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LÚGUBRE HORIZONTE. Por Rafael Rodríguez González

 

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 Cartel de Rafael Luna (1988)

 

Bajo el Gobierno títere del mariscal Pétain y su primer ministro Laval se quiso promulgar en Francia una reforma de la Constitución para dotar a dichos prendas de plenos poderes, aunque la propia Constitución prohibía que se la modificara bajo presión del enemigo, que en ese caso era nada menos que el ocupante nazi. Al final no se llevó a cabo: no hubo necesidad de tal formulismo, porque ¿y si se deja de considerar enemigo al enemigo? Aquí, ni eso hizo falta: se modificó la Constitución en 2011 por acuerdo de Laval y Pétain, digo de Zapatero y Rajoy. Y con la indispensable firma de Juan Carlos I, el rey elegido por todos los españoles, como todo el mundo sabe.

            Fue la culminación, aunque puede haber más capítulos, siempre peores, para ir de cabeza a cumplir lo que nos dicta el IV Reich, que para eso se suscribió, sin ninguna información ni consulta a la población española (y creo que de ningún otro país) el tratado de Maastricht, y del mismo modo la entrada, inmersión o zambullida en el euro; o sea, la renuncia a los restos de autonomía de que podían gozar los países europeos entre sí y en el entramado mundial. En ambos momentos, cuando Maastricht (1993), y cuando el euro (2002), España estaba como cuando el referéndum de 1986 sobre la permanencia en la OTAN —baldón del que no nos libraremos jamás por culpa del trinomio ignorancia+cobardía+chantaje—, es decir, contenta de que los sapientísimos gobernantes de uno y otro redil nos condujeran por el camino que convenía y sigue conviniendo a los más poderosos. Y por ahí seguimos yendo: al yugo, a la ruina, al sometimiento, a la vergüenza.

            Mientras tanto, y además, asistimos al espectáculo del destape de varios casos de corrupción que excede de la que podríamos llamar «normal», es decir, de la no contemplada en las leyes. Ya se sabe, o debiera saberse, que las leyes no saben/ no contestan sobre la corrupción consustancial que recorre todo el entramado del Sistema hasta el más pequeño cartílago. Corrupción sistemática es, además y consiguientemente, la que corroe millones de caletres que consideran natural todo lo que pasa (aunque no les guste), como si un supuesto orden dispuesto por algún dios o por la propia naturaleza de los humanos fuese lo que hay que mantener por los siglos de los siglos (que nos queden, y no serán muchos).

            En fin, un panorama aterrador, a qué negarlo. Creo que más negro de lo que nos puede parecer a primera vista. Pero sí, hay mareas: la verde, la azul, la blanca… Todas muy justas, pero también muy «justitas». Hasta que no se junten en un justo y justiciero tsunami aquí no hay nada que hacer. Ni aquí ni en ningún sitio.

            ¡Ah!, no puedo dejar de recordarles una frase del Papa Bergoglio, dirigida, creo yo, a los ricos y a los ultracodiciosos: «El sudario no tiene bolsillos». No lo ha descubierto él, pero por lo menos coincide con la sabiduría popular: «P’allá nadie se lleva ».

 

PLÁTICAS MÍNIMAS. Por Rafael Rodríguez González

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Conversaciones en torno a Cezanne
Guillermo Bermudo
2001

—¿Cómo estás?

—Relativamente.

 

—¿Has visto a Pepe?

—No sé, quizás, ¿por qué?

—No, por nada.

—Ahora que caigo…, no, no, nada.

—Pero…

—Hasta luego.

 

—A buen entendedor con pocas palabras bastan.

—¿No es basta?

—¿Ves como no puede ser?

 

—¿De verdad me quieres?

—Venga ya, pónmelo y déjate de tonterías.

 

—Todo el que lo parece lo es.

—Y después están los que no lo aparentan, que son la mayoría.

 

—¿Tú no sabes que fumar provoca enfermedades muy graves?

—En eso estoy. Me gusta comprobar las cosas por mí mismo.

 

—Dice la gente que esto no tiene solución de ninguna clase.

—¿Y qué hacemos?

—Nada, esperar a que la gente cambie de opinión.

 

—Volverán las oscuras golondrinas…

—Anda, anda, aquí ya no van a venir ni las golondrinas.

 

—«Cuando te veas perdío, echa mano del ganao cabrío». Bueno, eso dice un viejo dicho.

—Sí, tan viejo que ya no sirve. ¡Qué más quisiéramos!

 

—Mi hermano el mayor se ha ido a Alemania, y el otro a Inglaterra.

—¿Y tu hermana?

—Es a la que peor le va. Como hace las citas por teléfono, en cuanto dice el precio…

—¿Y tú?

—¿Yo? Hombre, yo le aconsejo que baje la tarifa.

 

—¿Cuándo juega el Real Madrid, el sábado o el domingo?

—No lo sé. No me interesa.

—Tú no eres normal.

—Yo sí soy normal, lo que no soy es corriente.

 

—Me parece que lo de la ayuda para mi madre ha volado.

—No puede ser, existe eso que se llama derechos consolidados.

