«¡QUÉ LINDO, CHAMACOS!» Por Joaquín de Grado
La conversión de San Pablo en el camino a Damasco
Michelangelo Merisi da Caravaggio
1571-1610
Cuentan que Pablo de Tarso iba un día tan tranquilo a perseguir cristianos cuando de pronto se cayó del caballo. Fue tal el jardazo que, al momento, empezó a ver cosas raras, cada vez más raras, hasta que se convenció de que lo que hacía no estaba bien y tenía que pasarse al campo de sus hasta entonces enemigos. Un ejemplo histórico de jardazo productivo. (No recuerdo ahora si esto se lo oí alguna vez a Gila). Viene esto a cuento porque a Antonio Gutiérrez Limones le han dado el Premio Nacional «Pablo de Tarso», que por lo visto concede cada año una entidad mejicana a una o dos decenas de los mejores alcaldes de España y Jerez. Cuando oí esto del premio mejicano con nombre de apóstol añadido no me enteré bien, y me figuré que la premiada era Laura Ballesteros, por aquello de ver las cosas tan distintas según se esté encima del caballo o en suelo. Pero no podía ser, porque esta elegante dama, tras un ratito de desconcierto, de un brinco retomó el caballo y se rehizo completamente en sus prácticas (perseguir cristianos no es una de ellas, no se confundan).
Lo del premio no se le habría ocurrido ni a Rafael Azcona. Ni, allí, al propio Cantinflas. Una institución mejicana «juzgando» y premiando a alcaldes españoles. Claro, son los propios alcaldes los que se «postulan» y cantan sus excelencias («¡Cuate, el premio a mí!»). Excelencias que, al menos en el caso de Limones, son mentiras tan enormes como ballenas blancas. Un premio con menos crédito que una pistola de agua. Más oscuro que el crimen de Los Galindos. Y con menos categoría que un huevo duro, digo huero.
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