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UN PULSO A ESPAÑA (SILVELA, MALLADA, MAEZTU Y AZAÑA). De la serie «APUNTES HISTÓRICOS PARA LA INTERINIDAD POLÍTICA ESPAÑOLA» (V). Por Pablo Romero Gabella

 
 
 

Francisco Silvela y de Le Vielleuze 
(1845-1905)

 
 
 

Siete de enero del año 2020. La interinidad política española ha terminado y con ella estos Apuntes. El sanchismo deja de ser interinidad para pasar a un estadio superior: Gobierno de coalición  PSOE-Unidas Podemos, pero con la espada damocliana que empuña el independentismo vasco-catalán. En este contexto de transfiguración del Monte Tabor por parte del sanchismo progresista-redentor, apareció en el ABC de Sevilla un artículo del Catedrático emérito de Literatura española Rogelio Reyes titulado «Una lección de Historia: el pulso del país» (5 de enero de 2020). En él se refiere al famoso artículo titulado «España sin pulso» escrito por el político conservador Francisco Silvela en el periódico El Tiempo el 16 de agosto de 1898; a esta referencia histórica une la literaria representada por El árbol de la ciencia de Pío Baroja, a la que dedica más atención y de la que extrae varias citas muy pertinentes. Esta es la excusa que me hace volver al texto original de Silvela, al que ya hemos citado en un anterior Apunte histórico[1], para extraer de este texto de un tiempo pasado analogías con el nuestro.

   Francisco Silvela y de Le Vielleuze (1845-1905) fue un político liberal conservador que fue dos veces, por breve tiempo, Presidente del Consejo de Ministros durante la Regencia de María Cristina y los primeros años del reinado de Alfonso XIII.  También sería varias veces ministro de varias carteras, como era común en aquellos años. Le tocó vivir un tiempo muy convulso de nuestra historia marcado por el Desastre del 98, cuyas consecuencias políticas sobrellevó como heredero de Cánovas del Castillo, asesinado por un anarquista en 1897. Aunque político, era también un hombre de ideas, un intelectual podríamos decir, que intentó, a su manera, regenerar el sistema de la Restauración desde dentro. Obviamente fracasó en su empeño y esto le hizo abandonar tempranamente la política en 1903 cuando tenía 48 años. Un hito en su preocupación regeneracionista fue el citado artículo, escrito cuatro días después de la firma del armisticio entre España y EEUU que ponía fin a la Segunda Guerra de Cuba (1895-1898). Silvela escribía bajo la decepción de la derrota y a la vez bajo el estupor de la indiferencia del pueblo español.

   Comenzaba su artículo con una cita bíblica, en concreto el Salmo IV de Isaías: «Varones Ilustres, ¿hasta cuándo seréis de corazón duro? ¿Por qué amáis la vanidad y vais tras la mentira?». El autor continúa con su deseo: «quisiéramos oír esas o parecidas palabras brotando de los labios del pueblo; pero no se oye nada».

   Ante las mentiras del Gobierno de Sagasta y con la anuencia de ambos partidos dinásticos (no fue el caso del PSOE y del republicanismo pimargallista) se fue a una guerra que se sabía perdida y que sólo la sufrieron, hermanados en la desgracia, los hijos de las clases populares y los militares con honra. El resto del país seguía a lo suyo, a sus verbenas, a sus corridas de toros, a sus bares, a su terruño. Mientras, la anomia del pueblo hacía que la mentira gubernamental campara a sus anchas. Ante eso se rebelaba Silvela:

   «Hay que dejar la mentira y desposarse con la verdad; hay que abandonar las vanidades y sujetarse a la realidad, reconstituyendo todos los organismos de la vida nacional sobre los cimentos, modestos, pero firmes, que nuestros medios nos consienten, no sobre las formas huecas de un convencionalismo que, como a nadie engaña, a todos desalienta y burla»

   Las consecuencias, para Silvela, de esta indiferencia del pueblo ante lo que se cocía en las altas instancias era grave:

   «El efecto inevitable del menosprecio de un país respecto de su Poder central es el mismo que en todos los cuerpos vivos produce la anemia y la decadencia cerebral: primero, la atonía, y después, la disgregación y la muerte (…) la misma corrupción y endeblez del avance de las extremidades a los organismos más nobles y preciosos del tronco, y ello vendrá sin remedio si no se reconstituye y dignifica la acción del Estado».

 
 
 

Lucas Mallada y Pueyo
(1841-1921)

 
 
 

   La analogía con la enfermedad es un tema recurrente en la literatura del 98; España como un cuerpo enfermo que no quiere o que no sabe curarse y que marcha a su degeneración o a su muerte como nación. Años antes, en 1890, esta idea la expuso el ingeniero de caminos Lucas Mallada (1841-1921) en su obra Los males de la patria y la futura revolución española.

   Mallada, de ideas republicanas  al igual que su paisano Joaquín Costa, se refería casi en los mismos términos que el político monárquico. Así, hablaba de la “masa inerte” que formaba el conjunto de la sociedad española que se dejaba manejar por los chalaneos de políticos indignos:

   «¿No podemos afirmar, que puede estar seguro el país que los políticos españoles han perdido completamente el buen sentido, el sano juicio y la conciencia de la dignidad y del decoro que sus cargos les imponen? ¿Se divertirían de esa manera en un país más inteligente y más enérgico?»

   Mallada observaba que la política española había degenerado de tal manera que los políticos cambiaban sin pudor ni vergüenza sus convicciones, solo buscando el cargo y sus prebendas. De tal forma decía que:

   «(…) en política a nadie se llama traidor, pues generalmente más traidor sería quien se lo llamase, y de ningún modo maravillan ni sorprenden los equilibrios de titiritero de muchos personajes políticos (…) Muy decadente debe encontrarse un país que concede respetabilidad y decoro a tales hombres, que mal pueden encubrir tanta vanidad y tanta codicia con la gasa sutil y transparente de tantas veleidades».[2]

   Esta situación casa con la que años después expresaría Silvela, que al final de su artículo lanzaba su advertencia para el futuro:

   «Si pronto no se cambia radicalmente de rumbo, el riesgo es infinitamente mayor, por lo mismo que es más hondo y de remedio imposible, si se acude tarde; el riesgo es el total quebranto de los vínculos nacionales y la condenación por nosotros mismos de nuestro destino como pueblo europeo…»

