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EL CENTENARIO CIORÁN. Por Enrique Martín Ferrera (8 de abril de 2011)

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Foto: John Foley

«En esto reconozco a un verdadero poeta: frecuentándole, viviendo largo tiempo en la intimidad de su obra, algo se modifica en mí, no tanto mis inclinaciones o mis gustos como mi misma sangre, como si una dolencia sutil se hubiera introducido en ella para alterar su curso, su espesor y su calidad. Valéry o Stefan George nos dejan allí donde les abordamos, o nos vuelven más exigentes en el plano formal del espíritu, son genios de los que no sentimos necesidad, solo son artistas. Pero un Shelley, pero un Baudelaire, pero un Rilke, intervienen en lo más profundo de nuestro organismo, que se los apropia como lo haría con un vicio. En su proximidad, un cuerpo se fortifica, y luego se ablanda y se desagrega. Pues el poeta es un agente de destrucción, un virus, una enfermedad disfrazada y el peligro más grave, aunque maravillosamente impreciso, para nuestros glóbulos rojos. ¿Vivir en su territorio? Es sentir adelgazarse la sangre, es soñar un paraíso de la anemia, y oír, en las venas, el fluir de las lágrimas…»

Précis de décomposition

Cioran, 1949

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…………Sobre poesía y poetas hablaría en numerosas ocasiones el rumano Emil M. Cioran, antes de que dejaran de interesarle. Según repetía él mismo, en sus últimos años, al envejecer, se había dado cuenta de que la poesía le era cada vez menos necesaria, achacando su gusto anterior por ella a un excedente de vitalidad.

…………Improbable salir indemne como lector después de paladear una de sus obras. A lo largo de su vida, cultivó el aforismo sin desmayo. «Más aun que en el poema, es en el aforismo donde la palabra es dios», postulaba en su libro Desgarradura.

…………Nacido el 8 de Abril de 1911, Cioran es centenario desde el día de hoy.

…………«Yo nací cerca de los Cárpatos -escribe en una página titulada Acorralados en el futuro– y adoré el pueblo donde pasé mi infancia. A los diez años tuve que abandonarlo para ir al liceo de la ciudad. Fue una experiencia terrible que nunca olvidaré: el espectáculo de un animal llevado al matadero. Los condenados a muerte deben conocer sensaciones semejantes antes del suplicio final. Yo sabía que lo perdía todo, que era expulsado de mi propio edén y que no merecía ese castigo. Cuando pienso en ello tras una vida entera, me doy cuenta de que tenía razón de haber reaccionado así, que en el fondo la civilización es un error y que el hombre debería haber vivido en la intimidad de los animales, apenas diferente de ellos. En ningún caso debería haber ido más allá del estatuto de pastor.»

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…………Le complacía la música, en especial la de Bach, que no se cansaba de oír. «Si alguien debe todo a Bach es sin duda Dios», llegó a afirmar. Como escritor, el francés fue su lengua. Con esa herramienta adoptada escribiría el grueso de su obra. Vivió en París desde 1937, una ciudad de la que le gustaba proclamar que era «el único lugar donde la desesperación es agradable». Cuando le llamaron para asistir como protagonista a Apostrophes, aquel famoso programa de la televisión gala en el que Bernard Pivot entrevistaba a lo más granado del mundo de las letras, Cioran rechazó la invitación argumentando que no quería que a la gente le sonara su cara y estropear con ello el mayor placer de su vida: sus paseos por el parisino Jardín de Luxemburgo.

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CIORÁN EN «CARMINA»

DIÁLOGO SOÑADO ENTRE BORGES Y CIORAN. Por Enrique Martín Ferrera. Enero 2009

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A modo de homenaje fotográfico a Ciorán por LGV a propuesta de EMF

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DIÁLOGO SOÑADO ENTRE BORGES Y CIORAN. Por Enrique Martín Ferrera.

DIÁLOGO SOÑADO ENTRE BORGES Y CIORAN

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CIORAN

BORGES: ¿ En qué piensas Emil ?

CIORAN: En ese don, la inutilidad de tus ojos… Y, en algo que me es tan familiar: el hastío de los míos.

BORGES: Ah, esa herida que nunca cicatriza: mirar siempre al abismo, la clarividencia del desesperado… ¿Cabe hallar ojos más lúcidos?

CIORAN: Posiblemente esos que nada puede turbar, esos que nada esperan: ojos de ciego.

MOZART: RETRATO INACABADO. Por Enrique Martín Ferrera (Julio de 2009).

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Retrato inacabado (1789-1790), por Joseph Lange (Mozart Museum de Salzburgo).

Mas qué verán los ojos -¿niño, hombre?-
que así penetran más allá del límite.

(Revelación de Mozart, Gerardo Diego)

Siempre que miro este retrato – ¿quién podría preferir, por acabado o galante, otro distinto?- pienso en unas palabras dirigidas por Leopold Mozart a su hijo: Cuando estabas inmerso en la música, tu rostro expresaba tanta seriedad…, le recuerda el padre en una carta de 1778.

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LUIS CERNUDA. Trenzando juncos para los asnos. Por Enrique Martín Ferrera (Junio, 2009)

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Cernuda, el exiliado, fumando en pipa.

LUIS CERNUDA

Trenzando juncos para los asnos.

Por Enrique Martín Ferrera.
Junio 2009.

A F.Javier Romero Martín.

Recuerdo que era un ejemplar muy ajado, propiedad de la biblioteca pública, con una cubierta remendada que aún permitía leer su enigmático título: OCNOS. Aquel extraño nombre, que prometía maravillas, y su brevedad –los adolescentes siempre están tontamente muy ocupados-, fueron determinantes entonces en mi elección, entre tantos lomos expuestos al alcance de mi mano.

