«CARMINA LUSITANA». Por José Manuel Colubi Falcó

Escultura romana de Conímbriga

 

Se publica  el tercer número de «CARMINA» –cármenes, poemas, canciones…-. El título de la revista se ve acompañado y ornado por el adjetivo «LUSITANA». ¿Por qué éste? Porque lusitana tiene un componente legendario que nos introduce en los arcanos del noble pueblo portugués, y que acrece incluso ese aire mágico que se respira en la misma raíz de carmen. ¿No damos mayor énfasis, consciente o inconscientemente, a la expresión cuando llamamos lusos a nuestros hermanos y vecinos?

            El mismo nombre de esa tierra, Lusitania, nos lleva a un mundo entre divino y mágico; su epónimo, el que le da nombre al pueblo y, por ende, a aquélla, es Luso, y Luso es el hijo del dios Líber, que se identificará con Baco; y Baco es el dios del vino, y el vino es gran inspirador de poetas. ¿Qué otra cosa no hacían Alceo y Anacreonte sino beberlo y cantarlo en sus poemas? Basta ver el banquete griego. Y el no griego también.

            De esa Lusitania que solemos indentificar literariamente con Portugal nos hablaron los antiguos, con palabras que permanecen indelebles en los escritos: Polibio de Megalópolis, Posidonio de Apamea, Diodoro de Sicilia, Estrabón de Amasea, Plutarco de Queronea, Apiano de Alejandría, entre los escritores en lengua griega; y entre los que escribieron en latín, el paduano Tito Livio, el enciclopédico Plinio el Viejo, el bolsenés Rufo Festo Avieno. Naturalmente, en los escritos de éstos no todo es real, ni historia auténtica, también hay leyenda, fantasía, que el buen historiador sabe separar de aquélla, pero que embellece la narración y da vida y encanto a los relatos.

            Los autores mencionados hablan, más que de la Lusitania -que con Augusto, en el año 27 a.C., pasará a ser una circunscripción administrativa, una provincia de la Hispania Ulterior-, de los llamados lusitanos, que son, entre los iberos, los más valientes -άλκιμώτατοι, dice Diodoro-, frugales, rápidos y veloces en la persecución y en huida, ágiles danzantes –el ágil lucio, que así llama al lusitano Avieno, también otros escritores-, resistentes al hambre y a la sed, al calor y al frío, aunque con la contradicción de los pueblos primitivos: valentía junto a dejadez en el modo de hacer la guerra, fidelidad inquebrantable al jefe junto a falta de disciplina. Fueron ellos, sin duda, los que mayor resistencia ofrecieron a los ejércitos romanos, y de su seno, del de la Lusitania, emergieron caudillos eminentes: Púnico, Césaro, Cauceno y, sobre todo, Viriato, quien logró humillar a la misma Roma en la persona del cónsul Serviliano y sólo sucumbió por la traición; sus soldados quemaron el cadáver solemnemente, cantando cármenes exequiales. Su último caudillo sería Sertorio, a quien, por cierto, un lusitano, hombre del pueblo, del campo, regaló la célebre cierva -un presente de Diana- cuyas imaginarias revelaciones servirían al romano para mantener vivos los ánimos y la disciplina. Después, en plena paz, proseguiría la intensa romanización de la provincia.

            Originariamente, los lusitanos ocupan las tierras situadas entre el «Durius» y el «Tagus» -aunque hay autores que también llaman lusitanos a los «calaicos»-, luego se extienden sobre todo hacia el sur, llegando hasta el Promontorio Sacro (cabo San Vicente), hasta la Punta de Sagres, lugar al que no se puede acceder de noche ni celebrar sacrificios en él, pues entonces lo ocupan los dioses. Y cuentan también sus gentes que en la zona paroceánida el Sol, cuando se pone, se hace más grande y a medida que se apaga por sumergirse en la profundidad el piélago silba, y que la noche cerrada acompaña inmediatamente después de la puesta. Es un país próspero, cuyo aire, puro, sano, hace muy prolíficos a hombres y animales, veloces a sus caballos e incorruptibles los frutos de la tierra, en el que, salvo durante los tres meses de invierno, siempre hay rosas, violetas blancas, espárragos, y pueden comprarse a precios muy bajos cereales, vino, carnes de animales salvajes y domésticos.

            El país está regado por ríos grandes y pequeños, navegables, que fluyen paralelos en dirección al Océano: el Durio, el Tago y, en buena parte, el Ana. El Tago, sin duda el principal, tiene una boca de veinte estadios de anchura, es de gran profundidad -tanto que puede ser remontado por barcos con una capacidad de carga de diez mil ánforas-, y cuando sube la marea fórmanse dos esteros y la llanura se hace navegable; es, además, célebre por sus arenas auríferas -«Tagus auriferis harenis celebratur», dice Plinio-. Otros ríos son el Mundas, de «Mundicus» (el Mondego de hoy), el Vacua (Vouga), el (Guadi) Ana, que marca el límite de la provincia.

            Con Augusto Lusitania quedó constituida en provincia, en el año 27 a.C.; sus límites eran, al norte, el «Durius» (Duero), al oeste, el Océano, al este se adentraba en Salamanca y en la actual Extremadura; al sur, el Mar Exterior y el río (Guadi) Ana, que la separaba de la Bética. Estaba dividida en tres conventos jurídicos: Emeritense (Mérida), Pacense (Beja) y Escalabitano (Santarem), y sembrada de ciudades hermosas y famosas: Olisipón, la antigua capital, la Lisboa de hoy, llamada «Felicitas Iulia», famosa entonces por sus veloces caballos, pues sus yeguas eran fecundadas por las auras del favonio, el céfiro o viento de poniente -«oppidum (…) equarum e fauionio uento conceptu nobile», escribe Plinio-; «Augusta Emerita» (Mérida), la nueva capital, junto al Guadiana -«Anae fluuio adposita»; «Norba Caesarina» (Alcántara); «Salacia» (Alcazar do Sal), de sobrenombre «Vrbs Imperatoria»; «Ebora» (Évora), llamada «Liberalitas Iulia»; «Scallabis» (Santarem), el «Praesidium Iulium»; «Myrtilis» (Mértola); «Metellinum» (Medellín) … y otras muchas y no menos afamadas. 

 

«CARMINA» Nº 3

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