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LA ESCRITURA O LA VIDA: PESSOA Y KAFKA «IN LOVE». Por Enrique Martín Ferrera (enero 2013)

KAFKA Y FELICE BAUER, 1917

 Franz Kafka con Felice Bauer

 (1917)

En el frío papiro de turbios editores
volqué yo aquellas ansias de una pasión sin límites
¿Era eso mi vida? Asco me dio de ella.
Con qué clarividencia sentí que estaba muerto.

Vicente Núñez
Ocaso en Poley (1982)

«Escribir es como la droga que me repugna y tomo, el vicio que desprecio y en el que vivo» —dejó escrito Pessoa a través de su desasosegado Bernardo Soares.

             Por su parte, Kafka se dirigía así a su amigo Max Brod en carta de Julio de 1922:
            «¿Por qué no cesan los remordimientos? La última palabra sigue siendo: podría vivir y no vivo. […] La escritura es una recompensa dulce y maravillosa, pero ¿de qué? Por la noche se me presentó con la claridad propia con que se enseña a los niños de la escuela que era la recompensa de servicios prestados al demonio.»

            ¿Habrían escrito las mismas páginas Pessoa y Kafka en otras circunstancias: feliz o infelizmente casados, con hijos, perro, vivienda en propiedad…, dedicando buena parte de su tiempo y esfuerzos a obtener el dinero preciso para mantener esa vida familiar, plegándose al gregarismo, alejándose de la soledad que ellos insistían en considerar su única amante posible? La correspondencia amorosa de Fernando PESSOA con Ophelia Queiroz y las cartas que dirigiera Franz KAFKA a Felice Bauer —testimonios que guardan entre sí una extraordinaria y estremecedora similitud— no dejan lugar para muchas dudas. El repliegue final de los escritores haría que ambas mujeres acabaran casándose con otros.

Fernando Pessoa en 1915Ophelia con 19 años, en el tiempo en que la conoció Pessoa.

Fernando Pessoa en 1915 y Ophelia Queiroz en 1919 con 19 años, cuando conoció al poeta

 

PESSOA IN LOVE

La joven se llamaba Ophelia Queiroz y pertenecía a una familia de la burguesía lisboeta. Tenía diecinueve años cuando Pessoa la conoció, como mecanógrafa en la oficina donde también trabajaba él mismo como traductor de correspondencia comercial. En ese lugar se le declaró abruptamente el enamorado poeta una tarde en la que se quedaron a solas, sin molestos testigos. En la correspondencia que mantuvieron, publicada a finales de los setenta en Lisboa por la editorial Ática, ella siempre le exigía un mayor grado de compromiso. La primera carta es de Marzo de 1920, seguida de muchas otras en meses sucesivos. Pero la relación fue interrumpida aquel año y retomada, inútilmente, nueve después. De ese último periodo hay una carta que Pessoa dirige a Ophelia el 29 de Septiembre de 1929 y que firma «su muy devoto Fernando», donde leemos:

            «He alcanzado la edad en la que se tiene pleno control de las cualidades propias, y la inteligencia ha adquirido la fuerza y destreza que puede lograr. Así pues, es el momento de hacer mi obra literaria, completando un par de cosas, agrupando otras, escribiendo las que están por escribir. Para llevar a cabo este trabajo, necesito un poco de paz y aislamiento. No puedo, por desgracia, abandonar la oficina donde trabajo (no puedo, claro está, porque no tengo rentas), pero sí puedo, reservando para la oficina dos días de la semana (miércoles y sábados), tener como míos y para mí los cinco días restantes. Ahí tienes la famosa historia de Cascaes. Toda mi vida futura depende de que pueda o no hacer esto, y pronto. Por otro lado, mi vida gira en torno a mi obra literaria – buena o mala, que sea, o podría ser. Todo lo demás en la vida tiene un interés secundario para mí: hay cosas que, por supuesto, estimaría tener, y otras que da igual vengan o no vengan. Es necesario que todos los que me tratan se convenzan de que estoy bien así, y que requerir de mí sentimientos, de hecho muy dignos, propios de un hombre ordinario y trivial, es como exigirme tener los ojos azules y el pelo rubio. Y tratarme como si fuera otra persona no es la mejor manera de conservar mi afecto. Mejor tratar así a quien sea así, pero en este caso es «dirigirse a otra persona», o algo parecido. Me gustas mucho -mucho- Ophelinha. Aprecio mucho -muchísimo- tu carácter y tus sentimientos. Si me caso, no me casaré más que contigo. La cuestión es saber si el matrimonio, el hogar (o como se le quiera llamar) son cosas compatibles con mi vida y pensamientos. Yo lo dudo. Por ahora, y en breve, quiero organizar esta vida mía de pensamiento y trabajo. Si no puedo organizarla, está claro que ni siquiera podría pensar en el matrimonio.»

