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ESCULTURAS («La vida es viaje», Páginas de un diario húngaro. Olga Duarte Piña y Lauro Gandul Verdún, 2001)

El poeta Petofi.
El poeta Petofi.
Ady Endre
Ady Endre

 

Desde Sopron a Debrecen, Pécs o Szeged, pasando siempre por Budapest, los viajeros las verán. Bajo la sombra densa de unos árboles, en su romántica glorieta; o en la serie sucesiva de hornacinas, cada busto en la suya, que forman la galería en cuadrilátero de una plaza mayor; o delante de una catedral dominando a los que suben por las escalinatas; o en el corredor del claustro de un monasterio; o en la fachada de un conservatorio superior de música.

 Escultura, Sopron, 2001
Escultura en Sopron

 

Esculturas del Castillo, Budapest 2004
El castillo de Buda

 

            Al principio, resulta normal descubrirlas en cualquier ciudad occidental. La necesidad de recordar se ejercita colectivamente devolviendo su cuerpo a quienes lo perdieron. No pueden quedarse sin cuerpo las almas creadoras y heroicas. Los que conocieron a los grandes y, además, les sobrevivieron, luego de muertos, les necesitan. Los que sobreviven les alargan la vida a los ilustres.

 

H. Le Meridien Budapest, 2003
Hotel Le Meridien
Budapest

 

 

 

Jósezf Atila

 

            Pero en el sentir húngaro se percibe una voluntad adensada de que los grandes sigan existiendo. Los honrados en bronce, granito o mármol ganaron la inmortalidad que a los hombres les es posible, esto es, la inmortalidad de las estatuas. Quedaron incorporados a las esculturas. Mucha eternidad atesoran los húngaros cuando a tantos célebres compatriotas fenecidos los eternizan aquí y allá, en los parques, en los paseos de los bulevares, en los patios de los viejos castillos, en las portadas de diversos edificios magnos. Estos volúmenes, estas figuras delimitan un espacio característico en el territorio de la espiritualidad de los húngaros.

 

Kisfaludy

 

Lider de la Rev. del 56, Budapest 2003
Imre Nagy

 

            Cuando se las encuentran asomadas al fluir de los transeúntes y de la vida de las urbes de este tiempo nuestro, cargadas de la expresión intensa de valores fundamentales (la bondad, la justicia, la belleza, el coraje, …) en sus gestos, en sus poses, sentadas, de pie o a caballo, en los lugares públicos de cualquier ciudad, los viajeros ya pueden inducir una idea expresable sobre la identidad de los húngaros, a saber, son históricos; para nosotros lo son en el sentido de acusar una necesidad extraordinaria de relacionarse cotidianamente con los filántropos, los utópicos, los poetas, los músicos, los médicos, los revolucionarios, los héroes y los mártires de la nación.

 

Inventor
Györ
2002

 

Serie Esculturas, Budapest, 2004
De la serie Esculturas
Budapest
2004

 

            Se nos contó que muchos, la mayoría, de los héroes de la historia del país padecieron el dolor de la tortura, o la tristeza del destierro, o la soledad de la cárcel. Pero el sufrimiento y la penuria derivaban de la valentía. Sólo causas nobles, como Dios o el Pueblo, les llevaron lejos persiguiendo a traidores, infieles y bandidos aunque la gloria, como sino de estos mártires, consistiera en soportar con dignidad la humillación de la derrota más allá de toda resistencia humana y hasta la muerte, única capaz de doblegarles. Uno quiso ser rey, porque así legítimamente le correspondía, pero fue traicionado cuando en su coronación, en lugar del oro regio de la corona, colocaron sobre su cabeza otra bien distinta de hierro al rojo vivo.

 

 

(Fotos: LGV)

 

 

SAN LADISLAO («La vida es viaje» -Páginas de un diario húngaro- Olga Duarte Piña y Lauro Gandul Verdún, 2002)

 

Relicario de San Ladislao en la catedral de Györ

Foto LGV

 2002

 

En la capilla de estilo gótico, conocida como Hédervary, el cráneo de San Ladislao, bajo el oro que sustituyó a la carne, constituye un busto que gobierna desde su urna este ámbito de la catedral de Nuestra Señora: La catedral de Györ.

