La adoración de los Magos
Francisco de Zurbarán
1598-1664
A Manuel A. Seda Hermosín, rey Melchor
A Adolfo Rosado Pedrero, rey Gaspar
A Luis Fernández Rubio, rey Baltasar
A la Estrella de la Ilusión, Lupe Rodríguez de Francisco
y al Gran Visir, Emilio Nieto Durán
«¡Ve despacio, no corras,
que el niño de tu yo, recién nacido
eterno,
no te puede seguir!»
Juan Ramón Jiménez
(1881-1958)
1
NIÑO RECIÉN NACIDO ETERNO
Si pudiéramos remontarnos a la inocencia pura,
Y no hubiéramos olvidado nunca
Que nos fue dada para que cada instante de la vida
Nuestros ojos fueran los ojos abiertos de un niño que sonríe.
Unos ojos iluminados en una cara, que es la encarnada ternura,
Y que una vez miraron y vieron desde el niño que fuimos.
Si yo pudiera con el dedo índice
Tornar el tic-tac del reloj
En tac-tic
Si yo pudiera
A la aguja de los minutos
Darle vueltas y vueltas contra su tic-tac
Y que sonara el reloj
Con un tac-tic nuevo
Tac-tic tac-tic tac-tic
Y poder asomarme al mundo
A través de tus ojos
¿Cuánto tardaría en llegar a conocer lo que escuchas
Y lo que sueñas?
¿Qué canta el universo? ¿A qué sabe el aire?
Desde dentro de ti te preguntaría
Tac-tic tac-tic tac-tic
Hasta a tu tiempo llegar
Si yo pudiera achicarme
Para tener la oportunidad milagrosa
De asomarme al mundo
A través de tus ojos
¿Cómo vería el día y la noche?
¿Y las estrellas? ¿Y el mar?
Como sólo tú sabes todo esto que digo
Sonríes.
Tú eres, niño, quien a los Magos ves.
Eres el niño que fuimos
Cuando de madrugada se te aparecen,
Una vez en la vida, al menos.
Porque al mirar de tus ojos, niño,
No es ajeno el milagro de los Sabios.
Tú, recién nacido eterno,
No corres ni tienes prisa.
Sencillamente, ves.
Contigo, despacio he de ir.
Dame tu mano.
Vayamos de la mano…
2
AQUELLOS PRIMITIVOS MAGOS
Majestades,
Con el propósito de lograr el relato posible
De aquel largo viaje,
He escrito estos versos
Para un poema sobre lo que hace tanto tiempo que pasó.
Un tiempo que al pensarlo da vértigo,
Un tiempo que es un viento que sopla, a veces con ímpetu,
Y me hace temblar,
Que se me agolpa inflamado de siglos en las sienes.
Heme aquí, pues, para tratar de los Magos
Que entonces hicieron aquel prodigio
Desde su lejana tierra y desde su tiempo antiguo.
Antes, mucho antes de ser investidos de majestad,
Mucho antes de aquella ruta sagrada que habían de emprender,
Moraban en palacetes que fecundas tierras circundaban,
Mientras parecía que todo transcurría dulcemente
En las terrazas de las laderas.
Entre siervos y clientes,
Vivían una vida que dejaban pasar
y suponían que era una vida que les sonreía.
Hace tanto tiempo que todo esto que vengo a contar transcurrió,
Que muchos han olvidado
Que en sus reinos aquellos Magos
Eran quienes subían a los montes más elevados,
O descendían a las más profundas simas.
Sacrificaban mansos animales a los planetas, al sol, a la luna,
A la tierra, al agua y a los vientos.
Eran el fuego o la llama tímida,
Sus dioses rectores.
Eran el aire ligero,
El círculo de los astros,
Las lumbreras del cielo,
El agua impetuosa o el secreto brotar del agua;
Eran éstos, entonces, sus dioses rectores.
Afamados por sus embelesos, en sus lugares
Seducían y encantaban.
¡Ay, vivían entregados a la magia!
Vivían para ver si por la boca y potencia de los espíritus
De su superstición,
Se les manifestaban los misterios.
Aquellos primitivos Magos,
Señores de tierras y gentes, auténticos soberanos,
Mientras duraban los encantamientos,
Sostenían en una mano un haz de brezo
Que un bramante anilla,
Y en la otra, ramos de tamarindos.
En los extraños altares de templos ignotos,
Representaban sus rituales.
Como astrólogos interpretaban los sueños,
Ninguna galaxia les era ajena,
Advertían y tenían trato con entelequias sobrenaturales.
Mas su ciencia sólo aspiraba al saber necesario
Para adivinar lo oscuro o lo luciente del futuro.
Creían imponer su voluntad a los meteoros
Cuando proclamaban palabras terribles y sacramentales,
O recitaban raras fórmulas, que sólo ellos conocían.
Palabras apropiadas para que la fuerza secreta y misteriosa,
De poderes ocultos y formidables
De los que pensaban que eran depositarios,
Interviniera cuando a su antojo la invocaran.
