REALIDAD DESPERDIGADA. Por Urbano Uribe de Urvando

 

Buceando en el maremágnum de papeles de Alberto González Cáceres he tropezado con un segundo relatillo de su gran amigo Urbano. Yo, después de leer varias veces el texto, no he dado con la realidad, «desperdigada» o no, que se supone contiene. Será que la torpeza es ya en mí lo preponderante. (Mario Cortés)

 

La ronda de noche
Rembrandt
1606-1669

 

Dábamos otra vuelta por donde tantas veces. Joaquín, como siempre, cabizbajo y con gesto compungido. Moreno, con carreras y piruetas impropias de nuestra edad según me decía mi abuelo. Gómez tentándolo todo, plantas, árboles, rocas, como si reuniera en sí una horda de ciegos inquietos queriendo reconocerlo todo a su paso. Vicente andando como si lo hiciera en solitario, como si no oyera lo que decíamos los demás, como si los demás fuésemos no más que hojas que cayeran levemente a su lado. Para mí era tan cargante pero yo conseguía, o casi, que él también se convirtiera para mí en hojarasca, mientras me divertía con los otros. Y Ricardo, con su lengua imparable, gracioso las más de las veces.

   Ya entrábamos en el trecho en que árboles, arbustos y matas altas y bajas y espesas nos hacían imaginar –por lo menos a Joaquín, a Moreno y a mí- que nos internábamos en una selva que nunca habíamos visto pero que no nos producía miedo. Tan sólo Vicente seguía su marcha tan derecho como una baqueta, sin observar a su alrededor, con la mirada puesta en un punto que yo imaginaba albergaría una gran selección de espejos de todas clases, también de los cóncavos y convexos, donde contemplarse él, el gran Vicente. ¡Bah!.

   Fue entonces cuando aquello apareció ante nosotros. También cabría decir nosotros ante aquello. Paramos en seco, las bocas abiertas salvo para tragar saliva. Yo, he de reconocerlo, era el más dotado para la observación, así que fui el único en darme cuenta de cuanto hacían los demás, de la actitud que tomaban, y todo eso en instantes de segundo y sin perder detalle de lo que nos habíamos encontrado. Todos dimos media vuelta, ya sin que Gómez lo tocara todo, Moreno sin correr pero andando que se las volaba, sin que Ricardo pronunciara palabra alguna, Joaquín con gesto también como siempre triste pero de una tristeza digamos que angustiada. Y Vicente marchando como si algo le quemara el trasero, aunque ni así abandonase su pose engallada, esta vez de pollo amenazado de cazuela.

   La abuela Araceli se quitó el delantal, se sacudió la ropa para no dejar ni una pelusilla sobre ella y salió. Su hija y el yerno la siguieron con la vista a través de la ventana, hasta que la esquina lo impidió, pasando inmediatamente a que si para qué, que si por qué, a cuento de qué y demás qués. Cuando la abuela Araceli volvió no dijo nada, se puso el delantal y se fué a la cocina, de donde salió enseguida para meterse en su cuarto. Su hija y el yerno movían las cabezas como peleles, mientras hablaban de lo caro que era el coche y todo lo demás y mirándome de vez en cuando, mientras yo fingía estar embobado con el televisor, con Franz Johan y Herta Frankel.

   La moto se le vino encima a Gaspar y los ay y los Dios mío se fundieron en el desvanecimiento aunque antes llegó a oír a alguien esto es grave, esto es grave, vamos a ver, y ya entonces Gaspar no veía nada.

   El padre de Gómez, Gómez padre, como le decía Moreno, fue un día a casa de Joaquín. Gómez padre mandó a Gómez a casa de su tía Rosa, a pedirle unas facturas. Cuando Gómez volvió encontró a su madre llorando y a Gómez padre que iba al cuarto de baño a lavarse la cara, en la que Gómez y Joaquín, que le había acompañado, advirtieron algo de sangre. Gómez cogió de nuevo los papeles que había soltado y se fue a casa de su tía Rosa a devolverlos, diciéndole que no eran esos los que quería su padre.

   La noche pasó. La mañana, la media mañana, el mediodía. Conrado se puso su único terno y fue al entierro, solo. Si la gente le miraba más o menos le importaba un pito. Y lo mismo a los otros no implicados. Toda la vida siguió naturalmente, corrientemente, con episodios fuera de lo corriente de tarde en tarde.

   Vi en el cine a Alfonso y González; pero no por eso, sino porque la película era malísima me salí al poco tiempo de haber empezado. El portero me dijo es malilla ¿eh?, o sea que no se extrañó de que a mi edad alguien se saliera del cine sin acabar la película porque no le gustara, y no porque tuviera que volver a su casa porque le apretara una necesidad y en el cine no se podía por las obras.

   Gómez padre, que iba con Gómez, paró en la calle a Gaspar y le preguntó sobre un montón de cosas que no pude oír; pero sí recuerdo que me puse terriblemente colorado, mientras observaba a Gómez que había logrado soltar su hombro de la mano de su padre e intentaba escurrirse sin que lo lograse porque en seguida Gómez padre le dio una voz llamándole, y Gaspar se fue y yo le seguí a cierta distancia.

   ¡La ocurrencia de Moreno de seguir por la derecha, sabiendo que podía ocurrir lo que fuera! Yo no, yo no, yo no. Pero al pobre hay que perdonárselo todo.

   ¿Qué es este sabor tan malo, tan amargo? Me estoy ahogando, me duele mucho entre la nariz por dentro y la garganta y veo corpúsculos rojos y azules y quiero que todo esto pase enseguida, enseguida.

 

 

Fragmento de Calle Mayor(1956)
Juan Antonio Bardem
1922-2002

 

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