—Ya no hay derechos. Y consolidados, ni te digo.

 

—No me he enterado de nada de lo que ha dicho el Papa.

—Y eso que habla en español.

 

—Te vieron ayer pagarle la gasolina al encargado que tienes en la fábrica.

—¿A mí? Bueno, Elisa, es que…

—Cuando alguien te diga cabrón ya sabes que yo no tengo nada que ver. 

 

—Que sí, que lo ha dicho el televisor.

—Adiós.

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COLOQUIOS (194): «CONVERSACIONES EN TORNO A CEZANNE (SERIE “TRES CUADROS”)». Gabi Mendoza Ugalde

COLOQUIOS (190). Gabi Mendoza Ugalde

 

GOBIERNO DE SALVACIÓN. Por Rafael Rodríguez González

carnavalalcalá2010 LGV

Existen hombres y mujeres capaces y valientes. No voy a dar nombres (hay que protegerles). ¿Pero cómo investirlos de poder? Más importante aún: ¿se sostendrían?

    «Esto no hay quien lo arregle». Es lo más oído en la calle, en las fábricas que quedan, en las universidades, en las colas del paro. ¿Entonces? ¿Seguiremos instalados en la hiperestafa, en el macrodesfalco, en la superfarsa, sin conservar derecho alguno, es decir, inertes e inermes bajo la dictadura? ¿Hay que seguir alimentando la sensación de impotencia, la realidad de ser siervos y de ser nulos en política? Es muy probable, sí, hay que admitirlo. De hecho, nos aproximamos a la oscuridad más absoluta a la velocidad de la luz. Si así sucede no será porque los que dominan el cotarro no estén dando pie a que se origine la revuelta, pero… Veamos algunas cuestiones.

    Dejemos sentado que los banqueros alemanes y de otros países, incluida España (y en consecuencia sus respectivos Estados), son los principales dominadores, a los que acompañan, como la caspa al pelo, los encumbrados políticos (muchos son lombrices intestinales, o sanguijuelas sin fines curativos). Pero no nos equivoquemos: eso del 99% frente al 1% es una ilusión; como mucho, una visión teórica basada en potencialidades teóricas. Y en deseos explicables. El análisis concreto de la realidad concreta nos indica que al servicio, directo o indirecto, de esos dominadores, hay un conjunto de personas, individual o colectivamente tomadas, que constituyen una fortificación, muy sólida por lo general, del orden establecido.

    Por otra parte, téngase en cuenta que los siameses sindicales no paran de exigir (en realidad de suplicar) pactos, como si a estas alturas tuviesen algún resto de poder y los pactos alguna vez hubiesen servido para algo (a los de abajo, digo). Y que tanto Rubalcaba como Cayo Lara, en sus apariciones televisivas, exhiben su complicidad con lo que hay: si un Gobierno no es directamente corrupto tiene derecho a imponer a la población cuantos sacrificios considere. ¡Eso es lo que en realidad dicen! Del PSOE, ¡qué decir!, y lo de IU suena a lo que es: claudicación total y definitiva. En los dos: verborrea pura y simple. ¡Qué panorama! Y, para colmo, la corrupción más encandalosa centrándolo todo, cuando la corrupción está en el ADN del Sistema, impregnándolo de arriba a abajo y siempre.

    Hasta es posible que existan conspiraciones en más de una dirección, tendentes a una «solución» aparentemente «tranquilizadora».

    De modo que no hay forma de lograr un Gobierno de Salvación como no sea que la mayor parte del pueblo haga que los poderes se plieguen a la apertura de un proceso constituyente que ponga los problemas sobre el tapete a la vista de todos. Y, luego, que ese pueblo verdadero sostenga a ese Gobierno si se sostiene en su cometido. Pero, ¿cómo y a costa de qué sacrificios?

    Contaba Manuel Sacristán, uno de esos sabios que la Humanidad produce de tarde en tarde, que Hugo de San Víctor, hace ochocientos años, abría su Dialéctica recordando a los lectores que la gente hablaba antes de que hubiera gramática, y que razonaba antes de que existieran tratados de lógica. Metáforas como esa están hechas para aplicarse.

ALCALDES, O ZOQUETES. Por Rafael Rodríguez González

En Paraguay llaman zoquete al cargo público. Ignoro si con la misma exactitud guasona que aquí lo haríamos.

            El alcalde de Sabadell, el de X, el de Y, el de K —nos faltarían letras en el alfabeto—, están imputados como presuntos culpables de prevaricación en distintos grados, siendo la sirvengonzonería en grado superlativo el denominador común. Enjuiciados judicialmente no están todos los alcaldes de España, es cierto, pero en el discernimiento popular se salvan poquísimos.

            El de Sabadell, uno de los alcaldes más cursis de España, dijo, al dejar en suspenso su cargo: «Me aparto unos centímetros», como el que va a freír un huevo y no quiere que le manche el aceite. El que no manchó su honor fue un antecesor suyo, que echó a empujones de su despacho a un empresario que intentó sobornarlo. «Me aparto unos centímetros», dice el relamido. Lo que tienes que hacer es irte al infierno, mamarracho.

            «El mejor alcalde, el rey». Pues ya ni eso.