KAFKA IN LOVE

Franz Kafka llegó incluso a estar prometido oficialmente con Felice Bauer, pero, conociendo al novio, cómo podrían llegar a buen puerto aquellos planes de boda. La relación se prolongó —con altibajos y con contados encuentros personales— durante cinco años, de 1912 a 1917; cinco años de lucha interior para el escritor: la escritura o la vida, terrible disyuntiva. La conoció en casa de Max Brod, donde ella estaba de paso, y, tras su marcha, comenzó pronto a escribirle una carta al día, y luego dos o tres diarias. «Nariz casi aplastada, pelo rubio, algo tieso y sin encanto, mandíbula fuerte», así la describe físicamente en su Diario, al anotar aquel primer encuentro de Agosto de 1912. En otra anotación distante en el tiempo, ya rota la promesa de matrimonio, llega a considerar a Felice como «una inocente condenada a un grave tormento». Y es en ese mismo Diario donde encontramos, en una entrada de 13-8-1913, el borrador de una carta dirigida al padre de Felice, que nunca llegó a su destinatario, con el autorretrato menos complaciente y atractivo que cabe imaginar para un futuro yerno, donde Kafka confiesa: «Mi empleo me resulta insoportable, porque contradice mi único anhelo y mi única profesión, que es la literatura. Puesto que no soy otra cosa que literatura, y no puedo ni quiero ser otra cosa, mi empleo no podrá nunca atraerme, pudiendo en cambio destrozarme totalmente. […] No sólo por mis circunstancias externas, sino mucho más por mi propia manera de ser; soy una persona reservada, silenciosa, insociable, insatisfecha; sin que pueda definirlo para mí como una desgracia, puesto que sólo se trata del reflejo de mis objetivos.»

            El 14 de Enero de 1913 escribe a Felice Bauer: «En cierta ocasión me escribiste que querías estar a mi lado mientras yo escribía; pero, imagínate, no sería capaz de escribir en tales condiciones. Escribir significa entregarse por completo […] Así que uno no puede estar lo suficientemente solo, no puede haber suficiente silencio en torno a uno cuando escribe, la noche es incluso demasiado poco noche. […] A menudo he pensado que la mejor vida para mí consistiría en recluirme con una lámpara y lo necesario para escribir en el recinto más profundo de un amplio sótano cerrado. Me traerían la comida desde fuera y la depositarían lejos, tras la puerta más externa del sótano. El ir a buscar esta comida, vestido sólo con una bata, a través de los pasillos del sótano, sería mi único paseo. Luego regresaría junto a mi mesa, comería lentamente, reflexionando, y de inmediato volvería a escribir. ¡Y qué cosas escribiría entonces! ¡De qué abismos las arrancaría!»  

            «Una lámpara y lo necesario para escribir…» Ya había hablado antes Kafka a Felice Bauer de esa lámpara, y de lo que podría suponer de exigencia y forzado cambio de costumbres el matrimonio, en carta dirigida el 24 de noviembre de 1912 a su aspirante a esposa. En ella —qué manera tan sutil de apartar a alguien de tu lado— Kafka incluye, copiado expresamente para ella, este poema de Jan Tsen-Tsai, el poeta chino del XVIII:

En la noche profunda
En la noche fría, absorto en mi libro
olvidé la hora de ir a la cama.
El perfume de mi colcha bordada en oro
se ha disipado y el fuego se ha apagado ya.
Mi hermosa amiga, que hasta entonces su ira
ha dominado con esfuerzo, me arrebata la lámpara
y me pregunta: ¿Sabes la hora que es?

            ¿La literatura o la vida?  Hay quien sostiene que es un absurdo apartarse de la vida para escribir sobre ella, y también son muchos quienes advierten que sólo escriben aquellos desdichados que están incapacitados para vivir. Pero, aun sin la certeza de lo sensato de esa opción, de ese sacrificio, ¿no puede verse acaso al hombre consagrado por completo al sacerdocio de la escritura como el titánico protagonista de una deliberada renuncia en favor de un fin más alto? La literatura o la vida… Para Pessoa y para Kafka —salvando tentaciones, zozobras y puntuales remordimientos— sólo cabía una respuesta ante semejante disyuntiva. ¡Qué ingenuidad la de soñar siquiera con poder arrebatarle su lámpara!

carta DE KAFKA A FELICE BAUER  Carta de Franz Kafka a Felice Bauer

PESSOA: EL ARCA DE LOS INÉDITOS. Por Enrique Martín Ferrera (octubre de 2012)

El arca de los inéditos de Pessoa

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Dicen los que hicieron el inventario en 1968 que dentro del arca había 27.543 textos inéditos. En ese útero materno, rodeados por el terciopelo que cubría el interior de aquel baúl, permanecieron durante décadas aquellos papeles —mecanografiados unos y manuscritos en su mayoría, a veces con letra ininteligible—, a oscuras, en silencio… Tras la muerte en Lisboa de su autor, en 1935, la hermana de Pessoa se llevó el arca a su casa, junto a los escasos muebles, restantes enseres personales y los 1.200 libros de la biblioteca del poeta, que siempre vivió en humildes pisos y cuartos de alquiler, mudándose de uno a otro hasta en veinte ocasiones. Luego, ese baúl —vacío— fue subastado, acabando en manos de un particular a cambio de 60.000 euros. Los papeles que contenía, que, en parte, han ido publicándose poco a poco a lo largo de los últimos cincuenta años, corrieron una suerte parecida, con herederos predispuestos a buscar al mejor postor, pujas y negociaciones del gobierno portugués, mercaderes e intermediarios frotándose las manos, la codicia campando, la avidez de coleccionistas e inversores… En fin, la sucia realidad a la que estos legados y despojos del artista nos tienen habituados.

