LA ESCRITURA O LA VIDA: PESSOA Y KAFKA «IN LOVE». Por Enrique Martín Ferrera (enero 2013)
(1917)
En el frío papiro de turbios editores
volqué yo aquellas ansias de una pasión sin límites
¿Era eso mi vida? Asco me dio de ella.
Con qué clarividencia sentí que estaba muerto.
Vicente Núñez
Ocaso en Poley (1982)
«Escribir es como la droga que me repugna y tomo, el vicio que desprecio y en el que vivo» —dejó escrito Pessoa a través de su desasosegado Bernardo Soares.
Por su parte, Kafka se dirigía así a su amigo Max Brod en carta de Julio de 1922:
«¿Por qué no cesan los remordimientos? La última palabra sigue siendo: podría vivir y no vivo. […] La escritura es una recompensa dulce y maravillosa, pero ¿de qué? Por la noche se me presentó con la claridad propia con que se enseña a los niños de la escuela que era la recompensa de servicios prestados al demonio.»
¿Habrían escrito las mismas páginas Pessoa y Kafka en otras circunstancias: feliz o infelizmente casados, con hijos, perro, vivienda en propiedad…, dedicando buena parte de su tiempo y esfuerzos a obtener el dinero preciso para mantener esa vida familiar, plegándose al gregarismo, alejándose de la soledad que ellos insistían en considerar su única amante posible? La correspondencia amorosa de Fernando PESSOA con Ophelia Queiroz y las cartas que dirigiera Franz KAFKA a Felice Bauer —testimonios que guardan entre sí una extraordinaria y estremecedora similitud— no dejan lugar para muchas dudas. El repliegue final de los escritores haría que ambas mujeres acabaran casándose con otros.
Fernando Pessoa en 1915 y Ophelia Queiroz en 1919 con 19 años, cuando conoció al poeta
PESSOA IN LOVE
La joven se llamaba Ophelia Queiroz y pertenecía a una familia de la burguesía lisboeta. Tenía diecinueve años cuando Pessoa la conoció, como mecanógrafa en la oficina donde también trabajaba él mismo como traductor de correspondencia comercial. En ese lugar se le declaró abruptamente el enamorado poeta una tarde en la que se quedaron a solas, sin molestos testigos. En la correspondencia que mantuvieron, publicada a finales de los setenta en Lisboa por la editorial Ática, ella siempre le exigía un mayor grado de compromiso. La primera carta es de Marzo de 1920, seguida de muchas otras en meses sucesivos. Pero la relación fue interrumpida aquel año y retomada, inútilmente, nueve después. De ese último periodo hay una carta que Pessoa dirige a Ophelia el 29 de Septiembre de 1929 y que firma «su muy devoto Fernando», donde leemos:
«He alcanzado la edad en la que se tiene pleno control de las cualidades propias, y la inteligencia ha adquirido la fuerza y destreza que puede lograr. Así pues, es el momento de hacer mi obra literaria, completando un par de cosas, agrupando otras, escribiendo las que están por escribir. Para llevar a cabo este trabajo, necesito un poco de paz y aislamiento. No puedo, por desgracia, abandonar la oficina donde trabajo (no puedo, claro está, porque no tengo rentas), pero sí puedo, reservando para la oficina dos días de la semana (miércoles y sábados), tener como míos y para mí los cinco días restantes. Ahí tienes la famosa historia de Cascaes. Toda mi vida futura depende de que pueda o no hacer esto, y pronto. Por otro lado, mi vida gira en torno a mi obra literaria – buena o mala, que sea, o podría ser. Todo lo demás en la vida tiene un interés secundario para mí: hay cosas que, por supuesto, estimaría tener, y otras que da igual vengan o no vengan. Es necesario que todos los que me tratan se convenzan de que estoy bien así, y que requerir de mí sentimientos, de hecho muy dignos, propios de un hombre ordinario y trivial, es como exigirme tener los ojos azules y el pelo rubio. Y tratarme como si fuera otra persona no es la mejor manera de conservar mi afecto. Mejor tratar así a quien sea así, pero en este caso es «dirigirse a otra persona», o algo parecido. Me gustas mucho -mucho- Ophelinha. Aprecio mucho -muchísimo- tu carácter y tus sentimientos. Si me caso, no me casaré más que contigo. La cuestión es saber si el matrimonio, el hogar (o como se le quiera llamar) son cosas compatibles con mi vida y pensamientos. Yo lo dudo. Por ahora, y en breve, quiero organizar esta vida mía de pensamiento y trabajo. Si no puedo organizarla, está claro que ni siquiera podría pensar en el matrimonio.»
