– Las peleas están siendo intensas estos últimos días, y casi siempre sin más vidas que las del pundonor. Pero a veces, cuando otro ejemplar ajeno a estas lides quiere intervenir, se produce lo inevitable.
En este caso las cosas han ido más allá. Y este ciervo ha perdido no sólo una batalla sino la guerra. Se ha tronchado una cuerna y la pata delantera izquierda está destrozada, aun así no se da por vencido.
No obstante, los buitres vienen desde muy lejos a levantar acta. Saben que algunos de estos bramidos son cartas de despedida, lamentos y testamentos en las plazas públicas de los ciervos enamorados.
Nuestro ciervo derrotado dobla. Aunque embistiendo al suelo que lo vio nacer hace varias décadas. Los rabilargos, siguiendo la ley de la vida, echan su mirada de nuevo al rey y su esplendorosa manada…
– Aprovechando las treguas entre batallla y batalla amorosa; los rabilargos asaltan la pelambre de ciervos y ciervas llena de garrapatas.
Con ellos no va esta guerra y, de cara al exterior, tan solo cumplen con su papel de sanitarios sobre el terreno y en pleno ajetreo sexual. Es gratis, y se puede ir a cualquier parte… Y berreando vuelve el rey a proclamar su victoria sobre otros ciervos menos dotados. Porque en estas sierras si hay vencidos, y vencedores…
– La berrea es una de esas páginas míticas que se produce en el bosque mediterráneo. Los machos, por estas fechas, atraen a unas y expulsan a otros. A berridos.
Cualquier método es válido para impregnar el ambiente de sus feromonas. En la berrea se juegan, a partes iguales, los papeles de seducción y territorialidad. Como toros bravos se retan, y poco a poco, cada macho va juntando su harem agradecido.