…………Realmente Fernando Pessoa publicó muy poco en vida, el libro Mensagem y un puñado de poemas, artículos y prosas sueltas en revistas, periódicos y publicaciones ocasionales. Casi todo iba a parar al baúl íntimo. En aquel maremágnum de cuadernos, carpetas y papeles, variopintos en contenido y desordenados en su disposición, que encerraba el arca, se hallaba incluida una página fechada en 1930. «No es que no publique porque no quiera: no publico porque no puedo» –escribía allí Pessoa. Luego añade: «Se da el hecho de que la mayor parte de las cosas que yo escribo no podrían ser aceptadas por la censura. Puedo no poder limitar el impulso de escribirlas; domino fácilmente, porque no lo tengo, el impulso de publicarlas, y no voy a importunar a los censores con un material cuya publicación tendrían forzosamente que prohibir.»

…………¡Cuánto amor por la escritura encerraba aquel arcón! Escribir para uno mismo, escribir para el baúl… Qué ejemplo para nuestros días, para tanto escritor apresurado, obsesionado con la celebridad… Precisamente, de la celebridad, decía Pessoa que era una plebeyez, una flaqueza, algo irreparable; y que todo hombre que merece ser célebre sabe que no vale la pena serlo.

…………«Ser poeta y escritor no constituye una profesión sino una vocación.» Por eso, profesionalmente, Pessoa no se definía así, sino como «corresponsal extranjero de casas comerciales», como señaló en una nota autobiográfica escrita el año de su muerte. Cumplido el horario y las labores del prosaico trabajo de anodino traductor de correspondencia comercial, consagraba todo el tiempo restante de su vida a la escritura. «Vivir no es necesario, lo necesario es crear», escribió en otra hoja, en una de esas que día tras día arrojaba al baúl.

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Pessoa por Almada Negreiros
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PESSOA EN CARMINA

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UNA LIBRERÍA DE VIEJO: «VELL i BELL». Por Enrique Martín Ferrera

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Foto: EMF

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Tropecé con ella casualmente, una tarde de verano de hace diez años. Paseaba sin rumbo por Gerona y de pronto me llamó la atención el nombre que colgaba en la puerta: VELL i BELL, que jugaba sugerentemente con la letra inicial, única variación escrita para una palabra que se pronuncia igual y que según arranque con una u otra consonante adjetivará de forma bien distinta; aunque siempre habrá quien piense que lo «viejo» y lo «bello» son una misma cosa, síndrome que seguro padecía el dueño de aquella pequeña librería de lance. Éste era un hombre afable, ya mayor, con una abundante barba blanca. Se llamaba Ignacio, según me hizo saber al despedirnos, después de charlar conmigo un buen rato sobre la vida, obra y milagros de Josep Pla, a raíz de andar yo buscando en los montones del suelo y en las estanterías libros suyos. Después de cobrarme un par de primeras ediciones en castellano del Viaje en autobús y de Las ciudades del mar, y varios ejemplares de 1972 de la revista Destino, donde tanto tiempo escribiera el propio Pla; el librero, sabiendo de mi admiración por aquel payés que labraba, sin dejar un rincón en barbecho, dietarios y semblanzas, me sorprendió con un último comentario que guardaba en la recámara:

…………—Yo coincidí una vez con él —me soltó de pronto—, pocos años antes de su muerte, en una celebración en un pueblo cercano a Palafrugell, donde nos insistió a varios de los asistentes para que probáramos la carne del erizo de mar, que él calificaba de manjar, aunque nosotros no éramos muy partidarios de comernos aquellos bichos…

…………Estreché su mano y eché a andar, con los libros de Pla bajo el brazo y los erizos de mar en la cabeza. Luego me senté en un café, a ojear los ejemplares de la revista Destino. Los temas de actualidad rezaban así: Fischer, el mejor ajedrecista de 1971; Concierto de Raimon en Barcelona; Nuria Espert estrena Yerma en Madrid; Roma de Fellini, Fat city de John Huston y Frenesí de Hitchcock en el Festival de Cannes…

…………Ha pasado una década, y, en todos esos años, no he vuelto a aquella librería… ¿Seguirá abierta? Pensar en ella, en aquella tarde apacible y lejana, y en Ignacio, con el que sólo hablé aquel día, me arrastra a ese dolor provocado por la presión del paso del tiempo, ese dolor que el propio Pla citaba en el prólogo de Las horas, aquel exquisito libro suyo, donde el tiempo —su pasar— tiene tanta importancia. Sus palabras casi siempre me sirven de consuelo:

…………«Aunque la presión del paso del tiempo es dolorosa y a veces insoportable, soy partidario de no eludirla, porque mi experiencia me lleva a creer que solo quienes sienten ese dolor sordo -o agudo- aprovechan la vida, en el sentido más general del término, y aprovechan para tener alguna idea de sus maravillas.»

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LUIS CERNUDA EN UNA FOTO DE JUAN GUERRERO. Leyenda por Enrique Martín Ferrera

Luis Cernuda en la calle del Aire
Sevilla
1928

La foto está tomada por Juan Guerrero Ruiz, en una visita que hizo a Sevilla. Guerrero publicaba poemas de Cernuda en sus revistas literarias. El poeta vivió en una casa de la calle del Aire desde 1918 hasta julio de 1928. Tras la muerte de su madre, vende la casa y se muda unos meses a una pensión, antes de abandonar definitivamente Sevilla en septiembre de ese mismo año.

