Soy como esa isla que ignorada,
late acunada por árboles jugosos,
en el centro de un mar
que no me entiende,
rodeada de nada,
—sola sólo—.
Hay aves en mi isla relucientes,
y pintadas por ángeles pintores,
hay fieras que me miran dulcemente,
y venenosas flores.
Hay arroyos poetas
y voces interiores
de volcanes dormidos.
Quizá haya algún tesoro
muy dentro de mi entraña.
¡Quién sabe si yo tengo
diamante en mi montaña,
o tan sólo un pequeño
pedazo de carbón!
Los árboles del bosque de mi isla,
sois vosotros mis versos.
¡Qué bien sonáis a veces
si el gran músico viento
os toca cuando viene el mar que me rodea!
A esta isla que soy, si alguien llega,
que se encuentre con algo, es mi deseo;
—manantiales de versos encendidos
y cascadas de paz es lo que tengo—.
Un nombre que me sube por el alma
y no quiere que llore mis secretos;
y soy tierra feliz —que tengo el arte
de ser dichosa y pobre al mismo tiempo—.
Para mí es un placer ser ignorada,
isla ignorada del océano eterno.
En el centro del mundo sin un libro
sé todo, porque vino un mensajero
y me dejó una cruz para la vida
—para la muerte me dejó un misterio—.
JESÚS, MARÍA Y JOSÉ
Jesús, María, y José
estaban junto al pesebre.
El niño tenía frío.
María tenía fiebre.
Al Niño Jesús Bendito,
le entretiene un angelito.
Se arremolina la gente,
Vienen los Reyes de Oriente.
Se acercan los mensajeros.
El Niño hace pucheros.
No le gusta el oro fino,
prefiere pañal de lino.
Los pastores van en moto,
y se arma un alboroto,
las ovejas asustadas,
corren hacia las majadas.
Los pastores dan al Niño
bollos y queso, y cariño.
José, María, y Jesús,
nos dan vida y nos dan luz.
LA PATA METE LA PATA
La pata desplumada, cua, cua, cua,
como es patosa, cua, cua, cua,
ha metido la pata, cua, cua, cua,
en una poza. ¡Grua!, ¡grua!, ¡grua!
En la poza había un cerdito vivito y guarreando,
con el barro de la poza, el cerdito jugando.
El cerdito le dijo: saca la pata, pata hermosa.
Y la pata patera le dio una rosa.
Por la granja pasean comiendo higos. ¡El cerdito y la pata se han hecho amigos!
La Virgen y San José
llegaron a Belén,
iban buscando posada
y nadie los escuchaba.
Así les llegó la noche,
salieron de la ciudad;
en un portal triste y frio
se dignaron a pasar.
La Virgen muy conmovida
y lo mismo San José,
en aquel portal tan frío
el Niño estaba al nacer.
En un pesebre de pajas
junto a la mula y el buey,
ha nacido el Niño Dios,
en el portal de Belén.
Bajan ángeles del cielo
con camisita y pañal
porque está el Divino Niño
desnudito en el portal.
Qué alegría hay en la tierra
ha nacido el Salvador,
marchemos todos alegres
a brindarle nuestro amor.
Pronto fueron los pastores
a ver al Niño nacido
con pandereta y zambomba
le cantan un villancico.
Venid pastores, venid,
vamos todos a adorar
al Niño recién nacido
que esperándonos está.
Venid pastores, venid,
llegad, pastores llegad,
vamos a cantar al Niño
que esperándonos está.
Pronto fueron los pastores
a ver al Niño nacido
con padereta y zambomba
le cantan un villancico.
Venid pastores, venid,
vamos a adorar
al Niño recién nacido,
que esperándonos está.
María Suárez
.
PÓRTICO
María, nacida en Driebes (Guadalajara); mujer castellana, de recio y ardiente corazón, es sólida como el subsuelo roqueño de su pueblo. Sus poesías, a manera de prismas, descomponen en bellísimos cambiantes la riqueza de su personalidad. Por eso, si en ella hubiese algo en común, lo sería todo. Sólo así se explica que tan perfecto equilibrio y diversidad de fuerzas y actividades constituyan la urdimbre de su vida.
Ana y Antonio Luis Albás y de Langa
.
