por Pietro Perugino
1448-1523
Un pasaje de las Actas de Pilato (Los evangelios apócrifos, B.A.C. nº 148), que traduzco, cuenta el diálogo de José de Arimatea y los sacerdotes y levitas sobre el encierro y liberación de aquél por Jesús. Dice así:
«Y le dijeron: «Sentimos gran inquietud porque pediste el cuerpo de Jesús, lo envolviste en una sábana limpia y lo depositaste en el sepulcro. Por esa razón te encerramos en una casa donde no había ventana, pusimos llaves y sellos en las puertas y unos custodios vigilaban (el sitio) donde estabas encerrado. Y cuando la abrimos, en la primera del sábado, no te encontramos y nos afligimos mucho… Y ahora cuéntanos qué ha sido de ti.»
»Y dijo José: «El viernes, alrededor de la hora décima, me encerrasteis, y permanecí (allí) todo el sábado. Y a medianoche, estando yo de pie rezando, la casa donde me encerrasteis se quedó colgante de los cuatro ángulos y vi como un relámpago de luz ante mis ojos. Presa del miedo caí en tierra, y alguien me cogió de la mano y me sacó del sitio donde yo estaba caído, un reguero de agua corrió desde mi cabeza hasta los pies y una fragancia de ungüento llegó alrededor de mis narices. Y habiéndome secado la cara, me besó y dijo: «No temas, José, abre tus ojos y mira quién es el que te habla.» Yo, habiendo levantado la vista, vi a Jesús; tembloroso, me pareció que era un fantasma y empecé a recitar los mandamientos. Y también él los recitaba conmigo. Y como no ignoráis, un fantasma, si se aparece a uno y oye los mandamientos, huye en fuga, y yo, en habiendo visto que los decía conmigo, le dije: «Rabino Elías.» Él me dijo: «No soy Elías.» Y yo le dije: «¿Quién eres, Señor?» Y él me dijo: «Yo soy Jesús, cuyo cuerpo pediste a Pilato, y me envolviste en una sábana limpia, me pusiste un sudario sobre mi cabeza, y me pusiste en tu cueva nueva, e hiciste correr una piedra grande delante de la puerta de la cueva.» Y dije a quien me hablaba: «Muéstrame el lugar donde te puse.» Y me llevó y señaló el lugar donde yo le puse, y la sábana yacía en él, y el sudario (que estaba) en su cabeza. Yo reconocí que era Jesús. Y me cogió de la mano y me puso en medio de mi casa, aún estando cerradas las puertas; y me llevó mi lecho y dijo: «La paz sea contigo.» Y me besó y dijo: «En cuarenta días no salgas de tu casa; pues he aquí que me voy junto a mis hermanos, a Galilea.»
»Habiendo oído estas palabras de José, los archisinagogos, sacerdotes y levitas se quedaron como muertos y cayeron en tierra.»