EL EDICTO DE MILÁN. Por José Manuel Colubi Falcó

 
 

Moneda de Costantino (ca.327)

Representación del Crismón o cristograma sobre el lábaro imperial
Moneda de Costantino
(ca.327)

 
 

A menudo se oye, y hasta se lee, que Constantino el Grande concedió a la Iglesia el rango de religión oficial del Estado Romano. No es así. Quien tal hizo fue el hispano Teodosio, el 27 de febrero de 380, en Tesalónica, en un edicto dirigido al Pueblo de la Urbe Constantinopolitana. En cambio, lo que decidieron Constantino y Licinio en Milán, en febrero del 313, no fue otra cosa que la libertad de cultos. Los textos nos han llegado a través de Lactancio, Sobre la muerte de los perseguidores, 48, y Eusebio de Cesarea, Historia eclesiástica X 5, 2-14. Traduzco parte del texto del último, de la B.A.C. nº 350, que dice así:

   1.«Considerando, ya desde antiguo, que no hay que negar la libertad de culto, sino dar a la inteligencia y a la voluntad de cada individuo licencia para que cuide de las cosas divinas según la elección de cada cual, habíamos mandado a los cristianos que guardaran la fe de su elección y de su religión propia. […]

   3.»Cuando felizmente concurrimos en Milán yo, Constantino Augusto, y yo, Licinio Augusto, y nos pusimos a la búsqueda de todo cuanto importaba al interés y utilidad del común, en medio de las demás cosas que Nos parecían ser útiles a todos en muchos aspectos, decretamos, en primer lugar y sobre todo, disponer esas normas en las que se contenía el respeto y veneración de la divinidad, esto es, que concedamos a los cristianos y a todos, libre elección para seguir la religión que hayan querido, a fin de que lo que es propio de la divinidad y del poder celeste pueda ser propicio a Nos y a todos los que viven bajo Nuestro gobierno. […]

   5.»Así, con sano y rectísimo criterio decretamos ser ésta Nuestra voluntad: que a nadie en absoluto sea negada la licencia de seguir y elegir la observancia y religión de los cristianos, y que a cada uno se dé licencia para entregar su inteligencia en aquella religión que cree que armoniza consigo, a fin de que lo divino pueda en todo concedernos su acostumbrado favor y nobleza. […]»

   Sigue en el texto la orden de restitución de bienes a los cristianos.

 

 [La voz de Alcalá, 15 al 31 de junio de 2017, año XXVI nº 455]

 

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