JEAN RIEN Y LOS DOS FABRIZIO (PARTE SEGUNDA). Por Rafael Rodríguez González

Duda y decisión de Andrés Asido

 Andrés, ya lo he dicho, había quedado confuso tras leer la carta. Le ocurría lo que a cualquier persona con sentido del deber en circunstancias parecidas: no podía permanecer, una vez conocido el contenido de la carta, como si la cosa no fuese con él. Andrés tenía claro que el Fabrizio Cobertori que había conocido no se correspondía, ni poco ni mucho, con la figura que aparecía en la carta del francés. Andrés no había observado, a lo largo de tantos años, ningún signo de que el italiano estuviera ocultándose. Además, al Fabrizio que por más de dos décadas residió en Alcalá no se le había conocido ninguna veleidad intelectual o literaria, aunque ciertamente contase con antecedentes familiares en ese terreno (1). Era evidente que no se trataba de la misma persona. ¿Que nombre y apellidos coincidían? Pues no sería más que eso, una simple coincidencia. Andrés sabía de un célebre médico sevillano, Delio del Carril Iraeta, cuyo nombre y dos apellidos eran exactamente iguales que los de un tabernero santanderino afincado en Alcalá, más conocido como «el Mangurrino». Incluso pensó Andrés que en la Gran Bota los apellidos Cobertori e Ilmanta pudieran ser tan corrientes como aquí, los García, Rodríguez, Pérez o Jiménez.

            ¿Qué hacer? ¿Devolver el paquete a Jean Rien, explicándole el motivo de haberlo abierto y exponiéndole al francés que el Fabrizio que había estado en Alcalá, no dos años ni cuatro, sino veinte, no podía ser el mismo a quien el señor Rien había dirigido su carta? Algunos de ustedes recordarán que en «Un italiano en la corte de Joaquín el de la Paula» se advertía de que no había que confundir al Fabrizio «alcalareño» con el autor piamontino. Pero, como es evidente, en esos momentos era imposible que Andrés Asido conociera esa duplicidad onomástica, al menos con total certeza.

            Por fin se decidió Asido. Escribió a Jean Rien de Colombey-les-Deux-Églises relatándole lo sucedido, disculpándose y, además, rogándole que los dos libros quedasen en su poder. Andrés esperaba que, una vez traducidos por Traster de Forniqué y Pons, podría admirarlos. Aún se conservan esos dos ejemplares, así como las traducciones realizadas por el profesor. Lo doné todo al Archivo Histórico Municipal de Sevilla, en 1990.

            Aun estando seguro de poder contar con la ayuda de su amigo el profesor para redactar la carta en francés o en italiano, Andrés optó por escribirla en español, porque, pensó, si el intelectual francés conocía el italiano a la perfección, ¿cómo no iba a estar al menos familiarizado con el idioma común de los españoles? Andrés supo después, gracias a la correspondencia que mantuvo con el francés, que Jean Rien dominaba, además de la lengua de Pasteur, la de Dante y la de Ramón y Cajal, la de Eça de Queiroz, la de Mihai Eminescu, la de Pávolv, la de Darwin, la de Ibsen, la de Andersen, la de Palme, la de Fuerbeach, el griego moderno y el antiguo, por supuesto el árabe y ni que decir tiene que el latín, además de manejar bien el letón y el suhajili.

            Y de esa primera carta de Andrés Asido nació una correspondencia gracias a la cual hemos sabido cosas interesantes del Cobertori Ilmanta que nunca estuvo en Alcalá, y también del que estuvo.

 

Algunas cosas más sobre Asido

 Casi todo lo que sé de Andrés Asido me fue transmitido por una de mis abuelas, cuyo padre, uno de mis cuatro bisabuelos, era amigo del funcionario. Transmisión oral, que es lo más precioso que puede llegar a un nieto, pero también documental, porque fue por esa vía como llegó a mi poder casi toda la correspondencia de Asido que pudo conservarse. (Siempre realizaba copia de sus cartas y guardaba con mucho cuidado las recibidas. Más adelante veremos una de las suyas).

            Por esa mi abuela supe que Asido poseía la que estoy seguro ha sido la colección más extraordinaria que se haya podido conocer en todo el Occidente, al menos en los tiempos modernos. Desde que existen los décimos de lotería siempre ha habido quienes los coleccionen. Asido lo hacía, pero con la particularidad más sorprendente que quepa imaginar: sólo coleccionaba décimos premiados. Naturalmente, su colección era bien exigua, ya que, como no podía ser de otra manera, los décimos que reunía procedían exclusivamente de los adquiridos por él mismo. Pocas personas conocían esta singularísima afición de Asido. A lo sumo, ese mi bisabuelo, que era el administrador de loterías, un hermano de Andrés y dos amigos más: Fernando Torres Ríos, el mejor artesano zapatero de que se tiene memoria, y Antonio Conde Jiménez, un pequeño propietario de tierras que sólo echaba cuenta de estar siempre con sus amigos. Ni Carmela, la mujer de Asido, conocía el hecho. No se pudo llegar a saber si, de haberle tocado el gordo, el décimo agraciado hubiera engrosado la colección. Yo creo que sí, porque Andrés era en todo fiel a sí mismo.

            La cojera de Andrés era otro de los factores de su nombradía. No es que no hubiera más cojos en Alcalá en aquella época; bien al contrario, el porcentaje de cojos sobre la población total era entonces casi treinta veces superior al actual. Andrés quedó cojo cuando, al desprenderse unos sacos de cien kilos del carro del padre de los hermanos Bolero, esos que algunos llegamos a conocer ya viejos pero aún en activo, cayó uno de ellos sobre el muchacho, que en esos momentos corría a cumplir el encargo de su madre: «Anda, lleva estos zapatos a gobernar». Desde aquel momento se le conoció en el pueblo como «El cojo Asido». El remoquete daba para algunas bromas, desde luego. Si ocurría algo extraño o que llamara la atención no faltaba el ocurrente que dijera: «¿Habrá sido el cojo Asido?», o «el cojo ha sido», aprovechando que la ortografía raramente se pronuncia. Pero, por regla general, cuando se le nombraba, fuese por su nombre o por su nombrada cojera, se hacía con sumo aprecio y respeto.

            Quede también constancia de que Andrés incursionó brillantemente en el campo de la Física. Aunque no pudo lograr una aplicación práctica, debido sobre todo a la falta de contactos oportunos, su teoría sobre el desarrollo sobredescendiente de la motricidad feneléctrica bien merecería ser recuperada.

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 1. Andrés supo por el propio Fabrizio que un primo de su madre, Luigi Piradero, había sido un afamado y prolífico autor de comedias burlescas. Encuentros en tercera clase, El celoso en llamas, Casi blanca, El ladrón de calderetas, El silencio de los carteros, El doctor vago, El tesoro de mala madre, La guerra de las lacias y muchas otras fueron muy celebradas en su tiempo.

 

 

JEAN RIEN Y LOS DOS FABRIZIO (PARTE TERCERA). Por Rafael Rodríguez González

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  3. […] postrado en cama aquejado de la enfermedad que se lo llevó antes de cumplir los nueve años, su tío le dirigió varias cartas. La que sigue es una de las que cuya copia (Asido las hacía, como… pudo conservar mi […]

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