Leí aquel libro en las postrimerías de un verano, durante una siesta embalsamada y luminosa, sentado bajo el castaño de indias que todavía, cada estío, sigue ofreciendo su sombra a quien alcanza esforzadamente a pie el final de la cuesta de subida al castillo de mi pueblo. Lo leí sin pausas, pero degustando morosamente cada línea, como una de esas delicias de la vida que uno se resiste a abandonar y que hacen que extravíe el reloj y proclame para sí la abolición del tiempo. Recuerdo que me costó devolver a los anaqueles municipales aquel librito, y que supe, desde aquella misma tarde, nada más concluir sus páginas, que Luis Cernuda, con toda aquella belleza surgida de la palabra, me acompañaría en adelante en el camino, alentándome siempre; desde una cercana lejanía, como lo hacen las cartas de un amigo muy querido que se quedó cuando nos fuimos, o se marchó cuando nos quedamos; que todavía nos escribe de cuando en cuando, y al que seguimos reconociendo, y sintiendo próximo, a pesar de la distancia y sus privaciones.

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Goethe.

Los días que siguieron a aquella primera lectura volví una y otra vez a aquel nombre: Ocnos. Porque, ¿quién era Ocnos? Aunque intuía en el uso hecho allí de su nombre cierta referencia a la labor artística, ¿cuál era la exacta relación de aquel personaje y su curioso quehacer con el contenido del libro? Sólo se le mencionaba en la cita de Goethe que abría la obra:

Cosa tan natural era para Ocnos trenzar sus juncos como para el asno comérselos. Podía dejar de trenzarlos, pero entonces ¿a qué se dedicaría? Prefiere por eso trenzar los juncos, para ocuparse en algo; y por eso se come el asno los juncos trenzados, aunque si no estuviesen habría de comérselos igualmente. Es posible que así sepan mejor, o sean más sustanciosos. Y pudiera decirse, hasta cierto punto, que de ese modo Ocnos halla en su asno una manera de pasatiempo.( Goethe, “Poygnots Gemälde in der Lesche zu Delphi”)

Busqué y busqué, en cuantos libros tenía en aquella época a mi alcance, alguna noticia añadida sobre aquel misterioso trenzador de juncos, pero nada pude hallar sobre el mismo: ¿era acaso su ocupación un castigo? Incluso durante algunos años, tampoco tuve certeza acerca de si el artista griego Polignoto, que adquirió prestigio pintando escenas basadas en las obras de Homero unos cuantos siglos antes de Cristo, y al que escuetamente hacía referencia la enciclopedia, era o no la misma persona que aparecía en el título de la obra del gran Goethe. Mis pobres progresos en aquella labor estaban más que justificados por las limitaciones de una pequeña biblioteca municipal de la sierra onubense, en tiempos en los que ni siquiera se oía hablar aún de Internet; circunstancias que me dejaban poco o ningún margen de maniobra.

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Representación sepulcral de Oknos en Puerta Latina (Roma), hallada por Campana en 1832. Museo Pío Clementino.

Comenzó el curso académico. Como seguía rumiando aquel asunto, me dirigí a los nuevos profesores de Literatura y de Historia, tratando de hallar respuestas para mi curiosidad. Pero, ¡ay!, en qué pocas ocasiones encontró uno motivos, a lo largo de sus muchos años de reglados estudios, para sentir orgullo y veneración por sus profesores. A aquellos dos la palabra “maestro” les venía grande: acogieron mis preguntas con perplejidad en el rostro y me despacharon con evasivas y una media verónica para rematar la faena; según ellos el programa de sus respectivas asignaturas era lo suficientemente arduo y espeso para dedicarme a perder el tiempo con aquellas fruslerías. Salí de aquel encuentro con los mismos interrogantes sin respuesta en los bolsillos; y con algo más doloroso, la fundada sospecha de que mi amplia ignorancia de bachiller no distaba mucho de la estrecha sabiduría de aquellos hombres destinados de oficio a ser mis enseñantes.

Eché tierra sobre Ocnos; pero sólo unas cuantas paladas, las justas para permitirme en el futuro desenterrar aquel estímulo repleto de incógnitas, que no iba a permitir agostase la simple y transitoria falta de recursos de consulta, ni la necedad de los consultados. Sólo era una cuestión de medios y paciencia.

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José Ortega y Gasset (1950).

Durante mis años sevillanos de universidad, el azar, aliado con mis desordenadas y compulsivas lecturas, me llevó hasta un texto de Ortega y Gasset que iba a resucitar mi curiosidad por el asunto del trenzador de juncos cernudiano. Se trataba de un ensayo del filósofo español aparecido en el número de Agosto de 1923 de la “Revista de Occidente”, luego recopilado con otros suyos por el propio autor en “Espíritu de la letra”; tomo que habría de caer en mis manos en edición de los años sesenta de la mítica colección Austral. Cómo no devorar ávidamente un texto que llevaba por título “Oknos el soguero”. Paciencia y medios. Un texto siempre lleva a otro, y Ortega me condujo a la “Descripción de Grecia” de Pausanias, a la “Naturale Historia” de Plinio, al “Ensayo sobre el simbolismo sepulcral de los antiguos” del antropólogo y mitólogo suizo Johann Jakob Bachofen; y éstos a su vez a otros innumerables autores y escritos…

Con los mimbres de lo mucho leído a lo largo de los años sobre Ocnos, podría hacer hoy -ya que de trenzadores hablamos- un gran canasto en forma de pomposa y extensa tesis; pero como la enjundia no debe estar reñida con la amenidad, y cuanto huele a tedio me resulta una tortura como lector, mi propio gusto me aconseja bosquejar un limitado resumen. Sigamos en esto también la recomendación que el mismo Cernuda se hacía a sí mismo en su página “Biblioteca”, añadida en la tercera edición de OCNOS: Que la lectura no sea contigo, como sí lo es con tantos frecuentadores de libros, leer para morir.

Y dando ya noticia de lo hallado, la cosa comenzaría así: Siglo II de nuestra era, quinientos años después de que el pintor griego Polignoto pintara unos espléndidos murales en el Lesque de Delfos, el geógrafo y escritor Pausanias visita el lugar, admira el conjunto pictórico todavía existente sobre los muros estucados de aquel edificio público y nos lega una exhaustiva descripción de todos aquellos cuadros, que se convertirá con el paso del tiempo en única y valiosa referencia, una vez perdidos para siempre los frescos originales.

