LA UNIÓN NACIONAL Y EL FRACASO ENDÉMICO DEL CENTRO. De la serie «APUNTES HISTÓRICOS PARA LA INTERINIDAD POLÍTICA ESPAÑOLA» (I). Por Pablo Romero Gabella

 
 
 
LA UNIÓN NACIONAL

Caricatura de Basilio Paraíso (1949-1930) y Joaquín Costa (1846-1911)
[1900]

 
 
 

¿EL CENTRO HA MUERTO?

 

«¡Cuántas espinas de cuidados ha de rodearos, Señor, si habéis de mantener vuestros Estados en justicia, en paz y en abundancia!». Así advertía el historiador Ildefonso Antonio Bermejo al joven rey Alfonso XII en el comienzo del tomo primero de su Historia de la interinidad y guerra civil de España desde 1868 (Madrid, 1875). Esto mismo se los podríamos decir a Felipe VI y a la Princesa Leonor en estos tiempos de interinidad política que vive nuestra nación. Y en esa interinidad que podríamos llamar sanchismo  podemos  ver el fin de una etapa política, la del Régimen del 78, o simplemente un accidente, en exceso cansino, en nuestra democracia nacida de la Transición. Los hechos futuros nos lo dirán y los hechos pasados podrían servirnos si no como  guía al menos como pasatiempo ilustrado para esta épocas de memes.

   Una de las más relevantes consecuencias de las elecciones del 10 de noviembre de 2019 ha sido la laminación del centro político representado por el partido Ciudadanos que había sido liderado, hasta el día siguiente al desastre, por Albert Rivera. Como si de una maldición bíblica se tratara, Ciudadanos ha pasado a compartir la suerte histórica de UCD, CDS y UPyD. Todos ellos partidos de centro (hacia izquierda o hacia la derecha) de nuestra actual democracia. Su adversa suerte le ha llevado a unirse a los esqueletos del PRR y DLR que lo fueron en la Segunda República. Ciudadanos nació en la periferia política de Madrid, en Cataluña, como partido defensor de la unidad nacional y a la vez como partido regenerador. Una idea que no era nueva en España y que la encontramos a comienzos del siglo XX en el efímero experimento de la Unión Nacional.

 
 
 

LOS PROTAGONISTAS

 

El proyecto de partido, porque realmente nunca llegó a formalizarse como tal, nació de las consecuencias del Desastre del 98 que no sólo parió a una generación de escritores excelsamente pesimistas pero a la vez sublimes (algunos). También alumbró  (al igual que Ciudadanos al comienzo del siglo XXI) a unos políticos que decían ser regeneradores de un sistema, el de la Restauración, al que había que reformar antes que destruir. Este «partido apolítico», como lo llegó a definir el profesor José Luis Comellas, nació como Ciudadanos fuera de la  política madrileña. En concreto se alumbraron en las tierras aragonesas y castellanas a partir de tres personalidades regeneracionistas que llegaron a formar un verdadero triunvirato: el zamorano Santiago Alba (1872-1949) y los oscenses Basilio Paraíso (1849-1930) y Joaquín Costa (1846-1911). Al igual que los de Rivera nacieron de una burguesía intelectual y económica que se consideraba despreciada por el poder los partidos dinásticos liberal y conservador. Si miramos al hoy: los actuales (por ahora) PSOE y PP. Los triunviros decían representar a esa «masa neutra» de la que hablaría más tarde el regeneracionista conservador Antonio Maura y que no se veía reconocida ni en  los «amigos políticos» de Madrid ni en los caciques de sus terruños. Movilizar a esa España del trabajo, de los negocios y del intelecto fue el objetivo de estos próceres del regeneracionismo.

   Tal como Rivera, Alba era el más joven y provenía de la abogacía y del periodismo político de provincias ligado a los intereses agrarios. Paraíso, en su juventud republicano zorrillista, era el empresario exitoso que presidía la Cámara Oficial de Comercio e Industria de Zaragoza y además editor de El Heraldo de Aragón. Por último, Costa era la personalidad más arrolladora y venerada. Padre del Regeneracionismo patrio representaba al intelectual  proveniente del interior de la España que es hoy llamada vaciada o vacía.  Ligado al krausismo y a la Institución Libre de Enseñanza de su amigo Giner de los Ríos, fue doctor y profesor de Derecho y desarrolló más tarde su trabajo como abogado y notario en Madrid. A él debemos el lema regeneracionista de «escuela y despensa». Sin embargo, las contradicciones no le eran ajenas ya que aunque liberal social (¿hoy podríamos decir socialdemócrata?) defendió la necesidad de un «cirujano de hierro» que extirpara el mal de España. Esta figura sería reivindicada posteriormente por dictadores de dispar fortuna como fueron Primo de Rivera y Franco.