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CERNUDA EN «CARMINA»:
LUIS CERNUDA VA A CUMPLIR AÑOS. Rafael Rodríguez González
LUIS CERNUDA. Trenzando juncos para los asnos. Por Enrique Martín Ferrera (Junio, 2009)
Homenaje de «CARMINA» en el 110º aniversario del nacimiento de Luis Cernuda 1902-2012:
CARTA DE LUIS CERNUDA A VICENTE NÚÑEZ ACERCA DE SU ARTÍCULO «SOBRE TRES TEMAS CERNUDIANOS»
CARTA DE LUIS CERNUDA A VICENTE NÚÑEZ DONDE SE REFIERE A SU POEMA «ELEGÍA A UN AMIGO MUERTO»
TE QUEREMOS, LUIS. Alberto González Cáceres (1953-2009)
EN «CARMINA» EL 28 DE FEBRERO DE 2012 CON «LOS DÍAS TERRESTRES» DE VICENTE NÚÑEZ Y UNA CARTA DE LUIS CERNUDA (110º ANIVERSARIO 1902-2012)

PASTERNAK: UN RETRATO DE RILKE. Por Enrique Martín Ferrera (octubre de 2011)

Esbozo de Leonid Pasternak  para el retrato de Rilke 
1927

La amistad entre el poeta Rainer María Rilke y el pintor Leonid Ósipovich Pasternak (padre de Borís, el famoso premio Nobel de literatura) se inicia con la primera visita de Rilke a Rusia en 1899. Después de aquel primer encuentro en Moscú, coincidirían a lo largo de los años en distintas ciudades europeas. Cuando el poeta cumple los cincuenta, Pasternak le dirige una carta, comunicándole su alegría de saberle vivo e infundados unos rumores extendidos sobre su muerte. En ella expresa también el pintor su ferviente deseo de comenzar un retrato del poeta. Rilke le contesta en una carta fechada el 14 de Marzo de 1926:

            «Pese a que siempre he estado muy en contra de que se me hagan retratos, si alguna vez llegamos a estar cerca y pudiésemos volver a vernos, me sentiré orgulloso de ocupar un modesto lugar entre sus modelos.»

            Rilke nunca llegaría a posar para Leonid Pasternak. La muerte alcanzó al poeta antes de acabar ese mismo año. Pero el pintor cumplió con aquel deseo y acabó póstumamente, basándose en fotografías y en sus propios recuerdos, el prometido retrato del amigo muerto. 

Retrato de Rilke por Leonid O. Pasternak
1928

LA VOZ DE RAUZZINI (1746-1810). Por Enrique Martín Ferrera (septiembre de 2011)

Abadía de Bath
Foto: EMF 2001

VENANCIO RAUZZINI  (1746-1810)

Edison no había nacido aún cuando acabaron los días de este castrato italiano, así que el fonógrafo jamás alcanzaría a reproducir su canto. ¿Cómo era la voz de Venancio Rauzzini? Llevo diez años preguntándome algo que no puede obtener respuesta, desde que tropecé con un personaje del que nunca había oído hablar. Hace ya una década que vi por vez primera su nombre, su retrato y su sepultura, en un rincón de la Abadía de Bath, al sur de Inglaterra. En esa hermosa ciudad británica iba a pasar los últimos treinta años de su vida, ejerciendo como director de conciertos, componiendo óperas que hoy casi nadie conoce y dando clases de canto. Allí le enterraron.

            Esta es su historia. De niño fue miembro del coro de la Capilla Sixtina. Estudió en Roma, donde tuvo como maestros a Corri y a Clementi, llegando a ser alumno en Napoles de Nicola Porpora, famoso no sólo por sus composiciones sino también por haber sido profesor de canto del más célebre castrato, Farinelli, el de la película de Corbiau. Aunque no suele figurar en los elencos de los castrati más conocidos, Rauzzini sí llegó a desarrollar sobre los escenarios una carrera exitosa, principalmente en Venecia, Múnich y Londres. En 1778 se retiró de la escena, convirtiéndose en uno de los profesores de canto más preciados en Inglaterra. Dicen que era un hombre guapo y mujeriego, y que llegó a ese país huyendo, a causa de ciertos escándalos de alcoba. Hasta aquí -se preguntará el lector- qué hay de excepcional. Y es ahora cuando aparece la palabra mágica: MOZART.

            En la blanca lápida de su tumba no aparece citada, ni siquiera escuetamente, la breve y a la vez estrecha relación de nuestro hombre con el genio salzburgués.  En 1767 Mozart había escuchado cantar a Rauzzini en la corte de Viena. Le impresionó tanto su voz que quiso contar con él más tarde para el estreno en Milán, en Diciembre de 1772, de su ópera Lucio Silla (K.135), ofreciéndole el papel de primo uomo en la obra, el del exiliado senador romano Cecilio. Tanto admiraba Mozart la voz de este castrato que, un mes más tarde, en enero de 1773, compuso especialmente para él un motete – Exsultate, jubilate (K.165)- estrenado ese mismo mes en la milanesa iglesia de los teatinos.

