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POEMA A LOS REYES MAGOS. Lauro Gandul Verdún (Alcalá de Guadaíra, 2016)

 
la adoración de los magos Francisco de Zurbarán

La adoración de los Magos

Francisco de Zurbarán

1598-1664

 

A Manuel A. Seda Hermosín, rey Melchor

A Adolfo Rosado Pedrero, rey Gaspar

A Luis Fernández Rubio, rey Baltasar

A la Estrella de la Ilusión, Lupe Rodríguez de Francisco

y al Gran Visir, Emilio Nieto Durán

 

 «¡Ve despacio, no corras,
que el niño de tu yo, recién nacido
eterno,
no te puede seguir!»

Juan Ramón Jiménez

(1881-1958)

 

 

1

NIÑO RECIÉN NACIDO ETERNO

 

   Si pudiéramos remontarnos a la inocencia pura,
Y no hubiéramos olvidado nunca
Que nos fue dada para que cada instante de la vida
Nuestros ojos fueran los ojos abiertos de un niño que sonríe.
Unos ojos iluminados en una cara, que es la encarnada ternura,
Y que una vez miraron y vieron desde el niño que fuimos.

 

   Si yo pudiera con el dedo índice
Tornar el tic-tac del reloj
En tac-tic

   Si yo pudiera
A la aguja de los minutos
Darle vueltas y vueltas contra su tic-tac
Y que sonara el reloj
Con un tac-tic nuevo

   Tac-tic tac-tic tac-tic
Y poder asomarme al mundo
A través de tus ojos

   ¿Cuánto tardaría en llegar a conocer lo que escuchas
Y lo que sueñas?

   ¿Qué canta el universo? ¿A qué sabe el aire?
Desde dentro de ti te preguntaría

   Tac-tic tac-tic tac-tic
Hasta a tu tiempo llegar

   Si yo pudiera achicarme
Para tener la oportunidad milagrosa
De asomarme al mundo
A través de tus ojos

   ¿Cómo vería el día y la noche?
¿Y las estrellas? ¿Y el mar?

   Como sólo tú sabes todo esto que digo
Sonríes.

 

   Tú eres, niño, quien a los Magos ves.
Eres el niño que fuimos
Cuando de madrugada se te aparecen,
Una vez en la vida, al menos.
Porque al mirar de tus ojos, niño,
No es ajeno el milagro de los Sabios.
Tú, recién nacido eterno,
No corres  ni tienes prisa.
Sencillamente, ves.
Contigo, despacio he de ir.
Dame tu mano.
Vayamos de la mano…

 

2

AQUELLOS PRIMITIVOS MAGOS

 

   Majestades,
Con el propósito de lograr el relato posible
De aquel largo viaje,
He escrito estos versos
Para un poema sobre lo que hace tanto tiempo que pasó.
Un tiempo que al pensarlo da vértigo,
Un tiempo que es un viento que sopla, a veces con ímpetu,
Y me hace temblar,
Que se me agolpa inflamado de siglos en las sienes.

   Heme aquí, pues,  para tratar de los Magos
Que entonces hicieron aquel prodigio
Desde su lejana tierra y desde su tiempo antiguo.

   Antes, mucho antes de ser investidos de majestad,
Mucho antes de aquella ruta sagrada que habían de emprender,
Moraban en palacetes que fecundas tierras circundaban,
Mientras parecía que todo transcurría dulcemente
En las terrazas de las laderas.
Entre siervos y clientes,
Vivían una vida que dejaban pasar
y suponían que era una vida que les sonreía.

   Hace tanto tiempo que todo esto que vengo a contar transcurrió,
Que muchos han olvidado
Que en sus reinos aquellos Magos
Eran quienes subían a los montes más elevados,
O descendían a las más profundas simas.
Sacrificaban mansos animales a los planetas, al sol, a la luna,
A la tierra, al agua y a los vientos.
Eran el fuego o la llama tímida,
Sus dioses rectores.
Eran el aire ligero,
El círculo de los astros,
Las lumbreras del cielo,
El agua impetuosa o el secreto brotar del agua;
Eran éstos, entonces, sus dioses rectores.

   Afamados por sus embelesos, en sus lugares
Seducían y encantaban.
¡Ay, vivían entregados a la magia!
Vivían para ver si por la boca y potencia de los espíritus
De su superstición,
Se les manifestaban los misterios.

   Aquellos primitivos Magos,
Señores de tierras y gentes, auténticos soberanos,
Mientras duraban los encantamientos,
Sostenían en una mano un haz de brezo
Que un bramante anilla,
Y en la otra, ramos de tamarindos.
En los extraños altares de templos ignotos,
Representaban sus rituales.
Como astrólogos interpretaban los sueños,
Ninguna galaxia les era ajena,
Advertían y tenían trato con entelequias sobrenaturales.
Mas su ciencia sólo aspiraba al saber necesario
Para adivinar lo oscuro o lo luciente del futuro.
Creían imponer su voluntad a los meteoros
Cuando proclamaban palabras terribles y sacramentales,
O recitaban raras fórmulas, que sólo ellos conocían.
Palabras apropiadas para que la fuerza secreta y misteriosa,
De poderes ocultos y formidables
De los que pensaban que eran depositarios,
Interviniera cuando a su antojo la invocaran.

 

 

3

EL ASTRO DIVINO

 

   Pero en cambio habían perdido toda alegría;
En verdad, las sonrisas que tenían por ciertas
Sólo eran tristezas disfrazadas de disfrute, gozos aparentes.
En el fondo, no se imaginaban saber nada justo;
No se imaginaban poder, en verdad, aprender algo,
Ni mejorar ni convertir a los hombres.
Ni confiar con ellos en la verdad de lo dichoso.

   Hasta que una noche, transparente como el cristal,
La Estrella
Vieron.
Por vez primera, una noche,
Tan rotunda y tangible,
Descubrieron la luz de la luz,
La causa de la luz.
Y no supieron si fue real, o aquella visión luminosa
Fue más un sueño;
Sin importarles,
Porque lo más real está hecho con los materiales de los sueños.
Aquella luz era la vida de los hombres,
Desde luego fue milagroso, lucía en las tinieblas.
Fue la noche aquella, la primera fue,
Aun habiendo contemplado en el cosmos
Miles de estrellas fugaces,
Nunca desde sus privilegiados observatorios
Conocieron un fenómeno como el de aquel astro extraordinario
Dibujando una línea en la límpida bóveda del cielo,
Esbelta forma de un perfil y un fin.
Su dirección significó un mandato imperativo
Que sus corazones alojaron plenos de ternura.
Y a partir de entonces los tres Reyes Magos
Dejaron de ser los que eran.
Ocurrió que ya no les servían ni haberes ni dinero,
Ni honor ni gloria
En el mundo:
Lo único que iba a importarles era cómo seguir a aquel Divino Astro.

   Refirieron a otros prominentes astrólogos,
Que iban a emprender el viaje, que era un designio.
Que lo más parecido a aquel afán era el amor.
Sólo les contestaron suplicándoles que se desistieran.
Todas las advertencias les dieron
Para que no abandonaran sus patrias.
¡Pero era tan firme la determinación de los tres Sabios!
Los que los conocían, aunque realmente no los apreciaran,
Se convencieron de que algo terrible
Habían de padecer,
Una rara, y nueva, locura.
Aunque otros sí los comprendieron.
A aquella cabalgata muchos sumaron su estatura y anhelos.
Ciertamente, los suspicaces no quisieron escuchar a los Magos,
Aunque éstos les explicaran, no quisieron saber.
«¡Hemos encontrado una nueva Estrella,
Una Estrella diferente a todas las del universo!»,
Repetían a unos y a otros.
No sirvió de mucho porque sus compatriotas miraban
Hacia donde ellos, con entusiasmo, les señalaban,
Y nada veían, nada diferente de lo que ya conocían.
Aquel viaje suponía recorrer unos territorios que los suyos
Juzgaron una hazaña imposible de realizar.
¡Ay, hombres que no escuchaban el latir del tiempo!
No.
Pero los Magos fueron dóciles al tiempo,
¡Al tiempo lleno!
E implacables con la monotonía de un tiempo vacío.
Su viaje habría de ser largo
Porque era un viaje desde el tiempo de una sabiduría vieja
Al tiempo de la nueva sabiduría.
Lo sabían.
Ellos lo sabían, eran magos.
Y así acordaron el viaje.
Y con ellos los que los seguían porque creían
Que aquella Estrella era divina.
Aunque no desdeñaron su saber,
Más llenaron sus alforjas del ansia de un saber nuevo,
Y de dones,
Y de oro, incienso y mirra,
Porque el Nacimiento del más grande Rey
Vaticinaba la Estrella.
Ellos lo sabían.
Que se alzaría de Israel,
Que un cetro surgiría allí.
Sí que lo sabían.