Homenaje de la Revista Literaria Carmina a María Suárez. (4.VIII.2017)
Pertenço a uma geração que herdou a descrença na fé cristã e que criou em si uma descrença em todas as outras fés. Os nossos pais tinham ainda o impulso credor, que transferiam do cristianismo para outras formas da ilusão. Uns eram entusiastas da igualdade social, outros eram enamorados só da beleza, outros tinham a fé na ciência e nos seus proveitos, e havia outros que, mais cristãos ainda, iam buscar a Orientes e Occidentes outras formas religiosas, com que entretivessem a consciência, sim elas oca, de meramente viver.
Tudo isso nós perdemos, de todas essas consolações nascemos órfãos. Cada civilização segue a linha íntima de uma religião que a representa: passar para outras religiões é perder essa, e por fim perdê-las a todas.
Nós perdemos essa, e às outras também.
Ficámos, pois, cada um entregue a si próprio, na desolação de se sentir viver. Um barco parece ser um objeto cujo fim é navegar; mas o seu fim não é navegar, senão chegar a um porto. Nós encontrámo-nos navegando, sem a ideia do porto a que nos deveríamos acolher. Reproduzimos assim, na espécie dolorosa, a fórmula aventureira dos argonautas: navegar é preciso, viver não é preciso.
Sem ilusões, vivemos apenas do sonho, que é a ilusão de quem não pode ter ilusões. Vivendo de nós próprios, diminuímo-nos, porque o homem completo é o homem que se ignora. Sem fé, não temos esperança, e sem esperança não temos propriamente vida. Não tendo uma ideia do futuro, também não temos uma ideia de hoje, porque o hoje, para o homem de ação, não é senão um prólogo do futuro. A energia para lutar nasceu morta connosco, porque nós nascemos sem o entusiasmo da luta.
Uns de nós estagnaram na conquista alvar do quotidiano, reles e baixos buscando o pão de cada dia, e querendo obtê-lo sem o trabalho sentido, sem a consciência do esforço, sem a nobreza do conseguimento.
Outros, de melhor estirpe, abstivemo-nos da coisa pública, nada querendo e nada desejando, e tentando levar até ao calvário do esquecimento a cruz de simplemente existirmos. Impossível esforço, em quem não tem, como o portador da Cruz, uma origem divina na consciência.
Outros entregaram-se, atarefados por fora da alma, ao culto da confusão e do ruído, julgando viver quando se ouviam, crendo amar quando chocavam contra as exterioridades do amor. Viver doía-nos, porque sabíamos que estávamos vivos; morrer não nos aterrava porque tínhamos perdido a noção normal da morte.
Mas outros, Raça do Fim, limite espiritual da Hora Morta, nem tiveram a coragem da negação e do asilo em si próprios. O que viveram foi em negação, em descontentamento e em desconsolo. Mas vivemo-lo de dentro, sem gestos, fechados sempre, pelo menos no género de vida, entre as quatro paredes do quarto e os quatro muros de não saber agir.
[Fernando Pessoa (1888-1935).
Fragmento de Livro do desassossego (composto por Bernardo Soares, ajudante de guarda-livros na cidade de Lisboa).
Edición de Richard Zenith.
Editorial Assírio & Alvim.
Lisboa 2011.
Pág. 259-260]
Abandonados astilleros de barcos de río
(Seixal 2008)
[Foto: LGV]
Pertenezco a una generación que heredó el descreimiento en la fe cristiana y que creó en sí un descreimiento en todas las otras fes. Nuestros padres tenían todavía el impulso creador, que transferían del cristianismo para otras formas de ilusión. Unos eran entusiastas de la igualdad social, otros estaban enamorados sólo de la belleza, otros tenían la fe en la ciencia y en sus beneficios, y había otros que, más cristianos todavía, se iban a buscar a Orientes y Occidentes otras formas religiosas, con las que entretuviesen a la consciencia, sin ellas hueca, de meramente vivir.
Todo eso perdemos, de todas esas consolaciones nacemos huérfanos. Cada civilización sigue la línea íntima de una religión que la representa: pasar para otras religiones es perder aquélla, y al final perderlas todas.
Perdemos aquélla, y las otras también.
Quedamos, pues, cada uno entregado a sí mismo, en la desolación de sentirse vivir. Un barco parece ser un objeto cuyo fin es navegar; pero su fin no es navegar, sino llegar a un puerto. Nos encontramos navegando, sin la idea del puerto que nos debería acoger. Reproducimos así, en la especie dolorosa, la fórmula aventurera de los argonautas: navegar es preciso, vivir no es preciso.
