D. Quijote. Foto: ODP Alcalá de Guadaíra, 2009
CERVANTES Y ALCALÁ DE GUADAÍRA
Contribución al rescate y resolución de una deuda
Pieza discursiva dirigida a los pobladores de los términos de Alcalá de Guadaíra y Mairena del Alcor, y a quienes gustaren de intervenir en el asunto de que se trata
Pedestal de la escultura alcalareña de D. Quijote
Ruego se me dispense si el tono de las consideraciones que someto a juicio de cuantas personas tengan la gentileza de examinarlas llega a parecer excesivamente personal. Si así fuera no crean que tal apariencia corresponde a que en ellas se albergue aspiración alguna en ese plano, sino que tal exceso será debido exclusivamente a que el planteamiento que presento no ha podido ser elaborado contando con el consejo y la revisión de personas que, sin ningún lugar a dudas, desde diversos ámbitos del conocimiento y de la relevancia social habrían realizado justas y enriquecedoras aportaciones, de tal manera y hasta el punto de que el texto que en este momento leen sería muy diferente, ni que decir tiene que en el sentido de contar con una fundamentación mucho mejor cimentada y en el de exponerse todo de una manera incomparablemente más clara, a la vez que culta, y más amena y agradable. Cabe, no obstante, no ya una innecesaria epitima, sino la satisfacción de que, con toda seguridad, dichas personas, y aunque en ello no quepa demandarles obligatoriedad alguna, desde ahora contribuirán a que el asunto que nos ocupa alcance el desarrollo y la presteza que en mi modesta pero afirmada opinión requiere.
Es el caso que en Alcalá, desde la institución municipal y desde cualquier otra instancia agrupadora de iniciativas y voluntades, nunca se ha dedicado la atención merecida a los mejores escritores que, no nacidos en ella, la han destacado en alguna de sus obras.
Escritor español nacido en Chalamera, Huesca,
el 3 de febrero de 1901,
y muerto en San Diego, California, Estados Unidos,
el 16 de enero de 1982.
(Fuente: Wikipedia)
Así sucede, entre otros, con Ramón J. Sender, que hizo que en Alcalá transcurriera gran parte de su celebrada y peculiarísima novela “La Tesis de Nancy”. Cierto es que en el barrio aledaño al instituto Cristóbal de Monroy una calle se halla honrada con el nombre de tan eximio aragonés, pero también lo es que poco o nada más se ha hecho o venido haciendo para extender y profundizar el conocimiento de la obra de don Ramón, al que debemos agradecer, además de su hacer literario al completo, el que nuestro pueblo ocupe, “in aeternum”, un lugar relevante en la literatura universal. Desconozco el tratamiento que se le habrá dado en Cartagena, ciudad histórica donde las haya y en la que tiene lugar la acción de “Mr. Witt en el Cantón”, al autor de obras tan inmarcesibles como “Los laureles de Anselmo” y “Carolus Rex”. No se trata de realizar parangón de ningún tipo, ni de plantearse una emulación simplemente imitadora de lo que de bien se haya hecho en otros lugares, pero sí de tener presente que no debiéramos quedar atrás respecto de otras villas y ciudades en esto de los justos reconocimientos.
Si tratamos de otra gran figura de la literatura, la de Max Aub, mejor será que nos abstengamos de calificar la actitud mostrada en nuestro pueblo hacia quien, aunque en forma más breve pero no menos intensa que Sender, también ha hecho llegar Alcalá de Guadaíra a muchos lectores de todo el mundo. Ni una calle siquiera sirve de recuerdo para el inconmensurable autor de retratos al fresco tan notables como “La calle de Valverde” y “Los pies por delante”, como también del elegante vapuleo a la verborrea presuntuosa y atónica que es “La verdadera historia de la muerte de Francisco Franco”. En el libro segundo de los seis que componen su monumental obra “El laberinto mágico”, titulado “Campo abierto”, aparece el barbero Néstor Ramírez, de Alcalá de Guadaíra, cuando en las horas previas a la defensa de Madrid en Noviembre de 1936, el alcalareño se dispone a participar en tan crucial y prolongada lucha frente al temible ataque del poderoso enemigo (veáse “Campo abierto”, pág. 336 de la edición de 1983 de Alfaguara).
Permítaseme aprovechar esta oportunidad para hacer notar la importancia que “El laberinto mágico” debiera adquirir en estos tiempos en que tan traído y llevado es lo que se ha dado en llamar memoria histórica. Apoyémonos, para mejor explicarnos, en algunas de las afirmaciones que en el marco de la conferencia titulada “Intríngulis coincidentes en la epistemología de las ciencias apostémicas y epiyectivas” realizó el célebre especialista en harmalina, doctor en Capciosología y eminente criptólogo Sergi Visus Masveo (dicha conferencia fue ofrecida el 12 de junio de 2008 en la Universidad de Sevilla, ante un numeroso y entusiasta público):
“Lo que se viene denominando ‘memoria histórica’ debiera ser, fundamentalmente, conocimiento, mejor cuanto más profundo, serio y cierto, procurando evitar convertirlo en un feriante o romeriego aireamiento de esqueletos, e igualmente en una retahíla de anécdotas y sucesos que, resultando aislados por adquirir de prestado e impropiamente un protagonismo desmesurado, nada aportan al saber verdaderamente histórico, convirtiéndose, en cambio y todo lo más, en un revival mostrenco y limitativo, además de elemento diversionista de las esencialidades del verdadero asunto”.
Por su parte, y refiriéndose a la citada obra en una de las tantas ocasiones en que lo hizo, el gran historiador Manuel Peñón de Lasa aseguraba que:
“…de pocas obras literarias como ‘El laberinto mágico’ habrá podido el lector obtener tan vasto espacio cognoscitivo y abarcador de hechos tan penetrantes, estando imbricados en ellos los más variados sentimientos, inmunes a cualquier anestésico, (…) en ese espacio se hallan admirablemente expuestos, con una rigurosidad extrema, los principales senderos y vericuetos del laberinto de la guerra de España, prólogo que fue de la segunda guerra mundial, de la que también tornóse epílogo durante muchos años”.
Max Aub Mohrenwitz
(París, 2 de junio de 1903 – Ciudad de México, 22 de julio de 1972).
Fuente: Wikipedia.