            ¿Cómo cantaba Venancio Rauzzini? Todos los que le escucharon están muertos. Yo siempre le imagino paseando a orillas del río Avon, en Bath, y sigo soñando el color, la tesitura, los matices de su voz.

Venanzio Rauzzini
 por Robert Hancock

            Afortunadamente sí podemos oír hoy la voz grabada de Victoria de los Ángeles cantando esa pieza del repertorio mozartiano que fuera ideada un día para la de aquel -casi olvidado- cantor.  

 Motete Exsultate, jubilate (K.135)
W.A.Mozart
1756-1791
Grabación histórica de Mayo de 1959
de la soprano Victoria de los Ángeles (1923-2005)
y la Orquesta Sinfónica de Londres
dirigida por el maestro Adrian Boult (1889-1983)

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Mozart en «CARMINA»

LORCA, 80 AÑOS DESPUÉS. Por Enrique Martín Ferrera (19 de agosto de 2011)

Buenos Aires
1933

No, no; no es que me equivoque en lo que se refiere al número correcto de años cumplidos desde el fusilamiento de Federico García Lorca. En las últimas jornadas, y en todos los medios, se viene hablando y escribiendo de esos 75 años generosamente. Dicho quedará todo lo necesario, e incluso algo más de lo necesario, como consecuencia del copia y pega y el continuo regurgitar de tantas plumas.

            No escribiré sobre ese tema, porque nadie duda a estas alturas del fracaso de sus verdugos: resulta fácil matar y sepultar a un poeta; lo verdaderamente complicado es enterrar con su cuerpo la que fue su voz, silenciar en el olvido su palabra.

            Por eso mismo, lo que a mí me apetecía era rescatar para esta gris actualidad nuestra, y aprovechando tan macabro aniversario, una página secundaria de Federico García Lorca leída casualmente hace tiempo, unas palabras escritas en el año 1931, que bien podrían ser pronunciadas, sin resultar añejas o fuera de lugar, en este 2011 nuestro, en este tiempo desolado por la nueva crisis económica que nos atenaza.

            Se trata de un discurso que Lorca pronunció con motivo de la inauguración de la Biblioteca Pública de Fuente Vaqueros, su pueblo natal, en Septiembre de 1931; unas palabras que deberían leer obligatoriamente todos los encargados de gestionar el dinero público y cualquiera que haya asumido, da igual su envergadura, alguna responsabilidad de gobierno.

 

FEDERICO GARCÍA LORCA AL PUEBLO DE FUENTEVAQUEROS.

Cuando alguien va al teatro, a un concierto o a una fiesta de cualquier índole que sea, si la fiesta es de su agrado, recuerda inmediatamente y lamenta que las personas que él quiere no se encuentren allí. «Lo que le gustaría esto a mi hermana, a mi padre», piensa, y no goza ya del espectáculo sino a través de una leve melancolía. Ésta es la melancolía que yo siento, no por la gente de mi casa, que sería pequeño y ruin, sino por todas las criaturas que por falta de medios y por desgracia suya no gozan del supremo bien de la belleza que es vida y es bondad y es serenidad y es pasión.

            Por eso no tengo nunca un libro, porque regalo cuantos compro, que son infinitos, y por eso estoy aquí honrado y contento de inaugurar esta biblioteca del pueblo, la primera seguramente en toda la provincia de Granada.

            No sólo de pan vive el hombre. Yo, si tuviera hambre y estuviera desvalido en la calle no pediría un pan; sino que pediría medio pan y un libro. Y yo ataco desde aquí violentamente a los que solamente hablan de reivindicaciones económicas sin nombrar jamás las reivindicaciones culturales que es lo que los pueblos piden a gritos. Bien está que todos los hombres coman, pero que todos los hombres sepan. Que gocen todos los frutos del espíritu humano porque lo contrario es convertirlos en máquinas al servicio del Estado, es convertirlos en esclavos de una terrible organización social.

            Yo tengo mucha más lástima de un hombre que quiere saber y no puede, que de un hambriento. Porque un hambriento puede calmar su hambre fácilmente con un pedazo de pan o con unas frutas, pero un hombre que tiene ansia de saber y no tiene medios, sufre una terrible agonía porque son libros, libros, muchos libros los que necesita y ¿dónde están esos libros?

            ¡Libros! ¡Libros! Hace aquí una palabra mágica que equivale a decir: «amor, amor», y que debían los pueblos pedir como piden pan o como anhelan la lluvia para sus sementeras. Cuando el insigne escritor ruso Fedor Dostoyevsky, padre de la revolución rusa mucho más que Lenin, estaba prisionero en la Siberia, alejado del mundo, entre cuatro paredes y cercado por desoladas llanuras de nieve infinita; y pedía socorro en carta a su lejana familia, sólo decía: «¡Enviadme libros, libros, muchos libros para que mi alma no muera!». Tenía frío y no pedía fuego, tenía terrible sed y no pedía agua: pedía libros, es decir, horizontes, es decir, escaleras para subir la cumbre del espíritu y del corazón. Porque la agonía física, biológica, natural, de un cuerpo por hambre, sed o frío, dura poco, muy poco, pero la agonía del alma insatisfecha dura toda la vida.

            Ya ha dicho el gran Menéndez Pidal, uno de los sabios más verdaderos de Europa, que el lema de la República debe ser: «Cultura». Cultura porque sólo a través de ella se pueden resolver los problemas en que hoy se debate el pueblo lleno de fe, pero falto de luz.