3
EL ASTRO DIVINO
Pero en cambio habían perdido toda alegría;
En verdad, las sonrisas que tenían por ciertas
Sólo eran tristezas disfrazadas de disfrute, gozos aparentes.
En el fondo, no se imaginaban saber nada justo;
No se imaginaban poder, en verdad, aprender algo,
Ni mejorar ni convertir a los hombres.
Ni confiar con ellos en la verdad de lo dichoso.
Hasta que una noche, transparente como el cristal,
La Estrella
Vieron.
Por vez primera, una noche,
Tan rotunda y tangible,
Descubrieron la luz de la luz,
La causa de la luz.
Y no supieron si fue real, o aquella visión luminosa
Fue más un sueño;
Sin importarles,
Porque lo más real está hecho con los materiales de los sueños.
Aquella luz era la vida de los hombres,
Desde luego fue milagroso, lucía en las tinieblas.
Fue la noche aquella, la primera fue,
Aun habiendo contemplado en el cosmos
Miles de estrellas fugaces,
Nunca desde sus privilegiados observatorios
Conocieron un fenómeno como el de aquel astro extraordinario
Dibujando una línea en la límpida bóveda del cielo,
Esbelta forma de un perfil y un fin.
Su dirección significó un mandato imperativo
Que sus corazones alojaron plenos de ternura.
Y a partir de entonces los tres Reyes Magos
Dejaron de ser los que eran.
Ocurrió que ya no les servían ni haberes ni dinero,
Ni honor ni gloria
En el mundo:
Lo único que iba a importarles era cómo seguir a aquel Divino Astro.
Refirieron a otros prominentes astrólogos,
Que iban a emprender el viaje, que era un designio.
Que lo más parecido a aquel afán era el amor.
Sólo les contestaron suplicándoles que se desistieran.
Todas las advertencias les dieron
Para que no abandonaran sus patrias.
¡Pero era tan firme la determinación de los tres Sabios!
Los que los conocían, aunque realmente no los apreciaran,
Se convencieron de que algo terrible
Habían de padecer,
Una rara, y nueva, locura.
Aunque otros sí los comprendieron.
A aquella cabalgata muchos sumaron su estatura y anhelos.
Ciertamente, los suspicaces no quisieron escuchar a los Magos,
Aunque éstos les explicaran, no quisieron saber.
«¡Hemos encontrado una nueva Estrella,
Una Estrella diferente a todas las del universo!»,
Repetían a unos y a otros.
No sirvió de mucho porque sus compatriotas miraban
Hacia donde ellos, con entusiasmo, les señalaban,
Y nada veían, nada diferente de lo que ya conocían.
Aquel viaje suponía recorrer unos territorios que los suyos
Juzgaron una hazaña imposible de realizar.
¡Ay, hombres que no escuchaban el latir del tiempo!
No.
Pero los Magos fueron dóciles al tiempo,
¡Al tiempo lleno!
E implacables con la monotonía de un tiempo vacío.
Su viaje habría de ser largo
Porque era un viaje desde el tiempo de una sabiduría vieja
Al tiempo de la nueva sabiduría.
Lo sabían.
Ellos lo sabían, eran magos.
Y así acordaron el viaje.
Y con ellos los que los seguían porque creían
Que aquella Estrella era divina.
Aunque no desdeñaron su saber,
Más llenaron sus alforjas del ansia de un saber nuevo,
Y de dones,
Y de oro, incienso y mirra,
Porque el Nacimiento del más grande Rey
Vaticinaba la Estrella.
Ellos lo sabían.
Que se alzaría de Israel,
Que un cetro surgiría allí.
Sí que lo sabían.
4
EL VIAJE
Así, llegado el día partieron desde sus lejanos sitios,
Desde las tierras de La Media, desde la amable orilla del mar Caspio,
Cruzaron los montes Zagros
Y atravesaron el desierto
Para llegar a Belén, la tierra de Judá.
Ellos sabían que adonde iban,
Está escrito, nacería quien apacentará el mundo.
Esto lo sabían, y ha de quedar aquí también escrito.
Y que habían de postrarse ante él todos los reyes,
Ellos iban a ser los primeros.
Y sabían que le servirán todos los pueblos.
También esto lo sabían, porque los tres eran Reyes Sabios.
Hubieron de pasar mucho frío, muchísimo.
Era el peor momento del año.
Aquel invierno fue singularmente crudo.
El peor invierno para aquel viaje tan largo.
Cruzaron caminos tortuosos,
Auténticos laberintos, que ni ellos pudieron prever.
El clima hosco les arañaba la faz.
Tuvieron que soportar la ventisca, la tormenta,
El granizo, la nieve ruda, lo rocoso en el llano y en la montaña,
Los desfiladeros, y el inhóspito desierto…
Tuvieron sed, y hubieron de soportar la sed
Porque todavía no sabían invocar a Dios:
Eran Magos, eran Sabios, eran Reyes,
Pero aún no eran Santos.
