«A Madam Frucha no se le daba muy bien la disciplina, razón por la cual tal vez había inventado el Método, que no requería ninguna. Lo que solía hacer es hablar con los demás en tono pizpireto hasta que la gente se rendía por pura vergüenza ajena.La señorita Susan nunca parecía tener vergüenza ajena.
—La razón de que te haga venir, Susan, es que ejem, la razón es…, la señorita Smith me ha contado que los niños… su capacidad lectora es, según dice, desafortunadamente avanzada…
—La señorita Smith piensa que un buen libro trata sobre un niño y su perro persiguiendo una pelota roja y grande- dijo la señorita Susan- Mis niños han aprendido a esperar una trama. Ahora estamos leyendo Cuentos de hadas grimosos.
—¡Pero es horroro…! ¡No tendrías que estar enseñándoles a leer nada todavía!…Quiero decir que la infancia es una época para jugar y…
—Aprender –dijo la señorita Susan.
—Aprender jugando –comentó Madam Frucha, agradecida de encontrar un territorio familiar-. Al fin y al cabo, los gatitos y los cachorrillos…
—Crecen para convertirse en gatos y perros, que son todavía menos interesantes –continuó la señorita Susan-. Mientras que los niños deberían crecer para convertirse en adultos. Aprender es un juego, pero un juego muy exigente. Lo que sucede en la enseñanza, como en la mayoría de los juegos, es que el juego se complica, se hace más sofisticado y cada vez más difícil, exige un esfuerzo mayor, pero esa complicación crecientes van o deberían ir unidas a una también creciente destreza en el dominio de sus rudimentos, mecanismos, procedimientos… No se deja de jugar a medida que se crece y se aprende. De hecho, ni siquiera los adultos dejan de jugar; sólo van cambiando de juegos, y eso sí, van olvidando que son juegos.
Madam Frucha suspiró.»
[Pratchett, Ladrones del tiempo, Barcelona, 2011, págs. 73-74, traducción de Javier Calvo (1ª ed. inglesa, 2001) /José Sánchez Tortosa, El profesor en la trinchera, Madrid, 2008, pág. 59-60]
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