 
 
 

Ramiro de Maeztu y Whitney
(1874-1936)

 
 
 

   Algunos le llamarían seguramente apocalíptico o antipatriota, pero la advertencia era clara, había que fortalecer los vínculos nacionales, hacer posible que gobernantes y gobernados aceptaran la realidad y partiendo de ella intentaran reorientar la situación de la nación.  Pero en el 98 y en la actualidad esta idea se veía lastrada por la fuerza de las banderías políticas, por la aceptación borreguil de los dictados de los respectivos jefes de las mesnadas. En ese mismo año en el que Silvela escribía lo anteriormente expuesto, otro intelectual, Ramiro de Maeztu (1875-1936) hacía referencia a este punto: al partidismo irracional pero que era buscado interesadamente por las élites políticas[3]. Para él, tras el Desastre del 98 :

   «Aquí y allá álzanse grandes grupos de gentes que levantan los puntos y se miran con aire sombrío. Los de la izquierda exclaman: “¡Esos oscurantistas!»; replican los de la derecha: “¡Esos liberales!»

   Es interesante resaltar la paradoja española de  que dentro de la general indiferencia de la sociedad haya grupos ideologizados que se acusan mutuamente de ser los causantes de los males de la nación (o naciones). Esto ocurría entonces, en el 98, y ocurre, por desgracia, en nuestros días. Aunque los epítetos cambien la esencia es la misma.

   Pero Maeztu no pierde la esperanza y afirmaba que había «un grupo diminuto, entre la multitud que vocifera, tiende las manos en símbolo de paz y dice con su actitud:

«No es hora de disputas, sino de dolorosa contrición. ¡Paz para todos! Pensemos, estudiemos, trabajemos unidos y constantes. Ésa es la redención…»

   Y Maeztu se pregunta:

«¿Se impondrá este grupo diminuto a la multitud exasperada? Si triunfan fatalmente en la historia los principios de vida sobre los de la muerte, la victoria de esos pocos no es dudosa».

 
 
 

Manuel Azaña Díaz
(1880-1940)

 
 
 

   Hoy, en enero de 2020, cuando acaba una interinidad política y comienza algo nuevo, más que nunca quiero creer en que al final, desmontadas y demostradas las mentiras de unos y de otros, podamos decir lo mismo que Manuel Azaña (por cierto citado en el último debate de la investidura de Sánchez) expresó en Barcelona el 18 de julio de 1938:

   «A pesar de cuanto se hace para destruirla, España subsiste. España no está dividida en dos zonas delimitadas por la línea de fuego. Donde haya un pensamiento español, que se angustia pensando en el país, allí hay una voluntad que entra en cuenta.»[4]

 
 
 [1] https://revistacarmina.es/?p=41773

[2] El subrayado es mío.

[3] El sí a la vida en España y Europa, Madrid, 1959.

[4] El subrayado vuelve a ser mío.

 
 
 

GENEAOLOGÍA DEL SER PROGRESISTA ESPAÑOL. De la serie «APUNTES HISTÓRICOS PARA LA INTERINIDAD POLÍTICA ESPAÑOLA» (IV). Por Pablo Romero Gabella

 
 
 
el abrazo (Foto Cañas)

El abrazo de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias
[Foto: Cañas 2019]

 
 
 

PUNTO DE PARTIDA: EL ABRAZO PROGRESISTA

 

El martes 12 de noviembre de 2019, dos días después de las elecciones generales, la historia de la actual interinidad política española pareció dar un vuelco tras meses de estancamiento. El líder del PSOE y vencedor de las elecciones, Pedro Sánchez, y el de Unidas Podemos, Pablo Iglesias, firmaban un preacuerdo para formar gobierno aunque no contaran con la mayoría suficiente de diputados. Y no fue solo un pacto firmado, sino también abrazado ya que lo rubricaron con un abrazo, un abrazo progresista. Parecía comenzar una nueva era política según se desprendía de las palabras del presidente en funciones:

   «España tendrá un Gobierno progresista porque las dos fuerzas que lo componen son progresistas: el PSOE y Unidas Podemos. Y en España se llevará a cabo una política progresista porque el Gobierno será progresista».

   Por si no quedaba claro: España será progresista.

   La importancia de llamarse progresista es el reverso beatífico de la importancia de llamar al contrario fascista [1].  Pero ¿qué es ser progresista? Parece fácil en principio. Según la RAE en su primera acepción: «de ideas y actitudes avanzadas». ¿Y qué es una actitud «avanzada»? Para muchos y muchas, esto quiere decir de ideas y actitudes de izquierda. Por tanto, ¿ser progresista es ser de izquierdas? Demasiadas preguntas quizás. Veamos la tercera acepción de este término que nos da la RAE: «dicho de un liberal español: del sector más radical de liberalismo, que se constituyó en partido político». Dicho así, ¿ser progresista es una forma de ser liberal? ¿y ser liberal es ser de izquierdas? De nuevo más preguntas. Lo mejor será que vayamos al origen del término, al origen de partido radical del liberalismo.

 
 
 

Picture 011

María Cristina de Borbón-Dos Sicilias  
(1806-1878)
Vicente López Portaña
(1772-1850)
[Museo del Prado]

 
 
 

LA PRIMERA TRANSICIÓN POLÍTICA ESPAÑOLA

 

El término progresista en la política española apareció durante otra gran interinidad: la Regencia de María Cristina de Borbón (1833-1840). En ese trascendental período histórico se pasó jurídicamente del absolutismo al régimen liberal y constitucional, no sin problemas y con una guerra civil por medio: la primera guerra carlista. Fue en esa época cuando se desarrolló el liberalismo en España [2], que había nacido en las Cortes de Cádiz de 1812. Hasta la Regencia de María Cristina, madre de la reina niña Isabel, el liberalismo se había mantenido más o menos unido frente a los absolutistas reaccionarios. Obviamente existían tendencias dentro de la familia liberal debido a las diferentes maneras de entender  cómo pasar de un régimen absolutista a un régimen liberal-constitucional. Esto se evidenció en el Trienio Liberal (1820-1823), efímera experiencia liberal dentro del reinado de Fernando VII. Aquí ya vemos la existencia de dos tendencias: la moderada defensora de cambios paulatinos y reformistas  y la exaltada que predicaba la ruptura con el Antiguo Régimen. Sí, habrán advertido los paralelismos con la Transición postfranquista, madre de todos los males o de todas las bonanzas actuales. La cesura entre ambas tendencias fue creciendo cuando la Regente los llamaría al poder a la muerte del «rey felón», ya que los necesitaba para ganarle la guerra a Don Carlos, su cuñado ultramontano. Primero llamó a los moderados con Martínez de la Rosa al frente que dio el primer paso con el Estatuto Real (1834), una semi-constitución o Carta Otorgada para ser más precisos. Sin embargo, la otra sensibilidad liberal, la exaltada, vio este cambio insuficiente y acusó a los moderados de «pasteleros» al negociar con nobles y eclesiásticos, los privilegiados del Antiguo Régimen, una hoja de ruta hacia la monarquía constitucional alejada de los principios del verdadero liberalismo que se basaba en la sacrosanta soberanía nacional.