Sin embargo, las indiscutidas excelencias literarias de esta obra de Max Aub no han bastado para poder ocupar el lugar cimero que le corresponde en la literatura relacionada con la contienda de 1936-39; eso ha sido así porque, sencillamente, la magnífica literatura de Aub no enmascara, vela ni deja al margen ni una sola de las condiciones en que se desarrolló la guerra ni en las que encontró su final. Todo ello tratado, por supuesto, muy literariamente, pero con lo “tuáutem”: la rigurosidad. Sin que rigurosidad equivalga en este caso a juicio sumarísimo de tal o cual actitud o comportamiento. “El laberinto mágico” es, como todo lo verdadero, molesto para algunos. Tanto en el plano político como en el literario. Resultó serlo cuando se fue publicando entre 1943 y 1968 y lo sigue siendo ahora precisamente para muchos que andan pendejeando, en un sentido o en otro, y hasta sin ningún sentido, con lo de la memoria histórica.
Retrato atribuido a Juan de Jáuregui (1600)
Fuente W.
Puedo asegurarles que en lo que resta de este escrito no encontrarán ya ninguna otra digresión (o al menos tan extensa) como la que a propósito de “El laberinto mágico” nos ha ocupado. Abordemos por fin nuestra deuda, más verdaderamente histórica que otras, con Miguel de Cervantes Saavedra. Como todo el mundo sabe, en nuestra ciudad ostentan (y eso sí que es ostentar) el apellido de don Miguel un colegio y una plaza. Recuérdese que también se proveyó de tan excelso nombre una sala de cine, tristemente desaparecida y gratísimamente recordada (primer refugio público canicular en Alcalá dotado de aire acondicionado). Cualquiera diría, y no sin razón, que nada de extraordinario hay, ni en el sentido de abundancia ni en el de escasez, en que esos elementos urbanos, ahora dos y antes tres, se honren llamándose “de Cervantes”: más o menos es el mismo número que en otras poblaciones. Lejos de mi intención, pues, el sugerir que el pago de la deuda que tenemos contraída con Cervantes sea saldada, o quiérase hacerlo, poniendo su nombre a más elementos urbanos, inmuebles por lo común. En el modo entraremos después, y hasta en la disquisición de si tal deuda puede o no ser saldada. De lo que se trata ahora es de dejar sentado y bien sentado en qué consiste la deuda.
Pero primero he de afirmar que no me tengo en el mérito de haber descubierto la existencia de la deuda, ni el motivo de ella, sino sólo en la satisfacción de señalarla, contribuyendo así, respetuosamente, a sacudir las conciencias e invitarlas a la atención del asunto. Y no es porque algunas de esas conciencias, las mejores, fuesen ajenas a la cuestión o la tuviesen en tan poco que se desinteresaran, no, sino que por fuerza han de ocuparse en cuestiones más perentorias, de todo punto inaplazables y cuyo tratamiento no es asequible al común de las gentes, por lo que, y esto hay que reconocer que también sucede a los mejor dotados, no han caído en la cuenta de que al menos una parte del poco tiempo libre que poseyeran pudieran dedicarlo a tratar el asunto de la deuda que con don Miguel tiene Alcalá. Como ya dije al principio, no debe caber duda de que desde ahora, y tras el presente alegato, esas personas dedicarán cuanto tiempo puedan a la dilucidación a que aspiramos, repito que no porque a ello estén obligadas ni nadie así lo pretenda, sino que la dedicación brotará naturalmente de su ser, como de todo el mundo sale espontáneo e irreprimible el impulso de ayudar al desvalido, al indefenso, al amenazado, al pusilánime. Al igual que anteriormente, les aseguro a los pacientes lectores que extremaré todos los cuidados para evitar más reiteraciones, que si se producen es debido a mi falta de habilidad narrativa y de exposición, cosas que llevan a quien las padece a excederse en el afán de claridad, hasta el punto de, en algunos casos, contribuir, paradójicamente, a su contraria, la obscuridad.
Aldea de Gandul bajo la luz de la luna llena
(Foto LGV)
Nada se sabe de si Cervantes visitó Alcalá, fuese en ocasión suelta o de forma hilada. Ni siquiera quienes fueron sus contemporáneos y más tenaces biógrafos, Pedro Antonio de Alcorcón, Benito Pérez de Dos y Mariano José de Parra, nos muestran indicios de relación localizable entre Cervantes y Alcalá. Pero de ningún modo hay que excluir que existiera, dado que la proximidad de Sevilla a Alcalá y las obligaciones profesionales de don Miguel muy probablemente le llevaran a poner en Alcalá sus pies (a los que entonces habrían de haberse puesto y ahora debiéramos ponernos sus habitantes). Pero de que conocía algunas de las excelencias de Alcalá y sus poblaciones aledañas no hay duda alguna: su pluma dejó constancia indeleble y eterna de la más principal de esas virtudes, seguramente porque imborrable fue también la huella que en su paladar dejó.
Bien cierto es, y en este término podrán producirse alegaciones a lo que en definitiva estamos procurando, que en la su obra en que se ha de reconocer nuestra deuda no dejó escrita Cervantes la palabra Alcalá. Esa su obra es nada menos que una de las más celebradas de entre las doce que conforman las Novelas Ejemplares: “Rinconete y Cortadillo”. Pero el “pero” que seguramente alguien pondrá ante la ausencia de la palabra Alcalá en la novela en la que basamos la justificación de la deuda que tenemos con Cervantes no es el que más deba preocuparnos. No. Conociendo este nuestro pueblo, esta nuestra ciudad, estos nuestros convecinos, conociendo, en suma, el cotarro alcalareño, va brotando ante mi vista, y llenando mis oídos, lo que a muchos de los que aún siguen en la lectura de esto que no llega a ser ni esbozo de pre-manifiesto también les estará ya sonando. Me refiero, sí, a las quejas, a las insinuaciones, a las alusiones y sospechas que en cualquier sentido se formularán de inmediato acerca de la relación que “pretendemos” entre Alcalá y “Rinconete y Cortadillo”.
