DIARIO FOTOGRÁFICO DE LISBOA (LIII). UN TRES DE ENERO DE 2019 (1). «¿Qué estarán haciendo?» Por Lauro Gandul Verdún
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Calle del Infierno
[Foto: LGV Alcalá 2022]
Considero falsos a quienes son capaces de simular cualidades buenas que no tienen, y falsas a estas simulaciones. Son falsos aquellos que engañan a los que han puesto su confianza en ellos, a sus amigos. Y para falsificar, encuentro en los diccionarios, que es una palabra que puede entenderse como la desfiguración de la verdadera naturaleza de las cosas, o también como la desnaturalización del carácter auténtico de algo. Nuestro mundo se ha llenado de falsificadores. Están por todas partes: en los mal denominados medios de comunicación, que, infelizmente, son, sobre todo, medios de falsificación de la comunicación; en las multinacionales de cualquier actividad económica, en las burocratisadísimas administraciones europeas, nacionales, regionales…, y, ¡cómo no!, en los ayuntamientos. Falsear la realidad conviene a tantos estafadores públicos y privados que cuentan hoy, gracias a una tecnología que ni al Diablo se le hubiera ocurrido desarrollar, con la posibilidad de multiplicar enormemente sus bocas mentirosas.
A nuestro Ayuntamiento no le empacha mostrar muchos ejemplos de falsificación y es pertinaz, pues continuamente la ostenta, con desenfado, con buen rollo en el lenguaje que pegan en la cartelería impresa en grandes lonas, plenas de irrealidad visual y lingüística. Tienen que tener una buena banda de salteadores de calles que hacen el trabajo sucio (componer los textos, hacer las fotos, diseñar las lonas) y, luego hay que colgarlas, anclarlas en la estructura metálica para que duren más que las bridas oxidadas que recubren la antigua comisaría de Talavera, hasta que se corporeice el futuro de progreso y bienestar que proclaman con las palabras elegidas por los publicistas encargados. Esto que escribo lo pueden sufrir en La Plazuela. Allí lo tenemos desde la Semana Santa, para que lo padezcamos y no lo olvidemos, cubriendo el solar donde hubo una confitería y una ferretería.
Pero lo que al falsificador municipal le encanta, le da un gusto insuperable, es hacernos sufrir con sus barbaridades y, entonces, da un paso al frente y materializa su falsificación destrozándonos los espacios públicos que eran bellos de por sí y que, al falsificador municipal, no le ha afectado que ello fuera importante para los vecinos de Alcalá. Si hubieran preguntado a la gente de Alcalá, al pueblo que depositó en ellos su confianza, si tan solo hubieran visto con ojos de ver que es absurdo falsificar la calle de la Mina por donde han empezado a falsificarla, por uno de sus corazones: el teatro Gutiérrez de Alba, las fachadas de bellas casas que aún se conservan, la farmacia de La Casa, y el hastial del Convento de las Clarisas; entonces se reconocerían como los falsificadores y falsos que son y eso sí que no les gusta.
Desde las modestas posibilidades de este espacio que el periódico me permite, no pararé de denunciar la estafa de palabra y de obra con la que el Ayuntamiento de Alcalá de Guadaíra nos condena.
[La voz de Alcalá, 2022]
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Plaza de Toros de la Maestranza
[Foto: LGV, Sevilla 2003]
Al sacerdote D. Manuel Ángel Cano
Alguien dijo una vez una verdad: hay dos tipos de personas, las que sufren y las que van a sufrir. Esta es una distinción irrefutable, lo es desde siempre y mientras haya vida humana sobre la tierra el sufrimiento estará entre nosotros presidiendo una gran parte de nuestra existencia. El sufrimiento es lo que nos trae la pobreza. En AFAR se afanan por los pobres, por los que sufren, a los que se entregan con todas sus fuerzas en todos sus actos. Con ardor, con amor, emprenden éstos fervorosamente porque los pobres necesitan ser saciados ahora. No mañana, sino hoy mismo. Saben actuar con la urgencia que supone siempre que cuando alguien cae necesita de una mano amiga que le ayude a levantarse. A los derrotados que la vida va dejando en los campos de las batallas del existir acoge AFAR con afán. AFAR es la esperanza de los vencidos, una conquista de los que lo perdieron todo, cuando ya no esperaban que el corazón humano latiera también para ellos.