 Federico García Lorca
1931

 

Esztergom
Hungria
1914
André Kertész

«ME LLAMO BARRO AUNQUE MIGUEL ME LLAME» AHORA EN PAPEL

El libro, publicado en la localidad de Rosal de la Frontera, es una selección de textos breves dedicados a Miguel Hernández con motivo del centenario del nacimiento del poeta, donde se ha incluido el que de nuestro colaborador Enrique Martín Ferrera fue publicado por «CARMINA» en julio del año pasado. 

            El pueblo donde Miguel Hernández sufrió por primera vez cárcel, tras su entrega a España  por la policia portuguesa de Salazar, hoy tiene en aquel calabozo un pequeño museo consagrado a su figura y su obra poética y, además,  le dedica este libro-homenaje.

 

EL POBRE POETA. Por Enrique Martín Ferrera

 

El Pobre Poeta
Carl Spitzweg
1839
(Gemäldegalerie. Berlín)

 

Nuestro poeta luce en la calle corbata, sombrero de copa y bastón, pero no sabe cómo disimular los rotos en las coderas de su chaqueta; compone versos bien medidos, pero hace bastante tiempo que no puede encender la estufa, pues ni para carbón dan sus artes, así que se acuesta vestido como remedio contra el frío, para suplir la falta de un buen fuego con el que caldear su humilde buhardilla. Viendo el cuadro de Spitzweg, deberíamos convenir que el medio natural de los poetas -puede leerse artista, si se quiere- es la pobreza. Pero la de este pintor alemán no deja de ser sino una más de las muchas visiones endulzadas y románticas de la grisalla, una de esas miradas que nos muestran la cara sin agriar de la felicísima bohemia. Ad parnassum, podemos leer en uno de los libros del atrezo de la escena; el fin siempre justificando el sacrificio.  

            En realidad nuestra exigente dama, la pobreza, posee para quien la encara a diario un rostro menos complaciente. A veces el poeta nos deja entrever, con ese punto de tristeza que amarga y tiñe de pardo las palabras que se pronuncian con ironía, la verdadera faz  de ésa que se empeña en ser su fiel acompañante.

            «En el poeta pobre la mitad de sus divinos partos y pensamientos se los llevan los cuidados de buscar el ordinario sustento.» Semejante advertencia era pronunciada por don Miguel de Cervantes, al dar noticia de una conversación suya con un inesperado visitante, en el apéndice final o adjunta del Viaje del Parnaso. De manos de aquel hombre -un tal Pancracio de Roncesvalles, por más señas- recibe Cervantes la famosa carta que el divino Apolo le hace llegar, incluyendo unos privilegios, ordenanzas y advertimientos tocantes a los poetas, para que los haga guardar y cumplir al pie de la letra. Una memorable sátira cervantina en la que el dios que dirige el coro de las Musas viene a establecer como norma que:

            «Si algún poeta dijere que es pobre, sea luego creído por su simple palabra, sin otro juramento o averiguación alguna.»

            Exhorto que se ve completado con este otro curioso precepto:

            «Que si algún poeta llegare a casa de algún su amigo o conocido, y estuvieren comiendo, y le convidare, que aunque él jure que ya ha comido, no se le crea en ninguna manera, sino que le hagan comer por fuerza, que en tal caso no se le hará muy grande.»

            Antes incluso, en una de sus Novelas Ejemplares, Cervantes hace hablar del asunto a sus perros Cipión y Berganza. En ese coloquio perruno la pobreza, como sombra propia, sigue también de modo natural los pasos del poeta, lo cual evidencia que el bueno de don Miguel, que se pasó toda la vida tratando de rehuir y esquivar su mala fortuna, no albergaba ninguna duda al respecto, insistiendo en el retrato de una situación tan cierta como poco gustosa. Pura autobiografía.

            Pocos años después de la muerte del autor de don Quijote, Robert Burton daba a la imprenta su monumental Anatomía de la Melancolía, tan elogiada luego por Samuel Johnson, por Laurence Sterne, por Keats, por Borges… Hay unas líneas en ese libro en las que Burton nos recuerda como Origanus, el astrónomo germano, atribuía el hecho de que los mercurialistas fueran tan pobres y la mayoría mendigos a que su regente, el mismísimo Mercurio, no tuviera mejor suerte.«Los hados de la Antigüedad le condenaron a la pobreza como castigo -nos dice-. Desde entonces, la poesía y la mendicidad son hermanos gemelos, compañeros inseparables.»

 

André Breton

 

            «¡Se acercan los tiempos en los que la poesía decretará la muerte del dinero y ella sola romperá en pan del cielo para la tierra!» Quién no soñó alguna vez con ver realizada esa profecía de aquel Primer Manifiesto del Surrealismo. Pero, casi un siglo más tarde del grito de esa proclama, hemos de reconocer, a la vista del albañal creciente donde nos movemos, que aquellos tiempos anunciados más que acercarse parecen alejarse con pasos de gigante, más utópicos que nunca, y que aquel arrebato de optimismo de André Breton nos parece hoy ilusión esfumada, presagio caprichoso del imposible en boca de un visionario averiado.