   Así las cosas, en septiembre de 1835 se produjo una sublevación de los liberales exaltados por todo el país,  que contando con importantes apoyos en las clases populares urbanas, organizaron juntas revolucionarias. Estos organismos insurreccionales, que luego serían tan queridos por los progresistas, presionaron de tal modo a la Regente que ésta se vio impelida a nombrar un nuevo gobierno liderado por Juan Álvarez Mendizábal. Y es aquí donde de verdad comienza nuestra historia.

 
 
 
Juan_Álvarez_Mendizábal

Juan Álvarez Mendizábal
(1790-1853)
Grabado según dibujo de José Balaca
(1810-1869)
(Biblioteca Nacional de España)

 
 
 

MENDIZÁBAL Y EL MOVIMIENTO NACIONAL

 

Juan de Dios Álvarez Méndez (1790-1853) provenía de una familia de comerciantes gaditanos de origen judío, por esto último se cambió su apellido por el de Mendizábal para darle una patina de cristiano viejo vasco. Durante la Guerra de la Independencia y comienzos del reinado de Fernando VII se dedicó a negocios mercantiles y financieros exitosos que le llevaron a relacionarse con la élite liberal. Con la vuelta del absolutismo en 1823 se exilió en Londres, donde gracias a sus contactos mercantiles,  se hizo un floreciente businessman. Esto hizo acrecentar su compromiso político con el liberalismo y acentuó su papel como conspirador que le llevaría a financiar al bando liberal en la guerra civil portuguesa. El éxito financiero y político en Portugal le llevaría a ser llamado como Ministro de Hacienda en el gobierno de los moderados, cargo que no llegaría a ejercer de forma plena. Tras la insurrección de las juntas, fue llamado a liderar un nuevo gobierno liberal. En un principio no llegaba como líder de la tendencia exaltada, sino como el hombre de compromiso entre las familias liberales que consiguiera formar un gobierno fuerte, asentar la nueva monarquía constitucional y ganar la guerra a los carlistas.

   Una vez en el poder Mendizábal comenzó a ganarse adeptos de la tendencia defensora del movimiento o progreso frente a los sectores más conservadores que vieron en su idea de crear un gobierno fuerte  un intento de concentrar todo el poder en sus manos. Sus proyectos de desamortización eclesiástica definitivamente supusieron la división del liberalismo y su abierta apuesta por medidas rupturistas. Reabrió el pseudoparlamento del Estatuto Real y luego, a principios de 1836, lo cerró para convocar elecciones en febrero de ese año. Es entonces, en ese momento, cuando nació el calificativo de progresista.

 
 
 

ELECCIONES, PARTIDISMO Y EMPLEOMANÍA

 

   La convocatoria de elecciones hizo que las familias liberales tomaran partido, nunca mejor dicho, pasando de ser «partidos de opinión» a ser «partidos electorales». En esto los progresistas tomaron la iniciativa. Mendizábal, demostrando su experiencia como hombre de negocios, vio en la naciente prensa política un instrumento fundamental para su propaganda. Así contaría con el apoyo de El Eco del Comercio,  La Revista española o El Español como sus valedores ante el exiguo cuerpo electoral con derecho al voto según lo establecido por el Estatuto Real.  Con la cámara legislativa cerrada (Estamento de los procuradores) dictaría su famoso decreto de desamortización eclesiástica lo que haría ganarse definitivamente la animadversión de aristócratas, liberales moderados, eclesiásticos y por último, la propia Regente. Pero no había vuelta atrás, para Mendizábal era necesario un poder liberal fuerte bien financiado (de nuevo el hombre de negocios) para acabar con la guerra contra los facciosos reaccionarios que se atrincheraban en la zonas rurales de Navarra, País Vasco y Cataluña.

   A partir de enero-febrero de 1836 comenzó a aparecer abiertamente en la prensa adicta al gobierno el término “progresista” para definir a los que apoyaban al jefe del consejo de ministros. Comenzaba también una polarización de la vida diaria que la prensa reflejaba. Por ejemplo El Eco del Comercio (20 de febrero de 1836) al referir a los nombres de los 12 representares por Madrid como electores para el Estamento de Procuradores decía que:

   «Nos complacemos en ver que la mayoría de los electores tienen ideas de progreso, porque este nos anuncia que serán también progresivos los procuradores que elijan»

   Había nacido el término político progresista en España, aunque no fue aceptado como nombre oficial del partido hasta 1839 con Olózaga. En el verano de 1836 el mencionado periódico se refería a Mendizábal como «un hombre honrado que vds. suponen simboliza un partido político progresista» (29 de julio de 1836).

   La campaña de opinión se vio acompañada desde el Gobierno con el nombramiento de nuevos empleados públicos afines a sus intereses y que daría lugar a la polémica de la llamada «empleomanía» que tanto recorrido histórico tendría en el siglo XIX español. Véase para ello la novela de Galdós Miau (1888).

   Los términos «mendizabalista» y «progresista» se consideraron como sinónimos queriendo representar al verdadero liberalismo nacido en Cádiz. Quedaban excluidos los liberales moderados que se les situaba en el campo de la reacción, de los que se oponían al «progreso» o al «movimiento» hacia la verdadera monarquía constitucional basada en la soberanía nacional del pueblo español. El periódico El Español (que no fue siempre «mendizabalista») criticaría esto al manifestar que:

   «Cuando un partido llega a creer a su favor la presunción de que tiene la razón, pronto se hace dueño de la sociedad y la conduce donde quiere» (8 de febrero de 1836).

