POR SI FUERA POCO (*). Por Alberto González Cáceres (Alcalá de Guadaíra, 1953-Monsaraz, 2009)

 

Pero llegó el hampa

con carta blanca, alentada,

protegida por sus cómplices,

colocando a mansalva 

drizas fuertes, enganchadoras

como perchas de caza

que dejan colgados

pájaros ilusos, torpes,

fáciles como trofeos infantiles.

Los de abajo, más que nunca,

hubieron de cubrirse

de las tinieblas, huir

de los espectros de carnes huidas

y seso habitado por estalactitas de pus.

Arriba, algunos, no, muchos

amasaban el fruto

del espanto, de la sangre podrida,

del dolor de cada madre,

de la ignominia desatada

sin límites visibles.

 

Fue la explosión que ahogó

juventud y rebeldía,

el boom que sirvió

de freno a tantas cosas.

De nariz vesánica y vena alanceada,

Madrid no fue ya capital

de la gloria sino el infierno.

Hombres y mujeres, barrios enteros

acabaron ocupándose

de aquello que no tenía remedio,

de aquello que arruinó 

vidas, las vidas, todas las vidas.

Pero no las de los de arriba.

 

Por si fuera poco,

de un lugar nebuloso, satánico, evasivo,

lleno de frascos y probetas,

de dólares ponzoñosos,

de microscopios que sólo ven

lo que conviene ver,

de cobayas aún no humanas,

vino, no, nos trajeron,

a nosotros, a todos,

potente, laberíntico, esvástico,

un virus nuevo, novísimo,

el último grito en virus.

Lo hicieron y lo soltaron, eso pasó.

Es lo que nos ha pasado, lo que nos pasa.

¿Qué merecen sus autores, de profesión asesinos?

El Nobel, y colgarlos.

 (*) Este texto de Alberto fue escrito poco después del suicidio de Urbano Uribe de Urvando, aquel su amigo que optó por tal salida al creer que había contraído, por vía sexual, el SIDA, lo que creo ya haber referido. (Mario Cortés)

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