   De 1405 data esta extraordinaria obra de la orfebrería medieval. Para algunos el autor anónimo quizá la concibiera con un alcance más alto que el mero trabajo de la artesanía y su resultancia acaso rozara la línea a partir de la cual no pudiera hablarse ya de labor de artesano y sí de auténtica escultura. Escultor o artesano, no debe importar, en cualquier caso el objeto es bello. Además a alguien representa, a alguien ha de parecerse. Trescientos diez años después de muerto Ladislao I fue ejecutada la pieza. Seiscientos años después nosotros la encontramos en esta capilla desbordada de la luz que las vidrieras policromadas dejan colarse en este espacio, pero el relicario de oro cumple un impecable destino de resplandor. Áureo brillar perenne. No obstante, el rey santo tiene los ojos cerrados.

   Ligeramente girada está a la izquierda esta cabeza perfecta y no sabemos porqué. Los poblados bigotes y las barbas. La nariz aguileña. Los pómulos estirando hasta su límite de elasticidad la simulada piel. La frente amplia. La corona. Sólo importó la cabeza. No hay hombros ¿Rostro inventado? He aquí la prueba de que un cráneo acaba en rostro. Tiene los ojos cerrados como sólo los cierran los muertos. Máscara mortuoria sobre viejo cráneo de un antiguo rey húngaro.

   Nació este rey de Hungría en Polonia en 1031 porque su padre Bela no podía permanecer en su patria so pena de ser asesinado por su propio hermano Andrés que quería para su hijo Salomón el trono de Hungría. Muerto Andrés, Ladislao desdeña toda corona sobre su noble cabeza, pero acabará luciéndola porque o son destronados o mueren quienes la ansían. A él se la ofrecieron los nobles, los prelados y los magistrados de las principales ciudades del reino y en 1077 la aceptó. Por su reinado, que duró dieciocho años, fue conocido como el Piadoso. Dictó leyes justas, amó la paz y la patria aunque también donde tuvo que librar batallas allí estuvo blandiendo su espada contra el enemigo. Sometió Transilvania y anexionó a su reino Croacia. Como general en jefe de los ejércitos que los reinos más poderosos de aquella Europa habían organizado para la primera cruzada sobre Jerusalen, hubiera partido para reconquistar la ciudad santa, pero murió. Cien años después un Papa lo canoniza.

   Flores y lazos con la bandera húngara hay depositados al pie del relicario…

 

KÁROLYI (Parte Segunda) («La vida es viaje» -Páginas de un diario húngaro- Olga Duarte Piña y Lauro Gandul Verdún, 2002)

 


El Castillo de Buda
Foto LGV
Budapest
2004

 

Había nacido en Budapest en 1875. Durante la Primera Guerra Mundial, en octubre de 1916, se opuso a la alianza con Alemania y propuso la consecución de una paz de compromiso. Dos años después ante el mismo Parlamento se declaró «amigo de Francia» y fue el encargado de la alta responsabilidad de formar un consejo nacional para la independencia. Como presidente provisional de la República, en 1918, dio entrada a ministros socialistas en el Gobierno para llevar a cabo una reforma agraria que evitase que la población muriera de hambre y de miseria en la posguerra de un país vencido. En 1919 hizo frente a la invasión serbia, rumana y checa, así como a la insurrección comunista de Béla Kun, aunque fuera acusado, no obstante, de haber entregado el poder a éste, que implantó el «terror rojo» contra todos los disidentes en medio de las consecuencias desastrosas de la revisión del armisticio en Trianón. Las fuerzas de la derecha derrocaron a Kun y llevaron al poder el «terror blanco» de Horthy.  Aquellas izquierdas y derechas implicaban un Károlyi expatriado.

            La evolución política y social del país fue guiada por un extraño proceso de antisemitismo y progermanismo que situó a Hungría del lado de las fuerzas del eje Berlín-Roma durante la Segunda Guerra Mundial. Cuando concluyó ésta, Mihály Károlyi pudo regresar por muy poco tiempo, pues la dictadura popular que se implantó en Hungría, auspiciada y dirigida desde la URSS, no podía consentir que el aristócrata, ilusionista, estadista, social y demócrata, pacifista y profundamente húngaro, pudiera vivir en su país.

            Con la disolución de la República Popular de Hungría sus restos mortales fueron trasladados desde los Alpes marítimos franceses al Kerepesi Temetö de Budapest donde descansan lejos de Matisse y de la luz de la Provenza. Idealista, utópico y filantrópico como pocos, nació a orillas del Danubio y amó a Hungría durante años tan terribles.