            Un amigo, tan exagerado como casi todos los que tengo, jura que iría a comer con un alcalde sólo si este devolviera todo lo que se haya comido. Y puntualiza: «Antes, antes».

            Otro dice que, en un futuro, la sociedad habrá alcanzado tal nivel de equidad y conciencia que los encargados de ejercer el mínimo control necesario lo serán por rotación. Vale, pero no creo que a la Humanidad le quede tanto tiempo.

            A Pepe Isbert y a Manolo Morán, alcalde y conseguidor, respectivamente, en Bienvenido Míster Marshall, no se les puede achacar haber creado escuela de alcaldes y conseguidores (pobrecitos míos; digo Isbert y Morán). Además, éstos de ahora ni tienen gracia ni son buenos actores.

            Hay alcaldes a quienes les pierde el ego; a otros, la ambición pecuniaria; los hay que ambas cosas y otras más. Lo que es seguro es que para entonces el ego y la ambición ya habrán echado a perder sus municipios.

            «La gente es tonta, ¡un hombre honrado no puede ser alcalde!». Esto se lo oí, siendo yo un pollo, a un viejo que hablaba con otro acerca de la conveniencia de que fuese nombrada alcalde determinada persona (a la que conocí y traté muchísimo). Es una verdad que nunca tomé como absoluta.

            «¿De dónde vienes?», le pregunta un paisano a otro. «De pedir cita con el alcalde, ¡y vaya lo que me han dicho!». «¿El qué?». «Esto: ¿pero usted quién se ha creído que es?». Tal hecho, no se confundan, sucedió en Zamarra de Enmedio.

            Hay alcaldes que son muy sonados; otros hay que están más sonados que los rivales que le buscaban a Urtain. Se puede pertenecer a ambos grupos simultáneamente.

            Los zoquetes demostradamente corruptos, y también los sospechosos de serlo, son votados elección tras elección. La mayoría de esos votantes considera que hacen bien (los alcaldes), porque «yo haría los mismo». ¿No es para sentirse orgullosos de esos votos? En la democracia de los piratas, es decir, en la realmente existente, sí.

¿NOTÁIS LA BARBULLA DE LA MARCHA?. Anónimo del s. XXI (Compilaciones de Rafael Rodríguez González 2012)

notáis la barbulla de la marcha

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«OBSERVAD AL CIERVO: SABE». Anónimo del s. XXI encontrado en las escalinatas de las Setas de La Encarnación (Compilaciones de Rafael Rodríguez González —Sevilla 2012—)

«QUE GROENLANDIA SE FUNDA» Poema Anónimo del s. XXI con otro visual de LGV. Compilaciones de Rafael Rodríguez González
A SALVO DE RESFRIADOS. (Anónimo del s. XXI). Compilaciones de Rafael Rodríguez González
ES UN PAPEL HALLADO EN CUALQUIER SITIO (Anónimo del s. XXI). Compilaciones de Rafael Rodríguez González
DIÁLOGO ANTE UN CARTEL. A propósito de un cartel del pintor Guillermo Bermudo. Compilaciones de Rafael Rodríguez González
PROCACIDADES PARA UNA BODA (Anónimo del s. XXI). Compilaciones de Rafael Rodríguez González
LA HAZAÑA EN ALCALÁ DE UN CÓRDOBA QUE ES DE SEVILLA. Compilaciones de Rafael Rodríguez González

LA LEYENDA DE LA CALLE MAREA. Por Rafael Rodríguez González (Para Antonio Herrera, con sus dolores)

calleMarea 2012 LGV
Calle Marea
Alcalá
2012
(Foto: LGV)

Cristóbal Lugo Castro, un paisano fallecido hace más de treinta años, y que cuando me contó lo que sigue tenía, según él, más edad que el Palacio de Gandul —en realidad unos setenta—, aseguraba que su narración era tan cierta como que los ríos van a la mar porque una vez en ella dejan de sufrir estrecheces, o tanto como que padecer de reúma no tiene relación alguna con la humedad soportada, ya que nunca se ha hallado esa dolencia en animales marinos o fluviales. Realmente tenía razón en esto del reúma, como se demostró científicamente pocos años después. Y lo de los ríos es sencillamente impepinable.

            Por entonces ya sabía yo que el autor de historias siempre hace protestas de veracidad, y que Cristóbal, arquetipo del homo probus, jamás incumpliría esa ley, no por no inscripta menos consumada por todos los fabuladores. Como es natural en personas con tantos años encima, Cristóbal no hizo el relato de un golpe, sino que de cuando en cuando agregaba algún detalle y matizaba otros, con lo que su historia se enriquecía de vez en vez, además de mejor afianzarse en la memoria del joven escuchador.

