CARTAS A OLGA (2). Por Mario Cortés (2009)
El premio Nobel de Literatura en 1922
Lo primero que hoy tengo que transmitirte es el saludo de Alberto. «Dile a Olga y a Lauro que las ganas de volver a Alcalá, aunque fuese por poquísimo tiempo, me las acaba de quitar Mario, al contarme cómo sigue nuestro querido pueblo, y, lo que es peor, cómo podrá estar con el paso por el espacio en movimiento de tantos truhanes». Eso de las ganas es un decir, porque si su estado se lo permitiera, no dudéis de que ya lo estaríais viendo por ahí. Él dice que hace dos años de la última vez. Yo creo que son cuatro. Es posible que yo haya exagerado algo, pero ya sabéis que tiene otro informador que pinta las cosas peor de lo que están, porque todo puede empeorarse, aunque sea en la imaginación. Ya lo dijo Juan de Mairena: «No creáis en lo limitado de la ficción». Por cierto, por más que he buscado esa cita en el libro, y en más de una edición, no logro encontrarla. Pero tiene que estar, si lo dice Alberto es que está.
El saludo también de Afonso, el asistente, un mulato más joven o menos viejo, pero poco, que Alberto y yo. Afonso es de Angola, está casi totalmente sordo, a causa de una explosión. Es analfabeto y sonríe siempre. «Es feliz», dice Alberto. Dos palabras, tres sílabas, siete letras: nada más podrá oírsele sobre Afonso.
No vayas a figurarte, al leer los párrafos siguientes, que todas las cartas de Pablo a Fernando versan sobre lo mismo, ya te dije que hay muchas otras cosas, y más interesantes:
(…) Por la noche, en su casa, el mismo día que te presenté a Jacinto, me sugirió la idea de estar contigo. Tú ya te habías dado cuenta de que lo habías impresionado, y él de que tú te habías percatado de ello. Yo se lo dije claro, que a ti no te gustaban los hombres de esa edad, por más que mostraran su rendida admiración. Como es lógico, lo comprendió perfectamente, y ya sólo se refirió a ti tres o cuatro veces más en todo el tiempo que duró tu heroica estancia militar en la capital del Reino. Si te nombró con alguien más aparte de mí, no puedo saberlo. Seguramente que sí. Aquella noche estuvimos colocando algunos libros que le habían llegado, y al irme me dijo, con sonrisa maliciosa (tan benaventiana): ¿Qué, tiene Fernando pase de pernocta?.