En toda ortodoxia siempre reside, muy al fondo, esa tentación, magnífica, eclosiva, de poder tocar algo de la heterodoxia que toda ortodoxia lleva dentro y, en ese sentido, sí: soy heterodoxo, porque me gusta profundizar en los abrazos. Los abrazos son siempre ortodoxia pero hay un momento en el que se pierde el concepto y surge el perfume nuevo de lo heterodoxo. Los perfumes son heterodoxos como los amaneceres, como las tardes o como el Peñón del Cuervo, como la literatura ¡qué sería de la literatura sin esa instancia, sin ese horizonte presuntamente próximo de lo heterodoxo, de lo avieso, de lo inesperado!
La heterodoxia interrumpe y prodiga, manipula y prolonga nuestra inspiración, nuestra escritura, nuestro sentido del tren y del campo…