LÚGUBRE HORIZONTE. Por Rafael Rodríguez González

 

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 Cartel de Rafael Luna (1988)

 

Bajo el Gobierno títere del mariscal Pétain y su primer ministro Laval se quiso promulgar en Francia una reforma de la Constitución para dotar a dichos prendas de plenos poderes, aunque la propia Constitución prohibía que se la modificara bajo presión del enemigo, que en ese caso era nada menos que el ocupante nazi. Al final no se llevó a cabo: no hubo necesidad de tal formulismo, porque ¿y si se deja de considerar enemigo al enemigo? Aquí, ni eso hizo falta: se modificó la Constitución en 2011 por acuerdo de Laval y Pétain, digo de Zapatero y Rajoy. Y con la indispensable firma de Juan Carlos I, el rey elegido por todos los españoles, como todo el mundo sabe.

            Fue la culminación, aunque puede haber más capítulos, siempre peores, para ir de cabeza a cumplir lo que nos dicta el IV Reich, que para eso se suscribió, sin ninguna información ni consulta a la población española (y creo que de ningún otro país) el tratado de Maastricht, y del mismo modo la entrada, inmersión o zambullida en el euro; o sea, la renuncia a los restos de autonomía de que podían gozar los países europeos entre sí y en el entramado mundial. En ambos momentos, cuando Maastricht (1993), y cuando el euro (2002), España estaba como cuando el referéndum de 1986 sobre la permanencia en la OTAN —baldón del que no nos libraremos jamás por culpa del trinomio ignorancia+cobardía+chantaje—, es decir, contenta de que los sapientísimos gobernantes de uno y otro redil nos condujeran por el camino que convenía y sigue conviniendo a los más poderosos. Y por ahí seguimos yendo: al yugo, a la ruina, al sometimiento, a la vergüenza.

            Mientras tanto, y además, asistimos al espectáculo del destape de varios casos de corrupción que excede de la que podríamos llamar «normal», es decir, de la no contemplada en las leyes. Ya se sabe, o debiera saberse, que las leyes no saben/ no contestan sobre la corrupción consustancial que recorre todo el entramado del Sistema hasta el más pequeño cartílago. Corrupción sistemática es, además y consiguientemente, la que corroe millones de caletres que consideran natural todo lo que pasa (aunque no les guste), como si un supuesto orden dispuesto por algún dios o por la propia naturaleza de los humanos fuese lo que hay que mantener por los siglos de los siglos (que nos queden, y no serán muchos).

            En fin, un panorama aterrador, a qué negarlo. Creo que más negro de lo que nos puede parecer a primera vista. Pero sí, hay mareas: la verde, la azul, la blanca… Todas muy justas, pero también muy «justitas». Hasta que no se junten en un justo y justiciero tsunami aquí no hay nada que hacer. Ni aquí ni en ningún sitio.

            ¡Ah!, no puedo dejar de recordarles una frase del Papa Bergoglio, dirigida, creo yo, a los ricos y a los ultracodiciosos: «El sudario no tiene bolsillos». No lo ha descubierto él, pero por lo menos coincide con la sabiduría popular: «P’allá nadie se lleva ».

 

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