   Las elecciones organizadas por el Gobierno dieron como resultado una victoria indiscutible de sus candidatos lo que provocaría acusaciones de manipulación electoral por parte de sus contrarios. Comenzaba el partidismo. Un año después, ese mismo periódico recordaba aquellos días de la siguiente manera:

   «Dos partidos débiles, porque poderosos ya no los hay, pero firmes y enconados, sostenían poco hace encontrados principios en presencia de las urnas electorales. Mutuamente acusabánse se ineptitud e hipocresía, y tal vez en cuanto a partidarios a ninguno faltaba razón…» (22 de agosto de 1837).

 
 
 

Espartero

Joaquín Baldomero Fernández-Espartero Álvarez de Toro
(1783-1879)
José Casado del Alisal
(1832-1886)
(Palacio de las Cortes)

 
 
 

REBELIÓN EN LA GRANJA Y UNA NUEVA CONSTITUCIÓN DE CONSENSO

 

El gobierno de Mendizábal se centró en aunar esfuerzos para la derrota de los carlistas y en desarrollar la desamortización eclesiástica a la que unió la supresión de las instituciones del clero regular. Estas medias chocaron con la Reina y los elementos conservadores (que aún no constituían partido alguno) pero a la vez, y es curioso, con el ala izquierda del progresismo que veía sus medidas insuficientes. Así las cosas, en mayo de 1836 la Regente, haciendo uso de sus prerrogativas reales y legales, hizo caer a Mendizábal y nombró un nuevo gobierno presidido por  Francisco Javier Istúriz, un ex liberal exaltado que había sido colaborador del cesado y que también provenía de la burguesía gaditana. Para legitimar su poder convocó elecciones en julio de 1836, que, como ya era costumbre, ganarían los gubernamentales. En estas elecciones se organizaría por  vez primera el partido liberal contrario a los progresistas: el moderado o monárquico-constitucional.

   Sin embargo, Mendizábal y los progresistas no aceptaron el estado de cosas y organizaron una nueva insurrección en agosto de 1836 que tuvo como momento estelar la sublevación de los sargentos de la Guardia Real en el Palacio de verano de La Granja, donde pasaba esos días la familia real.  La Regente volvió a llamar a los progresistas y se formó un gobierno liderado por el viejo liberal José María Calatrava y que tenía como ministro de Hacienda a Mendizábal. Aunque se siguió con la desamortización de los bienes de la Iglesia (llamados «bienes nacionales») se produjo un cambio en los progresistas. Éste consistió en un acercamiento a los moderados para estabilizar a la monarquía en unos momentos complicados en la guerra carlista. Dentro del progresismo tuvieron mayor predicamento políticos conciliadores como Agustín de Argüelles o Salustiano Olózaga. Fruto de ello sería la Constitución de 1837, una ley fundamental que pretendía un consenso liberal, a partir de la reforma de la de 1812. De esta forma lo expresaba el periódico El Español:

   «…todos los partidos (…) y toda la opinión liberal unánime y francamente acepta la Constitución como bandera común» (22-8-1837).

   En realidad, no eran tantas las diferencias con el partido moderado, ya que ambos eran partidos de notables, de burgueses y aristócratas. Ambos defendieron el sufragio censitario y rechazaban la democracia, a pesar de que los progresistas siempre apelaban al pueblo y las clases populares, pero nunca postularon el sufragio universal,  a lo sumo a la ampliación del censo de electores.

   Los progresistas constitucionales defendieron desde entonces que no representaban la agitación ni la anarquía, sino que se declaraban firmes defensores de la monarquía, la Constitución y la soberanía nacional. Como ejemplo tenemos  un manifiesto de los progresistas de Barcelona de 1839 que decía lo siguiente:

   «…el progreso se reduce al cumplimiento estricto de la ley, a las reformas que disminuyan los pagos, y  a la igualdad legal, pone freno al orgullo y sinrazón de los que aspiran a dominar por la sangre o las riquezas, cuyo toda forma lo que llamamos libertad.»

   Frente al progresista bullangero y de barricada, los de Barcelona decían que «el progresista discute con la entereza de una convicción robusta, sin apelar más que a razones y que su sistema práctico es observar religiosamente la Constitución sin intentar ni pensar nada que pueda alarmar la seguridad individual y la propiedad».

   Estas palabras las recogía el antaño «muy progresista» Eco del comercio, en su número de 30 de diciembre de 1839.  Este progresismo conciliador, liberal y defensor del orden legal, sin embargo acabó al año siguiente cuando, tras la presentación por parte del gobierno moderado de una ley municipal que consideraban “reaccionaria”, se produjo otra sublevación que supuso la llegada al poder de su nuevo líder: el general Espartero. Con ello no solo terminaba esta fase «conciliadora» sino que también terminaba la Regencia de María Cristina, pero no la interinidad política. Para el historiador Jorge Vilches esto demostraba que «el progresismo se aprovechaba de los movimientos violentos de aquella facción para ejercer más presión sobre el adversario político y la Corona, con el objetivo de alcanzar y monopolizar el poder» [3]

 
 
 

Juan-Prim-atentado-1871

Asesinato de Juan Prim y Prats la noche del 27 de diciembre de 1870
Fernando Miranda
(Dibujante e ilustrador, siglo XIX)
La ilustración española y americana
5 de enero de 1871
pag.17

 
 
 

CODA PARADÓJICA

 
 
 

El progresismo gobernó España durante la Regencia de Espartero (1840-1843) y volvió efímeramente con el mismo general en el Bienio Progresista (1854-1856) tras la «revolución de julio». Otra revolución, la «Gloriosa» de 1868, les encumbró al poder tras destronar a la reina Isabel II, a la que tanto defendieron en su minoría de edad, hasta que su líder, el general Juan Prim y Prats, fue asesinado en diciembre de 1870. A partir de ahí, el partido se dividió en facciones personalistas que fueron recogidas en el seno del Partido Liberal-Fusionista de Sagasta en la Restauración (1875-1931). El fin del turno pacífico con los conservadores de Cánovas, le llevó a su definitiva desaparición cuando cayó Alfonso XIII. Durante la II República el término «progresista» sólo lo mantuvo el Partido Republicano Progresista de Niceto Alcalá-Zamora y Miguel Maura que antes se llamó Derecha Liberal Republicana.