            El poeta y sus pobreterías… Cabe en este punto preguntarse si la pobreza debe ser considerada la mejor tierra fértil para que germinen los versos del poeta.

            «Hay que prepararse para vivir ricamente pobres», nos indica Vicente Núñez en uno de sus sofismas.

            Y Baudelaire, tan avaro de su propio tiempo, nunca estuvo dispuesto a renunciar a esa libertad que otorga el disponer de todos los días, de todas las horas, de todos los minutos; aunque ello le acarreara la ruina y mil penurias: «En parte he crecido gracias al ocio -nos dice en Mi corazón al desnudo el poeta francés-. En detrimento mío, porque el ocio, sin fortuna, aumenta las deudas, las vejaciones producidas por las deudas. Pero en provecho mío he crecido en cuanto a la sensibilidad, a la meditación, a la facultad del dandismo y del diletantismo. Los otros literatos son, en su mayoría, jornaleros demasiado ignorantes.»    

            En su Automoribundia, observaba con buen tino Gómez de la Serna que: «La literatura no es un medio para comer, pero hay que ir comiendo mientras se escribe la literatura».  Cuando alguien alababa alguno de sus escritos, Ramón solía responder quejoso: «¡Mis miserias me ha costado!».

            Poetas… ¿Qué ha sido de aquella fidelidad suya a doña pobreza? ¿Devino acaso en bendición reservada para unos pocos elegidos? Para dar esquinazo a las estrecheces, los más mudan de piel y tratan de convertirse en novelistas de éxito, otros transigen parcialmente ante el utilitarismo de este mundo, aceptando la cuota de servidumbre implícita a cualquier empleo normal, sin que por ello deban necesariamente desmerecer sus versos.

 

 

Kavafis

 

            Konstantino Kavafis trabajó durante casi tres décadas como empleado del Departamento de Aguas del Ministerio de Obras Públicas egipcio. En una de sus notas personales, fechada en 1905 y no exenta de cierto cinismo, se reprocha como una debilidad esa ocupación laboral, su huída de la condición natural que debe abrazar cualquier poeta que se precie, es decir, la pobreza:

            «Un poeta muy joven me vino a visitar. Era muy pobre,  vivía de su producción literaria, y me pareció como si sufriera al ver la buena casa en la que yo vivía, a mi criado que le trajo un té bien servido, mi ropa hecha por un buen sastre. Dijo: Es horrible tener que luchar para salir adelante en la vida, perseguir suscriptores de tu revista, compradores de tu libro. No quise dejarle en su error y le dije algunas palabras, más o menos como las siguientes. Su situación es desde luego desagradable y severa, pero qué caros me cuestan mis pequeños lujos. Para obtenerlos me he salido de mi línea natural y me he convertido en un funcionario del gobierno (qué ridículo) y gasto y pierdo tantas horas preciosas al día (a las que hay que añadir también las horas de cansancio y de desgana que las suceden). Qué pérdida, qué pérdida, qué perfidia. Sin embargo, aquel pobre no pierde ni una hora; está siempre ahí, fiel y cabal criatura del Arte. Cuántas veces, en mi trabajo, me viene una idea hermosa, una rara imagen como repentinos versos acabados y me veo obligado a descuidarlos, porque el deber no espera. En cuanto vuelvo a mi casa y me recupero un poco, intento evocarlos de nuevo, pero se han ido para siempre. Y con justicia. Parece como si el Arte me dijera: No soy yo una esclava a la que puedas decir que se retire cuando vengo y que acuda cuando tú dispongas. Soy la Señora suprema del mundo. Y si me rechazas -traidor abyecto- por tu despreciable buena casa, por tus despreciables buenos trajes, por tu despreciable buena posición social, conténtate, entonces, con eso (si es que puedes contentarte) y con los escasos instantes en los que, cuando acudo, ocurre que estás preparado para recibirme, esperándome en la misma puerta, como debería ser cada día.»

            Lo que llama la atención es que, después de escribir esto, después de dar esa palmada en la espalda al pobre poeta, después de dejar constancia de cuánto envidiaba aquella libertad suya, Kavafis continuará trabajando en aquel Ministerio egipcio durante quince años más, hasta alcanzar la dulce condición del jubilado. Creo que, en el fondo, estaba convencido de que una vida confortable en modo alguno podía ser óbice para la composición de sus poemas. ¿Es acaso la pobreza la mejor sementera para la poesía?   Mejor un poeta que roba horas al ocio y al sueño en favor de sus versos -debió pensar Kavafis- que un poeta agostado por un sinfín de privaciones y calamidades.

            El poeta pobre puede hacernos recordar a aquella jaula que Kafka nos describe en Un artista del hambre, a aquel admirable ayunador suyo que un empresario exhibe ante el gran público, multitud que sospecha que es un embaucador y que irá perdiendo progresivamente interés por el personaje.

 

 

Jean Cocteau

 

            «El poeta es, por definición, póstumo -decía Jean Cocteau-, comienza a vivir después de su muerte y, cuando está vivo, camina con un pie en la tumba. Eso le produce una especie de cojera que da a su aspecto cierto encanto.»