Entre esas pinturas, figuraba un grupo que en sus escritos Pausanias denomina “Descenso de Odiseo al Hades”, evocación de los muertos que aparece en el famoso canto XI de la Odisea homérica. En lo que nos concierne, el interés de esas páginas literarias se centra en este pasaje: Tras ellos hay un hombre sentado, al que la inscripción identifica como Ocnos. Está trenzando una soga y junto a él hay una burra que se va comiendo lo que acaba de ser trenzado. Dicen que este Ocnos debió ser hombre laborioso, con una mujer muy pródiga, que malgastaba de inmediato cuanto el hombre ganaba con su trabajo. Por este motivo piensan algunos que a la mujer de este Ocnos aludía Polignoto. Pero sé también que los jonios tienen un dicho que utilizan cuando ven a alguien esforzándose inútilmente: éste trenza la soga de Ocnos. Los agoreros también denominan Ocnos a un pájaro, que es la más hermosa y grande de las garzas, y a la vez la más rara de las aves.

El moralista griego Plutarco de Queronea, en su pequeño tratado sobre “La Paz del Alma”, hace también referencia a nuestro mítico personaje, al describir una pintura en la que aparece el taciturno soguero Ocnos, afanado en trenzar una soga mientras su asna se va comiendo de seguido su trabajo.

Por su parte, Plinio el Viejo, en su “Historia Natural”, se refiere a Ocnos y nos habla de un indolente, de un holgazán que expía su pecado en los infiernos, ejecutando sin descanso una labor que se sabe estéril de antemano.

Diodoro cita también a Oknos en un testimonio sobre un ceremonial egipcio: Muchas cosas que pertenecen a nuestra mitología se conservan en las costumbres egipcias, y no sólo los nombres, son verdaderas prácticas. Así en la ciudad de Acantho, al otro lado del Nilo, a ciento veinte estadios de Menfis, existía un tonel perforado al que diariamente trescientos sesenta sacerdotes transportaban agua del Nilo. No lejos de allí podía verse realizada la fábula de Oknos en un grupo en el que un hombre trenzaba una larga cuerda, mientras otros la destrenzaban por su extremo sin cesar.

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Representación sepulcral de Oknos descubierta en 1838 en el Columbario de Villa Panfilia (Roma).

Ya en el siglo XIX, el mitólogo y antropólogo J.J.Bachofen, que conoce todos estos testimonios escritos y gráficos de la antigüedad, incluye en su obra “Simbolismo sepulcral de los antiguos” un capítulo dedicado a “Oknos el soguero”, y nos habla de sus visitas al columbario de la ruinas de Villa Panfilia, ubicada ante Porta San Pancrazio, en la antigua vía Aurelia de Roma; y de las pinturas murales descubiertas allí en 1838, entre las que se hallaba una representación tardía de Ocnos, pero bajo una nueva perspectiva. Así la describe Bachofen: Un anciano barbudo se halla sentado sobre un grueso bloque de piedra en un paraje a cielo abierto, dando su espalda a un pequeño grupo de edificios; su actitud expresa el sosiego tras el cumplimiento del trabajo y exhala una solemne gravedad. El manto que recubre su cabeza cae en vuelos sobre la espalda hasta cubrir sus piernas, dejando al descubierto su pecho, los brazos y ambos pies. La mano derecha del anciano sostiene una larga soga que es roída y rumiada por un burro asentado a escasa distancia de él. Su brazo derecho descansa despreocupado sobre la rodilla. Toda la escena irradia paz. Es la calma del atardecer que a todo imbuye, al anciano, al animal, a los edificios. Parece como si el profundo silencio del sepulcro se hubiera apoderado de la imagen.

Aquí no parece haber infierno, ni penitencia, ni condena; sino algo bien distinto: Ocnos el sufridor se ha convertido en el Ocnos libre nos dice el propio Bachofen.

Y, regresando a la que fue mi primera fuente, recordaremos a José Ortega y Gasset, gran admirador de aquel olvidado Bachofen que consideraba a Ocnos un símbolo natural. En aquel ensayo suyo de 1923, el filósofo español urde, siguiendo al mitólogo suizo, esta proposición: Lo que Oknos laborioso trenza, el asna lo va anulando. Representa este animal el poder destructor necesario al ritmo de la Gran Madre. Una creación lograda y perfecta detendría el proceso: es menester que colabore la potencia enemiga, la energía destructora. El trozo de soga que hay entre las manos del soguero y el belfo de la bestia es breve jornada de la existencia que se abre entre el poder de hacer y el de deshacer, ambos eviternos.

Así pues, en cuestión de interpretaciones e hipótesis sobre el enigmático Ocnos, tenemos para todos los gustos, a elegir: la prodigalidad en versión misógina, la esterilidad del esfuerzo como castigo divino impuesto al holgazán, el dualismo de la madre naturaleza, creación-destrucción, vida-muerte, principio-fin…

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Cernuda en burro durante las Misiones Pedagógicas (Burgohondo -Avila- Julio de 1932)

Pero, volvamos a Goethe, y con él a nuestro poeta español más exquisito. La cita del alemán que abre las páginas de OCNOS procedía de su ensayo “La pintura de Polignoto en el Lesque de Delfos”, un trabajo casi inaccesible, tan perdido para los lectores comunes de Goethe como los mismos frescos de Polignoto. En dicho texto, y de la mano de Pausanias, después de reproducir las descripciones que hiciera el escritor griego sobre aquel conjunto pictórico de Delfos, el genio de Weimar añade sus propios comentarios. Supongo que Cernuda consideró demasiado explícito el párrafo de esas glosas que antecede al fragmento elegido por él finalmente para abrir aquel librito suyo: Los antiguos, acertadamente, parece que consideraban como el más duro tormento el esfuerzo estéril. La roca de Sísifo, que vuelve a caer rodando de nuevo hacia abajo; los frutos escurridizos de Tántalo; conducir agua en cántaras rotas, en referencia a las Danaidas; son todos ejemplos que nos indican metas no logradas. No estamos aquí ante un castigo o penitencia en justa correspondencia a una determinada falta. No, estos desgraciados se ven cargando con el más terrible de los destinos humanos: asistir al propio fracaso en los objetivos pretendidos con una labor rigurosa y tenaz.

