Soy como esa isla que ignorada,
late acunada por árboles jugosos,
en el centro de un mar
que no me entiende,
rodeada de nada,
—sola sólo—.
Hay aves en mi isla relucientes,
y pintadas por ángeles pintores,
hay fieras que me miran dulcemente,
y venenosas flores.
Hay arroyos poetas
y voces interiores
de volcanes dormidos.
Quizá haya algún tesoro
muy dentro de mi entraña.
¡Quién sabe si yo tengo
diamante en mi montaña,
o tan sólo un pequeño
pedazo de carbón!
Los árboles del bosque de mi isla,
sois vosotros mis versos.
¡Qué bien sonáis a veces
si el gran músico viento
os toca cuando viene el mar que me rodea!
A esta isla que soy, si alguien llega,
que se encuentre con algo, es mi deseo;
—manantiales de versos encendidos
y cascadas de paz es lo que tengo—.
Un nombre que me sube por el alma
y no quiere que llore mis secretos;
y soy tierra feliz —que tengo el arte
de ser dichosa y pobre al mismo tiempo—.
Para mí es un placer ser ignorada,
isla ignorada del océano eterno.
En el centro del mundo sin un libro
sé todo, porque vino un mensajero
y me dejó una cruz para la vida
—para la muerte me dejó un misterio—.
JESÚS, MARÍA Y JOSÉ
Jesús, María, y José
estaban junto al pesebre.
El niño tenía frío.
María tenía fiebre.
Al Niño Jesús Bendito,
le entretiene un angelito.
Se arremolina la gente,
Vienen los Reyes de Oriente.
Se acercan los mensajeros.
El Niño hace pucheros.
No le gusta el oro fino,
prefiere pañal de lino.
Los pastores van en moto,
y se arma un alboroto,
las ovejas asustadas,
corren hacia las majadas.
Los pastores dan al Niño
bollos y queso, y cariño.
José, María, y Jesús,
nos dan vida y nos dan luz.
LA PATA METE LA PATA
La pata desplumada, cua, cua, cua,
como es patosa, cua, cua, cua,
ha metido la pata, cua, cua, cua,
en una poza. ¡Grua!, ¡grua!, ¡grua!
En la poza había un cerdito vivito y guarreando,
con el barro de la poza, el cerdito jugando.
El cerdito le dijo: saca la pata, pata hermosa.
Y la pata patera le dio una rosa.
Por la granja pasean comiendo higos. ¡El cerdito y la pata se han hecho amigos!
Que estás en la tierra Padre nuestro,
que te siento en la púa del pino,
en el torso azul del obrero,
en la niña que borda curvada
la espalda mezclando el hilo en el dedo.
Padre nuestro que estás en la tierra,
en el surco,
en el huerto,
en la mina,
en el puerto,
en el cine,
en el vino,
en la casa del médico.
Padre nuestro que estás en la tierra,
donde tienes tu gloria y tu infierno
y tu limbo que está en los cafés
donde los burgueses beben su refresco.
Padre nuestro que estás en la escuela de gratis,
y en el verdulero,
y en el que pasa hambre,
y en el poeta, —¡nunca en el usurero!—
Padre nuestro que estás en la tierra,
en un banco del Prado leyendo,
eres ese Viejo que da migas de pan a los pájaros del paseo.
Padre nuestro que estás en la tierra,
en el cigarro, en el beso,
en la espiga, en el pecho
de todos los que son buenos.
Padre que habitas en cualquier sitio.
Dios que penetras en cualquier hueco,
tú que quitas la angustia, que estás en la tierra,
Padre nuestro que sí que te vemos,
los que luego te hemos de ver,
donde sea, o ahí en el cielo.
[Obras incompletas.
Editorial Ediciones Cátedra, S.A.
Madrid 1980.
Págs. 47 y 48]
NIÑOS DE SOMALIA
Yo como
Tú comes
Él come
Nosotros comemos
Vosotros coméis
¡Ellos no!
[1996]
LA SIRENITA QUE QUISO IR AL “COLE”
La sirenita saltando por la arena,
llegó a la escuela de la playa.
Niños, libros, mapas y pizarras.
La sirenita apoyó su cara en el cristal,
la maestra la invitó a pasar.
La sirenita asustada voló hacia el mar, sola,
y se escondió en la ola.
Con algas y con algo,
se hizo un vestido largo largo
—para que le tapara la cola
y los pies que nos tenía—.
Saltando por la arena,
tocando dos conchas castañuelas,
la sirenita entró en la escuela.
—La “nueva” anda muy rara
—dijeron sus compañeras—.
Cuando te nombran,
me roban un poquito de tu nombre;
parece mentira,
que media docena de letras digan tanto.
Mi locura sería deshacer las murallas con tu nombre,
iría pintando todas las paredes,
no quedaría un pozo
sin que yo me asomara
para decir tu nombre,
ni montaña de piedra
donde yo no gritara
enseñándole al eco
tus seis letras distintas.
Mi locura sería,
enseñar a las aves a cantarlo,
enseñar a los peces a beberlo,
enseñar a los hombres que no hay nada
como volverse loco y repetir tu nombre.
