CONOCER MADRID ES CAPITAL 2: CERVANTES, TAUROMAQUIA Y JAMONERÍAS. Fotografía de Manuel Verpi
D. Quijote con toros
Menina folclórica
Conocer Madrid es capital
[Foto: M. Verpi (Madrid, 8 de abril de 2016)]
D. Quijote con toros
Menina folclórica
Conocer Madrid es capital
[Foto: M. Verpi (Madrid, 8 de abril de 2016)]
Triángulo con sombras en La Maestranza
Como el toro he nacido para el luto
y el dolor, como el toro estoy marcado
por un hierro infernal en el costado
y por varón en la ingle por un fruto.
Como el toro lo encuentra diminuto
todo mi corazón desmesurado,
y del rostro del beso enamorado,
como el toro a tu amor se lo disputo.
Como el toro me crezco en el castigo,
la lengua en corazón tengo bañada
y llevo al cuello un vendaval sonoro.
Como el toro te sigo y te persigo,
y dejas mi deseo en una espada,
como el toro burlado, como el toro.
[MIGUEL HERNÁNDEZ (1910-1942).
El rayo que no cesa (1934-1935).
Editorial Losada, S.A. Buenos Aires, 1978.
Págs, 45 y 46]
«la lengua en corazón tengo bañada»
(Foto: LGV Sevilla 2003)
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«ME LLAMO BARRO AUNQUE MIGUEL ME LLAME» AHORA EN PAPEL
Era lo que gritaban en algunas de aquellas manifestaciones tan rápidas que se hacían en 1976 quienes las integraban y en seguida se desintegraban (y si no, que se quedaran). Amnistía sí hubo, y libertad, ya lo sabemos, también. Pero a la libertad le pasa como a las estocadas: está el metesaca, el estoconazo, la media, la entera, la caída, la trasera, la desprendida, la baja, la delantera, la de puño, la tendida, la honda… ¿Es que la libertad es como un estoque?, dirá algún lector, temeroso de que incurramos en sacrilegio. Pues claro que sí, contesto yo, ¿o es que el ejercicio de determinada libertad de determinados individuos no puede ser una puñalada para otros? ¿No es una estocada entera en el cuerpo del pobre el ejercicio de la libertad del banquero? ¿No es la libertad de los ejecutivos de las eléctricas otro profundo estoconazo en el cableado tronco del consumidor? No es una hasta el puño la libertad para cerrar empresas? ¿No es la libertad del representante del pueblo de hacer lo contrario de lo que dice una hendidura sangrienta en la sustancia del pueblo? ¿A qué se reduce, por el revés, la libertad para el estoqueado? Hasta ahora, a la de poder elegir a los mozos de espada de los distintos matadores. Algunos de éstos hacen faenas muy vistosas; los hay que hasta salen a hombros por la puerta grande, según lo abultado de sus resultados. Incluso los hay que ¡rarísimas veces!, llegan a indultar a algún toro, aunque ya hace muchísimo tiempo que un hecho así no se produce.
¡Ah!, estábamos también con lo de la amnistía. La fiscal, claro, la fiscal. Otro ejercicio de libertad.
Minotauro ciego guiado por una niña
1934
(De la serie de aguafuertes de la Suite Vollard)
1881-1973
El segundo capítulo de la leyenda es el de los amores de la reina Pasífae con el toro que Minos destinó a semental de sus vacadas. Era el signo que le había elevado al trono y que, según la promesa del rey, tenía que ser ofrecido en sacrificio al dios de los mares, de donde éste lo había hecho emerger. Incumplido el voto, el castigo no se hace esperar: es de ley.
Según el mito, irritado por tal incumplimiento, Posidón (Neptuno) vuelve furioso al toro y enloquece a la reina, que desde entonces siente por la bestia un amor irresistible —no es el único caso de bestialismo que nos refiere la mitología— y no cejará en su empeño de unirse con él. Estaba a la sazón en la corte un hombre ingenioso, artesano y raro inventor que había huido de Atenas y buscado refugio allí; se llamaba Dédalo, y Pasífae —brillo, fulgor, luz para todos— recurrió a sus buenos oficios para consumar su monstruoso proyecto. El exiliado construyó con su arte una ternera de madera tan natural, que el animal cayó en el engaño y se apareó con ella —con Pasífae, que se hallaba oculta en su interior— y al cabo de los meses nació una monstruosa criatura, medio hombre, medio toro, que recibió el nombre de Minotauro, «el toro de Minos». El rey, irritado y lleno de vergüenza, recurrió también a la habilidad y destreza de Dédalo para que construyera un aposento en que viviera aquél, lejos de todos.
El resultado de los trabajos de Dédalo fue el Laberinto, el palacio en que vivía Minotauro, un conjunto inmenso de piezas, pasillos, corredores, salones, del que era imposible —salvo para Dédalo— salir, y en que todo visitante, desorientado, perecía sin más, por no hallar la salida. Allí vivía el monstruo, y allí devoraba —dice el mito— los tributos que las ciudades tributarias de Minos remitían al rey. Según la leyenda, anualmente los atenienses enviaban a Creta siete parejas de jóvenes, siete varones y siete mujeres, que constituían su censo y serían pasto del Minotauro.