Año 1942: Luis Cernuda, que tenía entonces cuarenta años y vivía en Escocia, ejerciendo, a cambio de un pobre salario, como “assistant” en la Universidad de Glasgow; logra publicar en Londres aquel magro libro de poemas en prosa. La editorial responsable, “The Dolphin”, era dirigida por otro exiliado español, el catalán Joan Gili. Luego “OCNOS” tendría dos ediciones más, ambas aumentadas: una madrileña de Ínsula en 1949, y otra mexicana de la Universidad de Veracruz en 1963. Esta última vio la luz póstumamente, a las pocas semanas de morir el poeta, que se había ocupado incluso en aquellos meses previos de corregir las pruebas del libro. No hace mucho leí que aquel año, y para aquella tercera edición, Cernuda había escrito una breve nota a petición de la editorial, conservada hoy en los archivos de su familia sevillana; nota en la que mirando hacia su pasado, nos dice:

El librito creció, aunque no mucho, y la busqueda de un título ocupó a su autor, hasta hallar en Goethe mención de Ocnos, personaje mítico que trenza los juncos que han de servir como alimento a su asno. Halló cierta ironía justa en dar el nombre de Ocnos como título del libro, se tome al asno como símbolo del tiempo que todo lo consume, o del público igualmente inconsciente y destructor.

El hombre que ve como el tiempo va engulléndolo todo: Llega un momento en la vida cuando el tiempo nos alcanza. Son las palabras del poeta, aludiendo al final de la niñez, en “El Tiempo”, una de esas breves prosas poéticas del libro. Pero también es Ocnos el hombre consagrado a su arte, que trenza juncos para los asnos: público, crítica, tribu literaria… Ahora tengo la certeza de que es ese, y no otro, el Ocnos de Cernuda.

La contextualización de OCNOS también nos reafirma en ese particular uso o visión cernudiana del mito. Resulta muy reveladora la lectura de otros textos y poemas, como los del poemario “Como quien espera el Alba”, datados entre 1941 y 1944, es decir, en las mismas fechas en las que fue concebido OCNOS. Ahí están los versos de “A un Poeta Futuro”, y los de “Aplauso Humano”, en cuya última estrofa podemos leer:

Mas tus labios hablaron, y su verdad fue al aire.

Sigue con la frente tranquila entre los hombres,

Y si un sarcasmo escuchas, súbito como piedra,

Formas amargas del elogio ahí descifre tu orgullo.

En 1918 ya dedicó todo un libro Rafael Cansinos Assens al “Divino Fracaso”, un sentir sobre el que escribiría también tantas páginas memorables el rumano Emil M. Cioran.

“Ganar perdiendo” es el expresivo título de un texto cernudiano de 1946, en el que el poeta se dice a sí mismo: Hay quienes al llegar encuentran nacido su público y quienes deben aguardar que su público nazca, siendo de estos últimos tú (…)

En la primera versión original del 19 de Enero de 1935 de “Palabras para una Lectura”, escribió también Cernuda: ¿Qué puede el poeta por sí? Nunca como ahora la sociedad ha reducido la vida a tan estrechos límites; vulgaridad y monotonía son nuestro alimento cotidiano. Y también: ¿Quién no recuerda la vida trágica de los grandes poetas? El mismo don lírico que en ellos habita parece impulsarles a la destrucción, para llegar a no sé qué indescifrable libertad, lejos de nuestro sol, de nuestros árboles, de nuestros cuerpos, de nuestro mar, tan terrenos pero tan inmortales.

Y cómo dejar de citar a “Marsias”, otro de sus textos; ideado por Cernuda como introducción a un posible segundo libro de poemas en prosa, que iba a incluir esas páginas que, luego finalmente, acabarían aumentando las sucesivas ediciones de su primer OCNOS. Se alude en este texto al mito de la contienda musical entre el dios Apolo y el mortal Marsias, que resulto despellejado vivo como venganza del dios a causa de la milagrosa melodía que extraía de su zampoña. Una música que el público-jurado de aquella lid no quiso o no supo valorar: Entonces en la mente de Marsias se insinuó aguda y dolorosa la duda de su propio merito. Mas pronto le ahogó con furor creciente un instinto de rebelión contra el fallo. No: eran injustos porque no entendían, y porque eran serviles.

Con razones fundadas o sin ellas, Luis Cernuda sentía haber sido, como Marsias, despellejado vivo en varias ocasiones a lo largo de su vida. Comienzan para él esas afrentas sufridas con la mala o tibia acogida cosechada por su primer libro de poemas, “Perfil del Aire”; tira de piel arrancada que no cicatriza, dolor que no se olvida y que reaparece en uno de sus últimos poemas de ajuste de cuentas: “A sus paisanos”. Un poeta resentido, al decir de muchos. Aunque mejor poeta resentido que poeta destruido.

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Oscar Wilde en San Pedro de Roma (1897), tres años antes de morir, tras haber pasado por la cárcel de Reading. Una foto muy difícil de localizar, de las escasas existentes del Wilde ex-presidiario.

Me pregunto a veces si Cernuda habría logrado superar acusación y prisiones semejantes a las padecidas por Oscar Wilde. A Umbral, en su columna del periódico, le gustaba recordarnos de tarde en tarde cómo aquel preso C.3.3. de la cárcel de Reading acabaría con su finas manos tumefactas de tanto trenzar y destrenzar cuerda de esparto -¿otro Ocnos?- durante el cumplimiento de su condena; aquellos dos años de trabajos forzados en presidio que dejaron al irlandés, además de los físicos, otros destrozos menos visibles, más profundos y de mayor envergadura.

El silencio interminable de la muerte debe ser un alivio para aquellos que vivieron por la palabra y murieron por ella, dejó escrito nuestro poeta en los “Birds in the Night” de su último poemario. Extremadamente sensible, solitario, dolorido Luis… Pedro Salinas le puso el apodo de “Licenciado Vidriera”, diagnosticando con ello a su antiguo alumno la extraña locura que sufriera el protagonista de una de las novelas ejemplares de Cervantes, ese personaje que se creía todo él de vidrio, de pies a cabeza, y que reverenciaba la ciencia de la poesía, pero consideraba al mismo tiempo que del infinito número de poetas que había, eran tan pocos los buenos, que casi no hacían número; como declararía también Cernuda respecto a sus contemporáneos, salvando de la quema sólo a Lorca, Aleixandre y Altolaguirre. Esta ocurrencia de Salinas llegaría hasta el aludido, sintiéndose éste herido profundamente, más si cabe por venir de quien venía aquel mote: el antiguo profesor de sus años de universidad y ¿amigo? (Rf. “Malentendu” -Desolación de la Quimera-).