Alcalá 1965 (vista del Castillo)
Fuente «La voz de Alcalá»
Por eso tengo que asegurar, con toda la seriedad y ceremonia de que soy capaz, que ni por asomo, ni de lejos ni de cerca, ni por activa ni por pasiva, ni porque sí ni porque no, ni por arte del cuento de la buena pipa ni por el de las siete cabras, ni atrás ni delante, ni arriba ni abajo, ni de lado ni de frente ni de costado, debe parecer que en la Alcalá actual haya algo equiparable a lo que en hechos y personajes aparece en la novela de Cervantes. He de rectificar: ni en la Alcalá de hoy ni en la de ninguna otra época, reciente o remota. Porque ¿es que a personajes como Rinconete y Cortadillo, a los ladrones especialistas en diversas mañas y de variada jerarquía que eran Monipodio, Ganchuelo, Chiquiznaque, Maniferro, Silbatillo, el Renegado, Centopiés, Tagarete, Cabrillas, Repolido, Corcovado, Desmochado y el Narigueta pueden encontrárseles, ahora o en tiempos pasados, quienes se les asemejen en cualquier ámbito o reducto de la sociedad alcalareña? ¿Es que alguien puede afirmar que hay entre nosotros, o que los hubo, elementos parecidos al Tordillo y al Cernícalo, que en la novela son corchetes con graduación y mando?. (No sé si el nombre oficial de aquel cuerpo era el de “Corchetería Local”). ¿Cabe alguna comparación con aquella Sevilla que en sus carnes sufrió Cervantes, en la que imperaban la lenidad y la corrupción, mientras las personas decentes y laboriosas padecían la apretujante presión que de forma simultánea ejercían los de arriba y una parte de los de abajo? (De entonces viene el juego infantil, ya perdido, similar al del pídola, o “piola”, cuyo canto previo comenzaba así: “Hez arriba, hez abajo, vaya la hez al…”. La diferencia con el de “piola” es que el salto se producia no sobre un congénere sino sobre un cerdo, teniéndose que mantener el chaval el mayor tiempo posible sobre el gorrino). ¿Pueblan acaso nuestras calles, oficinas públicas o comerciales, centros de salud y de enseñanza, de gobierno o de hacer postura, mujeres de la catadura de la Pipota, la Escalanta, la Gananciosa y la Cariharta, que estaban más rodadas y habíanse rozado por más púas que las bolas de un billar romano? ¿Puede alguien, ni siquiera haciendo el esfuerzo más hercúleo que imaginarse pueda, señalar algún edificio, establecimiento o conjunto de éstos que concuerde en algo, siquiera sea aproximadamente, con la prisión que en Sevilla habitó Cervantes?, aquella que:
“…se convirtió en centro del crimen; [la cárcel] tiene cuatro tabernas, dos tiendas, un pabellón de mujeres y acceso libre para los visitantes: desde la propia prisión se mueven las redes de delincuentes que reciben en ella sus beneficios…”
(véase el prólogo de Francisco Alonso a su edición de las “Novelas ejemplares”, Edaf, 1990). La respuesta a tantas preguntas es sólo una: NO.
Para la especulación de Giraldas
Sevilla, 2009
Foto LGV
Mas he de insistir porque sé de lo arraigada que están entre los alcalareños, sean de sedimento sean de riada, la mordacidad y la predisposición a comparar cualquier cosa con lo que a bien les venga, pronta e irreflexivamente, valiéndose de la sola apariencia e incluso sin la existencia objetiva de ésta. Y como conozco de qué manera se las gastan mis paisanos he de encontrar las palabras justas y las expresiones más adecuadas para que lo que quiero decir, que no es sino la verdad, sea comprendido sin dificultad hasta por el menos advertido de mis convecinos.
Imaginemos que la vida de esta ciudad se ve concentrada, por arte de benévola magia, en dos conventos, uno de frailes y otro de monjas. Si al de frailes vamos, estad bien seguros de que no encontraréis en él al hermano Apaño, ni quien responda al nombre de fray Cohecho. Al padre Derroche no se le conoce, tampoco a fray Cómplice, ni nunca jamás se ha logrado ver por aquí al hermano Dejadez. Otro que pasó de largo, sin entrar en el convento, fue un padre que dijeron venido de lejos, tal vez de las misiones con las que se está hermanado en Indonesia, el hermano Nuncaharto. Con fray Nicaso pasa lo que con el hermano Prometo: su existencia es tan vaga como lo son sus nombres; lo mismo hay que decir de fray Cochambre, del hermano Inmobilis y del padre Pegamiento. Al padre Rastrero no lo verán por más que busquen por los suelos. En la cocina del convento no hallarán al hermano Nepotismo, ni a fray Chantaje: ningún maleante juega en esta casa con las cosas de comer, mucho más si son ajenas.
En el convento de monjas no creáis que habréis de toparos con Sor Latrocinio, ni con la hermana Colocación, esa que algún malo, en un ataque visionario, querría relacionar con el también inexistente fray Enchufe. Sor Lentitud de las Obras es desconocida en este convento, e igual ocurre con la que, si alguna vez viviese y aquí viniese, al entregarse a la vida contemplativa tomaría, volcada totalmente al amor fraterno, que no al propio, el seráfico nombre de Sor Adjudicación Negociada. Si alguien pregunta por Sor Poltrona o por la madre Sor Suplicio de la Ocultación nadie le podrá dar norte de ellas; lo mismo sucederá si se inquiere por Sor Demora del Pago, desconocida por estos pagos. Sor Sobrante no aparece por ninguna parte. No está ni llegará la madre Sor María del Cargo Eterno. Y no se llamen a engaño con la novicia a la que, de existir, llamarían Sor Engañosa Apariencia. Y no es que Sor Tardanza se tarde, es que no ha venido ni vendrá. Lo mismo que las hermanas Sor Estampita del Timo y Sor Trilera, que estarán en cualquier sitio menos aquí.
Ya una vez fuera de centros de tanto recogimiento, veremos que no se pasean por nuestras calles Lenocinio ni sus íntimos Ninguneo, Urbanido y Desastroso. Si estará y ha estado libre de gente mala e inútil este pueblo, que enseguida comprobaremos que nadie que responda al nombre de Prevarico, Siso o Apando, tampoco al de Asténico, Extravío o Domeñado, ha optado nunca al sacrificado cargo de concejal. Al de alcalde, a qué decir.
