JEAN RIEN Y LOS DOS FABRIZIO (PARTE PRIMERA). Por Rafael Rodríguez González

 

 A usted, si es que leyó en ESCAPARATE (1) este verano pasado lo que se publicó sobre Fabrizio Cobertori Ilmanta «Un italiano en la corte de Joaquín el de la Paula»), puede que le interese lo que viene a continuación, donde se relatan hechos ciertos, comprobados y comprobables, que alguna relación guardan con aquello.

 

 

 Andrés Asido fue funcionario de Correos entre 1901 y 1926. Era Andrés persona de grandes inquietudes, gran aficionado a la lectura, a las ciencias, a todo, en fin, lo que supusiera ejercicio intelectual. No obstante, en lo que más destacaba era en el celo que ponía en sus funciones. Ni una carta extraviada, ni un despacho sin arribar a su destino, ni un encargo irrealizado, ni un usuario desatendido. Amaba su trabajo (la comunicación humana, decía él) y lo demostraba día a día. Asido estaba considerado por los vecinos como una de las tres personas imprescindibles del municipio. Decir que las otras eran los enterradores no es desmerecer la figura de Andrés, más bien lo contrario. Dos lo eran para despachar a los muertos, Asido para atender a los vivos.

 

Un paquete para Fabrizio Cobertori

 Un día, pasados ya dos meses desde la partida de nuestro italiano, quiero decir del que vivió en Alcalá durante tanto tiempo, y cuando ya se conocían las irreparables consecuencias del naufragio del Until Here, llegó a la oficina de Correos, sita entonces en la calle de Juan Abad (2), un paquete dirigido a Fabrizio Cobertori Ilmanta. Andrés observó que el envío procedía de Barcelona y que el remitente era un tal Jean Rien de Colombey-les-Deux-Églises, indicando como lugar de residencia una casa de huéspedes en el número 17 de la calle del Bisbe, llamada «Pensión Corbacho».

            Asido dudó qué hacer con el paquete. ¿Devolverlo al remitente?, ¿abrirlo por si contenía algo de interés sobre el difunto Fabrizio o su señora, en el sentido de tener que realizar algún trámite o comunicar con alguien? Andrés optó por lo segundo. Asido era hombre curioso, pero de ningún modo por estar afectado de propensión al fisgoneo. Su interés era movido por el ansia de servir, de ser útil a quien lo necesitara, porque Andrés no era un simple y acomodadizo funcionario, sino un verdadero servidor público. Todo el mundo sabe que ejemplos de ese tipo nunca han abundado (véase la nota 2).

            Abrió por fin el probo funcionario el atadijo y se encontró con dos libros y una carta. Como estaba escrita en italiano (los libros en francés), y aunque le resultara en gran parte inteligible, decidió ponerla en manos de su amigo Jaume Lluis Traster de Forniqué y Pons, profesor en la Universidad de Sevilla (este hombre veraneaba cada año en Alcalá, de ahí su amistad con Asido). Andrés quedó confuso tras la lectura de lo traducido, porque… pero leamos la carta de Jean Rien y seguiremos después.

 

«Barcelona, 29 de Febrero de 1920

 

Admirado amigo:

 

            Después de casi dos años sin noticias suyas, he sabido de su estancia en Alcalá de Guadaíra. Se lo debo a un viajero que subía al tren en Barcelona, muy apresuradamente, para dirigirse creo que a Madrid. Oí de labios de ese señor, al despedirse de otro que desapareció entre el gentío del andén antes de poder dirigirme a él, que Fabrizio Cobertori residía en tan pintoresco lugar de Sevilla, recomendándole encendidamente, o al menos así me pareció, que le frecuentara. Ni que decir tiene que albergo todas las esperanzas de que se encuentre bien de salud y a seguro resguardo de sus pérfidos perseguidores, que tan ridícula pero gravemente han estado haciéndole a usted la vida poco menos que imposible.

            He tenido el atrevimiento de enviarle mis dos últimos libros. En Lo desmedido de lo transcendental en la cotidianeidad incesante he querido mostrar (usted en su sabiduría juzgará si acertadamente o de frustrada manera) la enorme distancia existente en todas las épocas entre la entrega del hombre a una causa, en el caso de ser noble, y las posibilidades reales del éxito de esa dedicación. En el más reciente, obra sobre todo divulgativa, De la pretensión generalizada de la sabiduría, me refiero a una presunción común a todos los seres humanos, a saber: sabemos de todo, aun sin saber lo que es saber, tampoco lo que es todo y mucho menos de qué se compone ese todo ni cada una de sus partes en sí y en relación al todo en su conjunto y a las demás. 

            ¡Cuántos de sus admiradores, diría que todos si no hubiera algunos que le creen sin vida, esperamos un  nuevo libro de usted! El último que llegamos a conocer, La impronta contingentista en el pensamiento relativista alemán del primer lustro del siglo XVIII, nos dejó a todos tan admirados que leerlo una y otra vez se ha convertido en un placer del que gozamos a diario. Permítame la osadía de considerar esa obra incluso superior, si es que tal cosa fuese posible, a la que de entre las suyas siempre se ha tenido por cimera: Historia de la relación entre iguales subjetivos a través de condicionamientos preestablecidos en el curso de la Reforma.

            En estos momentos, por motivos que me resultaría muy enojoso contarle, me es imposible desplazarme hasta Sevilla, de modo que espero poder mantener la correspondencia que siempre me ha resultado tan grata y necesaria. Le agradeceré que en su primera carta me indique su domicilio, para no tener que recurrir nuevamente a la fórmula que en esta ocasión he empleado, y que no es otra que confiarse a la suerte de que en la oficina de correos haya alguna persona que se preocupe de hacerle llegar el envío.

            Le expreso mi más ferviente deseo de que cuanto antes pueda reintegrarse a la luz pública y seguir así aportando a la Humanidad todo su saber, libre ya de ser objeto de odios absurdos. Por si en algo le sirviere de consuelo, me place comunicarle que el general Encabritiatto, según me han informado algunos amigos de fiar, está gravemente enfermo. No obstante, algunos de sus catorce hijos siguen en sus trece y no cejan en sus lamentables propósitos.

            Le reitero mis más sinceros saludos y el más exaltado deseo de bienestar.»

 

 

 

1. También puede encontrarlo en este mismo blog.

 

2. El conocimiento de que la oficina de Correos se hallaba entonces en dicha calle se lo debemos a nuestro paisano Juan Manuel Benítez Díaz, que fue hasta hace unos años eximio cartero, uno de los pocos que ha destacado a gran altura en el desempeño de la labor funcionarial, heredero o continuador, por tanto, de Andrés Asido en ese aspecto. En la memoria de muchas personas ha quedado la elevación y el relieve que alcanzó Juan Manuel Benítez durante los fecundos años de su desempeño en cargo de tanta talla y envergadura..

 

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JEAN RIEN Y LOS DOS FABRIZIO (PARTE SEGUNDA). Por Rafael Rodríguez González

2 comments.

  1. […] JEAN RIEN Y LOS DOS FABRIZIO (PRIMERA PARTE). Por Rafael Rodríguez González […]

  2. […] ya lo he dicho, había quedado confuso tras leer la carta. Le ocurría lo que a cualquier persona con sentido del […]

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