Mi locura sería olvidarme de todo,
de las 22 letras restantes, de los números,
de los libros leídos, de los versos creados.
Saludar con tu nombre.
Pedir pan con tu nombre.
—Siempre dice lo mismo—, dirían a mi paso,
y yo, tan orgullosa, tan feliz, tan campante.
Y me iré al otro mundo con tu nombre en la boca,
a todas las preguntas responderé tu nombre
—los jueces y los santos no van a entender nada—
Dios me condenaría a decirlo sin parar para siempre.
[Obras incompletas.
Págs. 187 y 188]
En vespa cargada de libros para repartir entre los niños
de los pueblos de Madrid
(años 40)
A MODO DE MANIFIESTO CON FUNDAMENTO EN LA OBRA DE LA POETA GLORIA FUERTES
Por Lauro Gandul Verdún
(Junio de 2017)
Ahora sí encontramos las librerías llenas de títulos de nuestra autora. Aunque casi siempre sólo aquella parte —importante, por supuesto— de su literatura incardinable en la llamada literatura infantil o para niños. No es mucho lo que tenemos de Gloria Fuertes (1917-1998) en nuestras bibliotecas. Lo decimos por nosotros mismos: en los anaqueles de nuestras estanterías es insólito encontrar un número suficiente de libros, de los muchos que dejó escritos, a la altura literaria de una autora como ella cuya obra poética constituye una de las más importantes del siglo XX español. Y esa ignorancia de su verdadera significación literaria choca con el amplio ámbito en el que la protagonista es precisamente Gloria Fuertes en el imaginario de los españoles de los últimos cincuenta años: ¿quién no sabe tararear en el recuerdo la melodía de Un globo, dos globos, tres globos?, ¿quién ha olvidado a aquella oronda señora, de pelo corto y canosa, feota pero con una franca y cordial sonrisa perennemente en su ancha cara de cuya boca salía una voz grave y algo rota, y a la que veíamos frecuentemente en la televisión en blanco y negro, o en color, de los años setenta y ochenta?
Pero hemos tenido la suerte de que una antología o compilación de sus libros de poesía haya caído en nuestras manos. Un solo libro, aunque con la fortuna de comprobar que quizá sea su obra mayor. Tenemos su libro, titulado Obras incompletas en una edición de la propia autora, que era la sexta que Ediciones Cátedra, S.A. de Madrid publicaba, siendo ésta en 1980 y que es a la que se corresponde nuestro ejemplar del libro. Gloria Fuertes es autora de la selección de sus textos y del prólogo que titula «Medio siglo de poesía de Gloria Fuertes o vida de mi obra». De éste vamos a extraer tres fragmentos:
«En los primeros años de nuestra postguerra, al palparnos vivos a pesar y todavía, necesitábamos gritar —como todo superviviente— que estábamos aquí, que nos llamábamos así, que sentíamos de aquella manera. Por aquel entonces, sin ponernos de acuerdo, Blas de Otero, Celaya, Hierro, Alcántara —y tantos nombres que añadirán a esta relación los estudiosos—, escribíamos poemas declarando incluso nuestra filiación, dirección y profesión para llamar la atención a los transeúntes que luego iban o no a pasear por nuestras páginas.»
«Fui surrealista, sin haber leído a ningún surrealista; después, aposta, «postista» —la única mujer que pertenecía al efímero grupo de Carlos Edmundo de Ory, Chicharro y Sernesi. La postista que irremediablemente iba para modista, modista de un importante taller (mi madre se encargó de ello), modista o niñera, se reveló por primera vez; yo no quería servir a nadie, si acaso a todos.»
«El primer poeta que conocí, fue en vivo, no en libro, y era Gabriel Celaya —debido a que me pisó el Premio Fémina de Poesía—. Gabriel y yo fuimos finalistas, yo quedé segundona. Celaya, en 1934 (¿), era alto y rubio como la cerveza, parecía un príncipe —lo que son las cosas…»
Con estas coordenadas se nos antoja una breve investigación. Sabemos que los cordobeses de Cántico dieron páginas en sus Hojas de poesía a los poetas de España, y del resto del mundo, mientras estuvo viva la revista desde 1947 a 1957. Buscamos en todos sus números y, si bien comprobamos que a Otero (1916-1979), Celaya (1911-1991) y Ory (1923-2010) sí se les publicaron poemas en Cántico, ninguno se publica de Gloria Fuertes durante los diez años de existencia de aquella excelsa revista de poesía.