Construcción de futuro e hipotecas
(Alcalá, 2008)
Foto LGV
Deséchese de una vez y por todas, por tanto, toda sospecha o volitiva malevolencia acerca de cualquier conexión, forzosamente imaginaria, entre la Alcalá de ahora o de cuando fuese con la Sevilla que Cervantes hace aparecer ante nosotros en “Rinconete y Cortadillo” y en otras de sus obras. Nada de lo malo, perverso o deleznable que hallamos en la novela puede extrapolarse a Alcalá. ¿Cómo si no habríamos de hablar de deuda con Cervantes? ¿Mantendríamos débito con quien diera pie a la calumnia, aunque fuese involuntariamente, al ser inducido a la maledicencia por una canallescamente inventada similitud? Entraríamos así en un terreno quijotesco en el peor sentido del término, que no cervantino.
Lejos de tan infames e infamantes propósitos, imaginemos a Cervantes paseando por nuestra villa (porque a cada paso estoy más convencido de que la conoció directamente), donde, con la aguda mirada y la inteligencia abarcadora que le caracterizaban, observaría, entre otras cosas tan propias, el trabajo de los molineros, la pesca en el Guadaíra, el trajinar de las mozas en los caudalosos lavaderos, el ir y venir de los hornieros… Veámoslo mirando con atención al castillo, el mismo que entonces se alzaba majestuoso y solo, libre de todo cerco, de toda cincha, de todo cilicio martirizador y deformante, cobijando bajo y dentro de sí nada más que las cuevas que ya habitaban, además de gitanos expulsados de Triana, gentes desposeídas y fugitivos de otros dominios y señoríos, lejanos o limítrofes. Cervantes y el río, Cervantes y los molinos, Cervantes y las huertas; Cervantes, después de cruzar el río, en animada charla con la vieja del puente. Cervantes en la Retama, bebiendo de la mejor agua que de la Tierra ha manado, aquella que por medio del acueducto llegaba a Sevilla para que al menos la que era el centro (o el desagüe) del Imperio español recibiese algo cristalino, sano y puro. Un acueducto, aquél, que fue construido cuando Julio César desempeñaba en Hispalis un cargo muy parecido al de alcalde (1). Por entonces, un rapsoda llamado José Cuevas del Río (Alcalá de Guadaíra, 1581- Mindanao, 1613), componía versos en los que predominaba un pesimismo que, vistas las cosas desde una perspectiva actual, no puede verse sustentado por base lógica alguna, salvo que tal cualidad le concedamos al proverbial catastrofismo local, que, como vemos, de muy lejos viene. Las extrañas y arrítmicas rimas que siguen son buena muestra de lo que decimos, compuestas por José en un tono que, si no supiéramos que se trataba de algo consustancial al Ser alcalareño, parecería causado por un rapto de melancólica belicosidad. (Que sepamos de José Cuevas del Río lo debemos a un hallazgo, según él fortuito, del profesor Visus Masveo).
El río Guadaíra por la azuda del molino de Benarosa
Foto LGV, 2009
De un río y un castillo toma el nombre la patria mía.
Torres de albero áureo y de argénteas aguas la ría.
Molinos que dan harinas que hasta Ocius amasara,
fauna, colinas y plantas que el Parnaso reclamara
a la vez que de sí el Edén manifiesta su autoría.
Pero un mal sueño avísame y alerta de que un peor día,
del castillo con engaños la envidiosa Mácula expulsaría
a la que de antiguo cuida de Alcalá y sus moradores,
la hija de Probo y Delebra, la confiada Primores.
¿Será esto el comienzo de una época de horrores?
¿Podrá el ponzoñoso Císcanos corromper las aguas de la ría
y acabar de tan pútrida manera con tanta y clara alegría?
Barbos y anguilas, ¿dejarán en nuestro río de apacentarse?
Carpas, cangrejos y albures, ¿tendrán con qué alimentarse?
Sin hipéricos ni caléndulas, ¿cómo habrá Alcalá de perfumarse?
Alguien en sueños veo que de un árbol la raíz explora y cuida,
mas sucede que a la vez la densa copa agrede, y así es caída.
Vencidas por extraños poderes que el vanidoso Urdicio envía,
¿veránse sin sus prístinas almenas las murallas algún día,
reducidas a tapiales que dejaren Alcalá desasistida?
Mas si desgracias tales se cernieren sobre la que es mi vida,
en hafiz de mi pueblo investido, mi espada en miles convertida,
desbocado el corazón, cercana de mí la epiplejía,
de tajos ciertos segaré la vida de cada ruin arpía
que destruir quiera lo que Munifio diéranos en regalía.
Torre del Homenaje del castillo de Alcalá de Guadaíra
Foto Rafael Barrios, 2008
Aquí se interrumpe el manuscrito hallado por Visus Masveo, aunque no obstante el profesor conserva fragmentos de otras composiciones de Cuevas del Río (2). A fe mía que de hafiz no sabemos cómo a José le iría, mas de poeta… quién lo diría. Que sobre poetas y escritores de aquella época y sus cualidades proféticas o premonitorias nada digan las crónicas no tendría que ser motivo de extrañeza, opine lo que opine nuestro admirado profesor.
“Pero”, podrá decirnos a estas alturas algún lector, “en Rinconete y Cortadillo no encuentro el castillo, ni el río, ni el agua ni los pescados, y no digamos la vieja del puente”. Diránlo sin yerro, salvo en uno de los mentados elementos, tan líquido y esencialísimo a los efectos de la raíz más primigenia de la deuda. Zambullámonos en las palabras que Cervantes nos concedió y por las que tanto le debemos:
“… Ida la vieja se sentaron todos alrededor de la estera, y la Gananciosa tendió la sábana por manteles. Y lo primero que sacó de la cesta fue un grande haz de rábanos y hasta dos docenas de naranjas y limones, y luego una cazuela grande, llena de tajadas de bacalao frito, manifestó luego medio queso de Flandes, y una olla de famosas aceitunas, y un plato de camarones, y gran cantidad de cangrejos con su llamativo de alcaparrones ahogados en pimientos, y tres hogazas blanquísimas de Gandul. Serían los del almuerzo hasta catorce…”.
A algunos de los que lean este párrafo les asaltará de inmediato, como aún me sucede a mí, el deseo de poder encontrarse junto a los catorce, sin importarles la catadura de éstos ni lo monipódico del lugar, con tal de dar cuenta del bacalao frito, de los alcaparrones y del queso de Flandes, que es cosa, la de comer con quien sea y hasta de quien sea, que hace mucha gente (y no siempre de manera episódica).