Sin ilusiones, vivimos apenas del sueño, que es la ilusión de quien no puede tener ilusiones. Viviendo de nosotros mismos, nos disminuimos, porque el hombre completo es el hombre que se ignora. Sin fe, no tenemos esperanza, y sin esperanza no tenemos propiamente vida. No teniendo una idea del futuro, tampoco tenemos una idea del hoy, porque el hoy, para el hombre de acción, no es sino un prólogo del futuro. La energía para luchar nació muerta con nosotros, porque nosotros nacemos sin el entusiasmo de la lucha.
Algunos de nosotros se quedarán en la conquista ingenua de lo cotidiano, insignificantes y groseros buscando el pan de cada día, y queriendo obtenerlo sin el trabajo sentido, sin la consciencia del esfuerzo, sin la nobleza de la ganancia.
Otros, de mejor estirpe, absteniéndonos de la cosa pública, nada queriendo y nada deseando, e intentando llevar hasta el calvario del olvido la cruz de simplemente existirnos. Imposible esfuerzo, en quien no tiene, como el portador de la Cruz, un origen divino en la consciencia.
Otros se entregarán, atareados por fuera del alma, al culto de la confusión y del ruido, juzgando vivir cuando se escuchaban, creyendo amar cuando chocaban contra las exterioridades del amor. Vivir nos dolía, porque sabíamos que estábamos vivos; morir no nos aterraba porque habíamos perdido la noción normal de la muerte.
Pero otros, Raza del Fin, límite espiritual de la Hora Muerta, ni siquiera tuvieron el coraje de la negación y del asilo en sí mismos. Lo que vivieron fue en negación, en descontento y en desconsuelo. Mas lo vivimos desde dentro, sin gestos, cerrados siempre, por lo menos en el género de vida, entre las cuatro paredes del cuarto y los cuatro muros de no saber actuar.
Gloria Fuertes nació en Madrid
a los dos días de edad,
pues fue muy laborioso el parto de mi madre
que si se descuida muere por vivirme.
A los tres años ya sabía leer
y a los seis ya sabía mis labores.
Yo era buena y delgada
alta y algo enferma.
A los nueve años me pilló un carro
a los catorce me pilló la guerra;
a los quince me murió mi madre,
—se fue cuando más falta me hacía—.
Aprendí a regatear en las tiendas
y a ir a los pueblos por zanahorias,
por entonces empecé con los amores
—no digo nombres—
gracias a eso, pude sobrellevar mi jueventud de barrio.
Quise ir a la guerra, para pararla,
—me detuvieron a mitad del camino—.
Luego me salió una oficina,
donde trabajo como si fuera tonta
—pero Dios y el botones saben que no lo soy—.
Escribo por las noches y voy al campo mucho.
Todos los míos han muerto hace años
—estoy más sola que yo misma—.
He publicado versos en todos los calendarios,
Escribo en un periódico de niños,
y quiero comprarme a plazos una flor natural
como las que le dan a Pemán algunas veces.
[GLORIA FUERTES. Obras incompletas.
Editorial Ediciones Cátedra, S.A.
Madrid 1980. Págs. 23 y 24]
PACIFISTA DE VERDAD
(una que quiere llegar)
No matemos al vecino
invitémosle a tocino.
No levantad barricadas
besad a vuestras amadas.
No pensad en los difuntos,
¡dormid juntos!
[Obras incompletas.
Pág. 222]
PIENSO MESA Y DIGO SILLA
Pienso mesa y digo silla,
compro pan y me lo dejo,
lo que aprendo se me olvida,
lo que pasa es que te quiero.
La trilla lo dice todo;
y el mendigo en el alero,
el pez vuela por la sala,
el toro sopla en el ruedo.
Entre Santander y Asturias
pasa un río, pasa un ciervo,
pasa un rebaño de santas,
pasa un peso.
Entre mi sangre y el llanto
hay un puente muy pequeño,
y por él no pasa nada,
lo que pasa es que te quiero.
[Obras incompletas.
Pág. 133]
SUMA
Vivimos de la muerte.
Morimos de la vida.
Tenemos un padrastro,
tenemos una herida.
Tenemos la verbena,
tenemos cataclismos,
y nunca somos dueños
ni de nosotros mismos.
