Don Quijote
Aurelio Teno
Córdoba
1999
Conferencia dada en las jornadas celebradas en el IES Cristóbal de Monroy de Alcalá de Guadaira
con motivo del IV Centenario de la publicación de la Segunda Parte de El Quijote.
(Abril-Mayo de 2015)
NOTA PRELIMINAR
El tema de esta conferencia proviene de un trabajo de fin de carrera en la Facultad de Geografía e Historia de la Universidad de Sevilla, allá por el año 1996, titulado «Pecado, marginalidad y delincuencia en la Sevilla barroca. El Padre León y Sevilla (1578-1616)». Este trabajo se basaba en el estudio de la obra del jesuita jerezano Padre León, que ejerció como Confesor en la Real Cárcel de Sevilla justamente en el periodo que Cervantes estuvo allí preso. Además el autor ha analizado diversas obras de la literatura picaresca de la época y de la obra del abogado sevillano Cristóbal de Chaves titulada «Relación de la cárcel de Sevilla», que también escribió en esta época, y que complementa, desde una visión mundana, la visión que el religioso tenía de la cárcel sevillana.
Miguel de Cervantes no solo fue escritor, fue también soldado, recaudador de impuestos, pícaro, aventurero y preso, tanto en Árgel con los berberiscos, como en España. Fue, por tanto, un personaje histórico polifacético, como la época que le tocó vivir: el final del Renacimiento.
Aquí me centraré en su etapa como preso en Sevilla. Cervantes estuvo en la cárcel 4 veces en los años 1592, 1597 y 1602. Los motivos fueron en su mayoría económicos, ya que, al parecer, sustrajo caudales públicos cuando ejercía el oficio de recaudador de impuestos del rey. Para algún erudito de la obra cervantina, Cervantes comenzó El Quijote en la cárcel de Sevilla basándose en lo que el autor escribió en el prólogo de la primera parte:
«Y así, ¿qué podrá engendrar el estéril y mal cultivado ingenio mío, sino la historia de un hijo seco, avellanado, antojadizo y lleno de pensamientos varios y nunca imaginados de otro alguno, bien como quien se engendró en una cárcel, donde toda incomodidad tiene su asiento y donde todo triste ruido hace su habitación?»
Actualmente muy pocos especialistas siguen manteniendo esta idea. Aún así, creo que algo de su experiencia carcelaria quedaría reflejado en El Quijote, lo veremos al final…
Veamos cómo fue la Cárcel de Sevilla que pisó Cervantes, y qué personajes encontraría allí. De seguro que esta experiencia le serviría para sus ficciones, porque la Real Cárcel de Sevilla más pareciere una ficción que una realidad.
En la novela picaresca Guzmán de Alfarache del sevillano Mateo Alemán se describía de esta forma la cárcel de Sevilla:
«paradero de necios, escarmiento forzoso, arrepentimiento tardo, prueba de amigos, venganza de enemigos, república confusa, enfermedad breve, muerte larga, puerto de suspiros, valle de lágrimas, casa de locos».
La fama, la mala fama, de la Cárcel sevillana tendría eco en la mismísima Santa Teresa de Jesús, que en una carta fechada en 1576 a la Madre María Bautista definía a la cárcel como «el infierno». El propio Cervantes, más mundano, la llamaría la «Universidad de los pícaros».
Las cárceles del Antiguo Régimen no eran como las actuales, ni en su forma ni en su fondo. En absoluto se consideraban una institución rehabilitadora en beneficio de la sociedad, como actualmente dicen las leyes. No, en aquellos tiempos la cárcel era un lugar de tránsito, de espera a los castigos que debían dictar los jueces del Rey: la muerte, el desmembramiento, el destierro, los azotes, etc…
D. Quijote
[Foto: ODP Alcalá de Guadaíra 2009]
El edificio de la Real Cárcel de Sevilla actualmente no existe. Sólo una placa en la sede de La Caixa en la calle Sierpes, que era el solar que ocupaba, hasta aproximadamente la plaza del Salvador. La construcción era de origen medieval (siglo XIII) y a principios del siglo XV estaba en ruinas, siendo reconstruida a costa de la noble sevillana doña Guiomar Manuel. En 1563 el alcalde Don Francisco Chacón decide remozarla y ampliarla (en base a unos terrenos aledaños propiedad de la Iglesia). Comenzaron las obras sin permiso de ésta y el alcalde acabó siendo excomulgado por el Papa. Al final se llegaría a un acuerdo y en 1569 fue reconstruida por el arquitecto Hernán Ruiz II (importante artista renacentista al cual debemos el remate de la Giralda). Sin embargo murió a los pocos meses y las obras las terminó el italiano Benvenuto Tortello.
