BORRACHOS. Por Rafael Rodríguez González

 


Hércules borracho
Peter Paul Rubens
1577-1640

 

—Hasta el otro día no supe que los muertos no oyen.

—¿Ah, no? ¿Por qué?.

—Porque los bomberos se hartaron de llamar a la puerta y el muerto no contestaba.

—Tú eres tonto, lo que pasa es que los muertos no contestan.

***

Existen varias categorías de borrachos. Los hay eventuales (que varían de taberna), fijos (de la misma), permanentes, graciosos, repugnantes, fiadores, de fiar, metepatas, metemanos, rectos, de caerse, pendencieros, perrunos (por lo de mear en cualquier sitio), flojitos (por hacérselo encima), nocturnos, caseros, forasteros, convidadores, gañoteros, solitarios, grupales, avergonzados, orgullosos (de serlo), y, por fin, muertos (por serlo).

***

Hay borrachos —más bien borrachines— entrañables. Uno de los que más recuerdo es a mi amigo y consuegro Miguel. Decía que el médico le había quitado de la bebida, pero no de la que se tenía que beber. (Me parece que esto último ya lo he dicho en otra ocasión, pero qué más da: ¿hay algo que se repita más que un borracho?).

***

Miguel y yo bromeábamos ante los clientes. Mi hijo el mayor se iba a casar con su hija más chica. Miguel, que me aventajaba en muchos años, tenía menos hijos que yo, si es que algo tan absurdo es posible.

—Consuegro, como mi hija salga a su madre, ¡no va a tener cuernos tu hijo!—me decía, para regocijo de la concurrencia.

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Uno de los peores tipos de borrachos es el de los que nunca beben pero cuando lo hacen se las quieren dar de graciosos aunque sobrios sean los más desabridos del mundo.

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Aquella mujer estaba tan harta de las borracheras de su marido que llegó a decirle, más en serio imposible:

—A partir de mañana te espero en la taberna y bebemos juntos.

Él siguió bebiendo, pero menos y en casa.

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Antes de entrar:

—Es que no te enteras.

—¿De qué?

—De que aquí no nos fían.

—¡Anda ya!, cuando hayamos bebido…

Al salir:

—¡Mira que el tío pedir el dinero antes!

—Es que no te enteras, que eres idiota.

Manuel Alcaide, «el Niño de la Rabeta», o «el Bizco» (que lo era), es otro de los «míos» más añorados. Trabajó durante muchos años en el molino de aceite de los Portillo. Cuando estaba achispado cantaba unos fandangos que querían ser como los de Antonio «El Sevillano». No lo conseguía, porque los hacía mucho más emotivos y a algunos de los presentes se les saltaban las lágrimas. Los sábados, ya anochecidas la tarde y la jumera, se iba a comprar dulces a «La Centenaria». Si no tenía dinero bastante, al puesto de Amparín. Verlo reírse con sus propios chistes —brevísimos, e incomprensibles algunos— era una delicia.

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Conocí a un hombre, por entonces ya septuagenario, que bebía de la mañana a la noche. De nueve a tres, coñac y vino (preferentemente de Málaga y de Jerez, en cualquiera de sus tumbadoras variedades). De siete a diez, vuelta a lo mismo (en el intermedio, en su casa, le daba a la ginebra). Se juntaba por las tardes con un amigo que sólo tomaba café, y que hablaba sin cesar. El bebedor sonreía ligera y permanentemente, con ojos chispeantes, y sólo, de tarde en tarde, respondía al otro con un movimiento de cabeza, siempre afirmativo. ¡Qué borrachín más sereno! ¡Qué cogorzas más bien llevadas! ¡Qué placidez etílica! ¡Qué naturaleza tan envidiable! ¡Cuánta paz irradiaba aquel hombre a todas horas! Y siempre iba más derecho que el más sereno. ¡Qué hígado! ¡Qué odre tan portentoso! ¡Qué paladar más trasegado! (Se dice que el dios Baco lo tiene en su séquito, junto a las ménades, para que le sustituya cuando se encuentre cansado).

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«El relente», le decían a uno que era vecino mío, porque todas las noches en que llegaba borracho su mujer no le dejaba entrar. No le dejaba entrar porque de hacerlo la tunda era segura, digo de ella a él, de modo que mujer de borracho más buena no se ha conocido. «¡No entres, Manolo, no entres!», le gritaba a través de la puerta. «El relente» era pintor de brocha gorda, y trabajaba con sus dos hermanos, que eran absolutamente abstemios. Les habían encargado la pintura de una gran casa de Alcalá.

—¿Hoy no viene Manolo?—preguntó la dueña, el primer día.

—Como no venga por la noche… —contestó Pepe, el más cachazudo de los hermanos.

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Dicen que una borrachera de aguardiente es tan mala que quien la sufre ya no la coje más. Pues entonces yo he conocido a una cantidad asombrosa de amnésicos, yo el primero.

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El agua le quita la pea a un borracho en un santiamén, que yo lo he visto. Cuando aquella tarde la riada entró en el bar, el borracho —viejo y sobrado en carnes— se subió de un salto al mostrador, y la embriaguez desapareció por completo. El agua asusta, y cura.

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Tengo un amigo que dice que su afición a la bebida viene de sus cinco años de monaguillo. Desde entonces ha seguido bebiendo religiosamente.

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—Anoche, cuando llegué a mi casa, me encontré a mi padre y a mi madre borrachos, tirados, ella en el sofá y él en el suelo.

—¡Qué barbaridad! ¿Y qué hiciste?

—Despertarlos y decirles que no se acuerdan de nadie. ¡Mira que no dejar ni una gota! Vamos, que tuve que salir y comprar algo.

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Lo peor de una vomitera no es mancharse, ni sentirse mal, sino que te vea alguien que te tiene en algo.

***

«Va ciego», dicen algunos al paso de un borracho. ¿En qué quedamos? ¿No dicen que ven doble?.

 

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En «CARMINA» también puede pinchar a continuación para otros textos sobre borrachos:

TRASUNTOS DEL VINO. Lauro Gandul Verdún 2005

4 comments.

  1. Me cuentan, aunque seguro sólo son malas lenguas, que en cierta ocasión entró por la mañana Duran i Lleida en un bar de la calle Mairena en Alcalá de Guadaíra y se produjo el siguiente diálogo:

    – Escolti, em pot posar un got d´anis

    Y contestó el camarero

    – Perdone, ¿una copa de qué?.

    Rafael,un saludo.

    A.L.

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  3. No es exacto, porque lo que respondió el camarero, que había reconocido al fulano, fue lo siguiente: “Aquí no se le fía ni a usted ni a su puta madre”. Como verás, A.L. los andaluces de por aquí de Sevilla es que no tienen remedio. Te deseo salud, que es lo mejor que hay cuando la hay (si lo sabré yo), y perdona la intemperancia de aquel comentario.

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