 

 

 

 

 

[1] Esta idea ya la hemos tratado en la revista «CARMINA»  con la entrada de «La importancia de llamarlo fascismo»: https://revistacarmina.es/?p=41095

[2]Sobre este período fundamental de nuestra historia contamos con una interesantísima monografía de Vladimiro Adame de Heu: Sobre los orígenes del liberalismo histórico consolidado en España (1835-1840), Sevilla, 1997.

[3] Jorge Vilches, Progreso y libertad. El partido progresista en la revolución liberal española, Madrid, 2001, pág. 28.
 
 
 

¿TODOS CORRUPTOS? De la serie «APUNTES HISTÓRICOS PARA LA INTERINIDAD POLÍTICA ESPAÑOLA» (III). Por Pablo Romero Gabella

 
 
 
Alejandro_Lerroux_García

Alejandro Lerroux Garcia
(1864-1949)

 
 
 

La interinidad política del sanchismo comenzó el 1 de junio de 2018 cuando triunfó la moción de censura contra el Presidente del Gobierno Mariano Rajoy. El motivo:  la Sentencia 20/2018  de la Sala Penal de la Audiencia Nacional sobre el caso Gürtel de 24 de mayo de 2018. En dicha sentencia (página 1078) se decía que Rajoy (junto a otros políticos del PP) carecía de «credibilidad» al negar la existencia de la famosa caja B, con B de Bárcenas.

   Cinco años antes, concretamente el 6 de febrero de 2013, envié un articulo al periódico La Voz de Alcalá (que fue publicado en la segunda quincena de febrero, creo) titulado «El estraperlo de Rajoy». En éste me refería al problema que la corrupción le podría suponer al por entonces  presidente del Gobierno y por extensión a su propio partido. Luego llegaría Vox.

   Reproducimos íntegro el citado artículo:

 

   En el debate de investidura como presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, en respuesta a la diputada Rosa Díez, afirmó ufano entre aplausos de los suyos que «no acepto  de ninguna de las maneras que se diga que hay una corrupción generalizada en la política (…) en absoluto voy a aceptar ese tipo de afirmaciones porque no son verdad». Esto ocurría el 19 de diciembre de 2011; un año después los hechos parecen desmentir sus palabras: el caso Blanco, los ERES, Urdangarin, las corruptelas de los nacionalistas catalanes, el caso Gürtel  y por último (por ahora) los supuestos sobresueldos a políticos del PP que ensucian la imagen de honestidad del presidente del gobierno. Un gobierno que salió de las urnas con el propósito de sacar a España de la peor crisis económica de una democracia con 6 millones de parados. Un gobierno que pide día sí y día no esfuerzos a una población cada día más empobrecida y desmoralizada. Si ya la confianza de la ciudadanía en sus políticos estaba bajo mínimos, esto parece darle la puntilla. Porque la base de la democracia no es otra que la confianza que los ciudadanos han dado a sus representantes de forma provisional. Como bien dice el filósofo Javier Gomá  en su obra  Ejemplariedad pública (de obligada lectura para todos, especialmente para los políticos): «La confianza no se compra, no se impone, no se fabrica: la confianza se inspira». Y es que este gobierno ya no inspira confianza, porque como dice el mencionado filósofo lo que cuenta en el político «es que predique con el ejemplo, puesto que en el ámbito moral, sólo el ejemplo, predica, de modo convincente, no las promesas ni los discursos, los cuales sin el ejemplo, carecen de convicción y aún un mínimo de verdad». Es desalentador escuchar al presidente, ante Angela Merkel en Berlín , decir que “«lo referido a mí y mis compañeros no es cierto. Sólo algunas cosas». Aunque los papeles de Bárcenas, ese Moriarty de la contabilidad negra, fueran  apócrifos la confianza en los políticos, y en concreto en este gobierno, ha caído por los suelos. La idea que se han hecho en el PP de ser un partido honesto, liderados por profesionales bien remunerados en la esfera privada y que actúan por servicio a la nación se ha desdibujado. Su respuesta ante el escándalo ha roto definitivamente la imagen de pijos-pero-honestos. Parece demostrarse que no son ni lo uno ni lo otro, porque no puede ser nada más chusco y cutre que la visión de una contabilidad de usurero con manguitos y dedos manchados de tinta y de unos sobres que van de mano en mano. Realmente patético. Y es que se me viene a la memoria otro caso patético y cutril, la del estraperlo en la II República. En 1935 un negociante holandés llamado Strauss intentó introducir en España, donde estaba prohibido el juego, una especie de ruleta: el «straperlo» (que provenía de los nombres de sus inventores: Strauss y Perl). Para ello inició gestiones para untar a diversos políticos de todos los colores, incluyendo a personalidades del partido gobernante: el PRR (Partido Republicano Radical) liderado por el viejo republicano Alejando Lerroux.  Al fracasar, intentó hacerle chantaje y como tampoco dio resultado pasó a enviar una carta de denuncia al principal enemigo político de Lerroux:  el presidente de la República Alcalá de Zamora. Este no dudo en pasarlo a la Fiscalía y promover una Comisión de investigación en las Cortes que juzgara la posible corrupción. En octubre de 1935 se filtraron a la prensa fotocopias de documentos, telegramas, recibos, cheques y facturas que apuntaban al pago de sobornos a los líderes del PRR. Antes que esto ocurriera (ojo al dato) Lerroux había abandonado su cargo como presidente (luego también lo haría como ministro de Estado del siguiente gobierno). Tras agrios debates Lerroux resultó exonerado de culpa y solo quedo como posible «coecho impropio» un reloj de pulsera regalado al ministro de Gobernación. Todo este escándalo provocó el fin del PRR como partido, para muchos historiadores el único partido de centro-derecha realmente republicano y democrático. Su puesto sería ocupado por la CEDA de Gil Robles, una formación reaccionaria y autoritaria. Lo que ocurriría a partir de las elecciones de febrero de 1936 lo conocemos todos. En estos momentos críticos no necesitamos políticos que defiendan antes a su partido (tanto para defenderse de la acusación de corruptos como para atacar de forma irresponsable al contrario) que a España,  ya que fuera de la democracia y sus reglas no queda nada, bueno sí queda algo y lo sabemos. ¿Queremos realmente eso? Terminemos como comenzamos, con las palabras de Rajoy en aquel  debate de investidura: “la clase política representa a la soberanía nacional, hay gente que no da la talla”. Pues eso.