De Ínsula, Revista Bibliográfica de Ciencias y Letras, fundada en Madrid en 1946 y que continúa viva, hemos consultado un poco al azar diez años, desde 1982 a 1992, un período de tiempo lo suficientemente largo como para que nuestra autora pudiera ser leída en alguna de sus páginas. Nos hemos puesto a buscar. De 1982 a 1988 nada. Al encontrar en los números 510 y 511 de 1989 sendos espacios especiales dedicados al postismo en la sección que la revista titula «El estado de la cuestión», supusimos que íbamos a encontrar textos de Gloria Fuertes, o al menos alguna referencia. Nada de nada. Como si no existiera. Hemos sabido que hay un número de la revista de 1969 donde José Luis Cano, uno de los principales responsables de Ínsula, dedica un artículo a la poeta de Madrid, a cuyo texto no hemos tenido acceso. No sólo es ignorada completamente cuando se trata del postismo, sino que tampoco existe en los ensayos sobre las generaciones de posguerra, ni en los que tratan la obra de los autores de la poesía arraigada ni en los que se ocupan de los poetas del desarraigo, ni cuando se ocupan del movimiento de la poesía social, o sobre la generación del medio siglo.
No obstante, ella sí está con los poetas mencionados y con los movimientos aludidos. Y si se predica que para el grupo de los postistas ya existía una tradición española en la literatura de Valle-Inclán o de Ramón Gómez de la Serna, o en las viñetas de La codorniz, en el dadaísmo de Tristán Tzara, o en el surrealismo, o en el teatro del absurdo. En la poesía de Gloria Fuertes logra alto vuelo la greguería ramoniana en cordial y amorosa bandada. Onomatopeyas, aliteraciones, dobles sentidos, ambigüedades… Ciertamente una parte importante de la obra de nuestra autora encaja en esa tradición que además bebe de la popular en sentido estricto y que se anuda a las vanguardias, tan característica de la poesía del siglo XX (Lorca, Alberti, p.e.), y que sirve también para comprender con otras lecturas la importante parte de su obra más conocida dentro de la literatura infantil o para niños. Esas otras lecturas como poeta neorrealista, o surrealista, o postista, o poeta social, o del socialismo cristiano, o sencillamente cristiana, tantas veces, debería ensombrecer la etiqueta infantil. Fácilmente se comprueba que el adjetivo en este caso, no da vida, sino que mata (aunque sea muy útil para los mercadotécnicos e incluso a ella hubo de haberle reportado justos haberes), y que nos lleva a que su poesía infantil sea sencillamente poesía.
Poesía transgresora la escrita por Gloria Fuertes, poesía de lo pequeño, reiteración de lo vital, lo cotidiano, lo divino, lo reivindicativo… Si bien, dentro de los postistas tal vez fuera la que menos se dedicó a los juegos de palabras sólo por jugar. Esta actitud estética supone un conjunto de recursos formales cuyo fin precisamente es acoger en sus poemas una vocación transformativa de la realidad social. Así se hace vocera en su poesía del dolor que le provocaban los débiles, los niños indefensos, los mendigos, los hambrientos, los parados, los mineros, y tantos de los que nadie se acuerda. Fue por tanto una auténtica poeta del movimiento que se denominó de la poesía social. Poesía social de la auténtica, de aquella escrita para «la inmensa mayoría» como la que quiso escribir Blas de Otero. Una poesía para nada pura, ni minoritaria. Una poesía como aquella a la que Gabriel Celaya aspiraba cuando proclamaba que «la poesía no es un fin en sí, sino un instrumento para transformar el mundo.» A Gloria Fuertes lo que le interesó de la literatura era la emoción de sus contenidos, su potencia comunicativa, los recursos que en ella estaban para reflejar la situación y circunstancia del hombre del tiempo en que le tocó vivir. E incluso no dudó en escribir padrenuestros y oraciones por los pobres de este mundo.
LA POBRE CABRA
(Homenaje a Gloria Fuertes)
Por José Antonio Francés
La cabra no es que esté como una cabra
es sólo que confunde las palabras.
En vez de ropa se puso la sopa,
en vez de capa se puso la copa.
La pobre con las letras se hace un lío,
por eso a veces no dice ni pío.
A la pobre jaca la llamó vaca,
¡y eso que la jaca estaba muy flaca!
En vez de una tila se hizo una tela,
y se quitó una suela y no la muela.
Pobrecilla, no tiene mucho tino
pues se durmió en el vino y no el pino…
Pino, pena, pana, rana, ¡atenta…!
Cambias una letra y cambia la cuenta.
¡Menudo lío se forma la cabra!
Uf… ¡Se parecen tanto las palabras!
Y se parecen tanto, tinto y tonto
que la cabra se confunde muy pronto.
Y se parecen tanto, tonto y tinto
que hablar es andar por un laberinto.
Nata, gata, rata, bata, ¡qué lata!
¡Cuando abre la boca, mete la pata!
Nota, gota, rota, bota… ¡Atiende…!
¡Cambias una letra y nadie te entiende!
…………JOSÉ ANTONIO FRANCÉS: «Las buenas novelas juveniles, como las de Michael Ende, en el fondo se dirigen a un lector ingenuo, en el buen sentido de la palabra, es decir, a una persona que aún se deja fascinar por el poder de la imaginación y de la aventura.»
…………MANUEL DOMÍNGUEZ GUERRA: «Quería reflejar el conflicto de cada personaje en dibujos muy cuidados, donde lo principal fuese la expresión de las emociones que transmiten. No quería hacer un relato fotográfico de la novela, sino aportar mi punto de vista y sugerir ambientes y emociones que ayuden a comprender la novela.»