 

 

 4

EL VIAJE

 

   Así, llegado el día partieron desde sus lejanos sitios,
Desde las tierras de La Media, desde la amable orilla del mar Caspio,
Cruzaron los montes Zagros
Y atravesaron el desierto
Para llegar a Belén, la tierra de Judá.
Ellos sabían que adonde iban,
Está escrito, nacería quien apacentará el mundo.
Esto lo sabían, y ha de quedar aquí también escrito.
Y que habían de postrarse ante él todos los reyes,
Ellos iban a ser los primeros.
Y sabían que le servirán todos los pueblos.
También esto lo sabían, porque los tres eran Reyes Sabios.

   Hubieron de pasar mucho frío, muchísimo.
Era el peor momento del año.
Aquel invierno fue singularmente crudo.
El peor invierno para aquel viaje tan largo.
Cruzaron caminos tortuosos,
Auténticos laberintos, que ni ellos pudieron prever.
El clima hosco les arañaba la faz.
Tuvieron que soportar la ventisca, la tormenta,
El granizo, la nieve ruda, lo rocoso en el llano y en la montaña,
Los desfiladeros, y el inhóspito desierto…

   Tuvieron sed, y hubieron de soportar la sed
Porque todavía no sabían invocar a Dios:
Eran Magos, eran Sabios, eran Reyes,
Pero aún no eran Santos.
Aún no les podía ser dada el agua de la dura roca.
De ésta sólo tenían para saciar su sed la aspereza.

   A veces, quienes los acompañaron no eran suficientes
Para alimentar las hogueras nocturnas;
Tristemente,
Algunos de estos leales servidores cayeron en el camino.
Por ellos amargas lágrimas derramaron.
Cuando no encontraban cobijo,
Fijaron sus tiendas en lugares intransitables;
En las ciudades algunos trataban de engañarlos,
Y en algunas aldeas, también.
Pero los que sobrevivieron con sus Reyes Sabios
Y la divina Estrella de la Esperanza
Resistieron el infortunio y rechazaron las adversidades.
Hubo de ser durísimo,
Hasta para ellos hacer aquel viaje fue durísimo.
Y siguieron y siguieron,
A trechos dormían sin dejar de cabalgar,
Sin parar.
Si caían, proseguían, y la Divina Estrella los alumbraba,
La Estrella de la Ilusión inagotable,
No ya sólo desde el cielo,
Sino entrañada en ellos mismos, alumbrando sus almas.

   ¡Pero en pos de la divina Estrella nada podía desalentarlos!
¡Todo lo que habían de saber por ella lo sabían!

   Durante la oscura noche del vasto tiempo transcurrido
Vinieron de muy lejos.
Y tardaron un tiempo infinito y fue su itinerario
Un espacio inabarcable.
Dejaron muy lejos
Todo lo que habían tenido en sus reinos.
¡Todo lo dejaron atrás!
¡El mundo no era el que pensaban!
Ante el mundo que alcanzarían
Sólo les cabría gritar:
¡Oh, Mundo!

   ¡Melchor, Gaspar y Baltasar vinisteis a ofrecer,
Ofreciéndoos!
¡Ah, Reyes Magos vuestra odisea,
A través del tiempo, la tierra y el universo,
Siguiendo una sola Estrella entre todas las de las constelaciones!
Estrella, con tal intensidad contemplada
En vuestros adentros también se hizo Estrella.
Una Estrella interior mucho más misteriosa
Que iluminaba el alma de los Magos.

 

 

 5

LA ADORACIÓN

 

   Guiados por una luz de luces, llegaron a la luz verdadera,
A la cuna del Salvador recién nacido,
A la casa del Niño Dios,
Donde lo hallaron lleno de majestad,
Porque es la Majestad misma,
Y de hinojos lo adoraron,
Porque por Él fue hecho el mundo.
¿Quiénes vinieron a Quién?
Los Santos Magos eran suyos,
Y éstos sí que le recibieron.
Los Sabios renacieron Santos y creyeron en su Nombre,
Y vinieron a ser sus hijos.
Hijos de su prestigio por toda la tierra:
Convertidos en Santos pregoneros del Mesías.

   Magos, Sabios, Reyes y Santos.
Santos Reyes Magos, Santos Reyes Sabios,
Ante la Verdad, la Gracia, la Gloria,
Visteis a Dios.

   ¡Gloria al recién Nacido!
¡Gloria de su Bendita Madre!
¡Gloria!

   Y de hinojos le adoraron,
Luego abrieron sus alforjas,
Le ofrecieron dones, oro, incienso y mirra.

 

 

 6

EL REGRESO A SUS REINOS

 

   Porque en sueños fueron advertidos
Finalmente a su tierra regresaron,
Mas por otro camino.
Sucediendo, que así como en el viaje a Belén
No poco padecieron,
En el regreso a sus reinos,
Aunque también tuvieron que sufrir la ventisca, la tormenta,
El granizo, la nieve ruda, lo rocoso en el llano y en la montaña,
Los desfiladeros, y el inhóspito desierto…
Cuando en el regreso tuvieron sed,
Aunque hubieron de soportarla en su aspereza,
De la roca en su ternura el agua brotó de lo duro,
Cada vez que humildemente la pidieron,
Ahora sabiéndolo.
Porque los Santos Reyes habían aprendido a rezar
En Belén, donde se postraron ante el Niño recién nacido eterno.
Esta vez sí era a Dios a quien invocaban:

   ¡Eran Santos, además de Magos, Sabios y Reyes!
¡Santos Reyes Magos!
¡Majestades!

_______________

 

LAS ABARCAS DESIERTAS. Cuando la víspera de los Reyes Magos, a propósito de un homenaje de «CARMINA» al poeta MIGUEL HERNÁNDEZ (1910-1942)

AL PRINCIPIO ERA EL VERBO. Juan 1, 1-18

DE LA INFANCIA DE JESÚS. Por José Manuel Colubi Falcó

LA ANUNCIACIÓN DE JESÚS. Lucas 1, 26-38

LA ADORACIÓN DE LOS MAGOS. Mateo 2, 1-12

FICCIÓN DE NAVIDAD. De la serie «RECORTES», Nº 103. Por Pablo Romero Gabella

ZAGALEJOS, VENID AL PORTAL. Poema de autor anónimo del siglo XVII con fotografía de Manuel Verpi 2014

PORTALICO DIVINO (1606). Francisco de Ávila

ERES NIÑO Y HAS AMOR. Fray Íñigo de Mendoza (1425-1507)

NAVIDAD, 2014. Antonio Luis Albás y de Langa

NAVIDAD. 100 AÑOS DE «PLATERO Y YO». Homenaje de «CARMINA» al poeta Juan Ramón Jiménez (1881-1958)

AL NACIMIENTO DE CRISTO NUESTRO SEÑOR. Luis de Góngora y Argote (1561-1627)

LA PALMERA. Gerardo Diego (1896-1987)

NATIVIDAD. Vicente Núñez

PALIQUES DE LA VIRGEN EN LA MAÑANA DEL NIÑO (AÑO DE 1954). Vicente Núñez

NACIMIENTO DE MARÍA. Por José Manuel Colubi Falcó

LA GRAVIDEZ DE MARÍA. Por José Manuel Colubi Falcó

JOSÉ VA A EMPADRONAR A SU FAMILIA. Por José Manuel Colubi Falcó

LA ANUNCIACIÓN (1472-1475). Pintura de Leonardo da Vinci (1452-1519)

NAVIDAD 2013, Antonio Luis Albás

LA ANUNCIACIÓN DE MARÍA. Por José Manuel Colubi Falcó

 

GUILLERMO BERMUDO, PINTOR («HISTORIAS DE VIDAS»). Por Olga Duarte Piña y Lauro Gandul Verdún (2015)

 
GUILLEPOROLGA2015

El pintor

[Foto: O.D.P. (Alcalá, 2015)]

 

«Hay un don que el artista tiene. Hay una facilidad para la mímesis…

   »Cuando me pongo frente al paisaje, éste puede más que yo. Nada puedo inventar frente al paisaje. Soy panteísta, pero al contrario que Juan Ramón Jiménez en cuyo panteísmo él era el dios, unificado todo bajo su concepto: yo sería el panteísta que se pone delante del paisaje y no puede hacerlo suyo porque le subyuga; o intento imitar la belleza del paisaje aunque no sé qué decir de su belleza. Otra cosa son mis muñecos que tratan sobre la cuestión humana, y ante esta naturaleza sí que puedo decir más. Ante el paisaje nada puedo inventar, pero sí puedo representarlo y puedo también adentrarme en el paisaje o el retrato. En lo figurativo la idea no prima porque está en la propia alteridad. Tal o cual aspecto de la realidad visto, es tomado y puesto en la representación y el pintor toma, estimulado por la realidad que contempla a la que tiene que responder, y a la que tiene que atenerse, al mismo tiempo, ante la que no puede tomar todas las decisiones porque la idea es el otro.»