No es un trabajo cualquiera. No. Es del tipo de los muy enredados, del que tiene que enfrentar situaciones muy difíciles. No es cualquiera la tarea de sus retos. En múltiples ocupaciones se multiplican con apuro para una obra, la de AFAR, que sólo ha podido desarrollarse porque es una obra inspirada por Dios. Si no es así, pienso, no se explica AFAR. Ese Dios de los pobres, de cualquiera, que vela para cuidarnos a todos, pues todos necesitamos de la caridad.
Aprendamos del afán de AFAR para que no nos pase como al gran Lope de Vega (1562-1635) cuando en su esencial soneto confiesa dolorosamente no haber abierto su casa a quien entrañablemente tocó sus aldabones, porque venía para entregarle todo su amor e implorárselo, y no lo acogió, pues no quiso o no supo que aquel mendigo llamaba a su puerta para salvarlo. El poeta se lamenta sin consuelo y nos advierte que no seamos como él, y franqueemos nuestra alma a la «hermosura soberana».
¿Qué tengo yo, que mi amistad procuras?
¿Qué interés se te sigue, Jesús mío,
que a mi puerta cubierto de rocío
pasas las noches del invierno escuras?
¡Oh cuánto fueron mis entrañas duras,
pues no te abrí! ¡Qué extraño desvarío,
si de mi ingratitud el hielo frío
secó las llagas de tus plantas puras!
¡Cuántas veces el Ángel me decía:
«Alma, asómate agora a la ventana,
verás con cuánto amor llamar porfía»!
¡Y cuántas, hermosura soberana,
«Mañana le abriremos», respondía,
para lo mismo responder mañana!
[La voz de Alcalá, 2021]
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Museu da marioneta de Lisboa
[Foto: LGV 2018]
Bajo la piel blanca de la astucia se oculta la hipocresía. Semejantes a sepulcros blanqueados dice Jesús que son los hipócritas. Afectan modestia, simulan devoción, y aparentan ser escrupulosos. Siempre en su papel para fingir quienes, desde luego, ni son ni nunca alcanzarán a ser. Son la antinomia de la lealtad. Están convencidos de que nadie logrará conocer al que esconden tras el que aparentan ser y, lo más frecuente, es que pronto se les descubre oscuros, porque su claridad está hecha de materiales muertos. Sus habilidades innúmeras para la simulación y el disimulo los hace dueños de todas las estratagemas y artificios. Su doblez los multiplica en ellos mismos y entre ellos se entienden demasiado bien.
Están por doquier, pero sobre todo están en el poder y son abrumadora mayoría, casi por unanimidad integran todos los gobiernos, y allí donde están no hacen otra cosa que dedicar sus existencias a promover actividades nacionales o multinacionales cuyos fines son la muerte en vida de los más. Estos son los hipócritas, los lisonjeros, que lloran como cocodrilos cuando saben que su víctima ya no podrá escapar de sus colmillos.
También todo hipócrita es un parásito. La sangre que corre por sus venas es robada. Donde haya un pálpito, un ángel, que los humanos tenemos dentro cuando nacemos a esta vida, un ángel que es inocente por naturaleza y aspira al aire como lo hacen los árboles de los bosques, allí agazapado detrás de las esquinas, fieros, los hipócritas esperan el momento de asaltar al que pasa y ¡zas! le dan un zarpazo, lo dejan sin sangre, lo robotizan, lo convierten en un zombi, que sólo sabe que no sabe porqué pasa todo su tiempo desperdiciando sus años, que no se llenan de nada, que se acumulan hasta cerrar sus ojos…
Los hipócritas son horribles, la mayor pesadilla, una auténtica catástrofe planetaria, algo que podríamos combatir armados de arte, música y libros fundamentales y de personas de buena voluntad, amorosas, claras, sinceras, hechas de la carne de las palabras auténticas. De tantas revoluciones que se hablan hasta la saciedad y el hastío, propongo una sencilla: combatir a los hipócritas, a los parásitos, dejándolos solos porque concurrir adonde convocan es entregarles nuestra alma. Así pues, en su lugar dejar un vacío, un silencio, una ausencia de aplauso y reservarnos para los verdaderos actos de una cultura popular recuperada en la acción pública y en la libertad de los responsables.
[La voz de Alcalá, 2022]
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«Museu da Marioneta»
[Foto: LGV, Lisboa 2018]
Para muchos la lectura es alimento para otros puede ser un aburrimiento. Para mí es alimento porque al igual que no puedo vivir sin comer carne, pescado, ensaladas, tomar sopas, o beber agua, cerveza o vino, tampoco podría vivir sin leer. Cuando estoy cansada, leo y así la lectura me sirve de reposo. Aunque cuando estoy activa también leo y la lectura me despierta el deseo, me conecta con fantasías y encuentros, viajo; invento o me inspiro con las lecturas.
