AFAR  O EL AFÁN POR LOS POBRES, POR LOS QUE SUFREN. María del Águila Barrios

 
 
 

Plaza de Toros de la Maestranza

[Foto: LGV, Sevilla 2003]

 
 
 

Al sacerdote D. Manuel Ángel Cano

 
 
 

Alguien dijo una vez una verdad: hay dos tipos de personas, las que sufren y las que van a sufrir. Esta es una distinción irrefutable, lo es desde siempre y mientras haya vida humana sobre la tierra el sufrimiento estará entre nosotros presidiendo una gran parte de nuestra existencia. El sufrimiento es lo que nos trae la pobreza. En AFAR se afanan por los pobres, por los que sufren, a los que se entregan con todas sus fuerzas en todos sus actos. Con ardor, con amor, emprenden éstos fervorosamente porque los pobres necesitan ser saciados ahora. No mañana, sino hoy mismo. Saben actuar con la urgencia que supone siempre que cuando alguien cae necesita de una mano amiga que le ayude a levantarse. A los derrotados que la vida va dejando en los campos de las batallas del existir acoge AFAR con afán. AFAR es la esperanza de los vencidos, una conquista de los que lo perdieron todo, cuando ya no esperaban que el corazón humano latiera también para ellos.

   No es un trabajo cualquiera. No. Es del tipo de los muy enredados, del que tiene que enfrentar situaciones muy difíciles. No es cualquiera la tarea de sus retos. En múltiples ocupaciones se multiplican con apuro para una obra, la de AFAR, que sólo ha podido desarrollarse porque es una obra inspirada por Dios. Si no es así, pienso, no se explica AFAR. Ese Dios de los pobres, de cualquiera, que vela para cuidarnos a todos, pues todos  necesitamos de la caridad.

   Aprendamos del afán de AFAR para que no nos pase como al gran Lope de Vega (1562-1635) cuando en su esencial soneto confiesa dolorosamente no haber abierto su casa a quien entrañablemente tocó sus aldabones, porque venía para entregarle todo su amor e implorárselo, y no lo acogió, pues no quiso o no supo que aquel mendigo llamaba a su puerta para salvarlo. El poeta se lamenta sin consuelo y nos advierte que no seamos como él, y franqueemos nuestra alma a la «hermosura soberana».

 
 
 

¿Qué tengo yo, que mi amistad procuras?

¿Qué interés se te sigue, Jesús mío,

que a mi puerta cubierto de rocío

pasas las noches del invierno escuras?

 

   ¡Oh cuánto fueron mis entrañas duras,

pues no te abrí! ¡Qué extraño desvarío,

si de mi ingratitud el hielo frío

secó las llagas de tus plantas puras!

 

¡Cuántas veces el Ángel me decía:

«Alma, asómate agora a la ventana,

verás con cuánto amor llamar porfía»!

 

   ¡Y cuántas, hermosura soberana,

«Mañana le abriremos», respondía,

para lo mismo responder mañana!

 
 
 

[La voz de Alcalá, 2021]

 
 
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