 
 
 

«ESPAÑOLES ANTE TODO».  BESTEIRO Y EL PSOE. De la serie «APUNTES HISTÓRICOS PARA LA INTERINIDAD POLÍTICA ESPAÑOLA» (II). Por Pablo Romero Gabella

 
 
 

   El texto que sigue se publicó en un digital local [1] tras las elecciones del 20 de diciembre de 2015, a los comienzos de lo que llamamos aquí interinidad política. Sin embargo, creo que, tras elecciones del 10 de noviembre de 2019, sigue siendo útil en la actual situación.

 
 
 

Julián_Besteiro

Julián Besteiro
(1870-1940)

 
 
 

En el  histórico Mensaje de Navidad de 2015, S.M. el Rey  Felipe VI comenzaba refiriéndose a la Historia «porque nos ayuda a entender nuestro presente y orientar nuestro futuro y nos permite también apreciar nuestros aciertos y nuestros errores».  En el acertar o en el errar en el convulso panorama político, resultante de las históricas elecciones generales del 20D, nos jugamos mucho.  En estos momentos algo es evidente en todos los niveles políticos. (…) Esta evidencia de la que hablamos no es otra que la necesidad de pactos, de acuerdos que supongan la preeminencia de los intereses generales sobre los particulares (tanto territoriales como partidistas). Volviendo al Mensaje del Rey: «porque ahora lo que nos debe importar a todos, ante todo, es España y el interés general de los españoles».

   Esta idea es especialmente importante para un partido político que la evolución electoral  lo ha hecho situarse (puede que sin quererlo) en el centro político. Me refiero al PSOE que al ser superado por su izquierda por Podemos y todos sus satélites, tiene (por mor de la matemática electoral) una posición de centralidad. La disyuntiva a la que se enfrenta el candidato socialista a la Presidencia al Gobierno, Pedro Sánchez, es también histórica (¡otra vez!): pactar con Podemos, pactar con el PP o ir a nuevas elecciones.

   El PSOE  ha vivido situaciones parecidas o incluso peores a lo largo de su ya más que centenaria historia. Una de ellas llevó a decir las siguientes palabras inspiradas por uno de sus líderes históricos:

   «Pues bien: recalquemos en la actual emergencia trágica que para nosotros, los afiliados al PSOE vale la última de estas cuatro letras tanto como las dos que la anteceden. Y aún más: si precisara sobreponer un matiz a los otros dos, nos afirmaríamos hoy españoles antes que nada, porque vemos con claridad aterradora, a la luz del incendio en que arde nuestra patria, que tan sólo por la reafirmación  y consolidación de la hispanidad podemos aspirar a instaurar algún día un régimen socialista sobre la base de una España independiente.»

   Estas líneas proceden del editorial titulado «Ni Roma ni Moscú. Españoles antes que nada» de El Socialista del 10 de marzo de 1939, y se deben a Julián Besteiro (1870-1940). Considerado una de las máximas figuras del socialismo españo. Fue catedrático de Lógica, además de presidente del PSOE, de la UGT y de las Cortes Constituyentes de la II República. (…) Fue un político más admirado por sus adversarios que por muchos de sus compañeros de partido, comenzando por Largo Caballero, el Lenin español. El monárquico ABC  «alabó su rectitud, su ecuanimidad, su palabra cálida, su ciencia y esa inclinación romántica que he hacía defender, sin dejarse llevar por la ira…, una justicia social más humana» (15 de julio de 1931).

   Palabras estas que en la España actual pueden chocarnos tanto por el elogio del contrario como por la defensa de España por parte de los socialistas. Palabras estas que muchos socialistas podrían suscribir y otros execrar por su «exaltación patriota y patriotera», en palabras del historiador Ángel Viñas.

   Sin embargo, tenemos que decir que estas palabras escritas o inspiradas por Besteiro llegaron tarde y mal; tarde porque la guerra estaba ya perdida y mal porque supusieron la legitimación del golpe de Estado que el 5 de marzo de 1939 ejecutó el coronel Casado y los mandos militares, con el apoyo de los anarquistas y de un sector del PSOE, contra el legítimo gobierno de Negrín (también del PSOE) y que sería el último de la II República. Para muchos, Besteiro acabó siendo un traidor a la República al facilitar la victoria de Franco debido a su odio contra el comunismo, al que acusaba de haber llevado a la República a la derrota por convertirla en una marioneta de la URSS. (…) Murió en la cárcel de Carmona, a los 70 años, enfermo y tras realizar duros trabajos físicos para su edad que incluían limpiar las letrinas. En su alegato ante el consejo de guerra dijo que no huyó del país (como la mayoría de los líderes republicanos) al tener «el convencimiento de que me podría presentar ante los jueces más severos con la frente alta y la conciencia tranquila».

   Nuestra historia, nuestra «Mari Clío», como decía el gran Galdós, nos ofrece, como ya hemos dicho, aciertos y errores. Uno de estos  últimos es el partidismo, que sobrepone los intereses particulares sobre los intereses de la Nación, o lo que es lo mismo, sobre el conjunto de ciudadanos libres e iguales en derechos y obligaciones. El partidismo excluyente trata  al adversario político como al enemigo que debe ser aniquilado del cuerpo social. Por tanto,  en lo posible aprendamos de todos nuestros errores y aciertos históricos. Y hagámoslo todos, gobernados y gobernantes, y antes de tomar cualquier decisión importante para la Nación,  pensemos que no lo hagamos ni tarde ni mal.

 
 
 
[1] http://www.guadairainformacion.com/opinion/3898/ante-todo-espanoles-pablo-romero-gabella.
 
 
 

LA UNIÓN NACIONAL Y EL FRACASO ENDÉMICO DEL CENTRO. De la serie «APUNTES HISTÓRICOS PARA LA INTERINIDAD POLÍTICA ESPAÑOLA» (I). Por Pablo Romero Gabella

 
 
 
LA UNIÓN NACIONAL

Caricatura de Basilio Paraíso (1949-1930) y Joaquín Costa (1846-1911)
[1900]

 
 
 

¿EL CENTRO HA MUERTO?