Su ubicación en el centro de la ciudad (al lado del Ayuntamiento, de la Real Audiencia y de la Catedral) es decir de los poderes mundanos y sagrados, tenía por objeto hacer ver el poder real y simbólico de la Corona, que castiga inmisericorde a los que subvierten las normas. Esto lo podernos observar en la puerta de entrada, donde las Armas Reales y el escudo de la ciudad están bajo la gran figura alegórica de la Justicia acompañada por las de la Fortaleza y la Templanza, virtudes ambas de todo buen gobernante.
Cervantes
Gavira
Mairena del Alcor
1961
[Foto ODP, 2009]
Cuando Cervantes fue uno de sus inquilinos, su número nunca bajaba de 1000 presos, la mayoría por deudas, robos y estafas. La Cárcel vivía su momento de esplendor. Nada extraño porque Sevilla era por entonces, gracias a ser el único puerto hacia las Indias, una ciudad rica y opulenta, imán de pícaros y ladrones, tales como Cervantes los describió en su conocida obra Rinconete y Cortadillo.
La cárcel era un edificio de tres plantas construido de sillares en su zócalo y toda la portada, siendo el resto de sus muros de ladrillo.
Tenía dos puertas, la de entrada (conocida como la de «oro») y la que daba propiamente a los corredores de las celdas (o de «plata»). Por lo que respecta a las puertas, todas eran de hierro, ya que las primitivas de madera eran vulnerables a los golpes y a los incendios que provocaban los presos para intentar huir.
Nada más entrar nos encontraríamos con un pasillo que nos llevaba al patio central, que era el que organizaba los calabozos y al lado, las estancias del escribano y la cárcel de mujeres. Estaba esta dependencia incomunicada de la de los hombres, excepto por una verja que daba al patio de los hombres, por donde se lanzaban piropos, coplillas y blasfemias. Tal jaleo provocaban las reclusas que (tal como describe Juan de Mal-Lara) el rey Felipe II, de visita en Sevilla en 1570, hizo detener a su cortejo a su paso por la cárcel por el griterío de las presas que le pedían misericordia.
El patio era el centro del edificio, en torno a él se encontraban los calabozos. Contaba con una fuente, abastecida por el agua de Alcalá que llegaba a Sevilla a través de los Caños de Carmona (nombre debido a la puerta de Sevilla por donde entraba, y no por el origen del líquido elemento).
En el patio existían cuatro tabernas y una tienda de frutas y aceite, que estaban arrendadas por particulares al alcaide (o director de la cárcel) que no era otro que el Duque de Alcalá, Don Fernando Enríquez, que había comprado en 1589 el cargo a la Corona.
Al fondo del patio (que daba la calle Sierpes) se encontraba la capilla.
Alrededor del patio existían 15 calabozos comunes. Estos se arrendaban (todo costaba dinero en la cárcel como podréis comprobar) a razón de 15 reales mensuales. Esto sólo lo podían disfrutar los presos con mayores caudales, el resto (unos 400) se hacinaban en los calabozos restantes que dividían interiormente con viejas mantas sujetas por cordeles; a estas divisiones se les llamaban «ranchos». En el mismo patio los presos más peligrosos y conflictivos, los llamados «matantes», «delitos» y «malas lenguas» eran recluidos en la Cámara de Hierro, una especie de celda de aislamiento.
Sobre la planta baja había un entresuelo, del cual sólo conocemos los nombres de los ranchos, unos nombres tan poco edificantes como «pestilencia», «miserable», «lima sorda», «Ginebra» y un aposentillo llamado «Casa Meca».