            Cierto encanto… A ojos de muchos que nunca la han padecido en carne propia, la escasez y la marginalidad -y por encima de todo un final con mortaja de pobreza y olvido- son circunstancias que vienen a proporcionar un aura especial al artista. Pero quienes, desde sus acomodadas vidas, encomian hoy las privaciones del creador no hacen otra cosa que seguir abonando un mito ya caduco, excesivamente manoseado; o bien utilizan ese cliché como un elemento más de mercadotecnia, con la finalidad última de engordar precios, ventas y ganancias.

            Pablo Neruda, aquel niño pobre de Temuco, ese niño que al crecer dejó atrás su nombre y que siempre repudió la pobreza, la propia y la ajena, tuvo el atrevimiento de dedicarle toda una oda a nuestra protagonista, la Oda a la Pobreza. Lejos de ser ensalzada en ella, la actitud del chileno es de abierta reprobación y desplante frente a la poquedad como forma de vida; una mirada en las antípodas de aquel complaciente retrato de la buhardilla romántica de Spitzweg que abría estas reflexiones. Unas cuantas estrofas de ese poema no son mal final para estas páginas:

 

Cuando nací,

pobreza,

me seguiste,

me mirabas

a través

de las tablas podridas

por el profundo invierno.

 […]

 Cuando alquilé una pieza

pequeña, en los suburbios,

sentada en una silla

me esperabas,

o al descorrer las sabanas

en un hotel oscuro,

adolescente,

no encontré la fragancia

de la rosa desnuda,

sino el silbido frío

de tu boca.

 […]

 Otros poetas

antaño te llamaron

santa,

veneraron tu capa,

se alimentaron de humo

y desaparecieron.

Yo te desafío,

con duros versos te golpeo el rostro,

te embarco y te destierro.

 

Pablo Neruda

 

EL CENTENARIO CIORÁN. Por Enrique Martín Ferrera (8 de abril de 2011)

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Foto: John Foley

«En esto reconozco a un verdadero poeta: frecuentándole, viviendo largo tiempo en la intimidad de su obra, algo se modifica en mí, no tanto mis inclinaciones o mis gustos como mi misma sangre, como si una dolencia sutil se hubiera introducido en ella para alterar su curso, su espesor y su calidad. Valéry o Stefan George nos dejan allí donde les abordamos, o nos vuelven más exigentes en el plano formal del espíritu, son genios de los que no sentimos necesidad, solo son artistas. Pero un Shelley, pero un Baudelaire, pero un Rilke, intervienen en lo más profundo de nuestro organismo, que se los apropia como lo haría con un vicio. En su proximidad, un cuerpo se fortifica, y luego se ablanda y se desagrega. Pues el poeta es un agente de destrucción, un virus, una enfermedad disfrazada y el peligro más grave, aunque maravillosamente impreciso, para nuestros glóbulos rojos. ¿Vivir en su territorio? Es sentir adelgazarse la sangre, es soñar un paraíso de la anemia, y oír, en las venas, el fluir de las lágrimas…»

Précis de décomposition

Cioran, 1949

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…………Sobre poesía y poetas hablaría en numerosas ocasiones el rumano Emil M. Cioran, antes de que dejaran de interesarle. Según repetía él mismo, en sus últimos años, al envejecer, se había dado cuenta de que la poesía le era cada vez menos necesaria, achacando su gusto anterior por ella a un excedente de vitalidad.

…………Improbable salir indemne como lector después de paladear una de sus obras. A lo largo de su vida, cultivó el aforismo sin desmayo. «Más aun que en el poema, es en el aforismo donde la palabra es dios», postulaba en su libro Desgarradura.

…………Nacido el 8 de Abril de 1911, Cioran es centenario desde el día de hoy.

…………«Yo nací cerca de los Cárpatos -escribe en una página titulada Acorralados en el futuro– y adoré el pueblo donde pasé mi infancia. A los diez años tuve que abandonarlo para ir al liceo de la ciudad. Fue una experiencia terrible que nunca olvidaré: el espectáculo de un animal llevado al matadero. Los condenados a muerte deben conocer sensaciones semejantes antes del suplicio final. Yo sabía que lo perdía todo, que era expulsado de mi propio edén y que no merecía ese castigo. Cuando pienso en ello tras una vida entera, me doy cuenta de que tenía razón de haber reaccionado así, que en el fondo la civilización es un error y que el hombre debería haber vivido en la intimidad de los animales, apenas diferente de ellos. En ningún caso debería haber ido más allá del estatuto de pastor.»

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…………Le complacía la música, en especial la de Bach, que no se cansaba de oír. «Si alguien debe todo a Bach es sin duda Dios», llegó a afirmar. Como escritor, el francés fue su lengua. Con esa herramienta adoptada escribiría el grueso de su obra. Vivió en París desde 1937, una ciudad de la que le gustaba proclamar que era «el único lugar donde la desesperación es agradable». Cuando le llamaron para asistir como protagonista a Apostrophes, aquel famoso programa de la televisión gala en el que Bernard Pivot entrevistaba a lo más granado del mundo de las letras, Cioran rechazó la invitación argumentando que no quería que a la gente le sonara su cara y estropear con ello el mayor placer de su vida: sus paseos por el parisino Jardín de Luxemburgo.

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CIORÁN EN «CARMINA»

DIÁLOGO SOÑADO ENTRE BORGES Y CIORAN. Por Enrique Martín Ferrera. Enero 2009

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A modo de homenaje fotográfico a Ciorán por LGV a propuesta de EMF

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