El Laberinto es, hoy, un recuerdo imborrable de la civilización minoica, es el palacio de la labrys, del hacha, es el símbolo de una cultura en la que se rendía culto especial al toro. Quien viaja a Creta y visita Cnosos, no olvida el Laberinto.
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«Algunos neuroéticos, es decir, algunos autores que trabajan sobre las bases cerebrales de la moralidad, han señalado como el gran problema de nuestra época la falta de motivación moral. Las gentes obedecen mal que bien las leyes legales, porque obligan mediante coacción. Sugieren ir pensando en un camino: mejorar moralmente la especie humana interviniendo en el cerebro. Sustancias como la oxitocina parecen aumentar la confianza en las personas, los inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina, incrementar la cooperación y reducir la agresión, y también el ritalín parece reducir las agresiones violentas. Con la cíber-biología, junto a la tecno-utopía de la Singularidad plural se producirá una especie creada para que desprecie todo compromiso laboral. Y así habrá que ser felices en un mundo sin perdices mucho más allá del Bien y el Mal. ¿No hay más salida que las intervenciones biológicas para conseguir una humanidad convencida de los mejores valores de palabra y obra? ¿O más bien sucede que no existe el chip moral, no hay fármaco ni implante que sustituya a la paciente formación voluntaria del carácter de las personas, de las instituciones y de los pueblos? Pero no importa porque a la corta habrá de nuevo alguien que sueñe por ahí.»
[Adela Cortina, «¿El fracaso de la educación?», El País, 1 de septiembre de 2012 / Luis Eduardo Aute, letra de «Alguién sueña por ahí», del disco Intemperie, 2010]
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«—El ahí queda eso me parece el paradigma del alma-hecha-gesto de la españolez. Así la corrida de toros revela la inclinación gestual del alma de los españoles.
—No entiendo lo que esta frase quiere decir. La españolez (una entelequia que expresaría la esencia metafísica de todo lo español) en primer lugar no existe, y , en segundo, si existiera, estaría tan fracturada respecto a las corridas de toros como sabemos muy bien que lo está España.
—Los castellanos se han puesto a revindicar la alta culturalidad de la Fiesta Nacional, sobreentendiendo implícita e inconscientemente que la cultura es buena por definición, al ensalzar del modo más enfático las muchas y gloriosas externalidades que se han desarrollado en torno suyo, en la poesía, en la literatura, en las artes plásticas, pintura y escultura (¡Mariano Benlliure!) y hasta en filosofía.
—¡Protesto! ¿Y los andaluces, vascos, gallegos, peruanos, colombianos, mexicanos, ecuatorianos, bolivianos que defendemos la fiesta. La barbarie taurina tiene un arraigo mucho mayor que la geografía castellana y llega, por ejemplo hasta Suecia…
—¿Le parece disparatada España?
—Mmmm…. la he conocido más disparatada. Y aquel disparate justifica mucho el cariño tremendo que yo le he tenido a este país. Yo no puedo decir amo a España porque me daría vergüenza, pero me parece maravillosa, me parece mal mandada, una respondona y tremendamente digna.»
[Rafael Sánchez Ferlosio, «Patrimonio de la Humanidad», El País 5 agosto de 2012/ Mario Vargas Llosa, «La barbarie taurina» y entrevista a Antonio Gala por Borja Hermoso, ambos en El País, 12 de agosto de 2012]
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«La socialdemocracia es un hecho histórico, no ideológico: es lo que queda del socialismo revolucionario cuando se quita la revolución y en su lugar se ponen algunas de las cosas que reclamaban quienes, primero de todo, querían eso, la revolución. Una sociedad donde merece la pena vivir es aquella en que se atienden a las necesidades de los más débiles. Una sociedad así ya no parece un ente abstracto, sino que se comporta con emociones y sentimientos, igual que los individuos. Este es el tipo de sociedad que alcanzó su cénit en la Europa de fines del siglo XX, con la socialdemocracia. La socialdemocracia ha pasado, de ser una alternativa a la revolución, a convertirse en una política de maximización del bienestar que sirve al gobierno, como quien no quiere la cosa, para ganar otra vez las elecciones.»
[Álvaro Delgado-Gal, «A cero» y Andrés Ibañez, «La sociedad hostil», ambos publicado en ABC Cultural, nº 1056, 28 de julio de 2012, págs. 12 y 16]
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«Fiestas reales por el felice naci-
miento del Serenísimo Príncipe de las
Españas, don Baltasar Carlos de Aus-
tria, nuestro señor, gloriosamente he-
chas por la insigne ciudad de Gra-
nada.»
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A las doce del mediodía entró en la plaza el comisario don Mateo de Lisón, vestido a lo francés, con ocho lacayos en el mismo traje, todos de telas ricas, plumas y guarniciones vistosas, y con él el laureado Francisco Moreno Abarca, vestido de español, ferreruelo, calzón y ropilla bordados de plata, cabos y plumas blancas y ochos lacayos turcos negros, vestidos de tela encarnada y plata.