D. Quijote y Rocinante contra un molino de viento
y junto a ellos Sancho y su asno
(Mairena del Alcor)
[Foto ODP, 2009]
En el primer piso o Galería Vieja se hospedaban los presos distinguidos o nobles, que tenían habitaciones que daban a dos calles.
En el segundo piso o Galería Alta o Nueva, además de calabozos para gente bien, tenía su habitación el alcaide, estancia en la cual también podían alojarse los presos nobles, podemos decir que era la zona «Vip». Sobre dicha estancia había una azotea para que el alcaide y sus invitados pudieran disfrutar de las procesiones y las fiestas de «toros y cañas» (precedente de la corridas de toros) que se celebraban en la cercana Plaza de San Francisco.
Por último, en el segundo piso estaba la enfermería atendida por un enfermero o barbero, pero que también servía de almacén y confesionario.
En lo que respecta a la higiene podemos decir que el hacinamiento y la multitud de recovecos hacía que imperase la suciedad y la inmundicia. Ya en el exterior, el recinto estaba rodeado de basuras y estiércol procedente de las innumerables caballerías.
Dentro de la cárcel existía una inmensa letrina o «servidumbre», a la sazón una gran alberca profunda, donde cada 4 meses se retiraban los desechos. Es impensable imaginar el olor insalubre y nauseabundo de este inmenso retrete, que necesitaba para limpiarlo más de cien bestias.
Cuenta el abogado Cristóbal de Chaves que esta letrina servía de refugio de los que huían de la pena de azotes, al huir «se meten en la inmundicia hasta la garganta» y atacaban a sus perseguidores tirándoles «pelladas de aquel sucio barro».
Era frecuente que entraran en la cárcel las mujeres de los presos en la noche, como también las queridas, amantes y prostitutas. El ya mencionado abogado Chaves decía que «suelen dormir de noche en la cárcel ciento y más de mujeres».
Cuenta el caso de un preso que enamoró a una mujer casada que pasaba todos los días por la puerta de la cárcel. Se citaban en la misma cárcel, más concretamente en su mismo «rancho», al calor del mísero catre. Ella, mujer de recursos, se hacía acompañar de criada y escudero que encubrían en su aventura al llevarla a una cercana iglesia a cambiarse de ropa y ponerse otras de inferior categoría para así entrar en la cárcel. Este curioso romance duró hasta que un funcionario de la prisión los halló en el ejercicio de su pasión.
Además de amantes, solían entrar en la cárcel prófugos de la justicia. Uno de ellos, al ser descubierto por el confesor, el jesuita jerezano Pedro León, le dijo con gracia: «pues, dígame padre, por su vida, ¿en qué seso cabe que se había de venir a buscar a la cárcel?»
Y a todo esto ¿qué tipo de presos pudo conocer Cervantes? Intentemos hacer una clasificación:
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Los aristócratas: los bastoneros y porteros: Estos presos eran a la vez reclusos y guardianes a sueldo del alcaide. Sabemos de uno de ellos, un morisco que era portero de la puerta de plata y que además vendía de tapadillo calzas y otros tejidos, y llegó a amasar una pequeña fortuna de 1.300 escudos de plata.
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Los confidentes o «porquerones»: Disfrutaban, como los anteriores, de mayor libertad y poder. Por diez o doce reales dejaban huir a los presos que podía pagárselo. Todo tenía un precio en la cárcel, también la libertad.
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Los presos más peligrosos, llamados «valentones», «guzmanes» o «jácaros». Eran los jefes de las bandas de delincuentes, tipos bragados en pendencias y peleas y que se vanagloriaban en sus «hazañas» tales como asesinatos y demás crímenes. Solían llevar calzas y jubón acuchillado como los soldados de los tercios y tatuado en su mano o en el brazo un corazón. Como vemos las modas carcelarias no han cambiado tanto.
