Rebusco y rebusco y vuelvo a rebuscar, tal que la coplilla infantil, entre el berenjenal de los papeles –propios y apropiados- de Alberto. La líneas que siguen a modo de versos (a mí todo me parece completamente estrafalario), son la transcripción de una de las letanías que pronunciaba un vecino suyo, Aníbal Costa, ya fallecido también, a quien en Monsaraz conocían como el «incurável» (metaplasmo: «el loco incurable»). Eso es lo que dice Alberto en una anotación grapada al texto. Pero aunque hay constancia de la existencia de dicho «incurável», estoy convencido de que todo es del propio González Cáceres. Y a él lo adjudico: él sí que era un verdadero incurable. (Mario Cortés)
No estoy para bromas
de mal gusto.
Nunca lo estuve,
por más que las haya aguantado
por cientos; no, por miles.
Mejor dicho, no estoy para bromas
sean de la clase que sean.
Las bromas no traen nada bueno, siempre
tienen malas consecuencias.
Una vez, de broma,
ofendieron a mi madre,
y a mi padre.
La boca del bromista
no la rompí de broma,
aunque algunos hicieron bromas,
pasado el momento,
sobre dos dientes en el suelo
bañados en sangre.
Otro día alguien quiso
divertir a un pisaverde,
pero a costa de un amigo,
y de mí, de nosotros.
Yo le dije al bellaco:
«Te voy a arrancar la cabeza de un puñetazo».
Vio el vil clara la posibilidad,
por mis ojos, por mi tono,
y arrió velas en un soplo.
Yo nunca he sido violento, no,
y espero morirme sin llegar a serlo.
Pero no me vengan con bromas
injustas, hirientes, ridículas.
No me digan, por ejemplo,
«¿Qué vas a hacer con el dinero?»,
o «¡No tienes hijos que mantener!»,
ni «¡Qué bien vives!».
No tengo hijos, ni dinero, pero,
por favor, no quiero que me den bromas.
No aspiro a nada, sino a pasar
por el tiempo lo mejor posible,
lo menos mal que se pueda.
Si quieren, ni me hablen. Ni hablen
de mí cuando doblo la esquina.
No soporto las bromas, no quiero
nada con chistosos.
Bastante tengo con esa broma
pesada y larga que es la vida.