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Max Aub en su biblioteca, Mexico.

Otro escritor español, Max Aub, que compartió exilio en México con el autor de OCNOS y estuvo entre los pocos asistentes a su entierro en Coyoacán, nos dejó, en su muy recomendable libro “Cuerpos Presentes”, una hermosísima página con una semblanza del Luis Cernuda que él había conocido y tratado. Escrita el 6 de Noviembre de 1963, un día después de su muerte, constituye un retrato que el poso de años de lectura de la obra y vicisitudes del poeta me hace juzgar, aunque no enteramente fiel, sí al menos no muy errado. He aquí al hombre cuyo reflejo se propuso Aub atrapar en unas cuantas palabras:

Fue siempre un hombre distante que parecía no querer marcharse con nada que pudiera dejar rastro. Atildado, elegante, frío. (…) Amaba apasionadamente lo que odiaba: su soledad primero. Vivió atrincherado, rodeado de enemigos, imaginarios, (…) Al perder la fe en Dios perdió la que pudo tener en los hombres. Jamás la recobró; lo que siempre tuvo presente, hechura de él mismo, fue la fe en la hermosura. Hasta el día en que, como de España, dictaminó: “ha muerto”, para darle más vida. (…) Su desprecio era real. Señorito elegantísimo, señor de la verdad: arbitrario; tan buen poeta como el mejor de su tiempo.

Tímido, solitario, tuvo que escribir cuanto no dijo; la palabra viva sólo muerta le salía. Condenado a “gozar y a sufrir en silencio la amarga y divina embriaguez, incomunicable e inefable…”, dijo ese mal como nadie de su tiempo, porque para él nunca hubo diferencia entre la vida y la muerte. ¡Qué solos se quedan los vivos!, pudo haber escrito. (…)

Cernuda, lejano y solo –como dijo o quiso decir alguna vez. “Por todas partes el hombre mismo es el estorbo peor para su destino de hombre”, es decir por todas partes Luis Cernuda mismo fue el estorbo peor para su destino de hombre. Desdichado y solo por las orillas del tiempo, viéndose marchitar mientras se renovaba de hermosura.

Siempre soñó tener una casa y no pudo o no quiso tenerla, extraño entre extraños murió en casa de una amiga –mas no en la suya-; en tierra extranjera, extranjero. (después de todo, el tiempo que te queda es poco y, quién sabe si no vale más vivir así, desnudo de toda posesión, dispuesto siempre para la partida. Emerge el recuerdo de los versos casi idénticos de Antonio Machado).

La palabra que más empleó al hablar de sí fue “pudor”.
Fue entre nosotros, el único poeta romántico.

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Ramón Gaya en París, 1966.

El mal interpretado Luis Cernuda, decía de él mi admirado pintor y escritor Ramón Gaya. Otro hombre difícil, al juzgar de muchos. También exiliado durante algunos años en México; Gaya fue leal amigo del poeta desde la época de aquellas mesiánicas Misiones Pedagógicas de la Segunda República, ese tour que llevó en viejas tartanas por muchos pueblos, hasta entonces sólo conocedores de la indolencia de Dios y los hombres, la utopía en forma de museo itinerante con enormes réplicas -obra del artista murciano y otros dos pintores- de unos cuantos cuadros del Museo del Prado. Trataban de llevar la luz de la cultura a aquellos preteridos lugareños, a quienes Cernuda y el autor de las copias se encargaban de comentar y explicar las pinturas. ¿Cómo encajar esa estampa con la leyenda del hombre desabrido por vocación, del huraño y distante poeta de algunos?

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En la misiones pedagógicas (en Cuéllar, Segovia, en 1932) con un niño en brazos y una copia de un cuadro de Murillo detrás, que el poeta estaría comentando a los lugareños.

Conocí a Cernuda en un jardín, pero en realidad él siempre parecía estar en un jardín. En la calle o en el salón no se le comprende, escribió su amigo, el pintor, en 1955. Cernuda, “el mal interpretado”, que decía Gaya.

Siempre hubo malas y buenas interpretaciones. Entre estas últimas, la del enorme poeta Vicente Núñez, que también hizo de su vida una consagración a la poesía, la grandísima ramera que todo te roba. Núñez escribió unas páginas en el número ideado por “Cántico” como homenaje a Cernuda; y a éste, desde México, el trabajo de Vicente -“Sobre tres temas cernudianos”- le pareció el mejor de los que figuraban en aquella revista, agradeciendo a su autor lo bien escrito con sucesivas cartas. Así, en la primera de ellas, don Luis escribe al entonces joven poeta de Aguilar de la Frontera reconociendo sentirse interesado y sorprendido por su ensayo, y añade:

Leer a un poeta y aceptar sus palabras con el sentido que ellas tienen, y no otro que pretendamos darle, parece cosa sencilla; pero hace tiempo que sé es la cosa más difícil.

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Vicente Núñez (Monturque, 2000).
Foto: Olga Duarte Piña.

En el primero de aquellos “Tres temas cernudianos” de Vicente Núñez, el titulado “La Soledad Cerrada”, el poeta cordobés manifiesta sobre Luis Cernuda esta terrible convicción: Soledad pavorosa, única en la poesía española, a la que entrega el poeta el naufragio de su vida, su desdén íntimo que busca los otros desdenes de la tierra.

Núñez, flecha certera. ¡Qué pocas palabras bastan para condensar un ejemplo irrepetible! He ahí al autor de OCNOS.

Cernuda el estilita, clamando desde una columna, desde esa exigente e insondable soledad, su empozada sensación de disonancia con la realidad, su íntimo “Soliloquio del Farero”.

Luis Cernuda Bidón, exiliado sin billete de regreso, profesor sin vocación, poeta que no puede, y no quiere, cesar en su empeño de hacer versos; que se mira cada mañana en el espejo y ve siempre la dolorosa felicidad del resignado, la imagen del hombre consagrado a trenzar y trenzar, hasta el final de sus días, juncos que terminan en boca de la grey de los asnos.