            Cristóbal siempre trabajó en herrerías de Sevilla, donde, según decían, hubo un tiempo en que los patronos se lo disputaban. Habitó casi toda su vida en una casa de vecinos de la calle Salvadores, pared con pared a la del Tani, aquel simpático vendedor de sifones que repartía con su célebre motocarro. La potencia de esos sifones siempre sufrió el menoscabo del vulgo, aunque casi siempre en broma y siempre injustificadamente. Todavía andan por ahí algunos vejestorios que, al referirse a algo o a alguien sin vigor (qué mejor ejemplo que ellos mismos) dicen: «Tiene menos fuerza que los sifones del Tani». De eso nada. Yo testifico en sentido opuesto. Recuerdo perfectamente que una mañana, a las seis, recién abierto el bar en que yo trabajaba (en el 46 de la calle de La Mina), seis o siete conocidos, todos muy jóvenes, comenzaron a formar, como paso previo a su entrada, un poquito de escándalo en la acera. Habían estado toda la noche de parranda y ahora venían a divertirse a mi costa, por supuesto que sin ninguna mala intención añadida. Así que yo, haciendo gala de mi exorbitante simpatía (por la que soy renombrado del uno al otro confín del Universo), decidí contribuir al jolgorio: eché mano de un sifón, y, a una distancia de seis metros, tal que camión cisterna de la policía, los puse a todos empapados (que Santa Marta y San Teodoto me auspicien in aeternum, no por el hecho, sino por la similitud referida). Unos, tronchados de risa, entraron a celebrar la ocurrencia. Otros, los tontitos, se fueron, incapaces de digerir la sifonada. Y no hubo más, aparte de la constatación irrefragable de la fuerza de los sifones del Tani. Del Tani y de su hermana, que era la que los llenaba. 

 Campo de Concentración de Albatera

            Cristóbal había participado en la Guerra de España, donde sirvió en el Ejército Nacional. Pero, cuidado, mucho ojo, porque Cristóbal, que de lerdo tenía tanto como de monja de clausura, remachaba cada vez que podía que el Ejército Nacional fue el leal, el fiel a la República, y no el otro, plagado por tierra, mar y aire de moros, italianos y alemanes. A partir de abril de 1939 estuvo varios meses en el campo de concentración de Albatera (Alicante), donde, para suerte suya, coincidió con otro alcalareño: «el Pretolo», padre de uno que ha sido impresor a lo largo de cincuenta años. Al Pretolo lo salvó de ir a las cárceles de entonces, tal vez incluso de quedar bajo tierra albaterense, la agobiada y diaria insistencia de su joven esposa, ya madre de una niña, ante dos falangistas de Alcalá (de los de 1933), que, agobiados ellos mismos por el tesón de aquella muchacha, gestionaron su vuelta. Cristóbal vino en el mismo lote; de tacón, como si dijéramos.

            Pues bien, Cristóbal, que a diario visitaba el bar, fue poniendo en pie los elementos de lo que yo califico como leyenda y él llamaba historia fidedigna. Aprovechábamos los prolongados ratos en que el número de clientes era casi tan reducido como las probabilidades de que te toque la lotería, para que el herrero, como le conocía todo el mundo, fuera engarzando las partes de su relato. «¿Pero no era Carmela la que vivía enfrente de la tienda?», le decía yo. «¿Y quién ha dicho lo contrario? Lo que digo es que Ramón, un hermano de Carmela, tuvo mucho que ver con el asunto; incluso parece que sin su concurso no habrían ocurrido los hechos», respondía Cristóbal, que hablaba como un abogado. Y así tantas veces: protagonistas que bailaban acrobáticamente dentro del relato, hechos que se bifurcaban, circunstancias que de un día a otro se transmutaban en sí mismas y en las contrarias, escenarios que se subvertían… ¡Luenga y sinuosa leyenda la de Cristóbal!

            He dicho más arriba que Cristóbal no era ninguna monja de clausura. Ni monje del mismo jaez. Ocho hijos se le conocían y él reconocía: dos de una mujer, dos de otra (ambas solteras), y cuatro de la más cargada, que era la suya legítima. Del hecho de que ninguna de las tres mujeres lo despellejara ni en público ni en privado se deduce que nunca dejó desatendido a ninguno de los vástagos. Pero también, con casi total seguridad, que ninguna de las féminas objeto de sus atenciones podía reprocharle la falta de éstas. En fin, ellas y él sabrían. Eran otros tiempos. Ya no hay hombres ni mujeres así, ¿no creen? ¿O sí?

            «Menudo bicho», decía refiriéndose a él Ruperto, otro asiduo del bar. Ruperto tenía menos vida laboral que la Dama de Elche, y quizás por eso no quería bien a Cristóbal, mal ejemplo en cuanto a aplicación en el trabajo. Ese Ruperto, el único que he conocido personalmente (al músico Ruperto Chapí sólo lo conozco de oídas) también tenía sus historias. No de la extensión y profundidad de las de Cristóbal: las del perpetuo holgazán eran de lo más chabacano. Un solo ejemplo: contaba que uno que vivía en su misma casa de vecinos, tan harto de una de esas moscas sietemesinas del mes de octubre que hacen desear a cualquiera convertirse en aparato de Flix, salió a la calle acompañado por la impenitente, que se posaba una y otra vez sobre su cabeza. El sufridor optó por soportarla hasta llegar a un muro que sabía hecho de tapial. El aquejado de moscaditis terribilis esperó a que la alada se detuviera en su frente: fue entonces cuando el vecino de Ruperto asestó un monumental testarazo al paredón. La mosca, desprevenida —eso trae el acomodamiento y la confianza presupuesta—, quedó aplastada. José María, que así se llamaba el del cabezazo, salió indemne: no tuvo más que sacudirse el abundante caliche del muro y los restos casi inapreciables de la mosca, que quedó inservible hasta para ponerla, cual mariposa, en las páginas de un libro infantil.