 

Autorretrato

 

   Ante la realidad la idea está fuera de la mente, no hay que sacarla de dentro, sino incorporarla (aunque quepa interpretarla) para representarla. Cuando buscando ese fin de realizar esta representación descubre, por ejemplo, un determinado color azulado verdoso que nunca habría usado en su pintura menos figurativa pero en un paisaje, sin embargo, sacar ese color le reta y el proceso para conseguirlo le divierte. Cuando lo que prima es la idea y el desenvolvimiento creativo se realiza alejado de la alteridad, no queda excluido el artesanado que requiere cualquier buena idea para realizarse en un cuadro. Frente a lo conceptual este artista opone lo fenoménico.

 

Intantánea de amor en el panteón de los monstruos

Instantánea de amor en el panteón de los monstruos

(óleo sobre lienzo)

1995

 

   Además, hay una relación directa con la materia que va conformando el oficio sin el cual, en verdad, no se materializa el arte. La imagen es evocadora, tanto para el propio artista como para el espectador, y es precisamente el oficio el que permite al artista plástico presentar o representar con sus cuadros, de manera no excluyente, las imágenes por él percibidas e interpretadas, de las  ideas que infiere de la alteridad o ha concebido en su mente, con el fin de no agotar las percepciones e interpretaciones de las mismas en un conceptualismo inane que no tiene en cuenta la participación hermenéutica del público.

   Siempre ha dibujado. Para tenerlo vigilado, su madre sabía que bastaba tirarle unos papeles al suelo con lápices o rotuladores para que él se pasara las horas pintando. No sabría decir cuándo tuvo conciencia de artista. Hasta los doce años vivió en Alemania. Allí leyó infinidad de comics y garabateó infinidad de libretas. Del kindergarden recuerda a Frau Bremen, una maestra que, circundada por los alumnos, les leía cuentos, y a Arnold, que era su maestro de dibujo. Cuando llegó a España se recuerda también garabateando libretas… En el colegio los amigos le pedían que hiciera dibujos. Siempre dibujando, así que no hay un hecho o momento a partir del cual le nazca una gana de ser pintor sino que sencillamente él dibujaba…, y así sigue.

   Tenía su infancia hasta hace poco como olvidada, tal vez por haber quedado encapsulada en el país donde nació y transcurrió toda ella. Luego muere su padre, y, a pesar de tan funesta falta, su madre fue capaz de criarlos y educarlos a él y a su hermano. Hace unos años estuvo en Fráncfort, aunque tiempo atrás había pensado que no volvería hasta que no fuera viejo, y visitó el patio de la casa donde jugaba y allí estaban el árbol, las cosas que servían de portería…, aunque todo mucho más pequeño de como había quedado en su memoria. Al cabo del tiempo no puede decir que su infancia haya sido desgraciada, sino todo lo contrario.

   En el Instituto Cristóbal de Monroy fue alumno de Manuel Almansa y Juan Llamas, dos profesores de dibujo, y pintores, de quienes conseguía las más altas calificaciones en dibujo artístico, no así en el técnico… Y en la Facultad de Bellas Artes de Sevilla sus profesores Arcenegui o Losada le abrieron puertas en su concepción del dibujo, y Baíllo, en cuyo taller aprendió a grabar y a conocer de tramas y ácidos, aguatintas y aguafuertes, y se habilitó en el manejo de la presión del tórculo, en cómo doblar, cortar o humedecer el papel, y cuándo levantar la manta. Una botella y un vaso fue su primer grabado después de haber seguido las enseñanzas del maestro grabador, que se regía por la más estricta tradición para la ejecución material de la obra gráfica, dejando poco margen a la improvisación y mucho más al control del grabado por su autor.

 

El loco del metro

El loco del metro

(óleo sobre lienzo)

1994

 

   En Berlín, estando de Erasmus, en la Escuela Superior de Bellas Artes, el profesor Marvan aparece y observa su cuadro El loco del metro. En lugar de decirle «oye, ¿por qué no metes aquí una vibración roja o por qué no haces un azul en este otro sitio?», que es a lo que estaba acostumbrado de los profesores de Bellas Artes en Sevilla, a bocajarro le pregunta «¿tú eres comunista?». La pregunta no fue procedimental, sino que ante un cuadro suyo era la primera vez que le hacían esa pregunta; después le advierte que tuviera cuidado en no hacer de un cuadro un cartel, una propaganda. Luego supo que Elías Canetti preguntó algo similar a George Grosz: «…Cuando tú representas el mundo del mendigo o el viejo, ¿realmente quieres cambiar la situación política de tales, o te gustan esos harapos porque los consideras estéticos?»

 

El gorilla cojo

El gorrilla cojo

 

   Piensa que con el tiempo, uno se va descreyendo y brota una suerte de ironía. En sus muñequitos hay una cierta actitud irónica, «un análisis un tanto risueño de la situación social». Siempre ha hecho muñequitos, que es como llama el pintor a esas características figuras que siempre ha dibujado en cuadernos, papeles y telas. Convierte en muñecos los personajes que ve o crea, y los mezcla, y hasta diríase que se mezclan ellos solos. Del gris paleta pasa a los colores fuertes. Los muñecos empiezan a desmembrarse y a moverse, y se van abandonando de la realidad y haciéndose más abstractos, sin dejar el sentido político como ciudadanía, no como ideología.

 

guillermobermudoyamigos 1993

El pintor con su grupo de amigos en 1993

(De pie y de izquierda a derecha:

Guillermo Bermudo, Jesús Morillo,

Jesús Correa, Daniel Hermosín,

Manuel María Reina y Curro Sánchez Oliva.

Sentados:

Carlos Romero y Sergio Gandul)

 

   Si hay un valor grande en el mundo, dice Guille, éste es la amistad. Fueron fundamentales los amigos de los años del instituto. Jamás hubiera escuchado música sin la melomanía de Morillo. Si a sus amigos no les hubiera dado por leer a determinados autores, no habría conocido la obra de Camus, a quien considera un paradigma, o la de Bowles, cuyos libros prefiere a las de Burroughs o Kerouac de la Beat generation. La música influye y lo que lee uno lo leen los demás. Todos los libros pasando de unos a otros abrían diálogos cuyas causas venían de esas lecturas, y también se enfrascaban en discusiones políticas durante noctámbulas jornadas aquellos amigos.

   Si hay algo peor que la maldad es la mediocridad. Siempre le han gustado los ópticos Velázquez, Rembrandt, pero también Klee, Grosz, todos los expresionistas alemanes; La Californie, Niza y el buen vivir de Duffy o Matisse. Compone a raíz de mirar. Él se considera muy narrativo. Le gusta más Brueguel que El Bosco. Puede ser literario pero no tiene por qué tener una referencia en la literatura. Le ha interesado más la figura humana y en los animales su antropomorfismo. Leyendo El Quijote no se ha reído más en su vida. Lee ensayos. No tanto la poesía, aunque haya leído mucho a Juan Ramón Jiménez o a Antonio Machado. En todo caso considera común a las artes el procurar siempre la ficción, y cita de memoria del Libro del Eclesiastés «Nunca es el simulacro el que oculta la verdad; es la verdad la que oculta que no hay ninguna verdadEl simulacro es verdadero». No es la verdad sino lo verosímil. Qué más da que un discurso no sea verdad si es verosímil. Y ello está en el fundamento del arte y resulta extraordinario que el espectador crea en esa ficción.