 

«¡Cuántas espinas de cuidados ha de rodearos, Señor, si habéis de mantener vuestros Estados en justicia, en paz y en abundancia!». Así advertía el historiador Ildefonso Antonio Bermejo al joven rey Alfonso XII en el comienzo del tomo primero de su Historia de la interinidad y guerra civil de España desde 1868 (Madrid, 1875). Esto mismo se los podríamos decir a Felipe VI y a la Princesa Leonor en estos tiempos de interinidad política que vive nuestra nación. Y en esa interinidad que podríamos llamar sanchismo  podemos  ver el fin de una etapa política, la del Régimen del 78, o simplemente un accidente, en exceso cansino, en nuestra democracia nacida de la Transición. Los hechos futuros nos lo dirán y los hechos pasados podrían servirnos si no como  guía al menos como pasatiempo ilustrado para esta épocas de memes.

   Una de las más relevantes consecuencias de las elecciones del 10 de noviembre de 2019 ha sido la laminación del centro político representado por el partido Ciudadanos que había sido liderado, hasta el día siguiente al desastre, por Albert Rivera. Como si de una maldición bíblica se tratara, Ciudadanos ha pasado a compartir la suerte histórica de UCD, CDS y UPyD. Todos ellos partidos de centro (hacia izquierda o hacia la derecha) de nuestra actual democracia. Su adversa suerte le ha llevado a unirse a los esqueletos del PRR y DLR que lo fueron en la Segunda República. Ciudadanos nació en la periferia política de Madrid, en Cataluña, como partido defensor de la unidad nacional y a la vez como partido regenerador. Una idea que no era nueva en España y que la encontramos a comienzos del siglo XX en el efímero experimento de la Unión Nacional.

 
 
 

LOS PROTAGONISTAS

 

El proyecto de partido, porque realmente nunca llegó a formalizarse como tal, nació de las consecuencias del Desastre del 98 que no sólo parió a una generación de escritores excelsamente pesimistas pero a la vez sublimes (algunos). También alumbró  (al igual que Ciudadanos al comienzo del siglo XXI) a unos políticos que decían ser regeneradores de un sistema, el de la Restauración, al que había que reformar antes que destruir. Este «partido apolítico», como lo llegó a definir el profesor José Luis Comellas, nació como Ciudadanos fuera de la  política madrileña. En concreto se alumbraron en las tierras aragonesas y castellanas a partir de tres personalidades regeneracionistas que llegaron a formar un verdadero triunvirato: el zamorano Santiago Alba (1872-1949) y los oscenses Basilio Paraíso (1849-1930) y Joaquín Costa (1846-1911). Al igual que los de Rivera nacieron de una burguesía intelectual y económica que se consideraba despreciada por el poder los partidos dinásticos liberal y conservador. Si miramos al hoy: los actuales (por ahora) PSOE y PP. Los triunviros decían representar a esa «masa neutra» de la que hablaría más tarde el regeneracionista conservador Antonio Maura y que no se veía reconocida ni en  los «amigos políticos» de Madrid ni en los caciques de sus terruños. Movilizar a esa España del trabajo, de los negocios y del intelecto fue el objetivo de estos próceres del regeneracionismo.

   Tal como Rivera, Alba era el más joven y provenía de la abogacía y del periodismo político de provincias ligado a los intereses agrarios. Paraíso, en su juventud republicano zorrillista, era el empresario exitoso que presidía la Cámara Oficial de Comercio e Industria de Zaragoza y además editor de El Heraldo de Aragón. Por último, Costa era la personalidad más arrolladora y venerada. Padre del Regeneracionismo patrio representaba al intelectual  proveniente del interior de la España que es hoy llamada vaciada o vacía.  Ligado al krausismo y a la Institución Libre de Enseñanza de su amigo Giner de los Ríos, fue doctor y profesor de Derecho y desarrolló más tarde su trabajo como abogado y notario en Madrid. A él debemos el lema regeneracionista de «escuela y despensa». Sin embargo, las contradicciones no le eran ajenas ya que aunque liberal social (¿hoy podríamos decir socialdemócrata?) defendió la necesidad de un «cirujano de hierro» que extirpara el mal de España. Esta figura sería reivindicada posteriormente por dictadores de dispar fortuna como fueron Primo de Rivera y Franco.

 
 
 
Santiago_Alba (1872-1949)

Santiago Alba Bonifaz
(1872-1949)

 
 
 

LOS HECHOS

 

En 1899, aún bajo el trauma del 98, los triunviros regeneradores crearon la Liga Nacional de Productores a partir de las cámaras de comercio y de asociaciones agrarias que fueron aglutinando. A comienzos de 1900 la Liga pasaría a ser la Unión Nacional. Su objetivo político: derribar el proyecto de la reforma hacendística del gobierno conservador de Francisco Silvela. Curiosa paradoja porque Silvela era un político que se declaraba regenerador, pero desde dentro del sistema de la Restauración canovista-sagastino, y que escribió el famoso artículo «España sin pulso» dos años antes.

   La Unión Nacional planteaba liderar un movimiento ciudadano (así se llamó también el proyecto para toda España de Ciudadanos tras su éxito en Cataluña) que mediante una movilización de burgueses, intelectuales y trabajadores hiciera caer el sistema corrupto de la Restauración. Sin embargo, el Gobierno Silvela no dudó en prohibirlo y meter en cintura a los díscolos triunviros. Tal como hicieron los cartistas en la Inglaterra victoriana, la UN pretendía llevar sus reclamaciones democratizadoras al presidente del Congreso de los Diputados y al no lograrlo, publicaron un extenso manifiesto publicado por la prensa el 1 de abril de 1900. Paraíso y Alba propusieron radicalizar el movimiento a través de la resistencia pasiva  que postulaba la insumisión fiscal. «No taxs without Representation», venían a decir, tal como los revolucionarios norteamericanos de 1776 y su método sería algo parecido al que Gandhi utilizaría en su legendaria «marcha de la sal» de 1930 que hizo doblegarse al imperio británico en la India. Costa en cambio defendía una táctica gradualista y apegada a la legalidad que supondría la creación de un verdadero partido político de «centro incluyente» (Norberto Bobbio dixit) que acabara desplazando a los partidos del turno. Las divergencias ideológicas  y  personales estallaron y en septiembre de 1900 Costa se desligó del proyecto. Sin embargo, cosa harto curiosa, Paraíso y Alba acabarían aceptando las tesis de Costa al proponer que la UN se presentara a las elecciones de 1901 como partido político. De tal manera prepararon un congreso en Cádiz (guiño quizá a la cuna del liberalismo hispano) donde esto se formalizara. Alba llegaría a escribir una especie de manifiesto fundacional que publicaría El Liberal el 18 de octubre de 1900. No obstante, las luchas internas y las contradicciones de un movimiento tan heterogéneo (¿les suena?) hicieron imposible su proyecto político. Todo quedó en el papel.

