URDIMBRES. Rafael Rodríguez González

—¡Oiga, que el cliente siempre tiene la razón!

—Pues yo no he conocido a ninguno que la haya tenido, en cincuenta años que llevo dentro de un mostrador.

—Pues le vuelvo a repetir que el cliente siempre tiene la razón, ¡siempre! ¡Vamos que si es así!

—A ver si eso lo ha aprendido usted de su mujer cuando le habla de sus clientes. De los de ella, digo.

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¿Envidia sana? Para envidia sana la que siente uno de sí mismo después de haber alcanzado lo que enseguida se quiere volver a alcanzar.

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—¡Jiménez! ¡Despierte, caramba! Vamos a ver… explíquenos el principio de Arquímedes.

—Pues… Arquímedes… Arquímedes… nació en Grecia, sí, en Grecia, y allí… pues… pues… fue aprendiendo a ser científico… y descubridor, sí, descubridor, y después llegó a ser famoso.

—¡Jiménez, por Dios! Le he preguntado por el célebre principio de Arquímedes, el de que un cuerpo sumergido… A ver, continúe, continúe.

—Pues que… si un cuerpo sumergido no sabe nadar se ahoga, don Eutimio.

—¡Jiménez! ¡Salga usted inmediatamente de la clase!

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Muchos querríamos ser islandeses, antes que reses.

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Cuando algunos dicen alcauciles quieren decir alcachofas, y cuando alguno dice alcachofa quiere decir ducha. ¡Lo que va del plural al singular!

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La máxima Maravilla del Mundo es que unos miles de personas determinen cómo, de qué y dónde tienen que vivir o malvivir los miles de millones que son el resto. Es la única maravilla del mundo que hay que derruir, destrozar, acabar con ella para siempre.

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La felicidad consiste en ayudar al débil, en lograr que te oigan cuando denuncias al malvado, en tener la conciencia tranquila pero insatisfecha, en contribuir a hacer algo edificante, en dar y recibir quereles… ¡Ay, si yo, además de pensarlo y decirlo, lo hiciera!

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El sexo opuesto, dicen. ¿Cómo es eso, si de la coyunda de ambos ha ido naciendo tanta gente y además se buscan y se siguen buscando, sin descanso, posesos del afán de poseer el supuesto opuesto? Pues lo peor es que ya hay gente que dice «el género opuesto». Pero con algunos no podrán: los idiotas son nuestros opuestos, sean del género y el sexo que sean.

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Si Julio César hubiera sido sevillano —en realidad lo fue un tiempo— lo que le habría dicho a Bruto en aquel trance tan sangriento hubiese sido esto: «¿Tú también, mi arma?». Y el apuñalador habría respondido más o menos así: «¿Po no lo , hijo puta?».

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—¡Qué bien estás! ¡No pasan los años por ti! ¡Si estás más joven!

—Pues si vieras el retrato que tengo en casa…

—¿Qué?

—No, , eso, que lo que tengo es fachá.

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Los movimientos literarios se reducen a los de los dedos: sea con pluma, con bolígrafo, con la máquina clásica o al teclado del ordenador. Lo otro son sentires, manías, estrategias, coincidencias raras o no, convergencias interesadas, fábulas bonitas…,  y más cosas, por supuesto.

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—¿Le parece a usted bonito pegarle a un perro?

—¿Y a usted que se mee en mi puerta?

—Pero es que es un animal inconsciente.

—Entonces usted es un perro. ¡Tome, tome, y aquí no se le ocurra mearse!

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Casi siempre, lo más cercano a la realidad es lo peor. Y todo puede empeorarse.

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Un tonto con un cargo es de lo peor que hay en el mundo. Y si encima es ladrón… ¡Oiga, oiga! ¿En quién está pensando?

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—¿Usted cree que me recibirá el alcalde?

—Claro, hombre. Bueno, según. Vamos a ver ¿usted qué quiere?

—Yo es que tengo un problema, es que necesito…

—¡Pero vamos a ver!, ¿usted quién es?

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La escena que le faltó a Buster Keaton, aquel atleta con planta de esmirriado, fue la de estar con Harold Lloyd en el reloj, uno en cada manilla. Yo sé que a los dos se les ocurrió, pero hubo problemas de horario.

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Uno encuentra decenas de pelmazos a lo largo de la vida; lo malo es cuando encuentras una decena a lo largo de una calle.

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Es más fácil que un banquero entre por el ojo de una aguja que en el televisor salga un camello diciendo por qué las cosas son como son y no como debieran ser. Y si sale es porque todavía no ha sonado el despertador.

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―¿Es usted el encargado?

―¿De qué?

―¿De qué va a ser?, de esto.

―¿Cómo de esto?

―Eso, de todo esto.

―¿Y usted para qué quiere saberlo?

―Para saber a quién le tengo que agradecer que no haya denunciado a mi hija por robar aquí.

―Pero… su hija quién es, ¿la de la trenza que viene algunas veces con usted?

―Esa.

―Pues aquí no ha robado nada.

―Ea, a ver cómo doy yo con el supermercado que ha sido.

―….

―¿No puede usted encontrarlo por intenné?

―Señora… me voy, que me están llamando.

―¡Ay, Dios mío de mi alma! Y esta niña, que me va a matá.

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Cuando el horario de apertura comercial sea ilimitado podremos estar pensando a todas horas en qué podríamos comprar.

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Lo mejor de estar siempre solo es que casi nunca lo notas. Y cuando lo notas te haces el longui (o lo notas pero no lo denotas).

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—Cualquiera que nos vea nos va a tomar por locos.

—Pues yo que me alegraré.

—¿Por qué?

—Porque estamos locos, yo por ti y tú por mí. Ven p’acá

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