Aún no les podía ser dada el agua de la dura roca.
De ésta sólo tenían para saciar su sed la aspereza.
A veces, quienes los acompañaron no eran suficientes
Para alimentar las hogueras nocturnas;
Tristemente,
Algunos de estos leales servidores cayeron en el camino.
Por ellos amargas lágrimas derramaron.
Cuando no encontraban cobijo,
Fijaron sus tiendas en lugares intransitables;
En las ciudades algunos trataban de engañarlos,
Y en algunas aldeas, también.
Pero los que sobrevivieron con sus Reyes Sabios
Y la divina Estrella de la Esperanza
Resistieron el infortunio y rechazaron las adversidades.
Hubo de ser durísimo,
Hasta para ellos hacer aquel viaje fue durísimo.
Y siguieron y siguieron,
A trechos dormían sin dejar de cabalgar,
Sin parar.
Si caían, proseguían, y la Divina Estrella los alumbraba,
La Estrella de la Ilusión inagotable,
No ya sólo desde el cielo,
Sino entrañada en ellos mismos, alumbrando sus almas.
¡Pero en pos de la divina Estrella nada podía desalentarlos!
¡Todo lo que habían de saber por ella lo sabían!
Durante la oscura noche del vasto tiempo transcurrido
Vinieron de muy lejos.
Y tardaron un tiempo infinito y fue su itinerario
Un espacio inabarcable.
Dejaron muy lejos
Todo lo que habían tenido en sus reinos.
¡Todo lo dejaron atrás!
¡El mundo no era el que pensaban!
Ante el mundo que alcanzarían
Sólo les cabría gritar:
¡Oh, Mundo!
¡Melchor, Gaspar y Baltasar vinisteis a ofrecer,
Ofreciéndoos!
¡Ah, Reyes Magos vuestra odisea,
A través del tiempo, la tierra y el universo,
Siguiendo una sola Estrella entre todas las de las constelaciones!
Estrella, con tal intensidad contemplada
En vuestros adentros también se hizo Estrella.
Una Estrella interior mucho más misteriosa
Que iluminaba el alma de los Magos.
5
LA ADORACIÓN
Guiados por una luz de luces, llegaron a la luz verdadera,
A la cuna del Salvador recién nacido,
A la casa del Niño Dios,
Donde lo hallaron lleno de majestad,
Porque es la Majestad misma,
Y de hinojos lo adoraron,
Porque por Él fue hecho el mundo.
¿Quiénes vinieron a Quién?
Los Santos Magos eran suyos,
Y éstos sí que le recibieron.
Los Sabios renacieron Santos y creyeron en su Nombre,
Y vinieron a ser sus hijos.
Hijos de su prestigio por toda la tierra:
Convertidos en Santos pregoneros del Mesías.
Magos, Sabios, Reyes y Santos.
Santos Reyes Magos, Santos Reyes Sabios,
Ante la Verdad, la Gracia, la Gloria,
Visteis a Dios.
¡Gloria al recién Nacido!
¡Gloria de su Bendita Madre!
¡Gloria!
Y de hinojos le adoraron,
Luego abrieron sus alforjas,
Le ofrecieron dones, oro, incienso y mirra.
6
EL REGRESO A SUS REINOS
Porque en sueños fueron advertidos
Finalmente a su tierra regresaron,
Mas por otro camino.
Sucediendo, que así como en el viaje a Belén
No poco padecieron,
En el regreso a sus reinos,
Aunque también tuvieron que sufrir la ventisca, la tormenta,
El granizo, la nieve ruda, lo rocoso en el llano y en la montaña,
Los desfiladeros, y el inhóspito desierto…
Cuando en el regreso tuvieron sed,
Aunque hubieron de soportarla en su aspereza,
De la roca en su ternura el agua brotó de lo duro,
Cada vez que humildemente la pidieron,
Ahora sabiéndolo.
Porque los Santos Reyes habían aprendido a rezar
En Belén, donde se postraron ante el Niño recién nacido eterno.
Esta vez sí era a Dios a quien invocaban:
¡Eran Santos, además de Magos, Sabios y Reyes!
¡Santos Reyes Magos!
¡Majestades!
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LAS ABARCAS DESIERTAS. Cuando la víspera de los Reyes Magos, a propósito de un homenaje de «CARMINA» al poeta MIGUEL HERNÁNDEZ (1910-1942)
AL PRINCIPIO ERA EL VERBO. Juan 1, 1-18
DE LA INFANCIA DE JESÚS. Por José Manuel Colubi Falcó
LA ANUNCIACIÓN DE JESÚS. Lucas 1, 26-38
LA ADORACIÓN DE LOS MAGOS. Mateo 2, 1-12
FICCIÓN DE NAVIDAD. De la serie «RECORTES», Nº 103. Por Pablo Romero Gabella
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