Retrato de Gustavo Adolfo Bécquer
(Detalle)
(1862)
Valeriano Domínguez Bécquer
(Sevilla, 1833-Madrid, 1870)
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No digáis que agotado su tesoro,
de asuntos falta, enmudeció la lira;
podrá no haber poetas; pero siempre
habrá poesía.
Mientras las ondas de la luz al beso
palpiten encendidas;
mientras el sol las desgarradas nubes
de fuego y oro vista;
mientras el aire en su regazo lleve
perfumes y armonías;
mientras haya en el mundo primavera,
¡habrá poesía!
Mientras la ciencia a descubrir no alcance
las fuentes de la vida,
y en el mar o en el cielo haya un abismo
que al cálculo resista;
mientras la humanidad, siempre avanzando
no sepa a do camina;
mientras haya un misterio para el hombre,
¡habrá poesía!
Mientras sintamos que se alegra el alma,
sin que los labios rían;
mientras se llore sin que el llanto acuda
a nublar la pupila;
mientras el corazón y la cabeza
batallando prosigan;
mientras haya esperanzas y recuerdos,
¡habrá poesía!
Mientras haya unos ojos que reflejen
los ojos que los miran;
mientras responda el labio suspirando
al labio que suspira;
mientras sentirse puedan en un beso
dos almas confundidas;
mientras exista una mujer hermosa
¡habrá poesía!
Cerraron sus ojos
que aún tenía abiertos,
taparon su cara
con un blanco lienzo,
y unos sollozando,
otros en silencio,
de la triste alcoba
todos se salieron.
La luz que en un vaso
ardía en el suelo
al muro arrojaba
la sombra del lecho
y entre aquella sombra
veíase a intérvalos
dibujarse rígida
la forma del cuerpo.
Despertaba el día,
y a su albor primero
con sus mil rüidos
despertaba el pueblo.
Ante aquel contraste
de vida y misterio,
de luz y tinieblas,
yo pensé un momento:
¡Dios mío, qué solos se quedan los muertos!
De la casa en hombros
lleváronla al templo
y en una capilla
dejaron el féretro.
Allí rodearon
sus pálidos restos
de amarillas velas
y de paños negros.
Al dar de las Ánimas
el toque postrero,
acabó una vieja
sus últimos rezos,
cruzó la ancha nave,
las puertas gimieron,
y el santo recinto
quedóse desierto.
De un reloj se oía
compasado el péndulo
y de algunos cirios
el chisporroteo.
Tan medroso y triste,
tan oscuro y yerto
todo se encontraba
que pensé un momento:
¡Dios mío, qué solos se quedan los muertos!
De la alta campana
la lengua de hierro
le dio volteando
su adiós lastimero.
El luto en las ropas,
amigos y deudos
cruzaron en fila
formando el cortejo.
Del último asilo,
oscuro y estrecho,
abrió la piqueta
el nicho a un extremo:
allí la acostaron,
tapiáronle luego
y con un saludo
despidióse el duelo.
La piqueta al hombro
el sepulturero
cantando entre dientes
se perdió a lo lejos.
La noche se entraba,
el sol se había puesto:
perdido en las sombras
yo pensé un momento:
¡Dios mío, qué solos se quedan los muertos!
En las largas noches
del helado invierno,
cuando las maderas
crujir hace el viento
y azota los vidrios
el fuerte aguacero,
de la pobre niña
a veces me acuerdo.
Allí cae la lluvia
con un son eterno:
allí la combate
el soplo del cierzo.
Del húmedo muro
tendida en el hueco,
acaso de frío
se hielan sus huesos!…
¿Vuelve el polvo al polvo?
¿Vuelve el alma al cielo?
¿Todo es sin espíritu
podredumbre y cieno?
¡No sé; pero hay algo
que explicar no puedo,
algo que repugna
aunque es fuerza hacerlo,
a dejar tan tristes
tan solos los muertos!
Revisando el diario de Sandra Dugan, para extraer otro fragmento que pudiéramos publicar en esta revista[ESCAPARATE], encontramos una fotografía junto a una hoja suelta con el poema. Justo en las páginas donde están guardados aparece el relato de su estancia en Moscú. Sabemos que permaneció allí por tres años, desde 1994 a 1997, trabajando en la biblioteca del departamento de español de la universidad de Lomonósov.