            Yo conocía a José María, albañil ya jubilado, natural de Montellano. Hasta para mí, el más inocente y crédulo del mundo, estaba claro que Ruperto mentía: la verdad es que si el montellanero hubiera hecho tal cosa el muro habría ido al suelo: su cabeza era como la de un hipopótamo, y el resto del cuerpo hacía honor a la molondra.

            Un mediodía se produjo un enfrentamiento entre este José María y Cristóbal. El encaro surgió cuando José María, que conservaba como oro en paño su carnet de Falange de los años de la guerra y posteriores, reprochó a Cristóbal un chiste sobre Franco (que ya llevaba corpore sepulto casi un lustro). Menos mal que no pasaron de las palabras, porque Cristóbal, aun siendo un tipo bragado y membrudo, no hubiera podido resistir ni un manotazo de aquel mastodonte humano, al que yo, pese a todo, siempre aprecié y por eso ayudé en determinadas circunstancias. Que no llegaran a las manos se debió, en gran parte, a las palabras que les dirigió Francisco Alvarez Gandulfo, aquel practicante cuya personalidad, al igual que su pericia para mancharse en cuanto se llevaba algo a la boca, permanece indeleble en la memoria de cuantos tuvimos la fortuna de tratarle.

            He de contar el chiste, por más que lo conozcan muchas personas de cierta edad; pido perdón si hiero la sensibilidad de alguien, más si posee la magnitud física de José María: «Llegó Franco con su minúsculo séquito a un pueblecito donde se inauguraba un pantano. El alcalde, viejo, medio sordo y no muy despabilado, se dirigía así al Jefe del Estado: “Don Claudio, por aquí; don Claudio, por allí”. Hasta que el gobernador civil, airado, lo llevó a un rincón: “¿Pero usted por qué le dice don Claudio a Su Excelencia el Generalísimo?”. “Hombre”, le respondió el alcalde medio chocho, “es que yo no tengo tanta confianza como ustedes para decirle claudillo”».

            Una tarde, cuando Cristóbal pormenorizaba una de las tres fuentes de la leyenda, apareció su mujer (la oficial, Teresa), que le dijo desde la puerta: «Niño, que los civiles están buscando a Lorenzo». Cristóbal salió inmediatamente y la pareja (no la de los civiles, sino el matrimonio) se perdió por la calle Monroy, seguramente para no tener que subir los escalones de la de Mario Méndez Bejarano. El tal Lorenzo, que era anormal, tanto como grandote y fuerte, y que andaba por el campo a diario, era hijo de Cristóbal. Anormal, digo, pero seguramente por eso capaz de hacer cosas sorprendentes. De por qué lo buscaba ese día la Guardia Civil no llegué a enterarme, pero sí sé que en otra ocasión fue porque en una finca cercana al pueblo, en compañía de otro por el estilo, había matado a un ternero con un martillo y un destornillador. Lorenzo era la cruz de Cristóbal. Y no digamos de Teresa. No hacía mucho que, sin pensárselo dos veces (ni una, digo yo), se había sacado una muela con unos alicates. Esa vez no lo buscaron los guardias, sino que hubo que llevarlo urgentemente al hospital.

            Bueno, resulta que me he quedado sin espacio para seguir, dado que el editor de esta gaceta [ESCAPARATE], con el pretexto de la crisis, me lo recorta una barbaridad. Así que en la próxima oportunidad les contaré la leyenda de la calle Marea, original de Cristóbal Lugo Castro, la cual está tan intacta en mi memoria como lo estuvo de por vida la fuerza de trabajo de Ruperto, el embustero.

 

CIRCO PERO SIN PAN. Por Rafael Rodríguez González

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Forçados portugueses
(foto de una foto)
LGV Monsaraz 2012

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El canto de las sirenas, hipnótico y maléfico, provocó que el barco en que viajaba Ulises se estrellara contra los farallones de la costa. No sé lo que pasó después, porque nunca leí el libro. Me he acordado de la anécdota de Ulises cuando pensaba en el circo que nos tienen montado los señoritos de Cataluña y los de las demás naciones españolas (éstas con sede ejecutivo-comunicacional en Madrid, esa eterna crisálida de las Españas).

