ANACARSIS ESCITA. Por José Manuel Colubi Falcó

 

Xilografía de los Siete Sabios de Grecia

realizada por Hartmann Schedel para el «Liber Chronicarum»,

impreso en Núremberg

en 1493

 

Dice Diógenes Laercio, en sus Vidas de Filósofos, que Pitágoras fue quien acuñó el término filosofía, que se llamó a sí mismo filósofo y dijo que ningún hombre es sabio, sino que sólo Dios lo es. Y añade que pronto aquélla llamóse sabiduría, y sabio el profesante que habría laborado con esmero en la excelencia del espíritu; que filósofo es el que ama la sabiduría, y que los sabios eran llamados sofistas, pero no ellos solos, sino también los poetas.

   Con ello entramos en la historia de los «Siete sabios de Grecia», que, según se nos contaba antaño en la escuela, eran hombres amantes del saber, gobernantes o legisladores, y fueron: Tales de Mileto, Solón de Atenas, Periandro de Corinto, Cleobulo de Lindos, Quilón de Esparta, Bías de Priene y Pítaco de Mitilene. Siete en total, pero en la repesca se añaden otros: Anacarsis escita, Misón queneo, Ferecides de Siros y Epiménides de Creta. Algunos pretenden incluir a Pisístrato, tirano de Atenas.

   Veamos que nos dice de Anacarsis la historia: Escita de sangre real y madre griega, conocía ambas lenguas y le fue fácil visitar Grecia. En Atenas gozó de la hospitalidad, amistad y doctrina de Solón, y luego, helenizado, regresó a su tierra, donde murió «asesinado –dice él- por la envidia».

   El mar no le inspira confianza, pues, habiéndose enterado de que el grosor de las naves es de cuatro dedos, dice: «Tanto distan de la muerte los que navegan»; o cuando uno le pregunta si son más los vivos o los muertos, demándale él en qué lugar sitúa a los navegantes; y, en fin, consultado sobre qué naves considera más seguras, responde: «Las varadas en la orilla».

   Contado entre los legisladores, de sus dichos se deduce que en el vino no veía –como los más de aquéllos- atenuante. Así, dice que en la cepa hay tres racimos: el primero, del placer, el segundo, de la embriaguez, y el tercero, del desplacer; que en las tabernas mienten incluso quienes prohíben mentir, y que el único medio de no ser borracho es tener ante los ojos las indecencias de los borrachos.

   Hombre universal, templado, amante de la verdad, a un ateniense que se le mofa por ser escita, responde: «Mi patria es mi vergüenza, pero tú eres el deshonor de la tuya»; le sorprende que compitan los artistas y que sus críticos no sean artistas, y predica la moderación en el vientre, el sexo, la lengua. En fin, profundo conocedor de esa lengua, que es lo mejor y lo peor que hay en el hombre, dice que el ágora (donde se celebran asambleas, mercados y se administra justicia) es lugar definido para mutuos engaños y fraudes.

 

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