Hoy tengo la gripe,
pero no me duele la espalda.
Hoy sólo me duele la mirada,
de ese niño somalí.
Es un niño que no tiene nada.
Niño sin juguetes, sin comida,
sin agua.
Estuve allí,
y le dije al niño somalí:
—Te traigo unos cuentos.
Y el niño me dijo con la mirada:
—Yo no estoy para cuentos
ni para nada.
Hoy yo tampoco estoy para versos
porque me duele la mirada
de ese niño de Somalia.
Es un niño que sólo tiene moscas
En los ojos y en los labios secos.
(Son de esas moscas
que sólo pican a los muertos).
[GLORIA FUERTES.Versos fritos.
Editorial Susaeta Ediciones, S.A.
Madrdid 1995. Pág. 40]
MI ABUELA ES UN HADA
Mi abuela Mariana
tiene una cana,
cana canariera.
Mi abuela Mariana
me cuenta los cuentos
siempre a su manera.
Yo la quiero mucho,
yo la quiero tanto…
Me ducha, me peina
y me lleva al campo.
Me enseña canciones,
me ayuda a estudiar,
dice poesías,
solemos jugar.
Luego por la noche,
mi abuela me vela,
un cuento me cuenta
y cuando me duermo,
apaga la vela,
Mariana mi abuela.
Mi abuela Mariana,
de paja el sombrero,
el traje de pana,
mi abuela Mariana,
no parece abuela
que parece un hada.
[Versos fritos. Pág. 35]
TODOS CONTRA LA CONTAMINACIÓN
Que los hombres no manchen los ríos.
Que los hombres no manchen el mar.
Que los niños no maltraten los árboles.
Que los hombres no ensucien la ciudad.
(No quererse es lo que más contamina,
sobre el barco o bajo la mina).
Que los tigres no tengan garras,
que los países no tengan guerras.
Que los niños no maten pájaros,
que los gatos no maten ratones,
y, sobre todo, que los hombres
no maten hombres.
[Versos fritos. Pág. 73]
VERSOS SERIOS
Cuando la memoria se muere,
nace el olvido.
Cuando el árbol se muere,
nace el papel.
Cuando la paz se muere,
nace la guerra.
Todo esto nace
porque el hombre lo hace.
Cuando la noche se muere,
nace el día.
Cuando la tristeza se muere,
nace la alegría.
Cuando la Luna se muere,
nace el Sol.
Todo esto nace
porque lo hace Dios.
Traigo a estos andurriales imperiales a José Miguel Ridao, amigo, compañero y «diletante incorregible», según sus propias palabras. De la cepa sevillana de Zweig y de la centroeuropea de Chaves Nogales, tiene una viva inquietud por el mundo de la 1ª Guerra Mundial y la literatura. Cual húsar húngaro, aceptó el guante que le envié con mis padrinos y trae a esta serie una colaboración sobre uno de los poetas menos conocidos de la Gran Guerra: Georg Trakl y nos regala un bosquejo de su vida y obra y unos poemas que él mismo ha traducido.
El poeta austriaco Georg Trakl tuvo una vida corta, tan sólo 27 años, pero en ella están resumidos de una manera aterradora los estertores del imperio austrohúngaro. Ya en la fotografía que se le hizo a los tres años de vida muestra esa expresión intensa, de una tristeza conmovedora, como herido por una vida que aún no había empezado para él. Nunca le abandonó ese rictus trágico, hasta el suicidio final destruido por el alcohol, la cocaína y el horror de la Gran Guerra. Con dieciocho años comenzó a trabajar, toda una premonición, en la farmacia Weißen Engel, de su Salzburgo natal. Pero no fue ese ángel blanco, entonces legal, quien arruinó su vida, sino el veneno inoculado por la vanguardia, la conciencia abrumadora de un arte que reclama la vida de sus servidores. Y el pequeño Georg ya estaba señalado por el destino como uno de sus príncipes oscuros.
Trakl fue reclutado para la Gran Guerra como farmacéutico militar en 1914. Participó en la batalla de Grodek, y tuvo que atender a decenas de heridos graves sin medios, sin medicamentos, sin anestesia. A esos hospitales de Galitzia se les bautizó como «pozos de la muerte». No lo soportó: cayó en una depresión profunda, lo enviaron a un hospital militar de Cracovia. Ya no regresó al frente. Wittgenstein, su mentor, acudió a visitarle, pero llegó tarde: el poeta se había suicidado con una sobredosis de cocaína. Tan frágil como los más grandes, como su admirado Hölderlin. Poco antes de morir escribió el poema «Grodek», inmenso:
GRODEK
Al atardecer retumban los bosques otoñales de armas mortíferas, llanuras doradas y lagos azules, mientras el sol avanza lóbrego; la noche envuelve a guerreros moribundos; los lamentos salvajes de sus bocas destrozadas.
