Museu da marioneta de Lisboa
[Foto: LGV 2018]
Bajo la piel blanca de la astucia se oculta la hipocresía. Semejantes a sepulcros blanqueados dice Jesús que son los hipócritas. Afectan modestia, simulan devoción, y aparentan ser escrupulosos. Siempre en su papel para fingir quienes, desde luego, ni son ni nunca alcanzarán a ser. Son la antinomia de la lealtad. Están convencidos de que nadie logrará conocer al que esconden tras el que aparentan ser y, lo más frecuente, es que pronto se les descubre oscuros, porque su claridad está hecha de materiales muertos. Sus habilidades innúmeras para la simulación y el disimulo los hace dueños de todas las estratagemas y artificios. Su doblez los multiplica en ellos mismos y entre ellos se entienden demasiado bien.
Están por doquier, pero sobre todo están en el poder y son abrumadora mayoría, casi por unanimidad integran todos los gobiernos, y allí donde están no hacen otra cosa que dedicar sus existencias a promover actividades nacionales o multinacionales cuyos fines son la muerte en vida de los más. Estos son los hipócritas, los lisonjeros, que lloran como cocodrilos cuando saben que su víctima ya no podrá escapar de sus colmillos.
También todo hipócrita es un parásito. La sangre que corre por sus venas es robada. Donde haya un pálpito, un ángel, que los humanos tenemos dentro cuando nacemos a esta vida, un ángel que es inocente por naturaleza y aspira al aire como lo hacen los árboles de los bosques, allí agazapado detrás de las esquinas, fieros, los hipócritas esperan el momento de asaltar al que pasa y ¡zas! le dan un zarpazo, lo dejan sin sangre, lo robotizan, lo convierten en un zombi, que sólo sabe que no sabe porqué pasa todo su tiempo desperdiciando sus años, que no se llenan de nada, que se acumulan hasta cerrar sus ojos…
Los hipócritas son horribles, la mayor pesadilla, una auténtica catástrofe planetaria, algo que podríamos combatir armados de arte, música y libros fundamentales y de personas de buena voluntad, amorosas, claras, sinceras, hechas de la carne de las palabras auténticas. De tantas revoluciones que se hablan hasta la saciedad y el hastío, propongo una sencilla: combatir a los hipócritas, a los parásitos, dejándolos solos porque concurrir adonde convocan es entregarles nuestra alma. Así pues, en su lugar dejar un vacío, un silencio, una ausencia de aplauso y reservarnos para los verdaderos actos de una cultura popular recuperada en la acción pública y en la libertad de los responsables.
[La voz de Alcalá, 2022]
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