ni justicia,
y sufrir a cuál más feroz sevicia:
la de ser preso de viles cadenas
o la de oír :goza de sus caricias!

   Ya me anima la mortal venganza
a derramar sangre y asaduras;
deseo, sí, que no conozcan bonanza;
que sus vidas sean crueles quemaduras;
que sufran de perennes privaciones;
que lo imposible sean sus pasiones.
Y en vano clamen por una cura
al corroer la sarna sus corazones.

   Ya en mí la libertad conseguida,
mi entereza ya recuperada,
que den las dos por acabar perdidas
esos que las mías guardan vedadas,
esos que mi juventud han mermado,
esos por los que mis sueños, alados,
mudaron en pavesas dispersadas
por un viento lúgubre y callado.

 

__________________

PRA NÃO DIZER QUE NÃO FALEI DAS FLORES (CAMINHANDO). Geraldo Vandré (1968)

TE QUIERO [DE «POEMAS DE OTROS (1973-1974)»]. Mario Benedetti (1920-2009)

POR DESGRACIA… (*). Alberto González Cáceres (Alcalá, 1953-Monsaraz, 2009)

A SERGUÉI ESENIN. Poema de Vladimiro Vladímirovich Maiakovski (1926)

VICENTE NÚÑEZ. Antonio Luis Albás, (2012)

HOMENAJE (1) DE «CARMINA» A LA LIBERTAD O AL AMOR (15 DE MAYO DE 2016). Poema y carta de Alberto González Cáceres (1953-2009) y Rafael Rodríguez González (1955-2015), respectivamente

 

Sevilla 21 de mayo de 2011

[Foto: LGV]

 

Queridos y muy ilustres hacedores de «CARMINA»:

   Levemente modificado el texto que ya conocéis, os lo envío con carácter definitivo, tomado el firme propósito de, como a la rosa de JRJ, no tocarlo más, aunque mis letras no sean pétalos, sino espinas y hojarasca.

   Además de cambiar el título, y poco más, de esas rimas, he decidido que su autoría nominal se corresponda con la real: Alberto González Cáceres; porque nuestro difunto amigo fue su autor. Un autor del que posiblemente, aunque de tarde en tarde, podamos conocer, póstumamente, claro, algunos escritos más, sean  propiamente de él o sacados de las cartas que reunía, de documentos… Eso ya depende de Mario Cortés, que aún sigue, y no se sabe por cuánto tiempo, en Monsaraz.

Rafael Rodríguez González

2010

 

Sevilla 21 de mayo de 2011

[Foto: LGV]

 

CONFÍN LEJANO

 

   Esto, que sin nombrarlo cito, es cosa
sumamente abstracta, dispar, difusa;
equívoca, como apariencia hermosa
que la razón turba y troca infusa.

   Es a veces fruto hipnógeno, fugaz
realidad visible, sutil o brillante;
otras, no es más que lucífugo zig-zag,
espacio efímero, fulgor vacante.

   Con el Amor no casa: huye del fuego
que desprende el Inefable. Retorna,
ya extinguido el Ígneo, para luego
de un atroz caballo tomar la forma,
que loco, ofuscado, irrefrenable,
galopa hacia el hecho impensable
de otra vez perderse, que es la norma.

   Es combustible, como el gran Tirano,
y puede consumirla un abandono,
un soplo, el proceder de un insano.
Es su ley: ser más espejismo que trono,
promesa rozagante, confín lejano.

   En su ausencia, se sufre y anhela;
mas no se le mima, abriga ni cuida,
como a la fría llama de una vela,
si, hecha Gracia, en nuestro ser anida.

   En esto se equipara a la Verdad:
las dos son fatal arma de doble filo.
Mas la Cierta apetece la calidad
absoluta y recta, sin flojo hilo,
mientras que esta giralda no alcanza
tan siquiera la del fiel de la balanza,
provisoria y condicional, en vilo.

   Ni el brioso y volcánico Vulcano,
con yunques heredados del feo Hefesto,
lograría encadenar de pies y manos
a esto que es fuente, causa-efecto,
rancia base, del vivir de los humanos.