…………Sí, todos los señoritos, tengan una o dos lenguas vernáculas (eso de lengua propia es una gilipollez: ¿es que los que tenemos sólo una nos ha sido prestada?), han puesto en marcha un gran y productivo espectáculo: el del derecho de los habitantes de Cataluña a decidir si siguen en el Estado común de los países españoles. Y, una vez puestos a decidir, su derecho a iniciar el proceso de secesión y el establecimiento de un Estado «propio» (que sería lo mismo que tienen ahora pero con el añadido del totalitarismo nacionalista). La mayoría de los señoritos de Cataluña alega que estar en el actual Estado les trae enormes perjuicios económicos, y que, una vez liberados del yugo españolista, Cataluña iría a más (que es lo que va a pasar el 25-N, pero sin la tilde) y avanzaría por la senda de la recuperación, sin que el lastre «español» la frenase. Todo eso, claro, adobado con la superexcitación de sentimientos identitarios más o menos identitarios. Quieren hacer creer, y lo malo es que muchos catalanes de abajo se lo creen, que los intereses de los de arriba son los mismos que los de Cataluña. ¡Qué incultura política la de todos los países españoles, tan tenazmente labrada a través de decenas de años para beneficio de los señoritos de todas las Españas!

…………En el lado pretendidamente opuesto, a los señoritos españoles de verdad de la buena les viene que ni dibujado todo ese barullo. ¿Por qué? Pues por lo mismo que a los señoritos catalanes de verdad de la buena: porque así se tapa, hasta donde es posible, la corrupción, los recortes, el desmantelamiento de tantos logros conseguidos por los de abajo… ¡Y si hay de esas cosas en Cataluña! ¡Tantas o más que en cualquier otro sitio!

…………El circo sirve también para que en CIU y PP se concentren la inmensa mayoría de los votos. Y ya se alternarán ellos en los papeles de león y domador.

…………Al final todo se arreglará, porque los señoritos españolistas concederán a los señoritos catalanistas un trato fiscal preferente, de modo que se lleven de los de abajo más de lo que se han venido llevando. Y santas pascuas.

…………Pero para llegar a eso, o a más (lo que ya admiten sibilinamente desde la CEOE hasta la cabeza de lista del PP) hay que sembrar el miedo, que es lo más rentable que hay en el mundo. Y se recuerda a Serbia, a Kosovo y a todo lo que les venga bien a los señoritos de uno y otro lado (que es el mismo). Hombre, aquí podemos estar seguros de que no llegaría a bombardear la OTAN: nosotros nos bastamos para bombardearnos con tomaduras de pelo mientras los problemas siguen acuciándonos día tras día.

…………De todos modos, las cosas se sabe cómo empiezan, no como terminan, así que no hay que descartar que nos pase como al pobre Ulises con los farallones.

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Foto: LGV Alcalá 2012

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«OBSERVAD AL CIERVO: SABE». Anónimo del s. XXI encontrado en las escalinatas de las Setas de La Encarnación (Compilaciones de Rafael Rodríguez González —Sevilla 2012—)

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«QUE GROENLANDIA SE FUNDA» Poema Anónimo del s. XXI con otro visual de LGV. Compilaciones de Rafael Rodríguez González
A SALVO DE RESFRIADOS. (Anónimo del s. XXI). Compilaciones de Rafael Rodríguez González
ES UN PAPEL HALLADO EN CUALQUIER SITIO (Anónimo del s. XXI). Compilaciones de Rafael Rodríguez González
DIÁLOGO ANTE UN CARTEL. A propósito de un cartel del pintor Guillermo Bermudo. Compilaciones de Rafael Rodríguez González
PROCACIDADES PARA UNA BODA (Anónimo del s. XXI). Compilaciones de Rafael Rodríguez González
LA HAZAÑA EN ALCALÁ DE UN CÓRDOBA QUE ES DE SEVILLA. Compilaciones de Rafael Rodríguez González

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…Y LA BERREA EN «CARMINA»

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MERCADERES Y FARISEOS. Por Rafael Rodríguez González

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Marcha del Sindicato Andaluz de Trabajadores por la avenida de La Palmera
Sevilla
2012
Fuente: Galería de sevillareport

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En España no roban las eléctricas, ni los bancos, ni las grandes empresas a las que se les perdonan las cotizaciones a la Seguridad Social, ni los directivos de esto y lo otro, ni cientos de promotores inmobiliarios, ni los alcaldes y delegados de urbanismo y más cosas de cientos de municipios, ni un largo etcétera; no, qué va, aquí los que roban son los miembros del Sindicato Andaluz de Trabajadores, con Juan Manuel Sánchez Gordillo y Diego Cañamero a la cabeza. Aquí no maltrata nadie a los trabajadores: ni el Gobierno con sus, más que recortes, amputaciones, ni las empresas imponiendo —con los auspicios de aquél— condiciones de trabajo propias de los comienzos de la era capitalista. Ni la policía, aparato fundamental del Estado de los capitalistas. No, qué va, aquí quienes maltratan a los trabajadores son los del SAT, empujando a una empleada de Mercadona que les quería impedir el paso, no porque esa muchacha tenga mentalidad de gorila de discoteca, sino porque tiembla ante la probabilidad de perder su puesto de trabajo si no «protege» a la empresa. Ya se sabe: siembra el miedo y recogerás la victoria. Pero los del SAT no están de acuerdo en que los de siempre recojan tan ominosa cosecha. O, como dijo Steve Biko: «El arma más poderosa del opresor es el espíritu del oprimido». Claro que algunos pensarán que en nuestra sociedad, tan democráticamente gobernada a todos los niveles, no hay opresores ni oprimidos, sino, como mucho, gente más o menos favorecida por las circunstancias que determinan el ordenamiento constitucional y la realidad económica. O gente lista y con suerte… y los demás, esos que han de joderse, que diría la diputada. ¡Qué putada! ¡Qué edificante! ¡Y qué profundo!

