CORTAR EL NUDO. Por Rafael Rodríguez González

 

Alejandro cortando el nudo gordiano, de Jean-Simon Berthélemy (1743–1811)

Alejandro cortando el nudo gordiano

Jean-Simon Berthélemy

(1743–1811)

 

Todo está atado y bien atado. Es una frase que se le atribuye al anterior Jefe del Estado. Sea o no cierto que la dijera (seis palabras seguidas era mucho para él), ha sido y es una realidad. Ha seguido rigiendo la oligarquía económico-política, sólo que de un forma mucho más descarada que en tiempos de Franco, y el pueblo, del que forman parte las llamadas capas medias —de todos modos tan heterogéneas— y los que no tienen más que su fuerza de trabajo para venderla (aunque muchas veces se crean otra cosa), sigue apechugando con todo. Atado y bien atado.

         Y no porque el Desalmado de El Pardo tuviera una inteligencia superior, sino porque aquí todos los que fulgían en el mundo de la política estaban atados a algo o por algo. Y siguen estando. En el terreno de los oligarcas estaba clarísimo: cambiar lo imprescindible para poder seguir entronizados. Para la socialdemocracia, lograr todo lo que se pudiera para jugar el papel de alternancia, de modo que se conjurara cualquier peligro proveniente de su izquierda. Por su parte, los dirigentes del PCE, y no pocos de sus militantes, enfrascados, y por tanto atascados, en el sueño de reemplazar a los socialdemócratas como fuerza respetable, responsable y evolucionista. (La actuación en Portugal de la OTAN y los «recién creados» socialdemócratas servía de lección a todos, para algunos de manera vergonzosa).

     Desde antes de la muerte del Alevoso, la izquierda que luego trocó en llamarse «transformadora» (en realidad transformista), renunció a la imprescindible labor pedagógica por medio del estudio de las teorías y la historia, y a la educadora por medio de la práctica. ¡Fuera, nada de eso!, sino mera y ciega dedicación a las elecciones y, cómo no y en consecuencia, a la lucha interna por los cargos, siempre disfrazada esa lucha —algunos creyéndoselo— de pugnas ideológicas. (Todo esto está dicho con trazos bastos, pero es así).

         Y la fuerza se pierde, el nervio se afloja, el cerebro se acomoda. Y se abandonan sanas conductas, y se rechaza el análisis riguroso, y hasta se reniega de los objetivos. Hasta que el magma se convierte en fría escoria, paralizada, inútil. En residuo impuro.

         Y ahí estamos. Por ejemplo, en un 1º de Mayo en que las dirigencias sindicales se desgañitan pidiendo al Gobierno —que es lo mismo que rogar a la gran oligarquía, española y europea— que afloje la presión, que pacte, que tome otro rumbo económico. Los asistentes a las manifestaciones no saben muy bien qué es lo que hacen en ellas, salvo que es un medio para expresar su protesta. Porque ni desde las tribunas discursiles ni desde ningún partido se dice algo que organice, que oriente, que dirija hacia la consecución del imprescindible objetivo: hacer caer esta ruina. Todo lo contrario: todos se esfuerzan en apuntalar la ruina. Lo peor es que pasa lo mismo en toda Europa, salvo honrosas pero arrinconadas excepciones. Todo está atado y bien atado.

         Pero nudos más fuertes se han cortado. Recalco: cortado.

 

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