Cernuda que nos mira, con los ojos sin tiempo de Ocnos, desde unos frescos sólo descritos, inexistentes fuera de las palabras de Pausanias, perdidos, concebidos una vez en forma de pintura por un griego llamado Polignoto.

Luis Cernuda, el soguero, siempre trenzando, trenzando, trenzando poemas; con la fe inmarcesible de quien sabe y sueña a un lector sensible, futuro; de quien cree en la simiente que germinará un día desde la tierra oscura.

Cernuda, el poeta que no transige; desde el volumen que guarda sus versos, aún sigue reclamando al mundo: Escúchame y comprende.

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CERNUDA EN «CARMINA»:
LUIS CERNUDA VA A CUMPLIR AÑOS. Rafael Rodríguez González
Homenaje de «CARMINA» en el 110º aniversario del nacimiento de Luis Cernuda 1902-2012
CARTA DE LUIS CERNUDA A VICENTE NÚÑEZ ACERCA DE SU ARTÍCULO «SOBRE TRES TEMAS CERNUDIANOS»
CARTA DE LUIS CERNUDA A VICENTE NÚÑEZ DONDE SE REFIERE A SU POEMA «ELEGÍA A UN AMIGO MUERTO»
TE QUEREMOS, LUIS. Alberto González Cáceres (1953-2009)
LUIS CERNUDA EN UNA FOTO DE JUAN GUERRERO. Leyenda por Enrique Martín Ferrera
EN «CARMINA» EL 28 DE FEBRERO DE 2012 CON «LOS DÍAS TERRESTRES» DE VICENTE NÚÑEZ Y UNA CARTA DE LUIS CERNUDA (110º ANIVERSARIO 1902-2012)

EL VIAJE. Una conversación. Por Enrique Martín Ferrera. Febrero 2009.

 

EL VIAJE

(Una conversación)

Por Enrique Martín Ferrera.

 

<<Con pocos, pero doctos libros juntos

Vivo en conversación con los difuntos

Y escucho con mis ojos a los muertos.>>

(Francisco de Quevedo)

 

E.M.F.: Si meto las manos en los bolsillos, a menudo encuentro una guija de este o aquel litoral; a veces un pétalo, ya seco, de algún sueño cumplido, o el nombre resplandeciente de un lugar por conocer. El entusiasmo fue siempre mi único equipaje: otros rostros y otras lenguas, la fragancia de lo inesperado. Y en todas partes, siempre hermanadas, fealdad y belleza; el mismo caos y una misma perfección, el mismo desconcierto y la misma plenitud. Puertos y estaciones, llegadas y partidas. Viajar, viajar, viajar…

 

Zenón:<<¿Quién puede ser tan insensato como para morir sin haber dado, por lo menos, una vuelta a su cárcel?>>

 

Baudelaire:<<Esos bellos y grandes navíos, imperceptiblemente balanceados –pavoneándose- sobre las aguas tranquilas, esos robustos navíos, con aire perezoso y nostálgico, ¿no nos dicen en una lengua muda: cuándo zarpamos para la felicidad?>>

 

E.M.F.: Ahora, querido Charles, la felicidad –o algo que así rotulan- se vende enlatada, para consumo del turista, ese viajero gregario y domesticado de nuestros días.

 

Baudelaire:<<Los viajeros de verdad son los que parten por partir, corazones ligeros, semejantes a los globos…>>

 

E.M.F.: Feliz aquel que puede soltar amarras, no mirar atrás y sentir el viento soplando en las velas. Llamadme Ismael…

 

E.Canetti:<<Los antiguos libros de viajes, ¡cómo suenan cada vez más inverosímiles, más fantásticos, más espléndidos!>>

 

Baudelaire

 

Elias Canetti. 1973Charles Baudelaire y Elias Canetti

 

E.M.F.: ¿Viajeros? Campean por el mundo los rebaños, los corderos de mirar apresurado; las piaras de exploradores de cartón piedra vestidos de “Coronel Tapioca”… Viajes de trampantojo: conozca usted Roma, Turín, Pisa, Venecia y Florencia en cinco días, reza ese folleto en el escaparate de todas las agencias.

 

Rilke:<<En Italia pasan como ciegos ante mil discretas bellezas para acudir a esas obras que, calificadas oficialmente como dignas de interés, les engañan a menudo, porque en vez de lograr alguna afinidad con ellas, no advierten sino la distancia que separa su despechada prisa del juicio pomposo y pedante del profesor de historia del arte, que el Baedeker respetuosamente aprueba.>>

 

E.M.F.: El arte es un espejo; y qué simple, grosera y embrutecida la imagen que devuelve a tantos. ¿Qué hacen allí, si realmente no les importa un bledo ni el artista ni su creación? Sería un alivio encerrar a esa muchedumbre en su hotel: las calles resultarían más transitables y algunas obras de arte tendrían más posibilidades de ser contempladas, dignamente, por otros que soñaron durante años con ese placer.

 

W. Benjamin:<<La expresión de quienes se pasean en las pinacotecas revela una mal disimulada decepción por el hecho de que en ellas sólo haya cuadros colgados.>>

 

RILKE

 

W.BENJAMIN 3Rainer Maria Rilke y Walter Benjamin

 

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REGRESANDO A MACHADO (Sobre héroes, villanos y tumbas). Por Enrique Martín Ferrera. Octubre de 2008

(Es foto está considerada como, posiblemente, la última foto del poeta vivo, tomada el 27 ó 28 de Enero de 1939 por su amigo Corpus Barga, en Port Bou, camino de Francia, en esa misma frontera donde un año después se suicidaría Walter Benjamin para no caer en manos de los nazis.)

 

«Piedras ensimismadas vueltas hacia qué patrias del silencio»

(Ernesto Sabato)

Desenterrar a Antonio Machado, hacer que sus huesos crucen de nuevo, siete décadas después, la frontera francesa, caminito del sur. Es la última ocurrencia de algún iluminado del Ayuntamiento hispalense, un prestidigitador que abre el pañuelo y, en lugar de una paloma, echa a volar un silogismo: si tenemos sitio en nuestro cementerio de San Fernando, y si su infancia son recuerdos de un patio de Sevilla, qué diablos hace este hombre en Collioure.

