Atila (395-453) y el papa San León I el Magno (390-461)
[Crónica ilustrada húngara (c. 1360)]
«El cual [Atila], según cuenta el historiador Prisco […], como asociara en matrimonio a una joven muy hermosa, de nombre Ildico, después de haber tenido innumerables mujeres según era costumbre de aquella gente, y en sus nupcias, suelto por una excesiva hilaridad, pesado por el vino y el sueño, yaciera boca arriba, un abundante flujo de sangre, la que a menudo fluía de su nariz, al ser impedido su paso por los conductos acostumbrados, se precipitó por su garganta […] y lo mató. […] Con la siguiente luz, cuando ya había pasado parte del día, los ministros del rey, […] rompen las puertas y hallan el cadáver de Atila sin una herida, […] y a la muchacha, llorosa, cabizbaja, cubierta por el velo. Entonces, según es costumbre de aquella gente, cortada parte de su cabellera, desfiguraron sus caras con hondas heridas, para que un eximio guerrero no fuera llorado con lamentaciones y lágrimas femeninas, sino con sangre viril.
»Colocado el cadáver en medio del campo, dentro de una tienda de seda, […] los más selectos jinetes […], dando vueltas a la carrera, […] contaban sus hechos en un canto fúnebre: “Singular rey de los hunos, Atila, engendrado por Mudzuco, señor de las más bravas gentes, que con poder inaudito antes posee él solo los reinos escíticos y germánicos, y con la conquista de ciudades aterró a uno y otro imperio de la Urbe de Roma, y para que no fueran sometidas las demás a botín, aplacado por preces, recibió tributo anual; y cuando hubo hecho todo esto con resultados felices, no por herida de enemigos, no por insidias de los suyos, sino con su gente incólume, entre gozos, feliz, sin sentir dolor, murió”.
»Después, sobre su túmulo celebran la que ellos llaman estrava, con un gran festín, y, uniéndose alternativamente en sentido contrario, se desplegaban con un luto fúnebre mezclado con alegría. Y de noche, en secreto, protegen con coberteras el cadáver escondido en la tierra, primero con oro, segundo con plata, tercero con el rigor del hierro, significando así que todo ello convenía a un rey potentísimo: el hierro, que fue señor de pueblos; el oro y la plata, que recibió el ornato de una y otra república (Roma y Bizancio).» (Jordanes, Getica 49, 254-258).
[La voz de Alcalá, 15 al 31 de enero de 2017, año XXV nº 445]