ESCULTURAS («La vida es viaje», Páginas de un diario húngaro. Olga Duarte Piña y Lauro Gandul Verdún, 2001)
Ady Endre
Desde Sopron a Debrecen, Pécs o Szeged, pasando siempre por Budapest, los viajeros las verán. Bajo la sombra densa de unos árboles, en su romántica glorieta; o en la serie sucesiva de hornacinas, cada busto en la suya, que forman la galería en cuadrilátero de una plaza mayor; o delante de una catedral dominando a los que suben por las escalinatas; o en el corredor del claustro de un monasterio; o en la fachada de un conservatorio superior de música.
Escultura en Sopron
El castillo de Buda
Al principio, resulta normal descubrirlas en cualquier ciudad occidental. La necesidad de recordar se ejercita colectivamente devolviendo su cuerpo a quienes lo perdieron. No pueden quedarse sin cuerpo las almas creadoras y heroicas. Los que conocieron a los grandes y, además, les sobrevivieron, luego de muertos, les necesitan. Los que sobreviven les alargan la vida a los ilustres.
Hotel Le Meridien
Budapest
Jósezf Atila
Pero en el sentir húngaro se percibe una voluntad adensada de que los grandes sigan existiendo. Los honrados en bronce, granito o mármol ganaron la inmortalidad que a los hombres les es posible, esto es, la inmortalidad de las estatuas. Quedaron incorporados a las esculturas. Mucha eternidad atesoran los húngaros cuando a tantos célebres compatriotas fenecidos los eternizan aquí y allá, en los parques, en los paseos de los bulevares, en los patios de los viejos castillos, en las portadas de diversos edificios magnos. Estos volúmenes, estas figuras delimitan un espacio característico en el territorio de la espiritualidad de los húngaros.
Kisfaludy
Imre Nagy
Cuando se las encuentran asomadas al fluir de los transeúntes y de la vida de las urbes de este tiempo nuestro, cargadas de la expresión intensa de valores fundamentales (la bondad, la justicia, la belleza, el coraje, …) en sus gestos, en sus poses, sentadas, de pie o a caballo, en los lugares públicos de cualquier ciudad, los viajeros ya pueden inducir una idea expresable sobre la identidad de los húngaros, a saber, son históricos; para nosotros lo son en el sentido de acusar una necesidad extraordinaria de relacionarse cotidianamente con los filántropos, los utópicos, los poetas, los músicos, los médicos, los revolucionarios, los héroes y los mártires de la nación.
Inventor
Györ
2002
De la serie Esculturas
Budapest
2004
Se nos contó que muchos, la mayoría, de los héroes de la historia del país padecieron el dolor de la tortura, o la tristeza del destierro, o la soledad de la cárcel. Pero el sufrimiento y la penuria derivaban de la valentía. Sólo causas nobles, como Dios o el Pueblo, les llevaron lejos persiguiendo a traidores, infieles y bandidos aunque la gloria, como sino de estos mártires, consistiera en soportar con dignidad la humillación de la derrota más allá de toda resistencia humana y hasta la muerte, única capaz de doblegarles. Uno quiso ser rey, porque así legítimamente le correspondía, pero fue traicionado cuando en su coronación, en lugar del oro regio de la corona, colocaron sobre su cabeza otra bien distinta de hierro al rojo vivo.
(Fotos: LGV)