«En el mes de agosto se empezaron a vender los libros de la biblioteca. Las autoridades universitarias habían anunciado que no tenían fondos y pretendían hacer dinero poniendo en venta los libros con los que los distintos departamentos habían ido formando sus bibliotecas.
»Recibí una llamada telefónica para que fuera seleccionando aquellos que podían incluirse en lotes y sacarse a subasta. También los que pudieran venderse a los interesados que se acercaran por allí. Esa tarde salí de la universidad disgustada. Al pie de la escalinata una vieja me ofreció una matrioska, que por unos rublos compré. Me pareció hermoso el color azul que la decoraba y los trazos blancos que la dibujaban. Cuando la abrí vi que sólo tenía tres piezas, faltando el resto. Presentí que esas tres piezas eran los tres años que yo ya había pasado en Moscú.
»La avenida tan rectilínea que siempre me conduce a mi casa hoy se hunde bajo mis pies. Siento que Moscú se acaba para mí.»
Este apunte está escrito detrás del poema no datado. Intuimos que al estar junto a la foto podemos pensar que fue escrito en ese verano último de Sandra Dugan en Moscú. Algún lector avezado en poesía podría pensar que no parece el texto propio de una escritora de cincuenta y cinco años, pero ha de indicarse que la obra poética de nuestra autora, además de breve, casi toda ella consistió en poesía experimental, más propia de la vanguardia de la primera mitad del siglo pasado cuando los jóvenes poetas europeos ocupaban su tiempo tratando de encontrar nuevas formas para la expresión de la literatura, en contraposición con los postulados métricos y estéticos de la tradición clásica. Sandra Dugan siguió la tradición vanguardista.
Olga Duarte y
Lauro Gandul
1
VAN a entrar en sus avenidas
Muchos vehículos como desde hace muchos años
Muchos vehículos van a entrar en una ciudad
Cualquiera
Muchos vehículos han salido
Es de noche mas la autovía está bajo las luces
De sus focos alumbrada
Veloces pasan miles de vehículos
Por cada carril miles
Es de noche
Regresan cansados los conductores
A algunos los acompañan pasajeros
Quisieran dormir
Están fatigados del día
Pero aceleran pisando el pedal correspondiente
Aceleran fascinados como ciegos
Proyectados hacia la gran curva
Que se los traga a todos
En la ciudad cualquiera se distribuyen
Van a dormir
Rápido rápido rápido
Van a parar
Van ciegamente rápido rápido
La curva se los traga a todos
En la ciudad arde oscura la llama del viejo carbón.
2
FUEGO que quema
Sol
Fuego de carbón
Arde el carbón
Llama
Quema la hoja del sol
La hoja del uno
Rápido rápido rápido
Arde la hoja del sol
Arde la hoja del uno
Aceleradamente arden
Rápido rápido rápido
La curva se traga sin atragantarse
Como una enorme tráquea capaz
Los vehículos
Rápido rápido rápido
El viejo carbón vegetal como donde se cruzan las avenidas
Húmedos los transeúntes
El asfalto
Los vehículos ardientes
Rápido rápido rápido
Arde la hoja de las estrellas
Arde la hoja del ojo
Arde la hoja de la llave
Rápido rápido rápido
Arde la hoja de la ventana
Arde la hoja del árbol
Arde la hoja de la mano
Arde la hoja del ave
Arde la hoja del muñeco
Arde la A
Arde la hoja del coche
Arde la hoja de la mujer desnuda
Arde la hoja de la boca
Arde la hoja de la espiral
Arde la hoja del corazón
Arde la hoja del libro abierto
Arden arden arden
La hoja de la hoja
La hoja del cálculo imposible
La hoja del limón
La hoja de la botella y el vaso
Rápido rápido rápido
Arde la hoja de un dios
Arde la hoja de un garabato
Arden las avenidas húmedas
Arde el pie su hoja
Arde la música su hoja
Arde la rueda su hoja
El teléfono
Arden el león
El mar
La margarita
El 33
El 33
El 33
El 33
Rápido rápido rápido
Tan rápido como lento el pálpito de la ceniza del infinito