Y sin embargo, la paz reina en los pastos de nubes rojas; donde habita un Dios furibundo que vierte su sangre. Está gélida la luna; todos los caminos desembocan en la negra putrefacción.
Bajo el follaje dorado de la noche y las estrellas vacila la sombra de la enfermera hacia el bosquecillo silencioso, para saludar a las almas de los héroes, las cabezas sangrantes. Suenan apagadas en los cañones las oscuras flautas del otoño.
¡Oh, dolor orgulloso! Tus altares de bronce, la llama ardiente del espíritu, alimenta hoy un inmenso dolor, los nietos que no nacerán.
En otro poema conmovedor,«An den Knaben Elis (al niño Elis)», Trakl nos transporta de la mano de un muchacho muerto, que no sabe que está muerto, hacia el fin de una época.
AN DEN KNABEN ELIS
Elis, cuando el mirlo llame en el bosque negro,
ése es tu ocaso.
Tus labios beben el frescor del manantial azul nacido de la roca.
Deja, cuando tu frente sangre levemente,
pasar remotas leyendas
y oscuros augurios del vuelo de los pájaros.
Pero tú avanzas con pasos suaves por la noche,
cuelgan plenas las púrpuras uvas
y mueves los brazos grácilmente en el azul.
Suenan unos zarzales
por donde están tus ojos de luna.
Oh, cuánto tiempo hace, Elis, que estás muerto.
Tu cuerpo es un jacinto,
en el que un monje hunde sus dedos de cera.
Una caverna negra es nuestro silencio,
De ella asoma a veces un animal manso
y baja despacio los pesados párpados.
Sobre tus sienes gotea un rocío negro,
El ultimo oro de estrellas que declinan.
Ludwig Wittgenstein, su gran admirador y mecenas, tenía una fe a la vez ciega y clarividente en su amigo: «Yo no llego a entender la poesía de Trakl, pero su lenguaje me deslumbra, y es lo que mejor idea me da de lo que es el genio». Trakl estaba dotado de una sensibilidad ultraterrena, hasta el punto de sentir la presencia de los muertos invisibles. Tras la terrible batalla le causaba pavor la multitud de nietos no nacidos de aquellos hombres jóvenes que en vano trató de curar. En ellos situaba la mayor tragedia como seres ausentes, fuera del tiempo y, por eso mismo, puros, blancos en su luto de muerte antes de vivir. No vivió para ver la consumación del fin de una época a la que él ya contemplaba en la distancia. Su vida fue un perenne atardecer, y su mérito consistió en sacar belleza de tanta podredumbre.
Que estás en la tierra Padre nuestro,
que te siento en la púa del pino,
en el torso azul del obrero,
en la niña que borda curvada
la espalda mezclando el hilo en el dedo.
Padre nuestro que estás en la tierra,
en el surco,
en el huerto,
en la mina,
en el puerto,
en el cine,
en el vino,
en la casa del médico.
Padre nuestro que estás en la tierra,
donde tienes tu gloria y tu infierno
y tu limbo que está en los cafés
donde los burgueses beben su refresco.
Padre nuestro que estás en la escuela de gratis,
y en el verdulero,
y en el que pasa hambre,
y en el poeta, —¡nunca en el usurero!—
Padre nuestro que estás en la tierra,
en un banco del Prado leyendo,
eres ese Viejo que da migas de pan a los pájaros del paseo.
Padre nuestro que estás en la tierra,
en el cigarro, en el beso,
en la espiga, en el pecho
de todos los que son buenos.
Padre que habitas en cualquier sitio.
Dios que penetras en cualquier hueco,
tú que quitas la angustia, que estás en la tierra,
Padre nuestro que sí que te vemos,
los que luego te hemos de ver,
donde sea, o ahí en el cielo.
[Obras incompletas.
Editorial Ediciones Cátedra, S.A.
Madrid 1980.