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Los pícaros y los ingeniosos: Tal era el caso de un falsificador vizcaíno que aún dentro de la cárcel seguía falsificando firmas y suplantando a negociantes en sus negocios con Flandes e Italia. También se conoce el caso de un falso inquisidor, de falsos curas y de incluso poetas que escribían cartas de amor a los presos y que además las decoraban con dibujos, como si fueran comics. Una de estas cartas se la escribieron a un galeote llamado Juan Molina para su amada Ana, en realidad una prostituta, y se decía en ella «Las saetas de Ana son/Y de Juan el corazón». También existían una pléyade de falsos abogados que salían y entraban de la cárcel para asesorar legalmente a los detenidos. En muchas ocasiones eran estos mismos picapleitos los que llevaban a sus futuros clientes a la cárcel para así luego autonombrase sus defensores.
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Los presos homosexuales. En Castilla la homosexualidad o «pecado nefando», al contrario que en Aragón, no era la Inquisición la que se encargaba de reprimirla sino la justicia del Rey. Estos presos eran marginados por sus compañeros y en muchas ocasiones maltratados o directamente asesinados.
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Los galeotes, así se conocían a los condenados a servir en las galeras del Rey. En la Cárcel Real esperaban ser trasladados al puerto de Bonanza en Sanlúcar de Barrameda, donde radicaba la Armada o encerrados en el invierno cuando las galeras remontaban el Guadalquivir en invierno para aprovisionarse. Muchos de estos (los llamados «potrosos») para librarse de ir a las galeras se aplicaban cierta hierba en sus partes pudendas con lo cual se producían tal hinchazón que los incapacitaba para el servicio. Eso sí eran castigados con la pena de azotes o el destierro.
Por todo ello, no era de extrañar que Cervantes en el capitulo XXII de la I Parte del Quijote, hiciera que su héroe manchego libertara a un grupo de presos. De tal forma decía el ingenioso hidalgo:
«De todo cuanto me habéis dicho, hermanos carísimos, he sacado en limpio que, aunque os han castigado por vuestras culpas, las penas que vais a padecer no os dan mucho gusto, y que vais a ellas muy de mala gana y muy contra vuestra voluntad; y que podría ser que el poco ánimo que aquél tuvo en el tormento, la falta de dineros d’éste, el poco favor del otro y, finalmente, el torcido juicio del juez, hubiese sido causa de vuestra perdición y de no haber salido con la justicia que de vuestra parte teníades. Todo lo cual se me representa a mí ahora en la memoria de manera que me está diciendo, persuadiendo y aun forzando que muestre con vosotros el efeto para que el cielo me arrojó al mundo, y me hizo profesar en él la orden de caballería que profeso, y el voto que en ella hice de favorecer a los menesterosos y opresos de los mayores. Pero, porque sé que una de las partes de la prudencia es que lo que se puede hacer por bien no se haga por mal, quiero rogar a estos señores guardianes y comisario sean servidos de desataros y dejaros ir en paz, que no faltarán otros que sirvan al rey en mejores ocasiones; porque me parece duro caso hacer esclavos a los que Dios y naturaleza hizo libres. Cuanto más, señores guardas –añadió don Quijote–, que estos pobres no han cometido nada contra vosotros. Allá se lo haya cada uno con su pecado; Dios hay en el cielo, que no se descuida de castigar al malo ni de premiar al bueno, y no es bien que los hombres honrados sean verdugos de los otros hombres, no yéndoles nada en ello. Pido esto con esta mansedumbre y sosiego, porque tenga, si lo cumplís, algo que agradeceros; y, cuando de grado no lo hagáis, esta lanza y esta espada, con el valor de mi brazo, harán que lo hagáis por fuerza.»
Retrato atribuido a Juan de Jáuregui
(1600)
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DON MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA EN LA REVISTA «CARMINA»
400 ANIVERSARIO DE LA MUERTE DE CERVANTES, 2016. Antonio Luis Albás
CONOCER MADRID ES CAPITAL 2: CERVANTES, TAUROMAQUIA Y JAMONERÍAS. Fotografía de Manuel Verpi
CERVANTES Y ALCALÁ DE GUADAÍRA. Por Rafael Rodríguez González (Septiembre de 2009)
EN UN LUGAR DE LA MANCHA. De la serie «RECORTES», Nº 76. Por Pablo Romero Gabella (con pintura de Rafael Luna)