            Para la madre, Ana Ruiz, enterrada junto al poeta, no existe pronunciamiento oficial; aunque esa indiferencia hacia los parientes de la celebridad por parte de las autoridades municipales no debe sorprender a nadie: esos otros huesos, tan poco rentables, que se los queden los gabachos. Eso sí, las gestiones para hacer más cercana y democrática, al alcance de todos, la tumba de don Antonio se iniciarán de inmediato.

            Y Machado es sólo un primer paso, una tesela del mosaico; pues se tiene en mente un proyecto más ambicioso: la creación del parque temático de los poetas andaluces en el camposanto sevillano. El reclamo turístico, amen del mausoleo del susodicho, lo constituirán, según la nota de prensa, las nuevas tumbas previstas para Bécquer, Fernando de Herrera, Al Mutamid, Villalón y Blanco White, entre otras posibles adquisiciones. Ya va siendo hora, habrán pensado nuestros avispados políticos, de poner en valor estas vacas sagradas; incluso después de muertas pueden seguir produciendo leche.

            Se trata en esencia de cosificar a los poetas, simples fetiches convertidos en algo tangible, como la Giralda o la Torre del Oro. No me cuesta nada imaginar ese escalofriante futuro de excursiones organizadas para la tercera edad, de manadas de turistas en pantalón corto, de grupos escolarizados de zopencos en visita obligada… «La repugnancia de las piaras humanas» (que diría Cioran) y el advenimiento en la necrópolis hispalense de un inusitado fervor literario, tan sincero como las flores de plástico.

            Los artífices de este delirio, que no creo sean lectores de Machado, deben ignorar su deseo de ser enterrado en tierras castellanas, en el Espino de Soria, junto a Leonor, donde «el muro blanco y el ciprés erguido». De ello nos habla en uno de sus sonetos de Los Complementarios:

Mi corazón está donde ha nacido,

no a la vida, al amor: cerca del Duero.

            Hace tiempo leí o escuché decir a García Montero que «escribir poemas no es tener ocurrencias o decir tonterías». Le faltó aclarar que para eso ya está nuestra devaluada clase política, que incluye concejales expertos en rentabilizar a los difuntos y miembras del consejo de ministros que ven el fantasma del machismo, agazapado, incluso entre los rudimentos de nuestra gramática.

            Creo que la ocurrencia del consistorio de Sevilla no cae porque sí, llovida del cielo, sino que constituye una secuela más de la progresiva mercantilización de la literatura, una consecuencia de todo este proceso galopante de mercadeo sin alma; del lastimero panorama de los jugosos concursos literarios y del auge del marketing aplicado a las ferias del libro; de la creciente desaparición de los verdaderos libreros, abocados al cierre o la jubilación, sustituidos por tenderos de papel y palabras, por esos sosos dependientes de esta mercadería con tapas.

            En cuanto a motivaciones, también habría que considerar la precipitación de los escritores de hoy, a menudo impacientes y ávidos de riqueza súbita, que no de páginas artesanales y perdurables. En el parnaso del siglo XXI no está de moda escribir una obra maestra, sino ganar el premio gordo de la rifa planetaria. Lo que se lleva ahora es tener un nombre -aunque esté hueco- y amigos agradecidos en el lugar adecuado; garabatear en demasía, siempre pensando en el público, pues hay que acomodarse a sus gustos, aunque resulten infumables, burdos o morcilleros; y vender muchos, muchos ejemplares, por supuesto.

            Qué preciso se nos hace en estos tiempos de industrialización de las letras recordar las palabras de Rilke: «Se debería esperar y saquear toda una vida, a ser posible una larga vida; y después, por fin, más tarde, quizá se sabrían escribir las diez líneas que serían buenas.» (Los Cuadernos de Malte Laurids Brigge).

            Así las cosas, entre naufragio y estercolero, va siendo hora de replantearse el dogma de fe de las bondades de la lectura. Sé que, al decir esto, algunos querrán quemarme en la hoguera, por bárbaro o heterodoxo; pero quiérase o no, es cierto: leer puede resultar contraproducente, sobre todo si lo que leemos son principalmente ocurrencias o tonterías.

Tumba de Brodsky 
Cementerio de la isla de San Michele
(Venecia)

            El poeta Joseph Brodsky sostenía, en su ensayo Cómo leer un libro, que no se puede leer a ciegas, pues «todos somos moribundos y leer libros consume tiempo». Hay que escoger con acierto. Pero cómo no errar al hacerlo. El nobel nos enseña que «la brújula para navegar por el océano de lo publicado es educar nuestro propio gusto», y finalmente, pues siempre se debe arrimar el ascua a la sardina de uno, que «el modo de conseguir un buen gusto literario consiste en leer poesía». Entiéndase el consejo referido a la gran poesía, pues no creo recetara el poeta ruso la lectura de ripios destinados a enaltecer al santo o a la patrona de la villa; ni el consumo de rimas baratas, boberías versificadas, letrillas para lerdos y otros estupefacientes. Así pues, leamos sólo poesía con grandeza para cultivar un buen gusto que nos sirva de lazarillo; y volvamos a Don Antonio Machado.

1 entierro m
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3 entierro m

Entierro de Antonio Machado
Collioure
1939

            Quienes han estado en el recoleto cementerio galo de Collioure, saben que el camino no está indicado (también es placentera la búsqueda); que no suele haber turistas haciendo cola ante la tumba del español y su madre; y que hasta allí, salvo en esporádicos intentos de politizar su figura, sólo llegan peregrinos, atraídos no por la fama de un nombre huero; sino por amor a una obra, leída y admirada.

            No se va hasta el viejo camposanto del pueblecito de los fauves por necrofilia o por curiosidad morbosa; no por una pose (lo habitual será hallarse a solas), no para narrar luego gestas y andanzas al vecino (abriría mucho los ojos y se mofaría luego en privado de tus extravagancias). En cuestiones así, mejor el recato: de nobis ipsis, silemus.