…………Hay quien afirma estar de acuerdo con el fondo, pero no con la forma, de las acciones en los super. ¡Pero si precisamente en este caso lo importante es la forma! Se trata de un necesario aldabonazo. De formar jaleo, sí. ¿O qué hay que hacer, protestar sólo por medio de la tinta, y no mucho, no sea que se nos derrame encima? ¿Mantener una estética inservible? Hasta se les critica que hayan conseguido más atención que dos mil horas de cháchara parlamentaria. Entonces ¿qué han de hacer?, ¿esconderse en una cueva?, ¿sentarse alrededor de la mesa de camilla a mirarse las caras? ¡Cuántas ridiculeces dicen las gentes del Orden, sean de una u otra facción! (yo también las digo, es cierto). Inmediatamente se echa mano de la calumnia y de acusaciones que son incapaces de demostrar: que Sánchez Gordillo es millonario, que sólo le mueve el relumbrón (¡pobre Juan Manuel, lo confunden con Mario Conde!), que si Marinaleda funciona es gracias a las ayudas de la Junta. No es así, pero si así fuera, ¿no sería mejor dar el dinero a la gente para que viva que dárselo a los bancos, esos que tanto roban y no precisamente de forma simbólica?

…………Mucha gente se molesta cuando alguien menea la mierda. No quieren darse cuenta de que tarde o temprano les llenará la boca. Obviamente, a los de los «robos» y la Marcha Obrera no les gusta esta mierda.

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EL PARAÍSO EN LA OTRA CAJA, POR FAVOR. De la serie «RECORTES», Nº 35. Por Pablo Romero Gabella

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MIGUEL. Por Rafael Rodríguez González

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Con cincuenta y cuatro años de edad y poco más de treinta de servicio, Miguel acaba de jubilarse (aunque le digan prejubilarse). Una buena retribución le acompañará, o deberá, debiera o debería, hasta el fin de su existencia. Esto último se manifiesta a todas luces de lo más lejano: ninguna enfermedad, excelente silueta, poderío en las piernas, que es facultad de lo más esencial… Si acaso, el abuso del tabaco, pero como es alto de cuello… ¿Y ahora? Pues nada, a dedicarse a sus aficiones principales: la música, la literatura, la pintura. La primera y la tercera de forma ejecutante, porque Miguel, además de saber de música (creo que también sabe música), toca la guitarra, y, según me aseguran algunos conocidos, nada sospechosos de embaucadores, al menos en esto, es un óptimo pintor. En cuanto a la literatura, no tengo referencias sobre que Miguel escriba más allá de correos electrónicos y balances económicos, pero sí me consta que se lee lo que no hay en los escritos: ¡hasta ha leído alguna cosa mía! (Me embarga la emoción y no puedo seguir escribiendo; continuaré mañana).

…………Pasado el trance de la turbación impedidora, voy a procurar contarles lo que soñé no hace mucho. Relacionado con Miguel, claro, si no, a qué todo esto. A ustedes les parecerá increíble, pero yo sé que es cierto, quiero decir el sueño, vamos, que lo he tenido, que lo he soñado tal y como a continuación les refiero. Tan verdad como que esa noche me tuve que levantar para aplicarme una crema contra la epicondilitis. Y, no mucho después, a dar unos pasos para combatir el espasmo de los gemelos de la pierna izquierda, o de la derecha, qué más da, si son gemelas. Más tarde, a orinar. Luego, a beber. Al cabo de poco me despertaron los síntomas de una hipoglucemia, no severa, afortunadamente. Mientras me comía dos o tres onzas de chocolate (en esto no se puede decir que sea peor el remedio que la enfermedad), hube de acudir a la llamada de mi madre, que quería saber la hora. Pues aun así y todo, el tiempo dio de sí para tener un sueño, ese sueño.

Suena el teléfono en la sucursal bancaria:

—Miguel, ¿es usted?

—¿Quién es?

—José Luis, el de… ¿es usted Miguel?

—Sí, sí.

—Le llamo, ya lo sabrá usted…

—Sí, hombre. Vente por aquí más o menos a las doce; no, mejor a la una. Pero aquí no, nos vemos en el bar, sí, el de la callejuela, y ya luego nos vamos para la oficina.

—Es que a esa hora tengo que recoger a la niña, pero bueno, sí, vale, tardaré dos o tres minutos, la dejaré con mi prima, la de la tienda.

—No te preocupes, yo te espero. Trae todos los papeles, no se te olvide ninguno. Hasta luego.

…………(Llegado a este punto me desperté, y por eso lo recuerdo todo perfectamente. Dí dos vueltas en la cama y de nuevo quedé dormido).