…………Tomó su asiento la ciudad, y habiéndole tomado el Tribunal de la Santa Inquisición y el señor cardenal Spínola (que no quiso faltar al festejo de su príncipe), ocuparon el suyo los señores oidores de la Real Chancillería; no bien sentados estuvieron, cuando salió escombrando la plaza un ferocísimo toro, que, por tener vinculado el viento en sus pies, los vaqueros le llamaban «Torbellino». Hirió y maltrató a muchos hombres, con escandalosa lozanía, pero duróle poco esta gloria, porque a un mesmo tiempo entraron en la plaza don Pedro Francisco de Alarcón y Venegas, caballero el Hábito de Santiago, esclarecida sangre de los reyes de Granada, con trece lacayos encarnado y plata, y otros tantos rejones. Y don Fernando de Espinosa, veinticuatro de Granada, y gloria de los caballeros de Xerez, tan galán en ambas sillas, que él solamente en la una, se puede competir en la otra, prevenido también de rejones; y ambos los rompieron tan airosamente y con tanta gallardía, que se llevaron los ojos del pueblo. Mataron éste y muchos toros, siendo el alma de sus generosas acciones, horror mortal en los brutos y gloriosa admiración en el lucido concurso.
…………El cuidado de los comisarios tenía prevenidas tras mulas con cubiertas y tocas plateadas, bien adornadas de penachos y testeras, y apenas había caído el toro en el suelo, cuando le tenían fuera de la plaza (importante circunstancia de la fiesta).
…………Llegó la esperada noche, y habiendo despejado la plaza, empezaron a entrar por la puerta de Bibarrambla, en caballos artificiales, cuatro atabales, y dos trompetas, y tras ellos marchando diez y seis hombres armados en los mismos caballos con danzas y adargas, dieron vuelta a la plaza, y en medio de ella hicieron un vistoso caracol; luego se puso una tela, y empezaron a justar con lanzas de fuego, arrojando los caballos y jinetes por viseras y testeras gran número de cohetes sordos y tronadores.
…………Acabado este acto, se puso fuego al castillo, y fué tanta la confusión de bombas, tronadores, voladores y alquitranes y otras invenciones, que se vieron acreditadas las fabulosas aventuras de don Belianis de Grecia; llena la plaza de luces, se despojaron las ventanas de las hermosas jerarquías que las ocupaban, quedando esperando la fiesta principal para el martes siguiente.
…………Quisiera yo nuevo aliento y aliento y espíritu levantado, para saber decir la grandeza y obstentación con que Granada se vió este día; mas yo confío que no será despreciado este natural lenguaje, donde sin afectar locuciones, ni arrastrar auroras y planetas, humildemente ofrezco este breve epítome.
…………Entraron los comisarios con diferentes vestidos, mucho más ricos y costosos que los primeros, y ambos con calza, capa y gorra. Empezaron a disponer las cosas de su fiesta; y habiendo tomado asiento los tribunales en la forma ordinaria, se corrieron dos ferocísimo toros, que agitados de las garrochas amenazaban aun a los más bien prevenidos en su defensa. Tras desto, al son de varios instrumentos, hicieron su entrada los caballeros del juego, que fué en esta forma:
…………Los padrinos de las cañas fueron don Luis Lasso de la Vega, caballero del Hábito de Calatrava, corregidor de Granada y mayordomo del Serenísimo Infante don Fernando; don Juan Luis Ponce de León, caballero del Hábito de Santiago, señor de la villa de Zueros, que primorosa y acertadamente cumplieron con las obligaciones de su ilustrísima sangre y oficios.
…………Los caballeros que jugaron fueron treinta y seis, divididos en dos cuadrillas de a diez y ocho, y cada una de éstas en tres de a seis.
[…]
Los peones o lidiadores de a pie las hicieron tan extremadas (las suertes) que alguno de ellos mató dos toros con una daga, siendo ambos remunerante despojo de su destreza.
…………Jugáronse las cañas tan acertadamente, que en ellas y en la escaramuza partida, se vió un vivo retrato de las veras, Divididos por los padrinos, prolongaron la fiesta más toros, y tras de los toros, un hermoso caracol guiado por el marqués de Armuña, que lo hizo extremadamente. Faltó la luz, y amanecieron los fuegos, porque lo mismo fué entrar en la plaza un poderoso elefante con una gran torre en la espalda, cuatro dragones y seis gigantes esgrimiendo montantes de fuego, que fué tánto el que de sí todos arrojaron, que parecía acabarse el mundo.
…………Dióse con esto fin a la más lucida fiesta que jamás se ha visto. Tal fué la aprobación de muchos señores y tal la aclamación del público; pero no se esperaba menos de tan cuidadosos comisarios, ni yo es posible que deje de quedar corto en tanta grandeza. Será Dios servido que por las bodas del Serenísimo Príncipe, cuyo nacimiento se celebra, goce España de mayores regocijos, habiendo la majestad de Felipe IV, padre suyo y señor nuestro, dilatado sus imperios por los términos del mundo para coronarle en ellos.
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