CARTAS A OLGA (1). Por Mario Cortés (2009)

 

Monsaraz (Portugal).

 

Querida amiga:

            Supongo que leíste el mensaje que te envíe al salir de Roma, rumbo ya a Lisboa. Si no ha sido así, ya no importa: quería avisarte de que una vez llegado a Monsaraz enseguida recibirías noticias. Como vas a comprobar, lo que tengo que contarte sobre los asuntos que ahora me ocupan no cabe en una sola entrega, así que irás recibiendo más correos, de manera que ni tú, ni, de haberlos, otros lectores, tengáis que dedicar mucho tiempo seguido a su lectura. El tiempo apremia, hay muchas cosas que hacer, hay que emplear el tiempo justo en cada cosa, vamos, vamos, vamos… 

 

            En Monsaraz pasaré aproximadamente dos meses. Te dije que Alberto vive aquí desde hace doce años, pero me confundí, son ya quince. Ahora que llevo aquí cuatro días pienso que aun siendo este pueblo lo que muchas veces, o toda su vida, algunos que conozco han soñado, dudo mucho de que pudieran vivir aquí durante mucho tiempo, sobre todo después de tantos años en la vorágine. Hay aquí como una tristeza que flota por todos sitios. Será la que se desprende de un lugar hasta cierto punto extraño a este mundo. O será la que yo tengo por lo de Alberto y por más cosas.

            Pero de lo que quiero hablarte no es del ambiente, ni del clima, ni siquiera de la gente del lugar (¡poquísima!); tampoco de la enfermedad de Alberto, que pronto nos lo quitará. Lo que quiero que conozcas son los papeles que me ha entregado. Bueno, unos trozos, fragmentos, o avances, de ellos. Unos ya los he leído: son unas cartas que me han causado la sensación de ser transportado en el tiempo y en el espacio. Por cierto, esas cartas, sin saberlo, las he traído yo desde Roma, donde estaban con otras pertenencias de Alberto (allí no queda casi nada: la casa, los muebles y cosas así son de su primo Antonio, el que está en la embajada de España en el Vaticano). Lo que no puedo decirte es cómo llegaron las cartas a poder de Alberto. Ni él me lo ha dicho ni yo le he preguntado. Ni le preguntaré, porque pone una cara como diciendo: avíate. En cuanto sepa algo te lo diré: tal vez al releerlas encuentre alguna pista.

            Te pongo un poco en antecedentes. Las cartas fueron escritas por Pablo Osorno, un alcalareño que pasó casi toda su vida en Madrid, donde ejerció de visitador médico (¿sabes lo que era eso?). Iban dirigidas a un paisano, Fernando Brenes, que vivía en Dos Hermanas, donde trabajaba de oficinista en un almacén de aceitunas. Y allí murió, en Dos Hermanas. Hasta hace poco estuvo en pie la casa donde vivió, cerca de la plaza del Arenal. La relación epistolar entre Pablo y Fernando fue abundante, aunque no se extendió mucho en el tiempo. Es una lástima que no se hayan conservado las cartas  de Fernando a Pablo: se habrán perdido en el correo del tiempo. Donde no están es en poder de Alberto.

        

Jacinto Benavente (1923)

   

             En las cartas tratan de muchas cosas. Está claro que es imposible conocer lo que decía Fernando, pero por las de Pablo podemos deducir algunas de sus informaciones, preocupaciones, inquietudes, etcétera. Ya te adelanto que el destino (el segundo ¿no?) de esas cartas ya lo decidiremos en Alcalá, una vez haya descansado del multitudinario y triunfal recibimiento de que seré objeto a mi vuelta. Pero de lo que te voy a enviar algunos retazos, en dos o tres comunicaciones de estas intergalácticas que son la monda, es de lo que Pablo cuenta a Fernando en relación a Jacinto Benavente. Sí, el escritor. Podría enviártelos también sobre lo que tratan acerca de los almacenes de aceitunas de aquella época, de las disputas que tenían los dueños entre sí en un mismo pueblo y entre los de Dos Hermanas y Alcalá (aparecen nombres muy conocidos), y un montón de cosas más, de política, de escándalos pueblerinos y madrileños, etc., pero lo de Jacinto Benavente es lo que me apetece. Ya lo dijo Jean Rien: En la sencillez del gusto estriba el alumbramiento de lo posesivo. Eso me dijo una vez Alberto que había dicho el autor de La persistencia del sinvivir en lo cotidiano, obra que yo no he leído ni sé de qué va, pero que seguro que es interesantísima.

            Los otros papeles, que ayer mismo me dio Alberto, me los tenía reservado, a decir de él, para dármelos un poco antes de partir. Y enseguida agregó: No sabemos si antes de partir tú o de partir yo. No le dije nada, ¿para qué? Pero me los dio ayer, alegando que tampoco son de tanta importancia como para dejarlos para más adelante. Sea lo que sea, estoy seguro de que te sorprenderás aún más que yo, porque en mi caso, por lo menos, siempre puedo esperar cualquier cosa de Alberto. A este respecto, Alberto me recordó una frase, aussi de Jean Rien: No siempre la sorpresa alcanza la explicitud.

            Fíjate en este comentario de Alberto sobre las cartas de Pablo Osorno, escrito en uno de esos papeles que adjunta, ¡grapados!, a los libros y a todo lo que lee, en el que me menciona, claro está que con su guasa característica:

            Eso de toparse con algo, bueno o malo, sin comerlo ni beberlo vaya que si sucede. Pero si tuviera que opinar Mario, él aseguraría que es imposible que yo tenga que ver con algo sin comerlo ni beberlo. Desde luego que hace un tiempo no le faltaría razón. A lo que me quiero referir con ese dicho es a que, sin yo tener relación alguna con don Jacinto, ni con Fernando ni con Pablo, ni cercana ni de la más extrema lejanía, hete aquí que, por sendas tan insospechadas como inimaginables, y sin embargo por mano conocida, me encuentro con el privilegio de poseer unas cartas de un valor intasable, si no en lo crematístico sí que en el tan amplio terreno de los sentimientos.

            Hasta la próxima. Un saludo desde esta bizcochada campestre que es Monsaraz.

                          Mario

 

Monsaraz

 

 

 

CARTAS A OLGA (2). Por Mario Cortés (2009)

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