 
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Lo único que oculta la verdad es que no existe ninguna verdad

o los hombres masa

(aguafuerte y aguatinta)

2005

 

   No está de acuerdo con que el arte tenga que ver con la política. Aunque haga política con su pintura, entendida ésta como ciudadanía. Se trata de mostrar lo que hay desde un punto de vista entomológico, no panóptico; sí fabulístico, no moralizante; sí moral: mostrar, como en La condecoración de la urraca, que a veces los ladrones son aplaudidos. No hace propaganda. No sabe si su discurso va o no a ser seguido por el público, pero no por ello deja de pintar. Y desde luego su pintura la concibe y ejecuta para los demás: es pública. El acto de dibujar se realiza en principio sin plan. No se sabe qué será de ese dibujo que empieza. Con la idea suscitándose del título, ve cosas, y las que le llaman la atención las traduce. Y ante sus cuadros el espectador, a quien ni quiere ni debe controlar, verá o no verá según desee.

 

La condecoración de la urrada

(aguafuerte)

2012

 

   Es profesor de dibujo y de grabado en la Escuela de Arte de Jerez de la Frontera, donde es Jefe de Estudios. Tiene un planteamiento de comunidad didáctica, es un emocionado de su materia, y lo transmite a sus alumnos, con los que está y a los que ayuda. Dieciséis años como profesor. «En las clases hacemos acuarelas y conversamos en torno a Cézanne». Personalmente cree que seguir pintando le enriquece su condición de profesor.

 

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 Conversaciones en torno a Cézanne

(óleo sobre tabla)

1999

 

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GUILLERMO BERMUDO EN «CARMINA»:
 

TRES INSTANTÁNEAS DEL TALLER DEL PINTOR GUILLERMO BERMUDO. Fotografías de Lauro Gandul Verdún 2014

MÁSCARAS, ¿SIMÉTRICAS? Esculturas de Antonio Cerero fotografiadas por Lorenzo del Término en el taller del pintor Guillermo Bermudo (2014)

DAFNIS Y CLOE. Longo (siglo II d. Cristo). Traducido al español por Juan Valera (1824-1905) y con un Dionisos de Guillermo Bermudo

«VINO Y DIOSES; FLORA Y FAUNA DE JEREZ» Y «TRASUNTOS DEL VINO». Pintura de Guillermo Bermudo (grabado 1/35) 2013 y poema de Lauro Gandul Verdún (Montilla, 2005)

AUTORRETRATO Y RETRATO. Pintura de Guillermo Bermudo y fotografía de Lauro Gandul Verdún

PERSPECTIVAS DE LA MESA-PALETA DEL PINTOR GUILLERMO BERMUDO. Fotografías de Lauro Gandul Verdún 2012

LA CONDECORACIÓN DE LA URRACA. Guillermo Bermudo 2012

DIÁLOGO ANTE UN CARTEL. A propósito de un cartel del pintor Guillermo Bermudo. Compilaciones de Rafael Rodríguez González

PLÁTICAS MÍNIMAS. Por Rafael Rodríguez González

COLOQUIOS (194): «CONVERSACIONES EN TORNO A CEZANNE (SERIE “TRES CUADROS”)». Gabi Mendoza Ugalde

COLOQUIOS (190). Gabi Mendoza Ugalde

 

«POESÍA SACRA» EN LA IGLESIA DEL MÁRTIR SAN SEBASTIÁN DE ALCALÁ DE GUADAÍRA (*). 75 º ANIVERSARIO DE LA HERMANDAD DE LA AMARGURA

 

javierlauroelías 20032015

Javier Rodríguez, Lauro Gandul y Elías Chincoa

[Foto: ODP 20/03/2015 Iglesia de San Sebastián (Alcalá)]

[(*) PINCHAR EN LA FOTO PARA ESCUCHAR EL ACTO]

 

«Lo que empezó siendo una propuesta literaria y musical para poder ofrecer una muestra de nuestra altísima poesía española de tema sacro (declamada, cantada y musicada), va a ser dentro de unos instantes puro acto. El acto al que nuestra Hermandad de la Amargura les ha convocado esta noche y con el que queremos provocar el gozo de las palabras de los grandes poetas cuando cantan a Jesús o a María, en los siglos XVI, XVII y XX.

   Grandes poetas a los que esta noche les ponen voz Lauro Gandul, que ha preparado la antología y declamará los poemas, y Javier Rodríguez, Niño del Maúro, que ha llevado al cante los versos, bajo la dirección musical de Elías Chincoa, Niño Elías, batuta y guitarra del acto.

   Se van a declamar y cantar poemas de Miguel de Unamuno, Antonio Machado, Fray Luis de León, Francisco de Aldana, Francisco de Quevedo, Juan Ramón Jiménez, Luis de Góngora, Federico García Lorca, Gerardo Diego y Lope de Vega en un orden que no es el cronológico, sino el que ha exigido la propia ejecución artística del acto.

   Elías va a interpretar Amarguras de Manuel Font de Anta en versión para guitarra compuesta por Niño Elías; el Ave María de Franz Shubert, Inspiración, también compuesta por Elías; Estudio en mi menor, de Ferdinando Carulli, Estudio en si menor de Fernando Sor y las Saetas del Silencio de Francisco de Paula Solís y, además tocará soleares, mineras, peteneras, tientos, tonás y seguirillas.

   Javier cantará por soleá, por toná y por romance,  y una saeta…»

 

[Enrique Oliver Aguilar]

 

ANTOLOGÍA DE POEMAS, PREPARADA Y DECLAMADA POR LAURO GANDUL VERDÚN,

PARA UN RECITAL DE POESÍA SACRA,

CON EL CANTE DE JAVIER RODRÍGUEZ, NIÑO DEL MAÚRO,

Y CON LA DIRECCIÓN MUSICAL Y EL ACOMPAÑAMIENTO DE LA GUITARRA DE ELÍAS CHINCOA, NIÑO ELÍAS

 

1º EL CRISTO DE VELÁZQUEZ (FRAGMENTO). Poema de Miguel de Unamuno (1864-1936)

2º ANOCHE CUANDO DORMÍA SOÑÉ, ¡BENDITA ILUSIÓN! Antonio Machado (1875-1939)

3º NO DESDEÑÉIS LA PALABRA. Antonio Machado (1875-1939)

4º AMOR CASI DE UN VUELO ME HA ENCUMBRADO. Fray Luis de León (1527-1591)

5º DESPUÉS QUE NOS DESCUBREN SU LUCERO. Fray Luis de León (1527-1591)

6º HERMOSA MÁS QUE EL SOL, ANTES NACIDA. Francisco de Aldana (1537-1578)

7º OH DEL INMENSO SER CONCEBIDORA. Francisco de Aldana (1537-1578)

8º POR QUÉ, HABIENDO MUCHAS MADRES MUERTO DE LÁSTIMA DE VER MUERTOS SUS HIJOS, AMANDO NUESTRA SEÑORA MÁS A SU HIJO QUE TODAS, NO MURIÓ DE LÁSTIMA. Francisco de Quevedo (1580-1645)

9º ANUNCIACIÓN. Juan Ramón Jiménez (1881-1958)

10º AL NACIMIENTO DE CRISTO NUESTRO SEÑOR. Luis de Góngora y Argote (1561-1627)

11º PASO. Federico García Lorca (1898-1936)

12º LA PALMERA. Gerardo Diego (1896-1987)

13º ¡OH, CORTESÍA! ¡OH, DULCE ACOGIMIENTO! Fray Luis de León (1527-1591)

14º SEÑOR. QUE ALLÁ DE LA ESTRELLADA CUMBRE. Francisco de Aldana (1537-1578)

15º SONETO A CRISTO CRUCIFICADO. Anónimo (Hacia 1625)

16º «RIMA SACRA XVIII». Lope de Vega (1562-1635)

17º EN ESTA TABLA DE TU CRUZ DIVINA. Lope de Vega (1562-1635)

18º DULCE SEÑOR, MIS VANOS PENSAMIENTOS. Lope de Vega (1562-1635)

19º CÓMO PODRÉ, SEÑOR, QUERER QUEREROS. Lope de Vega (1562-1635)

20º EN LA MUERTE DE CRISTO, CONTRA LA DUREZA DEL CORAZÓN DEL HOMBRE. Francisco de Quevedo (1580-1645)

21º POR LOS REYES BUENOS, DE QUIEN MURMURAN MALOS VASALLOS. Francisco de Quevedo (1580-1645)

22º SAETA. Federico García Lorca (1898-1936)

23º PADRE NUESTRO [GLOSADO (DOS FRAGMENTOS)]. Francisco de Quevedo (1580-1645)

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TAMBIÉN PUEDEN LEER, VER Y ESCUCHAR EN «CARMINA» ESTAS OTRAS ENTRADAS:

 

«DIÁLOGOS: CUERDA Y VERSO». Sobre poemas de Lauro Gandul Verdún y músicas de Niño Elías (Llerena, 31 de mayo de 2014)

NIÑO ELÍAS Y LAURO GANDUL. Dibujo a tinta de Luis Caro, 1998

NIÑO ELÍAS, MÚSICO («Historias de vidas»). Olga Duarte Piña y Lauro Gandul Verdún, 2004

POEMA PARA GUITARRA SOLA (A NIÑO ELÍAS). Lauro Gandul Verdún (Buenos Aires, 2006)

REPORTAJE FOTOGRÁFICO DEL ACTO TITULADO «LA CEGUERA» OFRECIDO POR «CARMINA» TEXTOS PARA UNA LECTURA EN LOS ÁNGELES VIEJOS. Fotos de Enrique Sánchez Díaz (Alcalá de Guadaíra, 1 de diciembre de 2006)

ARTISTAS. «Para un cuaderno de fotografías» por Miguel Hermosín

 

LA ANUNCIACIÓN DE JESÚS. Lucas 1, 26-38

 

LaAnunciaciónFRA ANGELICO

La Anunciación

Fray Angélico

 1390-1455

 

26 En el mes sexto fue enviado el ángel Gabriel de parte de Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, 27 a una virgen desposada con un varón de nombre José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María. 28 Y presentándose a ella, le dijo: Salve, llena de gracia, el Señor es contigo. 29 Ella se turbó al oír estas palabras y discurría qué podría significar aquella salutación. 30 El ángel le dijo: No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios, 31 y concebirás en tu seno y darás a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. 32 El será grande y llamado Hijo del Altísimo, y le dará el Señor Dios el trono de David, su padre, 33 y reinará en la casa de Jacob por los siglos, y su reino no tendrá fin.

   34 Dijo María al ángel: ¿Cómo podrá ser esto, pues yo no conozco varón? 35 El ángel le contestó y dijo: El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la virtud del Altísimo te cubrirá con su sombra, y por esto el hijo engendrado será santo, será llamado Hijo de Dios. 36 E Isabel, tu parienta, también ha concebido un hijo en su vejez, y éste es ya el mes sexto de la que era estéril, 37 porque nada hay imposible para Dios. 38 Dijo María: He aquí a la sierva del Señor; hágase en mí según tu palabra. Y se fue de ella el ángel.

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LA NAVIDAD EN «CARMINA»

NAVIDAD, 2014. Antonio Luis Albás y de Langa

NAVIDAD. 100 AÑOS DE «PLATERO Y YO». Homenaje de «CARMINA» al poeta Juan Ramón Jiménez (1881-1958)

AL NACIMIENTO DE CRISTO NUESTRO SEÑOR. Luis de Góngora y Argote (1561-1627)

LA PALMERA. Gerardo Diego (1896-1987)

NATIVIDAD. Vicente Núñez

PALIQUES DE LA VIRGEN EN LA MAÑANA DEL NIÑO (AÑO DE 1954). Vicente Núñez

NACIMIENTO DE MARÍA. Por José Manuel Colubi Falcó

LA GRAVIDEZ DE MARÍA. Por José Manuel Colubi Falcó

JOSÉ VA A EMPADRONAR A SU FAMILIA. Por José Manuel Colubi Falcó

LA ANUNCIACIÓN (1472-1475). Pintura de Leonardo da Vinci (1452-1519)

NAVIDAD 2013, Antonio Luis Albás

LA ANUNCIACIÓN DE MARÍA. Por José Manuel Colubi Falcó

LA ADORACIÓN DE LOS MAGOS. Mateo 2, 1-12

VIAJE DE LOS MAGOS. T. S. Eliot (1888-1965)

 

«DIÁLOGOS: CUERDA Y VERSO». Sobre poemas de Lauro Gandul Verdún y músicas de Niño Elías (Llerena, 31 de mayo de 2014)

 

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UN POEMA DE JUAN RAMÓN JIMÉNEZ, Y DOS CITAS QUE SE ANTOJAN,

PARA UN EVENTUAL

Y BREVE EXORDIO AL ACTO

 

   MUY buenas tardes, aldea.

Soy tu hijo Juan, el nostáljico.

Vengo a ver cómo florece

la primavera en tus campos.

 

   ¿Te acuerdas de mí? Yo soy

el novio de Blanca, el pálido

poeta que huyó de ti

una mañana de mayo.

 

   Y traigo en mi corazón

un tesoro que he encontrado

entre las rosas fragantes

del jardín de los románticos.

 

   Aldea con sol. ¿te digo

sentires viejos y lánguidos?,

¿o quieres coplas de abril,

llenas de sol y de pájaros?

 

   ¡Dímelo tú, y yo abriré

mi corazón y mis labios,

y volará sobre ti

una bandada de cánticos!

 

   Muy buenas tardes, aldea.

Soy tu hijo Juan, el nostáljico.

Dame con tu alegre sol

un beso sobre los labios.

 

[JUAN RAMÓN JIMÉNEZ (1881-1958).

De Pastorales (1903-1905)

Poema incluido en 300 Poemas.

 Ed. Plaza & Janés Editores, S.A.

Barcelona 1974.

 Pág. 42]

 

Cita 1

«Algunos de mis colegas siempre se molestan cuando les digo que, si una conclusión no está poéticamente equilibrada, no puede ser científicamente cierta. Me dicen que no saben lo que eso significa.»

(…)

«Para imitar un cerebro humano, cuando no sé casi nada del funcionamiento de un cerebro humano, se requiere un salto intuitivo… algo que a mí me parece poesía.»

 

[ISAAC ASIMOV (1920-1992).

The Robots of Dawn (Los robots del amanecer).

Traducción de María Teresa Segur y Hernán Sabaté.

Ed. Plaza & Janés Editores, S.A.

Barcelona 1994.

Pág. 121]

 

Cita 2

«Llegado un momento, la juventud no se alegra con el regocijo ni se entristece con el llanto de la vieja sociedad —“os hemos cantado himnos y no habéis reído, lamentaciones y no habéis llorado”—»

 

[JOSÉ LUIS MURGA GENER (1927-2005).

Rebeldes a la República (escrito antes de 1975).

 Ed. Secretariado de Publicaciones de la Universidad de Sevilla.

Sevilla 1994.

 Pág. 45]

 

RAFAEL SOBRE LUIS (FRAGMENTOS DE «LA ARBOLEDA PERDIDA»). Por Rafael Alberti (1902-1999)

Bergamín, Alberti, NerudaCernuda y Altolaguirre
Madrid
1935
.

«Durante aquella breve estancia en Sevilla, conocí a los jóvenes poetas agrupados alrededor de la revista Mediodía. Entusiastas, heroicos, en medio de la indiferencia frívola y jaranera de la capital andaluza. Recuerdo ahora a Collantes de Terán, a Rafael Porlán y Merlo, a Juan Sierra, a Rafael Laffón, a Romero Murube… Todos ellos con aire de torerillos sevillanos, de cuadrilla poética, ya lidiadores del mejor estilo en mitad de aquel ruedo literario español, cada día más amplio y hermoso. Por allí andaba también Adriano del Valle, poeta náufrago del ultraísmo, cambiado en cultor de brillantes jardines churriguerescos.

…………»Y Luis Cernuda.

…………»Moreno, delgado, finísimo, cuidadísimo. Pocas palabras aquel día. (Muy pocas, después, en muchos años de amistad). Me enteré que habitaba en la calle del Aire. ¡Qué extraordinario para el poeta que ya era y para el que llegaría a ser! La imprenta Sur, de Málaga, preparaba su primer libro. ¿El título? Perfil del Aire. Nadie podría autorretratarse mejor. Conocíamos ya algunos de sus poemas. Décimas o estrofas heptosílabas de una rara perfección lineal. Nitidez. Transparencia. Se pretendió, al principio, relacionar esta poesía con la de Jorge Guillén. Pero pronto los buscadores de parecidos se llevaron el chasco. Cernuda había abierto los ojos en la calle del Aire, y el suyo, aun enjaulado en los finos alambres de unas décimas, levantaba en su vuelo temblor y música del sur, muy diferentes de los del poeta castellano. Cernuda era el cristal, capaz, en un instante, de romperse. Guillén, el mármol sólido, elevado a columna. Por el aire aquel de su grieta del Aire, el sevillano iba a salir un día al corazón del sueño, encontrándose allí con el delgado y melancólico de otro poeta de su tierra: Gustavo Aldolfo Bécquer, instalándose un tiempo, desvelado habitante del olvido, en su morada. Poeta más «andaluz y universal» —como quería Juan Ramón Jiménez— nunca lo hubo en Sevilla.»