Ayuntamiento de Gandul
Foto LGV
“Tres hogazas blanquísimas de Gandul”. Cinco palabras que durante tantos años (en 2013 serán cuatrocientos los que se cumplan desde la primera edición de las “Novelas ejemplares”) han ido, por decirlo de algún modo, paseando a Gandul y a su pan, al pan y a Gandul, por la Tierra entera. Y salgo ahora al paso del “pero” cuya aparición anuncié antes, referido a que Cervantes nombró a Gandul y no a Alcalá. Es verdad que Gandul, de donde procedían las hogazas que fueron consumidas (¿cree alguien que pudo sobrar algo?) en el patio del rufián Monipodio era, en tiempos de Cervantes, una población que en nada dependía de Alcalá de Guadaíra en el aspecto administrativo ni de gobierno. Que entre las dos poblaciones existía una relación económica, y por tanto humana y familiar es innegable, como lo es que el señor que ejercía su dominio en Alcalá tenía en el de Gandul, como diríamos ahora, su homólogo o colega, y que ni el de Gandul rendía ante el de Alcalá ni a la inversa. Ahora bien, una vez extinto (por cierto: resulta extraño que Cervantes no hiciera mención del vino en aquel almuerzo), una vez extinto, digo, el señorío de Gandul y llegados a ser aquellos lugares ni sombra de lo que fueron, ¿no es irreprochablemente correcto que Gandul, y con ella su historia, sus bienes y su futuro, dependan de Alcalá? No me refiero sólo al aspecto administrativo, en el que lo es desde hace una enormidad de años, sino también en el de transcendencia, en el sentimental y emotivo. Por eso es que, estando Gandul a nuestro seno acogido, a nuestra protección dado y a nuestro empeño esperanzado, todo lo que en la Historia ha tenido y sido nos atañe tanto como si del pasado y del futuro del castillo se tratase (ni que decir tiene que si nos preocupamos de Gandul como lo hacemos del castillo no habrá de qué preocuparse, y no es juego de palabras). En cuanto a la meritoria tradición panadera, no debe olvidarse que ya en aquellos tiempos el pan de Alcalá era, muy justamente, tan apreciado como el de Gandul, y que, venido a menos éste, Alcalá llevó por mucho pero también fenecido tiempo un apelativo, el “de los panaderos”, que dejó el de Guadaíra impronunciado por los foráneos (de ahí que éstos nunca hayan pronunciado el nombre del río como nosotros, y ahora en el “nosotros” incluyo a los maireneros). Pero, disuelto ya ese “pero”, incidamos sobre ciertas particularidades que posee nuestra deuda con Cervantes.
Cervantes
(Mairena del Alcor, busto de 1961)
Foto ODP, 2009
Es sabido que todos los alcalareños, los de un sexo y los del otro, hemos ido a Mairena muchas veces a lo largo de nuestras vidas y a lo luengo de los siglos. También lo es que no pocos alcalareños dicen haber ido o estar yendo a Mairena muchas más veces de las que son ciertas, pero es cosa ésta totalmente disculpable si tenemos en cuenta el enorme aprecio que en Alcalá se ha tenido siempre por Mairena y especialmente por ir a ella con la mayor frecuencia posible. (No deja de ser curiosa la afición de muchos alcalareños a una cierta figuración de tipo toponímico-geográfica: la expresión “Mirar para Gelves”, con sus variantes, es otro ejemplo de ello). Pues bien, gracias a tantas visitas a Mairena, todos conocemos el sobrio monumento que en una recoleta plaza de nuestra querida y admirada villa vecina el pueblo erigió en honor, honrándose él al tiempo, del Príncipe de los Ingenios. En el monolito puede leerse una frase, la única en toda la completa obra de Cervantes en que aparece Mairena. Entre la frase que podemos leer en el monumento y la que aparece en “El coloquio de los perros” hay dos leves diferencias, cosa sin importancia alguna. (Recuerdo que mi amigo Isidoro, mairenero de pro, decía al respecto: “Pa pueblo está bien”). Aquí reproducimos, lógicamente, la que el libro nos enseña:
“… y antes de que amaneciese me puse en Mairena, que es un lugar que está cuatro leguas de Sevilla”.
Quien así habla no es otro que Berganza, un perro que Cervantes alimenta en más de una de sus obras y en cuya boca pone don Miguel uno de los discursos más lúcidos, y por ende necesariamente ácidos, de toda la historia de la literatura viviente y coleadora, o sea, de la redondamente útil por los siglos de los siglos.
(No podemos por menos que tratar entre paréntesis la pretensión que en los años ochenta del pasado siglo tomó cuerpo acerca de que la mención de Cervantes a Mairena no era referida a la del Alcor, sino a la del Aljarafe. Tan absurda como malintencionada suposición es fácilmente rebatible: sólo con saber la equivalencia de la legua en el sistema métrico décimal se despeja cualquier duda sobre la Mairena nombrada en “El coloquio de los perros”. Es más, ¿es que Mairena del Aljarafe ya existía en aquellos tiempos en que la nuestra vecina ya destacaba, como siguió y sigue haciéndolo, tanto en la comarca de la que tomó apellido como en la provincia, la Andalucía toda y la España entera?).
Si los maireneros levantaron en 1961 el referido monumento y hace muy pocos años han erigido otro en el que se nos muestra a Don Quijote y a Sancho en el hecho aislado en que se las tuvieron con los molinos, conjunto éste que hay que entender como prolongación del homenaje de Mairena a Cervantes, esta vez valiéndose de una obra en la que para nada aparece esa villa, ello se debe, digo, a esas diez y nueve palabras directamente referidas a Mairena. Viene esto que ni pintado para encontrarnos con uno de los motivos argumentales más profundos para sostener que Alcalá de Guadaíra mantiene una deuda con el Prócer mucho más honda y fundamentada que la que tiene Mairena.