«¡Vete de aquí, canalla, que no te vea otra vez, asqueroso, que te rajo la cabeza, so mierda, que eres una mierda, que te vayas, me cago en tus muertos, cabrón!». El tendero decía esas cosas temblando de indignación, y el asqueroso-mierda retrocedía sin perder de vista la mano que se le aproximaba blandiendo un cuchillo enorme. Pero la gente —¡qué inoportuna es a veces la gente!— enseguida empezó a inmiscuirse: «Ya está, chiquillo, ya está, déjalo que se vaya»; «Mira que después va a ser peor para ti»; «Cálmate, Fernando, que te va a dar algo»; «Venga ya, hombre, si no merece la pena». El carnicero resopló, bajó los brazos y por fin quedó inmóvil, quizás aliviado (¿quizás?) por la presión apaciguadora, y el carterista se fue por la callejuela más próxima, seguido por los insultos de todos los presentes  —ahora muy decididos—, en su mayoría clientas de la carnicería. Pero Miguel, que había observado parte de la escena desde la puerta del bar en que había de  encontrarse con José Luis, en menos que se parpadea logró agarrar al descuidero, arrojarlo al suelo, ponerlo boca abajo y sentarse a horcajadas sobre él. Inmediatamente, el público, que se había desplazado hasta la embocadura de la callejuela para ver cómo iba la cosa, le gritó a Miguel que no, chiquillo, que no seas loco, que lo dejes irse, si no ha llegado a robarle a la mujer, que ese tío es un hijo de puta —expresión totalmente gratuita, como casi siempre—, pero que para qué nos vamos a meter en líos, si al final va a ser lo mismo. Un cliente del bar se lamentaba, llevándose las manos a la cabeza: «¡Hay que ver, hay que ver, hay que ver!», sin saberse si lo hacía contra la actitud de Miguel o contra la inseguridad ciudadana que existe desde que existen las ciudades. Miguel se irguió y tras él el caco, que recibió un fuerte empujón de nuestro héroe. Éste, cuya figura no se había descompuesto lo más mínimo, dijo a los indignados-miedosos-inconsecuentes estas profundas palabras, en tono y modo semejantes a los de Moisés ante los suyos: «¿Lo veis? Después pasa lo que pasa». En ese momento vi y oí a Nobeo Minucio, consejero del rey Poliginio y de su primogénito y sucesor, Colicasto. Nobeo Minucio se dejó caer con esta enigmática frase: «Tan lejano está el sueño de la realidad como la realidad de los sueños».

…………(Otra vez me desperté, y por eso puedo, como ya he dicho antes, recordar al detalle esta segunda fase de mi visión onírica. Algunos de los lectores conocerán por sí mismos la mecánica de los sueños, cosa que nunca se ocupó de explicar Sigmund Freud, tan ensopado en las supuestas significaciones).

No había hecho Miguel más que salir de la callejuela —en el otro extremo el manilargo seguía comprobando si había cesado totalmente el hostigamiento hacia su inviolable persona—, cuando apareció el hombre con quien Miguel había quedado citado, que se precipitó hacia él, seguramente para interesarse por lo ocurrido, siendo en ese momento atropellado, con resultado de muerte, por un vehículo que transitaba a  toda velocidad y que salió a escape tras un instante empleado en recuperar el control, perdido momentáneamente a causa de la funesta interposición del cuerpo ahora destrozado.

…………(Para mí, el sueño no ha podido ser más decepcionante: jamás podré saber qué es lo que iban a tratar José Luis y Miguel, ni qué hubiera ocurrido si en lugar de a la una  hubiesen quedado más o menos a las doce, o si en vez de en el bar lo hubieran hecho en la oficina bancaria, y por qué Miguel prefería el encuentro en el bar, y precisamente en ese, cuando hay otros más espaciosos y cercanos; tampoco si a la niña que dejó José Luis con su prima en la tienda —si es que llegó a dejarla, que esa es otra— fue a  recogerla su madre o quien fuese, aunque a mí me da la impresión de que la chiquilla vivía sola con su padre. Es imposible cuantificar cuántas incógnitas pueden derivarse de estos hechos o de sus posibles variaciones. Entre ellas, qué fue lo que impulsó a Miguel a ir contra el ratero. ¿Tal vez  alguna acción sufrida por el propio Miguel a manos de aquel indeseable? Porque Miguel tiene muchas virtudes, pero no la del arrojo así como así. Yo, desde luego, no voy a estrujarme el cerebro intentando desentrañarlas. Pero qué lástima que no se pueda soñar de nuevo ese sueño, fueran los resultados los que fuesen, es decir, con independencia de los deseos de uno —que no intervienen en los sueños, al menos directa y palpablemente, sobre todo palpablemente—. Ahora bien, he de hacerles un ruego: la locución de Nobeo Minucio, aquel consejero de los reyes Poliginio y Colicasto, no es un juego de palabras, y tampoco, estoy seguro, lo otro que aparenta, así que, por favor, aplíquense un poco para ayudarme a desembrollar la oración. Por favor. Va en ello mi salud mental. Porque, en el improbable caso de que el consejero regio se me aparezca otra vez, ¿va a dar la casualidad de que sea para descifrarme la frase? Lo demás puedo digerirlo, e incluso olvidarlo, pero eso no. Ayúdenme. Le tengo espanto a este tipo de incógnitas).