 
 
 
Santiago_Alba (1872-1949)

Santiago Alba Bonifaz
(1872-1949)

 
 
 

LOS HECHOS

 

En 1899, aún bajo el trauma del 98, los triunviros regeneradores crearon la Liga Nacional de Productores a partir de las cámaras de comercio y de asociaciones agrarias que fueron aglutinando. A comienzos de 1900 la Liga pasaría a ser la Unión Nacional. Su objetivo político: derribar el proyecto de la reforma hacendística del gobierno conservador de Francisco Silvela. Curiosa paradoja porque Silvela era un político que se declaraba regenerador, pero desde dentro del sistema de la Restauración canovista-sagastino, y que escribió el famoso artículo «España sin pulso» dos años antes.

   La Unión Nacional planteaba liderar un movimiento ciudadano (así se llamó también el proyecto para toda España de Ciudadanos tras su éxito en Cataluña) que mediante una movilización de burgueses, intelectuales y trabajadores hiciera caer el sistema corrupto de la Restauración. Sin embargo, el Gobierno Silvela no dudó en prohibirlo y meter en cintura a los díscolos triunviros. Tal como hicieron los cartistas en la Inglaterra victoriana, la UN pretendía llevar sus reclamaciones democratizadoras al presidente del Congreso de los Diputados y al no lograrlo, publicaron un extenso manifiesto publicado por la prensa el 1 de abril de 1900. Paraíso y Alba propusieron radicalizar el movimiento a través de la resistencia pasiva  que postulaba la insumisión fiscal. «No taxs without Representation», venían a decir, tal como los revolucionarios norteamericanos de 1776 y su método sería algo parecido al que Gandhi utilizaría en su legendaria «marcha de la sal» de 1930 que hizo doblegarse al imperio británico en la India. Costa en cambio defendía una táctica gradualista y apegada a la legalidad que supondría la creación de un verdadero partido político de «centro incluyente» (Norberto Bobbio dixit) que acabara desplazando a los partidos del turno. Las divergencias ideológicas  y  personales estallaron y en septiembre de 1900 Costa se desligó del proyecto. Sin embargo, cosa harto curiosa, Paraíso y Alba acabarían aceptando las tesis de Costa al proponer que la UN se presentara a las elecciones de 1901 como partido político. De tal manera prepararon un congreso en Cádiz (guiño quizá a la cuna del liberalismo hispano) donde esto se formalizara. Alba llegaría a escribir una especie de manifiesto fundacional que publicaría El Liberal el 18 de octubre de 1900. No obstante, las luchas internas y las contradicciones de un movimiento tan heterogéneo (¿les suena?) hicieron imposible su proyecto político. Todo quedó en el papel.

   Tras lo efímero del experimento, Alba y Paraíso llegaron a ser diputados en 1901, pero de la mano del político liberal gaditano Segismundo Moret. Paraíso ya plenamente inserto en el sistema turnista llegaría a ser nombrado más tarde senador vitalicio. Alba comenzaría una dilatada carrera política como líder de la «izquierda liberal», siendo ministro en diferentes carteras en los últimos gobiernos de Alfonso XIII.  Durante la Segunda República, dentro del PRR de Lerroux, llegaría a ser presidente de las Cortes entre 1933 y 1936. Por su parte Costa agrandaría su leyenda como santón del regeneracionismo, acercándose al republicanismo, y publicando su famoso libro Oligarquía y caciquismo como forma actual de gobierno en España: urgencia y modo de cambiarlo (1901).

 
 
 

LAS PALABRAS

 

¿Qué quedó de todo ello? Quedaron las palabras.  Palabras en las que estos hombres confiaron, tal como hizo ingenuamente más tarde Manuel Azaña , y en las cuales depositaban sus esperanzas para poner «España en marcha» (lema de Ciudadanos en la elecciones del 10-N). Rescatemos dichas palabras de los dos manifiestos principales de lo que fue la U.N.

   En el «Manifiesto del 1 de abril de 1900» (utilizo la edición de ese día de El Liberal) exponían los triunviros que ellos representaban a la España viva que se levantaba cada mañana para trabajar. La España que creaba empresas y daba trabajo a pesar de un gobierno corrupto:

   «Mientras nosotros trabajamos para nosotros y para el Estado, el Estado no ha trabajado más que para sí».