Portada de una edición de «La tesis de Nancy»
de Ramón J. Sender
Como en el caso de Ramón J. Sender con Alcalá en su “Tesis de Nancy”, no es ocioso preguntarse por el motivo de la referencia de Cervantes a Mairena en “El coloquio de los perros”. Y ello, lo admito, para contraponer ese motivo con el que llevó a don Miguel a situar una de las más grandes dotes de Gandul-Alcalá en el patio de Monipodio. Las diferencias son muy importantes, tanto, que podemos afirmar, sin temor a exagerar, que las alusiones a uno y otro pueblo son de muy distinto carácter. Vemos que Sender, por el bien de su novela, tenía que encontrar un pueblo cercano a Sevilla que sirviese de base a las operaciones de la yankee Nancy. Don Ramón, que de tonto no tenía ni un pelo de la perilla, enseguida encontró esa localidad. De ninguna otra como de Alcalá podía nutrirse la novela para sus elementos mejores, facilitando al autor más facetas y hasta falsetas para vestir la estancia de la norteamericana. Vemos, por tanto, y aun a despecho de todo lo que de sí aportó Alcalá a la historia de Nancy, que la elección de Alcalá obedeció a un motivo “circunstancial”. Circunstancia acertadísima y casi con seguridad irreemplazable, pero circunstancia al fin. ¿Qué ocurre con Mairena y Cervantes? Pues que estamos también ante un hecho circunstancial: cuatro leguas de Sevilla a Mairena que Cervantes hace recorrer al perro-hombre Berganza como si de un paseo por la plaza más próxima se tratase, lo que admirablemente sirve al Genio para desplegar su Arte inigualable. Sin embargo, y aunque lo que sigue no me aparte de considerar la mención-elección de Mairena como circunstancial, no podemos dejar de considerar la posibilidad de que Cervantes, sin duda conocedor de las intensas relaciones de todo tipo que existían entre Mairena y Gandul (y que siguieron existiendo hasta la total desaparición de la Gandul habitada, a mediados del siglo XX), se valiera de lo que deberíamos considerar como “doble circunstancia” para conceder a Mairena la mención que ya todos conocemos, en lo que podría ser mención indirecta o interpuesta a Gandul. Es decir, que Cervantes, en vez de hacer que Berganza fuese a Gandul, tuvo la deferencia de hacerlo llegar hasta Mairena, como si ésta un apéndice de aquél fuese. (Cervantes erraba en este punto, pero viene a demostrarse una vez más que, algunas veces, de la equivocación surge la gloria, aunque nunca es bueno arriesgarse).
D. Quijote y Rocinante contra un molino de viento
y junto a ellos Sancho y su asno
(Mairena del Alcor)
Foto ODP, 2009
Por el contrario, las cinco palabras dedicadas a Gandul (“tres hogazas blanquísimas de Gandul”) constituyen la Referencia a un Bien Intrínseco, a un elemento imprescindible y destacado en sí y por sí, a considerable distancia de los aspirantes a iguales. Esas “hogazas blanquísimas” son la representación gloriosa de las materias que se funden para lograr lo Supremo, es decir, el pan: el agua, la harina, el trabajo. Nada “circunstancial”, como vemos. No es lugar de paso ni en el que simplemente se desarrolle una acción más o menos destacada, sino que es Sustancia de Vida que vida otorga y que a veces hasta la vida cuesta. No es un pan cualquiera, no es una masa de cualquier forma sobada y hecha comestible a fuerza de prisa y agónico reparto; no es un pan llamado de munición, que era el dado a los presos y hoy también a los libres, sino EL PAN, ese que al otro Pan alimentara en otros tiempos en que por los senderos y recodos de Alcalá el hijo de Dríades haría de las suyas.
Igual que nunca ha habido disputa entre Cartagena y Alcalá acerca de a cuál de ellas Sender destacó o prefirió más (aunque por dentro cada uno mantenga sus convicciones), tampoco debe haberla entre las dos hermanas de Los Alcores, por mucho que la materia que de Gandul exalta Cervantes sea, efectivamente, … harina de otro costal. Unidas por tantos e importantes lazos, Mairena y Alcalá lo están también en calidad de ciudades cervantinas. Alcalá no tiene sino que ganar si se liga aún más a Mairena, que ha escogido como lema frontispicial el de “Mairena del Alcor, villa del Conocimiento y de las Artes”, lema, cómo ignorarlo, muy del Siglo de Oro, muy del Renacimiento, e incluso de la más floreciente Antigüedad.
Aquello de la piedra disputada con El Viso, y que éste arrebató por fin a Mairena, recibiendo ésta, naturalmente, el apoyo de muchos alcalareños, rememoró, por el contrario, una época que tal vez se desarrollase “en paralelo” al Paleolítico, antes incluso de la Edad de Piedra, dentro quizás de una fase oscura y desconocida hasta por los más reputados especialistas, ya que no se tienen noticias de peleas del tipo de la librada por la posesión de la piedra entre Mairena y El Viso en ninguna de las fases evolutivas del ser humano. Se trata, segura y tangencialmente, de una enriquecedora aportación que maireneros y visueños han hecho a la ciencia antropológica, aunque ésta no podrá vestirse de largo hasta que no dé pie con bola, o con piedra, en tan intrincado episodio. Yo creo que ni Carlos Marx, de haber podido conocer estos hechos, hubiera sido capaz de dar con las verdaderas motivaciones de lo que parece escapar a cualquier análisis, incluso si realizado fuese, como haría el de Tréveris, valiéndose de la dialéctica materialista y del materialismo histórico. Tampoco creo, por tanto, que le resultara fructífero indagar acerca de a qué tipo de relaciones sociales, modo de producción y función social de la propiedad (no de la tierra, sino de la piedra), respondía la pugna por esa pieza que hoy se exhibe, como si trofeo de heroica y justa guerra fuera, en una plaza principal de El Viso del Alcor. Ni siquiera el profesor Visus Masveo, por más que ha investigado y recurrido a todas las fuentes posibles, incluida la Fuente Gorda, ha logrado vislumbrar ni una débil luz al final del túnel sobre piedra tan angular y de escándalo. Desde una óptica pseudo tomista se la ha querido vincular con la tradición de la piedra sobre la que Pedro recibió su nombramiento. No ha faltado tampoco, desde una de las sectas minoritarias, la categórica afirmación de que la piedra no preciosa más disputada de la Historia es un adelanto de la gran pedrea que caerá sobre nosotros si no nos enmendamos. (Podemos darla por segura, pues). (Por otro lado, debe saberse que quienes esperaban que Mairena, en respuesta a la vanagloria de El Viso, colocara en alguna de sus plazas, no una, sino dos piedras, han visto frustrados sus tontos deseos. Mairena ha demostrado, tras la batalla, una mesura y un saber estar que a quienes bien la conocemos no nos ha sorprendido).