La arboleda perdida

***

«Ahora miras al techo y ves algunas diminutas estrellas luminosas pegadas en él. Pasaron muchos otros cumpleaños sin poder celebrarlos, anodinos, sin día ni noche propios, no como aquellos 16 de diciembre de nuestra guerra civil, ya en el frente de El Pardo, en su palacio, aquel mismo que después fue vivienda de Franco, o en la Alianza de Intelectuales Antifascistas, disfrazados con los muchos fantásticos trajes que guardaban los marqueses de Heredia Spínola en unos viejos armarios arrumbados en el tercer piso. ¿Quién podrá olvidar a Luis Cernuda, vestido de caballero calatravo; al poeta negro Langston Hughes, con traje y colorida capa de rey negro; a León Felipe con gorro y uniforme de Gran Duque Nicolás, etcétera? Mientras, llovían los obuses sobre el Madrid a oscuras de una noche cualquiera de su tenaz defensa.»

La arboleda perdida, segunda parte

.

EL DESPERTAR. Por Enrique Martín Ferrera (Mayo de 2009).

 

«La influencia no crea nada, ella despierta».(André Gide)

Munkacsi
Lago Tanganika (1930). Martin Munkacsi

Abrir los ojos y comenzar a ver.

Cuentan quienes le conocieron que en las paredes del estudio de Henri Cartier-Bresson resultaba imposible encontrar alguna foto suya, y sin embargo, siempre mantuvo enmarcada y colgada una instantánea del fotógrafo húngaro Martin Munkacsi. Siendo un veinteañero, se produjo el encuentro, el despertar: Cartier-Bresson descubre precisamente esa fotografía en las páginas de la revista “Photographies”. En 1930, Munkacsi había inmortalizado en el ámbar de su foto a tres niños africanos de espalda, corriendo desnudos por la orilla hacia una ola, a punto de zambullirse en las aguas del lago Tanganyika. Aquel joven Henri, que luego sería llamado “el ojo del siglo”, escribiría después en relación a esa foto de su colega húngaro: << Entendí de pronto que la fotografía puede fijar la eternidad en un instante. Es la única foto que me ha influido. Esa imagen posee tanta intensidad y espontaneidad, tanta alegría de vivir, que aún hoy me deslumbra. La perfección de la forma, el sentido de la vida, un escalofrío insólito… Me dije: ¡Madre mía, así que con una cámara se puede hacer eso! >>

Fue así, en 1932, poco después de sentirse fascinado por aquella obra de Munkacsi, cuando H.C.B. compra una “Leica” en Marsella y se lanza a las calles del mundo para capturar << el instante decisivo >>.

No es raro este género de confesiones en quienes un día sintieron de este modo, con semejante fuerza y por primera vez, la llamada del arte: alguien que siente la necesidad de escribir poemas después de ser iluminado o lacerado por el rayo de unos versos; alguien que toma vehementemente los pinceles después de contemplar con asombro una obra pictórica; alguien que, tras escuchar una melodía milagrosa, decide que en adelante no habrá más camino para él en la vida que el de la composición musical…

Cartier-Bresson
Un joven Henri Cartier-Bresson.

Monet
Montón de heno (1891). Monet

 

Abrir los ojos y comenzar a ver.

Wassily Kandinsky estudió Derecho y Economía, obtuvo su licenciatura en Derecho en 1892, y trabajó en la Universidad de Moscú. Con treinta años abandona por completo el seguro porvenir de ese mundo académico, tan alejado del arte, para dedicarse exclusivamente a pintar. ¿Qué le hizo dar un giro tan radical en su vida? En 1913, el propio Kandinsky, en unos apuntes biográficos titulados “Rückblicke” (“Miradas retrospectivas”), nos hace partícipes de su íntimo despertar al arte, propiciado por dos acontecimientos: una ópera de Wagner, “Lohengrin”, representada en el Teatro Imperial; y la contemplación de un cuadro de Monet, “La meule de foin”, en el marco de una exposición de pintura impresionista francesa celebrada en 1895 en la capital rusa.

Respecto a la música wagneriana, Wassily llega a referirse a esos sonidos del siguiente modo: << podía ver mentalmente todos aquellos maravillosos colores, desfilaban ante mis ojos. Salvajes, maravillosas líneas que se dibujaban ante mí. >>

El cuadro de Monet que alumbró a este nuevo pintor, responsable del futuro salto hacia la abstracción pura, fue una de aquellas sucesivas parvas de heno que insistente y repetidamente, en horas diferentes y con luz cambiante, pintó en 1891 el artista francés en Giverny.

Kandinsky narra así su encuentro con ese lienzo: << Yo sólo conocía el arte realista, casi exclusivamente el ruso; a menudo me quedaba largo rato contemplando la mano de Frank Listz en el retrato de Iliá Repin y cosas por el estilo. De repente vi por primera vez un “cuadro”. El catálogo me aclaró que se trataba de un montón de heno. Me molestó no haberlo reconocido. Además me parecía que un pintor no tenía ningún derecho a pintar de una manera tan imprecisa. Sentía oscuramente que el cuadro no tenía objeto y notaba asombrado y confuso que no sólo me cautivaba, sino que se marcaba indeleblemente en mi memoria y que flotaba, inesperadamente, hasta el último detalle, ante mis ojos. Todo me resultaba incomprensible y era incapaz de adivinar las consecuencias de aquella experiencia. Sin embargo, lo que me resultaba claro era la fuerza insospechada, hasta entonces desconocida para mí, de los colores, que iba más allá de todos mis sueños. De pronto, la pintura cobró para mí una fuerza y una grandeza fabulosas. >>

Kandinsky
Kandinsky en su taller de Neuili sur Seine (1936)

Gabriel Fauré (1845-1924)

 

Abrir los ojos y comenzar a ver.

Es siempre una revelación a la que se es sensible, un despertar propiciado por el destello de un espíritu afín. Todo artista parece tener un íntimo resorte que requiriese, para ser accionado, el encuentro con la obra adecuada de otro creador; como si se tratara de una precisa maquinaria de relojería que esperase un determinado momento, predestinado, para entrar en funcionamiento ayudada por una mano amiga. El artista se nos revela así como una sensibilidad adormecida e insular, que aguarda para enviar sus señales al resto del mundo el mensaje en una botella que otro náufrago lanzara tiempo atrás al océano. El artista en ciernes es esa tierra fértil donde germinará la semilla que hacia él arrastra el poderoso viento del destino o el azar.

Federico Mompou, que, como muchos otros jovencitos de clase acomodada, tomaba lecciones de piano, escuchó a los dieciséis años la pieza decisiva, la música en la que se le revelaría una nueva aspiración, el irrefrenable deseo de ser compositor en lugar de un simple instrumentista o intérprete de las partituras de otros. Con el paso del tiempo, ese hombre nos iba a regalar la calma, el laconismo y la pureza de su << Música Callada >>, ese decir tanto con tan poco, esos sonidos que serían << la voz misma del silencio >>, como escribió el propio Mompou al frente del Primer Cuaderno, tras citar los hermosos versos de San Juan de la Cruz: << La música callada, / la soledad sonora… >>.

Aquel imprescindible encuentro con su vocación ocurre en 1909, en la “Sala Mozart” de Barcelona; donde Gabriel Fauré daba un concierto, interpretando al piano sus propias obras. No olvidaría el músico catalán que a aquella función llegó tarde, que tuvo que oír toda la primera parte de pie, en el pasillo; y sobre todo, que el Quinteto op. 89 del compositor francés le impresionó tanto que ese mismo día se dijo a sí mismo que, en adelante, todos sus esfuerzos estarían encaminados a la composición. Refiriéndose a la citada experiencia, diría luego Mompou: << Sin saberlo, debían de existir en mí unas fuerzas latentes que sólo esperaban un pretexto para despertar. Fauré fue este pretexto… >>

Mompou
Federico Mompou (1893-1987) al piano en su casa.

 

Rubén Darío (1867-1916)

 

Abrir los ojos y comenzar a ver.