   Por ello era necesario reconciliar el «Poder público y el país». Lo que es lo mismo que fundir la España real y la oficial. Era por tanto la hora de hacer una «nueva política» que frente a la «vieja política» (Ortega y Gasset dixit) acabara con las corruptelas de caciques y  políticos de Madrid que:

   «Cierran a las masas el acceso a las urnas y hacen que el voto público no sea sincero ni verdadero en ninguna parte».

   Era necesario acabar con la «vieja política» del turno que gobernaba «contra el país» y que lo sumía en un «estado de atraso, de inferioridad, incultura, desgobierno, vasallaje y opresión feudal». La «nueva política», y aquí se veía claramente la influencia de las ideas costistas, debía sustentarse en:

   «Tres bases poderosas (…): la escuela, la despensa, la justicia; hemos pedido luz, pan, libertad: la libertad que nos quitan los caciques, con el brazo complaciente de la Administración y de la Justicia; el pan que la Administración nos sustrae o que no nos ayuda a producir, la luz que nos interceptan o de que no nos proveen las escuelas.»

   Cambiemos hoy «caciques» por «nacionalistas» y veremos mejor las similitudes.

   Por todo ello, pedían o más bien exigían al Gobierno el fin de la pasividad de años, de siglos, y que promoviera las infraestructuras (destacando la política hidráulica) y la escuela pública por todo el país como elementos cohesionadores. Así pensaban que España se convertiría en «miembro vivo de la comunidad europea». ¿Les vuelve a sonar la copla?

   Y al final una advertencia, tal como hizo por aquellos años Maeztu, si no se hace esta «revolución» desde arriba, las masas la acabarían haciendo por la fuerza desde abajo. Y para ello terminaban citando al historiador y político francés Thiers (liquidador a sangre y fuego de la Comuna de París en 1871) sobre la situación de Francia de antes de la revolución de 1789.

   En la «Declaración de principios» escrita por Santiago Alba de 18 de octubre de 1900,  publicada en El Liberal, se establecían los principios por los cuales debería regirse el nuevo partido. Éste tenía el imperativo de una realidad que los vetustos partidos turnistas se negaban a ver:

   «Toda España siente ya el vacío de nuevas manifestaciones de la opinión pública».

   La U.N. representa a esas «fuerzas sanas» que deben «imponer las grandes reformas que demanda la opinión pública». Y para llevar a cabo tales reformas era necesario utilizar una acción gradualista, pedagógica, moderada y legal tal como predicaba Costa:

   «Es preciso hacer una labor prudente, modesta y perseverante (…) Se impone el procedimiento inglés: solicitar seis u ocho reformas concretas e imponerlas, y después pedir otras tantas.»

   Alba reconocía que con el actual gobierno de Silvela (que caería 5 días después ocupando su lugar el sempiterno Sagasta) era imposible llegar a un entendimiento:

   «Al actual ministerio nada le podemos pedir, ni nada queremos de él.»

   Pero si se formara otro distinto que «…no esté incapacitado y que ofrezca garantías sólidas y públicas, se le podrá prestar concurso, se le podrá dar de buena fe nuestra labor a la gestión del Gobierno, sin perder jamás su independencia la Unión Nacional».

   Léanse las anteriores líneas en clave de la actual interinidad y se comprenderán oportunidades que podrían haber sido pero que no fueron…

   Por todo ello, Alba y los suyos defendían su «política nueva, sumando la tradición y el progreso.». Esto suponía desterrar experimentos revolucionarios ya que «La crítica negativa de los revolucionarios retóricos no conduce a nada práctico».

   En conclusión, proponían un partido que hoy llamaríamos de centro y alejado de peligrosas excursiones al radicalismo:

   «Hay que ejecutar el programa de la Unión Nacional o ayudar a quienes los ejecuten, sumando a la obra de la regeneración el concurso de todos. Será esto menos gallardo y menos populachero; pero es lo único posible y patriótico.»

   Cambiemos hoy «populachero» por «populista» y «revolucionarios retóricos» por «progresistas». Preguntémonos:

   ¿Estamos bajo su férula?

 
 
 

Basilio_Paraíso (1849-1930)
Basilio Paraíso
(1849-1930)

 
 
 

One comment.

  1. […]      [1] http://revistacarmina.es/?p=41773 […]

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