Plaza octogonal
[Foto: Manuel Verpi (Aguilar, 2013)]
A María Antonia López-Berrio
—Ocurre con frecuencia que una colonia abandone su casa y llegue hasta el bosque donde se aloja en cualquier árbol hueco. Éste es sólo la protección externa de un hogar, mientras su estructura interna, no menos compleja, es obra de ellas mismas.
Semejante a la composición química de la grasa; las abejas segregan la cera con la parte inferior del abdomen que, en pequeñas escamas toman con sus patas y atenazan con su boca formando los pequeños sillares de una construcción que avanza desde arriba hacia abajo.
Del paralelo 40º 14´47″ al 37º 30´53″. En el siglo diecinueve, Juan Vicente Gutiérrez de Salamanca construye a la inversa su plaza. Lo cercano aproxima lo lejano.
—Somos árboles. Nuestras raíces existen. Pero al tener manos inventamos el hacha. La Historia podría ser también el relato sin fin de un radicidio continuo, en todo lugar y momento, por todos, con ocasión, unas veces de la necesidad y otras, demasiadas, de la locura.
Somos, por tanto, bosques nómadas y los otros. Somos lo previo, lo externo, y las abejas, cada una de ellas y la colonia misma.
También el aire, el peralte, la ascensión, unos caballos o un lago.
Quien desde la altura puede, porque debe, alcanzar la bajura, humano es y así va preparándose, con disciplina vieja, a sobrevivir también en la desconcertada orientación que supondrá la vida cuando nos hayamos muerto.
Que lo abierto nos recluya. En Ti confío.
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«TRAS EL NAUFRAGIO DE “DIÁLOGOS”»