 

Pte. Erzsebet, Budapest 2003
El Puente de Erzsebet
Foto LGV
Budapest
 2003

 

 

KÁROLYI (Parte Primera) («La vida es viaje – Páginas de un diario húngaro» Olga Duarte Piña y Lauro Gandul Verdún, 2002)

 

 

Perteneció a una de las familias de más alta alcurnia de la nobleza húngara, la Karolyi de Nagykároly, cuyo fundador fue un Karolyi del s. XVII. Murió en tierras de la alta Provenza, en Vence, donde un lustro antes Matisse decorara la capilla del Rosario de los dominicos en pura síntesis de sus formas, definitivamente planas; no lejos del lugar donde también muriera el genial pintor un año antes.

            En 1919 tuvo que expatriarse por primera vez.

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LA REVOLUCIÓN DE 1956 (fragmento) («Para un cuaderno de fotografías»-Páginas de un diario húngaro- Olga Duarte Piña y Lauro Gandul Verdún, 2001)


Caídos por la revolución de 1956
 Budapest
 2000
Foto LGV

LOS BUDAPESTÍES el 23 de octubre van a salir a la calle en una gran manifestación de adhesión a los ciudadanos polacos. Esta fecha la eligen los estudiantes, organizados en comités, para que sus delegados pronuncien un gran mitin, ante una multitud que se va congregando delante del edificio del Parlamento, en el que quedan formuladas dieciséis demandas, dirigidas materialmente a la U.R.S.S., consistiendo la primera de ellas en pedirle a ésta la evacuación de sus tropas. El manifiesto reclama pacíficamente el reconocimiento de derechos fundamentales y de la soberanía efectiva del país, entre otras peticiones. El público se acerca en paz a participar de un manifiesto que comparten, sin embargo, la mecha de la revolución húngara de 1956 queda irreversiblemente encendida. A los estudiantes se suman los miembros de la Sociedad de Escritores. A media tarde los obreros de la metalurgia. En menos de dos horas el monumento a Stalin es derribado. Los agentes de la A.V.O. (fuerzas de seguridad del Estado) disparan contra la muchedumbre. Los trabajadores de las fábricas de automóviles, los de la central eléctrica de la capital, y el resto de sectores industriales estratégicos se unen para oponer resistencia armada a las fuerzas de seguridad con las armas que los propios soldados del ejército húngaro, enviados para disolverlos, ponen en manos de los revolucionarios. El 24 de octubre los tanques soviéticos se arrastran letalmente por las calles de Budapest. Desde sus posiciones mantenidas en la capital los sublevados oponen resistencia, a veces con éxito, a las fuerzas invasoras. La revolución se extiende a las provincias donde no hay que luchar contra las tropas extranjeras porque la U.R.S.S. decide no intervenir fuera de Budapest, circunstancia que posibilita que los comités locales tengan el control de la situación en casi todos los pueblos y ciudades de Hungría. Pareciera que los soviéticos fuesen a consentir la voluntad de la revolución porque el 31 de octubre no queda ningún tanque extranjero en Budapest. En los primeros días de noviembre el Gobierno húngaro busca el amparo de Naciones Unidas a fin de conseguir la evacuación total de las tropas invasoras de su territorio, la denuncia del Pacto de Varsovia y la solicitud para que Hungría sea reconocida como un estado neutral bajo la protección conjunta de las grandes potencias. A partir de estos acontecimiento el Kremlin va a conducirse con una estrategia que causa mundial indignación: simula una retirada de su maquinaria de guerra, pero el 4 de noviembre ataca, a traición, los centros militares e industriales del país. El legítimo gobierno surgido de la revolución cae por la fuerza de las armas y se instaura un gobierno de estalinistas que pretende patrimonializar la revolución misma para deslegitimar a los miembros del gobierno que acaba de derrocar. Pero los húngaros no se rinden: los jóvenes combaten con indescriptible valentía y su lucha la apoyan los trabajadores mediante una huelga general de obreros industriales y mineros. Esta vez en provincias con tenacidadtambién se combate, aunque la heroicidad del pueblo no es suficiente contra los tanques, la artillería pesada y los aviones de bombardeo que aplastan la resistencia en pocos días. Luego siguieron deportaciones en masa de ciudadanos acusados por su participación revolucionaria y decenas de miles de personas se refugiaron en otros países, fundamentalmente en Austria. Cerca de «Váci útca», la más transitada calle peatonal, en el corazón de Pest, nosotros pudimos ver restos de impactos de metralla en la fachadas de algunos edificios. Allí se han conservado para no olvidar.