Dolmen de la Casilla, de Gandul
Foto Miguel Hermosín, 2008
Antes de proceder a la finalización de estas argumentaciones, que se habrá comprobado hemos centrado totalmente en la deuda que Alcalá mantiene con Cervantes, quiero añadir una tímida recomendación a todos cuantos en Mairena y en Alcalá valoran en su justo término la importancia del Ser cervantino de nuestras dos ciudades. Parta de donde parta su adopción, sean los mecanismos los que sean que condujeren a su puesta en marcha, aquí dejo caer la idea de constituir lo que podría denominarse el Eje Cervantino de los Alcores (ECA), constituido por Alcalá-Gandul-Mairena (o póngase a la inversa). Queda expresada, digo, y totalmente libre para ser recogida y usada con buen fin, cosa esta última que por estos lares es sobresabida, siendo ocioso decirlo. (Esto podría estar preparado para Septiembre de 2010, mes en que se cumple el IV Centenario de cuando probablemente Cervantes, una vez pasado el verano, comenzó a escribir “La historia de los trabajos de Persiles y Segismunda”).
Ataquemos ya, pues, la forma, si la hay, de saldar la Deuda. Como ya he dicho, no sustento que el nombre de Cervantes haya de darse a más inmuebles o calles de Alcalá de Guadaíra. Tampoco creo que deban tomarse en consideración las propuestas de los exaltados que, como en todo, aparecerán, y que seguramente irán dirigidas a que las construcciones y empresas que desde hace tiempo o más recientemente están enclavadas en terrenos de Gandul, e incluso a las que con toda seguridad se instalarán, se las denomine “de Cervantes”. Son esas, principal pero no únicamente, las siguientes: la cárcel de mujeres (seguro que Cervantes no querría conocer más cárceles ni de oídas), la fábrica de los llamados tanques (habiéndose destacado ésta por el cuido casi enfermizo que desde siempre ha prodigado al territorio todo de Gandul y con especial énfasis a cuantos bienes ancestrales allí tan pronto se encuentran como dejan de encontrarse), y una empresa de alto prestigio y mayor rendimiento cuyo emplazamiento ha de ser imprescindiblemente el de Gandul, ese lugar en el que parece que el pan, en las tórridas noches del extenuante verano, toma el cuerpo de los grillos gandules y canta chirriante y monótonamente para manifestar la pena del olvidado, del desplazado, del desaparecido o hecho desaparecer por los escuadrones de la muerte de la Historia, esa que, con voluntad, sin ella o contra ella es hecha por los hombres y se encarga de quitarnos de las manos lo querido para dejar sólo en la cabeza de los elegidos el recuerdo que debe pasar de mano en mano como lo hace el testigo en una carrera de relevos. (Cada vez es más raro oír el canto de esos grillos, porque ya casi ni grillos hay que pueblen Gandul; sí siguen abundando, por contra, las dañinas sabandijas cuya sola mención provoca repugnancia). ¿Podría saldar la deuda el intento de hacer de nuevo el pan como en la época de Cervantes, o, si no tan atrás, al menos como en los años cuarenta del pasado siglo? Sería intento tan romántico como vano. Todo nos falta para conseguirlo: aquélla agua, el trigo aquél, los medios de labor, el ritmo de vida. No hay que descartar que en algún caletre tan caliente como horno para bollos nazca la idea de fabricar un pan lo más aceptable posible y servirse luego para su venta de una publicidad que, engañosa, pudiera dar algún rédito aunque por poco tiempo. Porque trucos como el de llamar a una panadería “Horno San Monipodio”, u otro que sería el de rotular las furgonetas de reparto con leyendas tales como esta de “El pan de Rinconete y Cortadillo”; también el de procurar clientes con el subyugante reclamo de “En los despachos de Panificadora Gandul encontrará el mismo pan que comía Cervantes”, no creo que dieran el fruto apetecido.
Foto ODP
(A este respecto, digamos que esto ya se intentó en Sevilla en el último cuarto del siglo XIX, cuando un aspirante a comerciante llamado Casiano Holgado Algaba, tan sagaz y despabilado como lo son todos los hijos de El Viso del Alcor, puso una panadería en Sevilla que tituló de esta manera: “Panadería Cervantina”. El subtítulo no era menos pretencioso que su mayor, y más que éste lo era en su falsía: “Auténtico pan fabricado por los herederos del Molino de la Mina”. Fue en 1910 cuando el catedrático Ramón Menéndez del Pilar, en el curso de sus investigaciones sobre los romances de bollos blancos, descubrió que esta panadería cesó en su actividad apenas un año después de haber abierto sus puertas. Se sabe que Casiano (3), cuya buena voluntad no cabe sino poner en duda, fue encontrado por la muerte en las inmediaciones de Carmona, en un enfrentamiento con la Guardia Civil a cuenta del robo de unas caballerías que después iba a intentar vender en la feria de Mairena. En su desquite, que no descargo, hay que alegar que él acabó dedicado a tareas parecidas a aquellas en que habían comenzado sus carreras grandes industriales panaderos, sólo que con mejor fortuna y sin que la Guardia Civil les molestara).
Foto LGV
Tampoco me parecería adecuado que la deuda quisiérase solventar convocando un concurso de narraciones, o un certamen de teatro, u otro de artes plásticas que contuvieren elementos cervantinos y animaran, por medio del reconocimiento institucional y pecuniario, a los escolares de todas las edades a convertirse en émulos del Diestro sin Par. No sería partidario de cualquiera de estas cosas porque es sabido que en Alcalá ningún premio se deja desierto, con lo que cada año estaríamos ante un cuento, una representación o un cuadro que nos haría arrepentirnos de haber tomado la decisión, y hasta maldecir el día en que se tomó. Naturalmente, no hay que descartar que en alguna edición pudiéramos encontrarnos con alguna obra de mérito. E incluso con que algún año hubiera de quedar desierto el premio por el sencillo motivo de no haber concurrido autor alguno. En definitiva, que no hay que dejar que la deuda degenere en afrenta, como tantas veces ocurre cuando se quiere honrar la memoria de tal o cual Genio, Figura o Artífice.