            Entre el homenaje y la elegía, hay tantas motivaciones personales para visitar esa tumba en Collioure… Uno siente que acompaña a alguien que nos es, al mismo tiempo, tan respetado como querido y familiar; porque sus libros están en nuestro casa, porque nos proporcionó horas placenteras de lectura; porque nos dejó ver el resplandor de esa luciérnaga que llamamos Arte; nos dio a probar ese bebedizo y nos hizo participes del enigma…

 

Tumba del poeta y su madre

            Quienes formamos parte de esta cofradía de lunáticos (sin sede ni censo de asociados) sufrimos algún serio trastorno del sentido de la utilidad, pues no nos importa emplear algunas horas -aunque la estancia en Venecia dure menos de lo deseado- recorriendo la isla-cementerio de San Michele, en busca de la tumba del denostado Ezra Pound, donde la hiedra se alimenta de sus silencios; o tratando de localizar la losa en basto mármol blanco que tiene escrito el nombre de Brodsky, para leer ese epitafio grabado al dorso, Letum non omnia finit; esa verdad de la que damos fe cada día sus fieles lectores.

 

Donde Kafka yace 
Praga

            Tarde o temprano, el peregrino de Collioure ampliará sus horizontes, y puede que llegue hasta el distrito de Strasnice, a las afueras de Praga, y que pise por fin ese otro cementerio judío – el que no sale en las postales, ni recibe cientos de turistas cada hora- para poner una piedrecita en la tumba de Kafka, o para dejar algún insulto sobre la del supuesto amigo, Max Brod. Y llegará un día también para tocar al timbre del Cimitero Acattolico de Roma, en busca de esa placidez rodeada de gatos donde yace cierto poeta inglés, «uno cuyo nombre está escrito en el agua».

 

Keats
Cementerio protestante
Roma

            O se pateará de arriba abajo el parisino Cimetière du Montparnasse, para hablar un rato a solas con Cortázar sobre jazz, sobre literatura, o sobre la pintura de Piero di Cosimo… O buscará, en ese mismo espacio, el último refugio elegido por una norteamericana llamada Susan Sontag, a la que querrá agradecer sus ensayos, o sus películas, o su ejemplo de vida; y comprobar con sus propios ojos que es cierto, que desde su tumba se puede ver la de Baudelaire: ¿cabría pedir mejor acompañante para la eternidad?.

Tumba Ezra Pound. San Michele. Venecia

Los torturados huesos del poeta estadounidense Ezra Pound
Isla de San Michele
 Venecia

            Andando el tiempo, los más enganchados al jaco de la literatura, se aventurarán subiendo a los Alpes, para alcanzar el pueblecito de Rarogne, en el cantón suizo de Valais. Querrán ver con sus propios ojos el escudo labrado, y estremecerse leyendo en la piedra aquello de «Rose, oh reiner widerspruch…» Antes del fin, también tuvo tiempo de detenerse en ese rincón del mundo el poeta catalán Marià Manent, tan exquisito como poco leído y recordado. Allí escribió un hermosísimo poema titulado, sencillamente, La Tomba de Rilke. En el nos habla del «viento alpino que barre la nieve», del «miedo y el azul» de unos ojos de niño, y de «un pecho que ignoraba la paz».

Tumba de RILKE. Rarogne -Valais- SUIZA

Tumba de Rilke
Rarogne
(Valais)
Suiza

            Supongo que a Manent, de estar vivo, y a todos los que forman ese club de viajeros siempre dispuestos a encontrar la tumba de un artista que les es caro; estas ocurrencias del Ayuntamiento de Sevilla, este andar trasladando huesos y proyectando parques temáticos para los poetas muertos, les parecerá un insulto, un asalto de felones; cosa de villanos.

            La tumba de don Antonio que conocemos hoy (que no es la original donde recibió sepultura un miércoles de ceniza del 39 y donde permaneció de prestado casi dos decadas) fue construida en 1.958, en suelo donado por el consistorio de Collioure, cuando los franceses se convencieron, a la vista del tiempo transcurrido, del desinterés de España por aquellos restos; cuando además el viejo enterramiento era ya solicitado por sus legítimos propietarios, a los que también iba llegando su postrera hora. Al coste de este nuevo sepulcro se hizo frente con una colecta, contribuyendo al buen fin de la iniciativa gente como Pau Casals, Albert Camus y André Malraux. Es una tumba nacida del afecto, del respeto y de la admiración. No es fruto de la mercadotecnia aplicada a la promoción de las modernas metrópolis, ni fue excavada en aquel lugar por un interés bastardo.

Cementerio de Montparnasse

El cementerio de Montparnasse desde la Torre del mismo nombre
París

            Y Machado, qué pensaría Machado de todo esto. Dicen que, en las últimas y desoladoras jornadas de su reciente exilio, le gustaba salir del modesto hotel Bougnol Quintana para dar cortos paseos hasta la playa, donde se quedaba contemplando el Mediterraneo en silencio, largo rato. Cuentan también que pocos días antes de morir, mirando ese mar, dijo a su hermano José: -«¡Quién pudiera quedarse aquí, en la casita de algún pescador, y ver desde una ventana el mar, sin más preocupaciones que trabajar en el arte!».

            «¿Oyen los muertos lo que los vivos dicen luego de ellos?», se preguntaba Cernuda en un verso de sus Birds in the night; ese poema, áspero y de afilados cuernos, que creo escribió un dolido Luis pensando en sí mismo, aunque cambiara su propio nombre por el de dos libertinos poetas franceses, Verlaine y Rimbaud. También él, sevillano de nacimiento, reposa muy lejos, al otro lado del Atlántico, en tierra mejicana; así que no podemos descartar alguna nueva propuesta de nuestras autoridades políticas para darle una despedida con mariachis, hacerse con sus huesos y regresarlos a la ciudad de Sevilla; esa que se convirtió muchos años atrás para el poeta en una arcadia del pasado, sin nombre y sin ruta de retorno.

            Ocurrencias, paparruchas, necedades… Ya difunto, tanta murga sobre uno debe resultar un fastidio; así que, una vez muerto, mejor se pierda, por lo menos, el oído. Aunque para sordos, los del Ayuntamiento. ¿Alguna vez oyeron en la Casa Grande aquello que decía Machado a través de su Abel Infanzón? Qué dura sentencia, más cuanto aciertan a hacer buena, año tras año, la experiencia y los hechos, los vicios de unos y las culpas de otros, el narcisismo de la ciudadanía y las pifias de quienes les gobiernan:

¡Oh maravilla,

Sevilla sin sevillanos,

la gran Sevilla!