Leer es atender y es escuchar lo que dicen los textos impresos en las páginas de los libros. De tanto escuchar con atención una de pronto nota que el habla se le suelta con facilidad y, a veces, hay otros que escuchan lo que digo cuando escribo. Por esto lo que se escribe o dice, si es verdad, sirve para la transmisión de la cultura y de la educación.
Un proverbio medieval nos enseña que leer y no comprender es como no leer. Estudiar es leer. La voluntad de aprender nos exige actuar, investigar, buscar, siempre sin saber qué se va a encontrar. Escuchar para distinguir las voces de los maestros o las voces de los ecos. Sólo comprendemos lo que conocemos y para conocer es preciso saber y sólo se puede aprender aquello que se ama por lo que conocer es amar. Y aunque leer es un acto en solitario, nunca estamos solos cuando leemos. Incluso la lectura nos lleva a mundos más allá de los que la escritora o el escritor crean porque son los mundos que nosotros recreamos.
He encontrado, buscando pretextos para este texto que ofrezco a vuestra lectura, un adagio de origen escolástico: «Los libros hacen los labios». ¡Qué hermosura de frase! Los labios por donde se cuelan los susurros, las palabras, ¿qué seríamos sin ellas? ¿Y sin los libros? También buscando encontré este poema de Rubén Darío con el que me despido:
El libro es fuerza, es valor,
es poder, es alimento
y manantial del amor.
El libro es llama, es ardor,
es sublimidad, consuelo,
fuente de vigor y celo
que en sí condensa y encierra
lo que hay de grande en la tierra,
lo que hay de hermoso en el cielo.
El libro males destierra,
da al espíritu solaz
y demandando la paz
va destruyendo la guerra.
Él nos pinta en lontananza
albas de dulce bonanza
que nos llenan de consuelo
y nos muestra, allá en el cielo,
el iris de la esperanza.
[La voz de Alcalá, 2022]
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Exlibris de Miguel Romero Martínez
(Filólogo sevillano, 1888-1957)
Pienso, cuando releo algunos de estos textos que os escribo en mi pequeño recuadro mensual, que las palabras con las que los escribí pareciera que hubieran volado, no sé adónde. Están impresas en el papel de La Voz, con apariencia de fijeza, con su tinta ya seca y adherida a la superficie de la página… Precisamente por ello, pienso que en ellas confluyen nido y vuelo, aunque cuando vuelvo a mis palabras, las visito, no las encuentro, están volando, con sus alas y todo, haciendo piruetas en el aire o planeando, siguiendo los vientos hacia el horizonte. Sabido es que las palabras una vez escritas y, sobre todo, después de publicadas ya no pertenecen a la escritora que las eligió para expresar conceptos, pensamientos, historias, o reflexiones…, sino al lector. A ti mismo que lees estas palabras sobre la palabra.
Buscándolas en la lengua para conocer, me encuentro con la sabiduría que se incorpora al escribir por el que doy a conocer la sabiduría misma que me llega alojada en las palabras que descubro o reconozco. Sirven para guiar nuestros pasos por este mundo. Puedo llegar con ellas a París o a Roma. Si las tengo no hay lugar que no pueda acabar pisando. No sin sacrificio. Buscar y caminar, escalar o sumergirse, obliga a esforzarse, y con método. Las palabras nos lo enseñan todo. Nos sirven para engalanar el conocimiento y nos alejan de la lengua embustera, llena de falsas palabras, de maledicencia y de malvados que las llevan en sus bocas. Las de verdad se dejan dominar, son dúctiles, suaves, y llegan certeras al núcleo de la acción. Las palabras son el movimiento y están hechas de la materia de los astros. También son el tiempo, y están hechas con la materia de los milenios, como las montañas o las catedrales.
«En el principio» es el segundo poema de Pido la paz y la palabra de Blas de Otero (1916-1979), y lo traigo entero a colación:
Si he perdido la vida, el tiempo, todo
lo que tiré, como un anillo, al agua,
si he perdido la voz en la maleza,
me queda la palabra.
Si he sufrido la sed, el hambre, todo
lo que era mío y resultó ser nada,
si he segado las sombras en silencio,
me queda la palabra.
Si abrí los labios para ver el rostro
puro y terrible de mi patria,
si abrí los labios hasta desgarrármelos,
me queda la palabra.
[La voz de Alcalá, 2021]
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