   Tras lo efímero del experimento, Alba y Paraíso llegaron a ser diputados en 1901, pero de la mano del político liberal gaditano Segismundo Moret. Paraíso ya plenamente inserto en el sistema turnista llegaría a ser nombrado más tarde senador vitalicio. Alba comenzaría una dilatada carrera política como líder de la «izquierda liberal», siendo ministro en diferentes carteras en los últimos gobiernos de Alfonso XIII.  Durante la Segunda República, dentro del PRR de Lerroux, llegaría a ser presidente de las Cortes entre 1933 y 1936. Por su parte Costa agrandaría su leyenda como santón del regeneracionismo, acercándose al republicanismo, y publicando su famoso libro Oligarquía y caciquismo como forma actual de gobierno en España: urgencia y modo de cambiarlo (1901).

 
 
 

LAS PALABRAS

 

¿Qué quedó de todo ello? Quedaron las palabras.  Palabras en las que estos hombres confiaron, tal como hizo ingenuamente más tarde Manuel Azaña , y en las cuales depositaban sus esperanzas para poner «España en marcha» (lema de Ciudadanos en la elecciones del 10-N). Rescatemos dichas palabras de los dos manifiestos principales de lo que fue la U.N.

   En el «Manifiesto del 1 de abril de 1900» (utilizo la edición de ese día de El Liberal) exponían los triunviros que ellos representaban a la España viva que se levantaba cada mañana para trabajar. La España que creaba empresas y daba trabajo a pesar de un gobierno corrupto:

   «Mientras nosotros trabajamos para nosotros y para el Estado, el Estado no ha trabajado más que para sí».

   Por ello era necesario reconciliar el «Poder público y el país». Lo que es lo mismo que fundir la España real y la oficial. Era por tanto la hora de hacer una «nueva política» que frente a la «vieja política» (Ortega y Gasset dixit) acabara con las corruptelas de caciques y  políticos de Madrid que:

   «Cierran a las masas el acceso a las urnas y hacen que el voto público no sea sincero ni verdadero en ninguna parte».

   Era necesario acabar con la «vieja política» del turno que gobernaba «contra el país» y que lo sumía en un «estado de atraso, de inferioridad, incultura, desgobierno, vasallaje y opresión feudal». La «nueva política», y aquí se veía claramente la influencia de las ideas costistas, debía sustentarse en:

   «Tres bases poderosas (…): la escuela, la despensa, la justicia; hemos pedido luz, pan, libertad: la libertad que nos quitan los caciques, con el brazo complaciente de la Administración y de la Justicia; el pan que la Administración nos sustrae o que no nos ayuda a producir, la luz que nos interceptan o de que no nos proveen las escuelas.»

   Cambiemos hoy «caciques» por «nacionalistas» y veremos mejor las similitudes.

   Por todo ello, pedían o más bien exigían al Gobierno el fin de la pasividad de años, de siglos, y que promoviera las infraestructuras (destacando la política hidráulica) y la escuela pública por todo el país como elementos cohesionadores. Así pensaban que España se convertiría en «miembro vivo de la comunidad europea». ¿Les vuelve a sonar la copla?

   Y al final una advertencia, tal como hizo por aquellos años Maeztu, si no se hace esta «revolución» desde arriba, las masas la acabarían haciendo por la fuerza desde abajo. Y para ello terminaban citando al historiador y político francés Thiers (liquidador a sangre y fuego de la Comuna de París en 1871) sobre la situación de Francia de antes de la revolución de 1789.

   En la «Declaración de principios» escrita por Santiago Alba de 18 de octubre de 1900,  publicada en El Liberal, se establecían los principios por los cuales debería regirse el nuevo partido. Éste tenía el imperativo de una realidad que los vetustos partidos turnistas se negaban a ver:

   «Toda España siente ya el vacío de nuevas manifestaciones de la opinión pública».

   La U.N. representa a esas «fuerzas sanas» que deben «imponer las grandes reformas que demanda la opinión pública». Y para llevar a cabo tales reformas era necesario utilizar una acción gradualista, pedagógica, moderada y legal tal como predicaba Costa:

   «Es preciso hacer una labor prudente, modesta y perseverante (…) Se impone el procedimiento inglés: solicitar seis u ocho reformas concretas e imponerlas, y después pedir otras tantas.»

   Alba reconocía que con el actual gobierno de Silvela (que caería 5 días después ocupando su lugar el sempiterno Sagasta) era imposible llegar a un entendimiento:

   «Al actual ministerio nada le podemos pedir, ni nada queremos de él.»

   Pero si se formara otro distinto que «…no esté incapacitado y que ofrezca garantías sólidas y públicas, se le podrá prestar concurso, se le podrá dar de buena fe nuestra labor a la gestión del Gobierno, sin perder jamás su independencia la Unión Nacional».

   Léanse las anteriores líneas en clave de la actual interinidad y se comprenderán oportunidades que podrían haber sido pero que no fueron…

   Por todo ello, Alba y los suyos defendían su «política nueva, sumando la tradición y el progreso.». Esto suponía desterrar experimentos revolucionarios ya que «La crítica negativa de los revolucionarios retóricos no conduce a nada práctico».

   En conclusión, proponían un partido que hoy llamaríamos de centro y alejado de peligrosas excursiones al radicalismo:

   «Hay que ejecutar el programa de la Unión Nacional o ayudar a quienes los ejecuten, sumando a la obra de la regeneración el concurso de todos. Será esto menos gallardo y menos populachero; pero es lo único posible y patriótico.»

   Cambiemos hoy «populachero» por «populista» y «revolucionarios retóricos» por «progresistas». Preguntémonos:

   ¿Estamos bajo su férula?

 
 
 

Basilio_Paraíso (1849-1930)
Basilio Paraíso
(1849-1930)