El poeta sevillano Vicente Aleixandre decía haber nacido a la luz y a los libros en Málaga, y que ese era << otro modo de nacer, porque allí aprendí a leer, que es el segundo nacimiento >>. A los diecinueve años, cuando pasaba el verano de 1917 en el pueblo de Las Navas del Marqués, conoce a Dámaso Alonso, y de manos de éste recibe prestado un libro que resultará trascendental para aquel que, andando el tiempo, recibirá el Premio Nobel de Literatura: una antología poética de Rubén Darío. Más tarde vendrían los poemarios de Antonio Machado y Juan Ramón Jiménez, pero del nicaragüense escribiría años después Aleixandre, << fue para mí no sólo la lectura de un gran poeta, sino la revelación de la poesía >>.

Muchos pasaron por la exposición, y miraron el lienzo; o tomaron el libro en sus manos, y leyeron el poema; o fueron al teatro y escucharon, con mayor o menor atención, aquella música; y sin embargo, no vieron, ni sintieron, ni oyeron ese arrebato absoluto, esa llamada. Sólo eran anónimos consumidores de arte. Carecían de la íntima predisposición del futuro artista. Aquel lienzo, aquellos versos, la partitura de aquel concierto; aguardaban otros ojos, otro corazón, otros oídos…

Aleixandre
Vicente Aleixandre visitando la tumba de Miguel Hernández (Alicante, 1952)

 

Dostoievski
Fiódor Dostoievski (1821-1881).

 

El 27 de Enero de 1904, el joven estudiante de Derecho Franz Kafka escribe en una carta contestando a su amigo Oskar Pollak, uno de los pocos compañeros con los que entabló amistad durante los estudios de bachillerato: << Creo que sólo deberían leerse aquellos libros que nos muerden o nos punzan. Si el libro que leemos no nos despierta de un puñetazo en el cráneo, entonces ¿para qué leer? ¿para que nos haga felices, como tú me escribes? Vaya, nosotros seríamos igualmente felices si no tuviéramos libros, y los libros que nos hacen felices podríamos, de ser necesario, escribirlos nosotros mismos. Tenemos, al contrario, necesidad de libros que obren en nosotros como una desgracia con la que sufriéramos mucho, como la muerte de alguien a quien amáramos más que a nosotros mismos, como si estuviéramos proscritos, condenados a vivir en los bosques, lejos de los hombres, como un suicidio; un libro debe ser el hacha que quiebre el mar helado que llevamos dentro. >>

¿Habría leído ya el joven Kafka a Dostoyevski? Yo creo que sí, y que su desgarradora lectura despertó en gran medida al escritor que llevaba dentro. El hacha del que nos habla en esa carta el futuro autor de “La Metamorfosis” y “El Proceso”, ¿no es el mismo hacha que empuñó el atormentado Raskólnikov contra la vieja usurera de San Petersburgo? “Prestuplenie i Nakazanie”, una obra que marca si se lee muy joven, pero también << un placer extraordinario >> si se lee por primera vez en la edad madura, como en general señala Italo Calvino respecto a la lectura de los grandes libros del pasado en su “Por qué leer los clásicos”. Hace algunos años tuve la oportunidad y el acierto de asistir a una conferencia del ya entonces nonagenario Ernesto Sábato. A pesar de su avanzada edad y su fragilidad física, a lo largo de toda la charla aquel anciano demostró conservar una pasmosa lucidez. Aquella tarde, el escritor argentino, que dejó una prometedora carrera científica en favor de la literatura, confesó no haber salido indemne de la primera y lejana lectura de “Crimen y Castigo”: << ¡Cómo ser igual después de leer a Dostoyevski! >>.

Kafka
Kafka en su época de estudiante.

Abrir los ojos y comenzar a ver.

PEPE ORDÓÑEZ, EDITOR DE «ESCAPARATE». De la serie «Historias de vidas» por Olga Duarte Piña y Lauro Gandul Verdún, 2005

 
 
 
Pepe

Pepe Ordóñez
[Foto: ODP Alcalá 2005]

 
 
 

José Antonio Mallado, Javier Jiménez Rodríguez, Vicente Romero Muñoz, Vicente Romero Gutiérrez, José Luis Pérez Moreno, Antonio García Mora, José Manuel Benítez Díaz, Joaquín González Moreno, Rafael Rodríguez González, Mª del Águila Boge, José Rubio Álvarez, Antonio Claret García Martínez, José Antonio Sánchez Araújo, Isabel Asensio, Javier Caraballo, Juan Pérez Mercader, Ignacio Díaz Pérez, Luis Caro, Francisco Mantecón Campos, Mónica Gata, Antonio Bulnes Al-guadaíra, Luis Romera, Pepe Recacha, Javier Hermida, Pablo Romero Gabella, Ramón Núñez Vaces, Marcos Fernández Gómez, Francisco López Pérez, Juan Portillo y muchos más son sujetos u objetos de textos que desde hace más de diez años aparecen editados en las páginas de papel satinado de Escaparate: historiadores, poetas, escritores, pintores, científicos, diletantes, humanistas, archiveros, periodistas, heterónimos, pseudónimos, políticos, ecologistas, cronistas, etc., alcalareños, o vinculados de alguna u otra manera con este pueblo derramado (o desparramado, desde hace unos años) entre estos cerros vetustos y, a veces, duros, donde la hermosura al menos de las ideas, los sueños y los deseos consigue hacerse visible en la revista que Pepe Ordóñez dirige, compone, distribuye y gestiona, moviéndose de aquí para allá como sea, o a pie o motorizado; aunque lo feo vaya dominando, a impulsos de recalificación urbanística y de enmiendas a las normas públicas, por encargo de los oligarcas de la promoción inmobiliaria, verdaderos titulares del poder en este inmenso poblado de la periferia sevillana, en que algunos han convertido lo que era una hermosa villa y que, tal vez, algún día sólo nos sea posible encontrarla en los contenidos de las escasas publicaciones alcalareñas que, como Escaparate, se proponen la titánica tarea de impedir el olvido.

   Pepe Ordóñez es una persona que sabe escuchar, que es la mejor manera de aprender; que sabe ver, que sabe esperar y nadie nunca le va a ganar en perseverancia y pugna por conseguir una foto, un texto, un nombre, para sus ediciones, sin subvención municipal, sin adulaciones, sin protocolos banales, con la enorme dignidad del autodidacta. Si se le pregunta quién fue la persona primera en su vida que le ayudó a entrar en los ámbitos del periodismo alcalareño responde sin dudarlo que su padre, José Ordóñez Romero, hijo de un alguacil conocido como El Manco, nacido en 1917, que sirvió como funcionario durante más de cuatro décadas en el departamento de Intervención del Ayuntamiento de Alcalá, transcriptor al Libro de Actas de los acuerdos municipales, por su bella caligrafía que, además, para poder mantener a cinco hijos se pluriempleó como representante de las máquinas de escribir de la Hispano-Olivetti, como agente de la casa de seguros Mutua General de Seguros, o como delegado de la firma de la mantequilla asturiana La Vaquita que le remitía por correo paquetes de mantequilla sin sal que llegaban a la callejuela del Carmen, ¡sin derretirse!, desde Oviedo. Pero, además, José Ordóñez Romero era corresponsal en Alcalá de los diarios ABC y El Correo de Andalucía, y de las emisoras La Voz del Guadalquivir y Radio Sevilla. Pepe Ordóñez no olvidará nunca a su padre trabajando en su casa con un bolígrafo largo de dos tintas, en rojo y azul, que le servía para distinguir los titulares del resto del artículo que, o bien mandaba por correo a los periódicos, o bien leía por teléfono a cobro revertido. También daba la crónica en directo telefónicamente para las radios. En su casa había una biblioteca con muchos libros sobre temas de Alcalá y sobre todo diccionarios y enciclopedias ilustradas. Él ayudaba a su padre cuando era niño si tenía que pasar alguna cosa a máquina o buscarle algún libro. El padre le hacía partícipe de todo; así, recuerda cuando lo llevó al hotel de Oromana a fines de los sesenta, con siete u ocho años, porque la selección española de fútbol estaba allí alojada y le presentó a todos los jugadores, que le estrechaban la mano a aquel pequeño ayudante de corresponsal, que aprovechaba para pedir autógrafos a los futbolistas y que, también, pudo conocer a un joven periodista deportivo llamado José María García, que se había desplazado a Sevilla para cubrir el partido España-Rusia y que se hospedaba con los deportistas en el hotel alcalareño.