¿Qué cabe hacer, entonces? Mis fuerzas se han ido agotando a la par que he ido escribiendo: Fortispio y Celérito me han abandonado. A partir de este toque de atención serán las personas a las que por dos veces ya me he referido (y entre las que puede estar usted, amigo lector) las que aportarán ideas sin duda brillantes y de lo más adecuado para que podamos mirar de frente y sin remordimientos la deuda a Cervantes debida durante cuatro siglos.
Molino de la Aceña (río Guadaíra)
Foto LGV
No me queda ya sino aportar, dando un salto de dos siglos, la transcripción de un fragmento de la obra teatral “Fantasía cervantina a orillas del Guadaíra que los pies del castillo lame, molinos mueve que alimentan a poblaciones enteras y dejan admirados a quienes sus paisajes contemplan, nunca olvidándolos”, de la que es autor Jaime Luis Cuesta Carretilla (1780-Hacienda de Maestre; 1808-Bailén), personaje éste del que tampoco teníamos noticia, debiéndose este desconocimiento al que en general tenemos del género teatral. Jaime Luis Cuesta Carretilla está considerado precursor de José Zorrita, aunque creo que en lo que se refiere a la extensión dada a los títulos de sus obras no tienen nada que ver el uno con el otro. Cuesta Carretilla, sin embargo, fue muy criticado por su contemporáneo Leandro Fernández del Moratón, dado que éste se inclinaba por el teatro en prosa y alejado del barroquismo, siendo Cuesta Carretilla el máximo exponente de ese estilo por aquellos años.
“ (…) Varios del pueblo, de noche, a la luz de una candela, se encuentran reunidos junto al molino del Arrabal. Háblanle a las alturas:
A ti, ¡Oh gran Miguel de Cervantes!
A ti que tanto debemos
Alcalá, Gandul y sus habitantes
nuestra deuda pagar queremos.
Descúbrenos tú, gran Hilante,
porque nosotros no atinamos,
cómo lograr lo que anhelamos.
Foto LGV
“Cervantes no puede atenderles en esos momentos, está reunido. Con él participan en la reunión Luis de Góngora, Lope Félix de Vega Carpio y Calderón de la Barca. La reunión parece tornarse bronca y desabrida dadas las diferencias, literarias y no, que existen entre los presentes. En nombre del autor de aquellas cinco palabras que trastornados tienen a los alcalareños es Monipodio quien se dirige a los arrabalados. Monipodio, que vuelto ya hombre decente ha aprendido a leer, lee, aunque agregando de su cosecha, lo que su hoy protector, don Miguel, quiere contestar a los de la candela:
Que no os entre una prisa loca.
Oídme y haced lo que os digo.
Vuestra deuda no es conmigo,
hacedlo correr de boca en boca.
El pago que queréisme dar
a vosotros mismos os lo debéis,
mas nunca saldarlo podréis,
que es trampa de no acabar.
Pasará, si es que pasa, la eternidad,
mas la deuda vivirá en vosotros,
motivo de pena y felicidad,
sin que podáis pasarla a otros.
Sólo si todas mis obras leéis
y las de otros disfrutáis
del alivio gozar podréis,
y cuando todas y cada una leáis
decid a vuestros descendientes
que ahora a ellos les toca tratar
a Cervantes y otros escribientes
que al Mundo dotan de ambiente
y el sueño del Hombre hacen brillar.
“Admirados de la parla de Monipodio, salmodian así los del pueblo:
¡Loado seas, don Miguel!
Ante ti, ya esclarecidos,
por tu pluma bendecidos,
con emoción prometemos
que como de una hija
de la deuda cuidaremos.
Inmortal es nuestro débito
y eso lo agradecemos.
Que todos los que contraigamos
sean de origen y fin tan noble como este con que bregamos
y que ojalá fuera doble.
Para ahorrarme problemas con la Sociedad General de Autores Españoles o de España y los herederos de Jaime Luis Cuesta Carretilla he de limitarme a resumir lo que ocurre en la escena siguiente: aparece un grupo de maireneros que viene a unirse a los alcalareños. Éstos acaban de oír las palabras dictadas por Cervantes y lo están festejando con las pocas viandas de que disponen. Los de Mairena, que se han retrasado porque en la cuesta del Polvorón una partida ha intentado asaltarlos, no tienen ya más que unirse a la celebración. Traen jamón, vino y queso, que ni de eso los alcalareños tenían. Como los maireneros preguntan si Cervantes se ha referido a Mairena en sus palabras monipódicamente transmitidas, los de Alcalá les aseguran que será en la próxima ocasión, si es que traen más queso y más jamón.
Fin de
CERVANTES Y ALCALÁ DE GUADAÍRA
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Notas:
Eugen Berthold (Bertolt) Friedrich Brechter (Brecht) Han Culen
(Augsburgo, 10 de febrero de 1898 – Berlín, 14 de agosto de 1956),
fue un dramaturgo y poeta alemán.
Fuente Wikipedia
(1) Las investigaciones del profesor Visus Masveo, basadas en gran parte en otras anteriores realizadas por Bertolt Brecht (ver “Los negocios del señor Julio César”), han confirmado que el mandatario romano, en connivencia con el constructor, defraudó gran parte de la cantidad destinada a financiar la obra del acueducto. (Como vemos, no hubo que esperar a los tiempos de Cervantes para asistir a ese tipo de cosas).
(2) El Instituto Cervantes se encuentra preparando la primera edición de las “Obras Fragmentarias” de José Cuevas del Río, que será publicada por la editorial “Al rescate” dentro de su colección “Poesía Desperdiciada”. En estos trabajos preparatorios se encuentra participando el profesor Visus Masveo.
(3) Según fuentes bien informadas procedentes de la Diputación Provincial, varios colectivos ciudadanos de El Viso del Alcor han concluido la elaboración de la propuesta por la que se insta al Ayuntamiento a levantar un monumento en honor de Casiano Holgado Algaba. En la propuesta se incluye la recomendación de que la estatua de Casiano ocupe un lugar al lado de La Piedra, o, mejor, que sea puesta sobre ella.