Págs. 47 y 48]
NIÑOS DE SOMALIA
Yo como
Tú comes
Él come
Nosotros comemos
Vosotros coméis
¡Ellos no!
[1996]
LA SIRENITA QUE QUISO IR AL “COLE”
La sirenita saltando por la arena,
llegó a la escuela de la playa.
Niños, libros, mapas y pizarras.
La sirenita apoyó su cara en el cristal,
la maestra la invitó a pasar.
La sirenita asustada voló hacia el mar, sola,
y se escondió en la ola.
Con algas y con algo,
se hizo un vestido largo largo
—para que le tapara la cola
y los pies que nos tenía—.
Saltando por la arena,
tocando dos conchas castañuelas,
la sirenita entró en la escuela.
—La “nueva” anda muy rara
—dijeron sus compañeras—.
Cuando te nombran,
me roban un poquito de tu nombre;
parece mentira,
que media docena de letras digan tanto.
Mi locura sería deshacer las murallas con tu nombre,
iría pintando todas las paredes,
no quedaría un pozo
sin que yo me asomara
para decir tu nombre,
ni montaña de piedra
donde yo no gritara
enseñándole al eco
tus seis letras distintas.
Mi locura sería,
enseñar a las aves a cantarlo,
enseñar a los peces a beberlo,
enseñar a los hombres que no hay nada
como volverse loco y repetir tu nombre.
Mi locura sería olvidarme de todo,
de las 22 letras restantes, de los números,
de los libros leídos, de los versos creados.
Saludar con tu nombre.
Pedir pan con tu nombre.
—Siempre dice lo mismo—, dirían a mi paso,
y yo, tan orgullosa, tan feliz, tan campante.
Y me iré al otro mundo con tu nombre en la boca,
a todas las preguntas responderé tu nombre
—los jueces y los santos no van a entender nada—
Dios me condenaría a decirlo sin parar para siempre.
[Obras incompletas.
Págs. 187 y 188]
En vespa cargada de libros para repartir entre los niños
de los pueblos de Madrid
(años 40)
A MODO DE MANIFIESTO CON FUNDAMENTO EN LA OBRA DE LA POETA GLORIA FUERTES
Por Lauro Gandul Verdún
(Junio de 2017)
Ahora sí encontramos las librerías llenas de títulos de nuestra autora. Aunque casi siempre sólo aquella parte —importante, por supuesto— de su literatura incardinable en la llamada literatura infantil o para niños. No es mucho lo que tenemos de Gloria Fuertes (1917-1998) en nuestras bibliotecas. Lo decimos por nosotros mismos: en los anaqueles de nuestras estanterías es insólito encontrar un número suficiente de libros, de los muchos que dejó escritos, a la altura literaria de una autora como ella cuya obra poética constituye una de las más importantes del siglo XX español. Y esa ignorancia de su verdadera significación literaria choca con el amplio ámbito en el que la protagonista es precisamente Gloria Fuertes en el imaginario de los españoles de los últimos cincuenta años: ¿quién no sabe tararear en el recuerdo la melodía de Un globo, dos globos, tres globos?, ¿quién ha olvidado a aquella oronda señora, de pelo corto y canosa, feota pero con una franca y cordial sonrisa perennemente en su ancha cara de cuya boca salía una voz grave y algo rota, y a la que veíamos frecuentemente en la televisión en blanco y negro, o en color, de los años setenta y ochenta?
Pero hemos tenido la suerte de que una antología o compilación de sus libros de poesía haya caído en nuestras manos. Un solo libro, aunque con la fortuna de comprobar que quizá sea su obra mayor. Tenemos su libro, titulado Obras incompletas en una edición de la propia autora, que era la sexta que Ediciones Cátedra, S.A. de Madrid publicaba, siendo ésta en 1980 y que es a la que se corresponde nuestro ejemplar del libro. Gloria Fuertes es autora de la selección de sus textos y del prólogo que titula «Medio siglo de poesía de Gloria Fuertes o vida de mi obra». De éste vamos a extraer tres fragmentos:
«En los primeros años de nuestra postguerra, al palparnos vivos a pesar y todavía, necesitábamos gritar —como todo superviviente— que estábamos aquí, que nos llamábamos así, que sentíamos de aquella manera. Por aquel entonces, sin ponernos de acuerdo, Blas de Otero, Celaya, Hierro, Alcántara —y tantos nombres que añadirán a esta relación los estudiosos—, escribíamos poemas declarando incluso nuestra filiación, dirección y profesión para llamar la atención a los transeúntes que luego iban o no a pasear por nuestras páginas.»
