ESA DELICADA Y FUNDAMENTAL ESPUMA. María del Águila Barrios
[Foto: LGV (Museo Arqueológico Nacional) Madrid 2009]
Tal vez se me acuse de retrógrada o anticuada por lo que voy a escribirles. Tal vez porque no venga a celebrar lo último. No soy mujer de modas cuando se trata de desenvolver mi pensamiento sobre el tema de la cultura. ¿La cultura o la Cultura? Tengo que reconocer que la palabra la escribiría con la inicial en mayúscula, pero la sencillez de la minúscula me permitirá colarme por los sitios pequeños, que es por donde tal vez se deban buscar las causas de los grandes problemas.
Esto de la moda para hablar de literatura, música, cine, filosofía, historia…, es decir, la cultura, es lo que considero una completa barbaridad o, peor y desgraciadamente, una tragedia de dimensiones colosales. Nunca, en mis años de juventud intelectual llegué a concebir que el consumismo abrasara también la cultura. Con la particularidad de haber reducido a cenizas la cultura popular y la calificada, redundantemente sin duda, como cultura culta (por elaborada a partir de la anterior más todo eso que se engloba dentro de la palabra vanguardias) se ha ido quedando paulatinamente vaciada de sus significados originales, y por tanto progresivamente se ha venido deslegitimando en la vida civil y, por supuesto, en la política.
Metafóricamente, la cultura es esa delicada y fundamental espuma o capa de tierra fecunda que tarda siglos en formarse y que resulta devastada y arruinada en un segundo, como ocurre con los incendios (siempre intencionados) de las dehesas de encinas centenarias. La brutalidad que ejercen habitual e impíamente los detentadores del actual poder político y económico provocan esos incendios que asolan la delicadeza humana, la cultura. Pero también el pueblo ha caído en la trampa y ya no le interesa la cultura.
¿Estaremos en un punto sin retorno? ¿Nada queda de lo que hubo? No soy nihilista y en mi corazón sé que aún sobrevive la esperanza, que alimenta mi resistencia, y en ello tengo fe. Creo firmemente que es posible salvar esa delicada y fundamental espuma, hecha por las gentes, aunque a éstas vengan a sustituirlas, totalitariamente, los agentes para convertir las acciones en pasajes superfluos y en productos industriales los acontecimientos culturales, todo para seres sin espíritu y puramente narcisistas.
[La voz de Alcalá, 15 al 30 de septiembre de 2017, año XXVI nº 460]
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