DEMÉTER Y KORE. Por José Manuel Colubi Falcó
München
1545- 1592
«Todos los hombres tienden por naturaleza a saber», dice Aristóteles en su Metafísica. Desde que el mundo es mundo, el hombre busca explicación a los fenómenos naturales, y el mito, cuyos protagonistas son dioses y héroes, le da la primera, aclarando cómo aquél llegó a ser, cómo impera en él un cosmos, un orden inexorable, que acabará por legarle, en la tradición, su nombre, que será también el de la belleza. Así hasta que, en Mileto, Tales introduce la razón en la investigación de la naturaleza.
Los mitos son nuestros primeros cuentos. Y como la primavera llega, bueno será recordar uno, viejo y hermoso, fuente de inspiración para artistas del cincel, del pincel y de la pluma: el de Deméter y Kore.
Damáter, Deméter, «Tierra Madre», es la diosa de la agricultura, de la tierra fértil, llamada por los romanos Ceres, quien con sus dones, los cereales, nutre a los humanos y permite que los olímpicos reciban de éstos los honores debidos. Es la primera que remueve la gleba con el corvo arado, la primera que da a las tierras frutos y alimentos en sazón, la primera legisladora. Y madre también de «la niña», de Kore, Perséfone, la Proserpina romana, indisolublemente unidas ambas, «las dos diosas» por la historia del rapto de Proserpina: jugaba la niña con sus amigas en los prados de Enna, en Sicilia, cuando la tierra se abre y su tío, Plutón, herido por el dardo de Eros, la rapta, llevándola a los Infiernos –él es su rey, y ella será la reina- en un carro tirado por negros caballos. Inútil el grito de Kore…
Deméter, enloquecida, recorre el mundo, preguntando acá y allá por su hija, hasta que el sol, «omnividente», le da razón del rapto y del raptor. Airada, no vuelve al Olimpo y, sentada en la piedra «sin risa», resuelve, vengativa, negar fertilidad a la tierra: no germinan las simientes, los bueyes tiran en vano de los corvos arados, el calor agosta las plantas o las malogra la lluvia, los pájaros comen las semillas sembradas… Alterado el orden, Zeus, propicia un acuerdo: la niña no puede volver para siempre con su madre –comió unos granos de granada en la mansión infernal y el Hado impide el regreso-, pero sí repartir el año entre Plutón, su marido, y Deméter. Y ésta sonríe, es feliz, cuando en primavera su hija abandona aquel reino sombrío y sube para vivir con ella hasta que llegue la estación de la siembra, la hora en que ha de regresar al Infierno, llenando de tristeza a la Tierra Madre, a Damáter.
Mito del ciclo de las estaciones, de la germinación, Proserpina, la semilla, baja a las profundidades, para renacer, cada año, en primavera.