«Fui surrealista, sin haber leído a ningún surrealista; después, aposta, «postista» —la única mujer que pertenecía al efímero grupo de Carlos Edmundo de Ory, Chicharro y Sernesi. La postista que irremediablemente iba para modista, modista de un importante taller (mi madre se encargó de ello), modista o niñera, se reveló por primera vez; yo no quería servir a nadie, si acaso a todos.»
«El primer poeta que conocí, fue en vivo, no en libro, y era Gabriel Celaya —debido a que me pisó el Premio Fémina de Poesía—. Gabriel y yo fuimos finalistas, yo quedé segundona. Celaya, en 1934 (¿), era alto y rubio como la cerveza, parecía un príncipe —lo que son las cosas…»
Con estas coordenadas se nos antoja una breve investigación. Sabemos que los cordobeses de Cántico dieron páginas en sus Hojas de poesía a los poetas de España, y del resto del mundo, mientras estuvo viva la revista desde 1947 a 1957. Buscamos en todos sus números y, si bien comprobamos que a Otero (1916-1979), Celaya (1911-1991) y Ory (1923-2010) sí se les publicaron poemas en Cántico, ninguno se publica de Gloria Fuertes durante los diez años de existencia de aquella excelsa revista de poesía.
De Ínsula, Revista Bibliográfica de Ciencias y Letras, fundada en Madrid en 1946 y que continúa viva, hemos consultado un poco al azar diez años, desde 1982 a 1992, un período de tiempo lo suficientemente largo como para que nuestra autora pudiera ser leída en alguna de sus páginas. Nos hemos puesto a buscar. De 1982 a 1988 nada. Al encontrar en los números 510 y 511 de 1989 sendos espacios especiales dedicados al postismo en la sección que la revista titula «El estado de la cuestión», supusimos que íbamos a encontrar textos de Gloria Fuertes, o al menos alguna referencia. Nada de nada. Como si no existiera. Hemos sabido que hay un número de la revista de 1969 donde José Luis Cano, uno de los principales responsables de Ínsula, dedica un artículo a la poeta de Madrid, a cuyo texto no hemos tenido acceso. No sólo es ignorada completamente cuando se trata del postismo, sino que tampoco existe en los ensayos sobre las generaciones de posguerra, ni en los que tratan la obra de los autores de la poesía arraigada ni en los que se ocupan de los poetas del desarraigo, ni cuando se ocupan del movimiento de la poesía social, o sobre la generación del medio siglo.
No obstante, ella sí está con los poetas mencionados y con los movimientos aludidos. Y si se predica que para el grupo de los postistas ya existía una tradición española en la literatura de Valle-Inclán o de Ramón Gómez de la Serna, o en las viñetas de La codorniz, en el dadaísmo de Tristán Tzara, o en el surrealismo, o en el teatro del absurdo. En la poesía de Gloria Fuertes logra alto vuelo la greguería ramoniana en cordial y amorosa bandada. Onomatopeyas, aliteraciones, dobles sentidos, ambigüedades… Ciertamente una parte importante de la obra de nuestra autora encaja en esa tradición que además bebe de la popular en sentido estricto y que se anuda a las vanguardias, tan característica de la poesía del siglo XX (Lorca, Alberti, p.e.), y que sirve también para comprender con otras lecturas la importante parte de su obra más conocida dentro de la literatura infantil o para niños. Esas otras lecturas como poeta neorrealista, o surrealista, o postista, o poeta social, o del socialismo cristiano, o sencillamente cristiana, tantas veces, debería ensombrecer la etiqueta infantil. Fácilmente se comprueba que el adjetivo en este caso, no da vida, sino que mata (aunque sea muy útil para los mercadotécnicos e incluso a ella hubo de haberle reportado justos haberes), y que nos lleva a que su poesía infantil sea sencillamente poesía.