KAFKA IN LOVE
Franz Kafka llegó incluso a estar prometido oficialmente con Felice Bauer, pero, conociendo al novio, cómo podrían llegar a buen puerto aquellos planes de boda. La relación se prolongó —con altibajos y con contados encuentros personales— durante cinco años, de 1912 a 1917; cinco años de lucha interior para el escritor: la escritura o la vida, terrible disyuntiva. La conoció en casa de Max Brod, donde ella estaba de paso, y, tras su marcha, comenzó pronto a escribirle una carta al día, y luego dos o tres diarias. «Nariz casi aplastada, pelo rubio, algo tieso y sin encanto, mandíbula fuerte», así la describe físicamente en su Diario, al anotar aquel primer encuentro de Agosto de 1912. En otra anotación distante en el tiempo, ya rota la promesa de matrimonio, llega a considerar a Felice como «una inocente condenada a un grave tormento». Y es en ese mismo Diario donde encontramos, en una entrada de 13-8-1913, el borrador de una carta dirigida al padre de Felice, que nunca llegó a su destinatario, con el autorretrato menos complaciente y atractivo que cabe imaginar para un futuro yerno, donde Kafka confiesa: «Mi empleo me resulta insoportable, porque contradice mi único anhelo y mi única profesión, que es la literatura. Puesto que no soy otra cosa que literatura, y no puedo ni quiero ser otra cosa, mi empleo no podrá nunca atraerme, pudiendo en cambio destrozarme totalmente. […] No sólo por mis circunstancias externas, sino mucho más por mi propia manera de ser; soy una persona reservada, silenciosa, insociable, insatisfecha; sin que pueda definirlo para mí como una desgracia, puesto que sólo se trata del reflejo de mis objetivos.»
El 14 de Enero de 1913 escribe a Felice Bauer: «En cierta ocasión me escribiste que querías estar a mi lado mientras yo escribía; pero, imagínate, no sería capaz de escribir en tales condiciones. Escribir significa entregarse por completo […] Así que uno no puede estar lo suficientemente solo, no puede haber suficiente silencio en torno a uno cuando escribe, la noche es incluso demasiado poco noche. […] A menudo he pensado que la mejor vida para mí consistiría en recluirme con una lámpara y lo necesario para escribir en el recinto más profundo de un amplio sótano cerrado. Me traerían la comida desde fuera y la depositarían lejos, tras la puerta más externa del sótano. El ir a buscar esta comida, vestido sólo con una bata, a través de los pasillos del sótano, sería mi único paseo. Luego regresaría junto a mi mesa, comería lentamente, reflexionando, y de inmediato volvería a escribir. ¡Y qué cosas escribiría entonces! ¡De qué abismos las arrancaría!»
«Una lámpara y lo necesario para escribir…» Ya había hablado antes Kafka a Felice Bauer de esa lámpara, y de lo que podría suponer de exigencia y forzado cambio de costumbres el matrimonio, en carta dirigida el 24 de noviembre de 1912 a su aspirante a esposa. En ella —qué manera tan sutil de apartar a alguien de tu lado— Kafka incluye, copiado expresamente para ella, este poema de Jan Tsen-Tsai, el poeta chino del XVIII:
En la noche profunda
En la noche fría, absorto en mi libro
olvidé la hora de ir a la cama.
El perfume de mi colcha bordada en oro
se ha disipado y el fuego se ha apagado ya.
Mi hermosa amiga, que hasta entonces su ira
ha dominado con esfuerzo, me arrebata la lámpara
y me pregunta: ¿Sabes la hora que es?
¿La literatura o la vida? Hay quien sostiene que es un absurdo apartarse de la vida para escribir sobre ella, y también son muchos quienes advierten que sólo escriben aquellos desdichados que están incapacitados para vivir. Pero, aun sin la certeza de lo sensato de esa opción, de ese sacrificio, ¿no puede verse acaso al hombre consagrado por completo al sacerdocio de la escritura como el titánico protagonista de una deliberada renuncia en favor de un fin más alto? La literatura o la vida… Para Pessoa y para Kafka —salvando tentaciones, zozobras y puntuales remordimientos— sólo cabía una respuesta ante semejante disyuntiva. ¡Qué ingenuidad la de soñar siquiera con poder arrebatarle su lámpara!
Carta de Franz Kafka a Felice Bauer