 

  

Antigua sede de la A.V.O.
 Budapest
2000
Foto LGV

KEREPESI TEMETÖ (El Cementerio de los Personajes Ilustres) (fragmento) («La vida es viaje»-Páginas de un diario húngaro- Olga Duarte Piña y Lauro Gandul Verdún, 2001)

 

 

Conjunto escultórico en el Kerepesi Temetö
Budapest
2000
Foto LGV

LA CANCELA del «Kerepesi Temetö» está abierta. Entramos. Ante nosotros se presenta un bosque de robustos árboles frondosos, cuyas copas se elevan espléndidamente sobre nuestras cabezas. No hay nadie aunque, hasta las viejas tumbas tienen puestas flores frescas. Las calles de este cementerio nos conducen a sus hombres y mujeres. La estatua de un violinista zíngaro que parece que atiende al aplauso de su público con gesto satisfecho. Sobre un pedestal de mármol negro rodeado de yedra color plata, el relieve de un matrimonio de actores que se da la mano. Las lápidas de los comunistas en una plaza cuadrangular. El pequeño obelisco de madera tallada, según la tradición transilvana, justo al pie de un árbol. La escultura del poeta Ady en piedra blanca y, en bronce, la del pintor de los mendigos a quien alguien ha colocado una rosa amarilla en su paleta. Algunas tumbas abandonadas en uno de los muros de este cementerio, donde la vegetación se adueña de sus paredes y las raíces de los árboles quebraron algunas lápidas.

 

El violinista zíngaro en el Kerepesi Temetö
Budapest
2004
Foto LGV

SIBIU (fragmento) («La vida es viaje»-Páginas de un diario rumano- Olga Duarte Piña y Lauro Gandul Verdún, 2000)

 

Mercado junto al río Cibin (Foto L.G.V., Sibiu, 2000)

 

Ya por la tarde nuestros pasos nos conducen al Cibin, majestuoso en sus riberas llenas de sauces llorones aunque de muy pobre caudal. En el lado de acá del Cibin, la Ciudad Baja y el lado de allá, la ceaucesquina donde se mezclan edificio residenciales y otros industriales. En una amplia explanada situada en la linde misma de la Ciudad Baja con el Cibin, encontramos abierto un mercado al aire libre al que llegan desde todos los puntos del Judetul de Sibiu hortelanos para vender paprika fresca, sandías, lechugas y los cabreros, de la montañas, su queso fresco, las gitanas sus ajos y cebollas: personas buenas que sonríen al saludo en lengua forastera y que tienden la mano si se les tiende por otros aunque de nada les conozcan, como nos pasa a nosotros aquí en el bullicioso mercado de Cibin, donde nos conmueve la franqueza de los gestos y las maneras de los que encontramos en sus puestos ofreciendo todo lo que han recogido de su tierra, que es su riqueza y su piel, para vender y así ganarse la vida suya.

 

SOBRE EL NUEVA YORK DE BUDAPEST (fragmento) («LA VIDA ES VIAJE -PÁGINAS DE UN DIARIO HÚNGARO-» de Olga Duarte Piña y Lauro Gandul Verdún, 2001)

 

El Nueva York de Budapest (2000)

Fachada del café Nueva York de Budapest
Foto Lauro Gandul
 2000

 

Llegamos al Nueva York de Budapest, un café donde escritores y artistas soñaron Hungría. Cuentan que cuando acabó la fiesta de su inauguración, un día de 1894, sus dueños, orgullosos del esplendor alcanzado entre sus muros, esa noche, resolvieron escaparse al Danubio y tirar a sus aguas las llaves del Nueva York, para que nunca pudieran cerrarse sus puertas. Allí estamos mientras un pianista toca viejas melodías, muy conocidas pero no poco bellas, a requerimiento de los distintos grupos de clientes sentados a las mesas. No vemos ningún bohemio, de esos divinos de antes que se ensimismaban en soledad sobre la tapa de mármol. Ningún poeta se ocupa de una metáfora. En las mesas no hay intelectuales, ni políticos, ni hombres ilustres, encendidos en alguna apasionada tertulia, debatiendo sobre cuestiones fundamentales, aunque las lámparas modernistas que cuelgan de su artesonado, los ricos estucos de sus paredes, los románticos frescos y los espejos de gastada luna sigan decorando fastuosamente el café. Evocamos aquellos intensos protagonistas de la construcción espiritual del país y sentimos que, aunque de allí ya se han marchado, parece que escuchamos las voces que aún flotan en la atmósfera del Nueva York.