Poesía transgresora la escrita por Gloria Fuertes, poesía de lo pequeño, reiteración de lo vital, lo cotidiano, lo divino, lo reivindicativo… Si bien, dentro de los postistas tal vez fuera la que menos se dedicó a los juegos de palabras sólo por jugar. Esta actitud estética supone un conjunto de recursos formales cuyo fin precisamente es acoger en sus poemas una vocación transformativa de la realidad social. Así se hace vocera en su poesía del dolor que le provocaban los débiles, los niños indefensos, los mendigos, los hambrientos, los parados, los mineros, y tantos de los que nadie se acuerda. Fue por tanto una auténtica poeta del movimiento que se denominó de la poesía social. Poesía social de la auténtica, de aquella escrita para «la inmensa mayoría» como la que quiso escribir Blas de Otero. Una poesía para nada pura, ni minoritaria. Una poesía como aquella a la que Gabriel Celaya aspiraba cuando proclamaba que «la poesía no es un fin en sí, sino un instrumento para transformar el mundo.» A Gloria Fuertes lo que le interesó de la literatura era la emoción de sus contenidos, su potencia comunicativa, los recursos que en ella estaban para reflejar la situación y circunstancia del hombre del tiempo en que le tocó vivir. E incluso no dudó en escribir padrenuestros y oraciones por los pobres de este mundo.
LA POBRE CABRA
(Homenaje a Gloria Fuertes)
Por José Antonio Francés
La cabra no es que esté como una cabra
es sólo que confunde las palabras.
En vez de ropa se puso la sopa,
en vez de capa se puso la copa.
La pobre con las letras se hace un lío,
por eso a veces no dice ni pío.
A la pobre jaca la llamó vaca,
¡y eso que la jaca estaba muy flaca!
En vez de una tila se hizo una tela,
y se quitó una suela y no la muela.
Pobrecilla, no tiene mucho tino
pues se durmió en el vino y no el pino…
Pino, pena, pana, rana, ¡atenta…!
Cambias una letra y cambia la cuenta.
¡Menudo lío se forma la cabra!
Uf… ¡Se parecen tanto las palabras!
Y se parecen tanto, tinto y tonto
que la cabra se confunde muy pronto.
Y se parecen tanto, tonto y tinto
que hablar es andar por un laberinto.
Nata, gata, rata, bata, ¡qué lata!
¡Cuando abre la boca, mete la pata!
Nota, gota, rota, bota… ¡Atiende…!
¡Cambias una letra y nadie te entiende!
Representación del Crismón o cristograma sobre el lábaro imperial
Moneda de Costantino
(ca.327)
A menudo se oye, y hasta se lee, que Constantino el Grande concedió a la Iglesia el rango de religión oficial del Estado Romano. No es así. Quien tal hizo fue el hispano Teodosio, el 27 de febrero de 380, en Tesalónica, en un edicto dirigido al Pueblo de la Urbe Constantinopolitana. En cambio, lo que decidieron Constantino y Licinio en Milán, en febrero del 313, no fue otra cosa que la libertad de cultos. Los textos nos han llegado a través de Lactancio, Sobre la muerte de los perseguidores, 48, y Eusebio de Cesarea, Historia eclesiástica X 5, 2-14. Traduzco parte del texto del último, de la B.A.C. nº 350, que dice así:
1.«Considerando, ya desde antiguo, que no hay que negar la libertad de culto, sino dar a la inteligencia y a la voluntad de cada individuo licencia para que cuide de las cosas divinas según la elección de cada cual, habíamos mandado a los cristianos que guardaran la fe de su elección y de su religión propia. […]
3.»Cuando felizmente concurrimos en Milán yo, Constantino Augusto, y yo, Licinio Augusto, y nos pusimos a la búsqueda de todo cuanto importaba al interés y utilidad del común, en medio de las demás cosas que Nos parecían ser útiles a todos en muchos aspectos, decretamos, en primer lugar y sobre todo, disponer esas normas en las que se contenía el respeto y veneración de la divinidad, esto es, que concedamos a los cristianos y a todos, libre elección para seguir la religión que hayan querido, a fin de que lo que es propio de la divinidad y del poder celeste pueda ser propicio a Nos y a todos los que viven bajo Nuestro gobierno. […]
5.»Así, con sano y rectísimo criterio decretamos ser ésta Nuestra voluntad: que a nadie en absoluto sea negada la licencia de seguir y elegir la observancia y religión de los cristianos, y que a cada uno se dé licencia para entregar su inteligencia en aquella religión que cree que armoniza consigo, a fin de que lo divino pueda en todo concedernos su acostumbrado favor y nobleza. […]»
Sigue en el texto la orden de restitución de bienes a los cristianos.