ELEGÍA VI
Higuera, cuánto tiempo hace ya que significa algo para mí
que tú, casi del todo, saltes por encima de la floración
y empujes al interior de tu fruto, decidido antes de tiempo, sin gloria, tu puro secreto.
Al igual que el caño de la fuente, tu curvado ramaje empuja
hacia abajo la savia y hacia arriba: y ella salta del sueño,
sin despertarse casi, hacia la dicha de su más bello logro.
Mira: como el dios entró en el cisne.
…Nosotros en cambio nos demoramos,
ay, ponemos nuestra gloria en florecer y entramos traicionados
en el retrasado interior de nuestro fruto finito.
A pocos les sube tan fuerte el impulso de obrar
que ya se apresten y ardan cual brasa en la plenitud del corazón,
cuando la seducción del florecer, cual aire en calma de noche,
la juventud de la boca les toca, les toca los párpados:
a los héroes tal vez y a los destinados pronto a partir,
a quienes la muerte jardinera tuerce de otro modo la venas.
Éstos se lanzan allí: se adelantan
a su propia sonrisa, como el tronco de caballos al rey victorioso
en las imágenes de suave relieve de Karnak.
Extrañamente cercano a los que murieron jóvenes es el héroe. Durar
no le acosa. Su aurora es existencia; constantemente
se lleva a sí mismo a otra parte y entra en la constelación cambiada
de su continuo peligro. Allí le encontrarían pocos. Pero,
el que nos silencia oscuramente, el destino súbitamente exaltado
le mete con su canto en la tempestad de su mundo, que se abre en rumores.
Pero a nadie oigo como a él. De repente me atraviesa,
con el flujo de aire, su oscurecido sonido.
Entonces, cómo me gustaría esconderme de la nostalgia: Oh si yo fuera,
si yo fuera un muchacho y pudiera aún llegar a serlo y estuviera sentado
apoyado en los brazos futuros y leyera la historia de Sansón,
cómo su madre primero nada paría y luego le parió todo.
¿No era ya héroe en ti, oh madre?, ¿no comenzó
ya allí, en ti, su elección soberana?
Miles fermentaban en tu seno y querían ser él,
pero mira: él tomó y dejó, escogió y pudo.
Y si derribó columnas, era que, rompiendo la envoltura, salía
del mundo de tu cuerpo e irrumpía en el mundo más angosto donde él siguió
escogiendo y pudiendo. ¡Oh madres de héroes!, ¡oh origen
de torrentes arrebatadores! Vosotras, barrancos a los que, quejándose,
desde lo alto del borde del corazón
se precipitan ya las muchachas, futuras víctimas del hijo.
Porque el héroe se lanzó a través de estancias del amor,
Cada latido le sacaba de ellas y le llevaba hacia arriba, cada latido que se refiriera a él,
ya vuelto de espaldas se erguía en el límite de las sonrisas, diferente.
RAINER MARIA RILKE
(Traducción Eustaquio Barjau)
IN MEMORIAM
A Ronda
Cuando alcancé un tiempo el planeta, Ronda,
era mi corazón igual a una joven grosella con su cofia de días
que suspiró temiendo la llamada del Tajo;
así, imperiosa, la voz a su servicio,
a tan temprana edad, me reclamaba.
Era inmenso el camino y borroso cada mañana
en sus nubes de piedra;
allí regían abiertas las botellas de mi aflicción.
Pues nunca supe
cuánto el hombre castiga el freno de su locura
arrojando inocente sus ojos al paisaje.
Y tú, Ronda,
baranda y consuelo,
mortal medida pusiste a los míos:
quien ha tanteado una vez esa cuerda
ya a su grave destino marcha.
La polvorienta soga sentí barrer parroquial la tarde;
el cornetín distante resumiendo
los intactos patíbulos del amor -¡para mí!-,
el rojo arañazo que descolgó la cabeza suya…
Ronda, yo vi cortinas;
la sal del mundo quisiera arrancarme con ellas,
la oscura bandera esculpida en lo alto del cerro,
el águila neutra de amor y de muerte que a ti me encadena.
Y si un día supiera
que ahí,
en la susurrante capilla del agua me aguarda el martirio,
Ronda, da tú suelta a esos galgos entonces:
a mi pecho, tan grises, traerían de nuevo el hachón del incendio y la muerte.
Porque tú, en la aparente y grácil tarea de los comercios,
calle de los bazares en que azules toldos se deshilachan al viento,
acogiste en un hoyo al amor de mi vida.
Muerto conservado por ti,
vida mía extremando lo que está más allá de la vida.
Y si otro día supiera,
Ronda de las banderas,
si otro día supiera que todavía vive,
calla, porque ésa es mi duración:
acumular las esquelas en el triste giro despierto.
VICENTE NÚÑEZ