   El padre muere en 1978 y la madre en 1985. Con 23 años, sin sus padres, recuerda que le costó trabajo, que sufrió, a la hora de tener que tomar decisiones sobre qué formas seguir, qué caminos, para ganarse la vida que fueran compatibles con lo que a él le tiraba con tanta fuerza: ser periodista; y aunque Pepe Ordóñez quería serlo, tuvo que trabajar en lo que caía, de camarero en bares, como en el café Roberto o en el bar del Instituto, el que llevaba María. Unos años antes, y en el contexto de los valores del movimiento católico obrero que regían en los Salesianos de entonces, se vinculó a una asociación pionera en la Alcalá de la transición más pura, que era conocida, sin el calificativo previo de asociación, como el CUPO (Cultura Popular), donde germinaron análisis de la realidad social y económica desde el punto de vista marxista y de la cultura, en general, de izquierdas. Recuerda Pepe Ordóñez aquella experiencia como su iniciación en la incipiente democracia española, escuchando mucho, repitamos sus palabras, que es la mejor manera de aprender, y trabando amistades, echándose amigos para toda la vida, porque el CUPO, aunque fuera el lugar por donde pasaron todos los partidos de la transición, para dar su programa mediático, fue para Pepe Ordóñez, sobre todo, el lugar donde conoció a José Luis García, el Cuqui; al Villa , Rafael Villa Fuentes; al Pato, Carlos Burgos Gil; a Juan Carlos Ortiz García Donas, a Francisco Pérez Moreno, antes conocido como el Quico y hoy como Paquito, a Paco García Cordero o a Javier Hermida. Pepe Ordóñez pertenece a una fértil y pública generación de alcalareños.

   A principios de los ochenta, con 17 o 18 años gestiona él solo su primer encargo para obtener la publicidad suficiente para una emisión de radio. Durante los años que siguen va a trabajar como publicista en los primeros canales de radio y televisión locales, y en Alcalá Semanal, periódico fundado en 1984. A fines de esta década se queda sin trabajo en Alcalá y aprovecha su cartera de clientes para ofertar publicidad en Sevilla a través de distintos medios como Los 40 principales, Cadena Dial o Antena 3.

   En 1990 sale el primer Escaparate, con cuatro páginas y todas de publicidad. No pasó demasiado tiempo para que empezara a introducir otras con textos ya vinculados a la Semana Santa, ya a la feria, o a la Navidad, cuando iban llegando esas fechas, con lo que aumentó su número. También añade una agenda cultural y una guía de teléfonos para que no fueran páginas de usar y tirar, para que se quedara unos días más en las casas. Los anunciantes le pedían más contenidos y, en un principio, era él mismo quien los redactaba. Hasta que llegó el momento de pensar en hacer una revista al estilo de las de feria de Alcalá, reanudando y combinando la labor de Fernando de los Ríos Guzmán y la de Curro Cariño, para lo que se documentó en números de las antiguas revistas de feria, sobre todo los de 1919 y 1923, y las de los años sesenta y setenta, añadiendo su propio estilo y dando nombre a secciones que se han convertido en fijas y que las toma, en realidad, de las tradicionales que se seguían en aquellas revistas. Desde el año 96 a este 2005 no ha faltado en Alcalá Escaparate, un auténtico fenómeno editorial, que Pepe Ordóñez nos ha servido en una contribución impagable a la memoria de nuestro pueblo.

 

[La voz de Alcalá, 1 al 14 de julio de 2005, año XIV, nº 180]

 
 
 

«CLAUDIO MONTEVERDI: “LAMENTO DELLA NINFA”» O ASÍ NACE EL BARROCO. De la serie «LIBER BREVIS, VITA LONGA» (Núm. 2). Por Pablo Romero Gabella

65 VERSOS [PARA UN HOMENAJE AL BARROCO]: «MUROS, TAPIAS,
BERRUECOS, CANTERAS, DÓLMENES, CERROS DE PIEDRA…,
SON LIGEROS Y TIERNOS, MÁS QUE EL AIRE,
EN LA SIERRA DE SAN MAMEDE»
(2011)
[Del libro inédito Poesía visual ibérica de Lauro Gandul Verdún]

 

Claudio Monteverdi «Lamento della ninfa» (Editorial Acantilado, Barcelona, 2017) es un libro pequeño (125 páginas de texto) pero extenso, muy extenso, yo diría que de una extensión cuasi infinita. Y se lo debemos a Ramón Andrés,  una de las figuras más extensas, en todos los sentidos, del panorama literario, artístico y musical de nuestro país. En él se unen el erudito, el músico, el ensayista, en suma, un perfecto espécimen del humanista que tanto falta en nuestra época hipertecnológica, hiperespecializada e hiperimbécil.

   El libro trata de una pieza musical en concreto: el madrigal Lamento della ninfa, compuesto por el músico Claudio Monteverdi (1567-1643) y recogido en su famosa colección de Madrigales guerreros y amorosos (1638). Pero de lo que trata es de algo más, trata de explicar el paso de una sensibilidad artística e histórica a otra, del Renacimiento al Barroco. Seguir este propósito no es nada fácil para el lector neófito e incluso para el algo iniciado en estos pagos; el autor nos lleva por vericuetos que parecen salirse del plan inicial pero que tienen su sentido en su concepción total («holística», dirían otros) de su obra. Por sus páginas vemos desfilar como miembros de una orquesta de la cual el director es Andrés a Homero, Hesíodo,Virgilio, Bocaccio, Pico della Mirandola y muchísimos más artistas, literatos y por supuesto, músicos como el barroco Purcell o como la contemporánea Kaija Saariaho.

   Ramón Andrés utiliza para su apasionante recorrido intelectual el mundo grecolatino como nexo, ese pozo sin fondo de conocimientos , verdadero cordón umbilical de la cultura occidental. Sus citas a los clásicos nos recuerdan a los Ensayos de Michael Montaigne, otro humanista separado por cinco siglos. Esto exige al lector atención, concentración e incluso incursiones  googleanas (si no se tiene una biblioteca bien provista).

   El autor comienza por la protagonista del madrigal, la ninfa, que canta su desamor. Esto le sirve a Andrés, gran estudioso de la mitología, para introducirnos en el mundo de las ninfas, que en griego significa novia o recién casada. Seres primigenios de la mitología clásica que son así descritos:

   «Las ninfas están en el origen, en el oriri que es un aparecer. Son hijas de Zeus y Tetis, la fecunda Titánide. Divinizan el paisaje. Viven en la primera espuma de una fuente, en el destello del surtidor y en reflejo de las aguas cuando la fronda permite asomar unos rayos de sol. Se bañan curso abajo, dejan estelas con su cuerpo (…) Cantan, tocan instrumentos, danzan. No quieren ser vistas y, pese a ello, los ojos de los dioses y los hombres, ocultos y al acecho detrás de unos matojos, las ansían. Son amadas y, sólo a veces, aman. Han dado hijos a los divinos y a los mortales.»

   Por eso su desgarrador canto es acompañado por tres testigos mortales (dos tenores y un bajo) que no pueden dejar de ser conmovidos por ella. Porque, ¡cuidado con las ninfas!, porque pueden raptar nuestro entendimiento, convertirnos en ninfoleptos. Y es que la «ninfolepsia es el delirio de haber visto a las ninfas», y por tanto «el ninfolepto es el raptado por las ninfas, está poseído, está entregado a una dimensión sin tiempo, a un entusiasmo, a una inspiración, a una grandiosa contemplación de las cosas.»

   He aquí el origen de la expresión de «raptado por las musas»   o por las «ninfas» y es para muchos el origen de la genio del artista. Lo cierto es que música es posesión, arrebatamiento de los sentidos, negación transitoria de lo racional y por momentos obsesión. [1]

   Ninfas como Simonetta Vespuci (casada con el primo del geográfico Américo) y que fue el amor perdido y eterno de Botticelli, el cual la incluyó en obras como El nacimiento de Venus. Simonetta es la ninfa prototípica del Renacimiento. Sin embargo, Andrés nos cuenta que esta figura sufrirá una mutación en el cambio del siglo XVI al XVII:

   «la moderación de las ninfas, que en un tiempo era una enseña del Renacimiento, fue nublándose en una imaginería barroca carnal.»

   Los artistas barrocos se lanzaron a una «depredación erótica» de las ninfas. Cosa de difícil encaje en nuestro mundo hiper-políticamente-correcto y en nuestros días del «#meToo». Para Andrés:

   «El pintor, el artista, se tornó sátiro, miraba a escondidas, deseaba, acechaba, fijaba los ojos en lo íntimo del cuerpo femenino. “Lascivius”. Insaciable, tramaba el asalto sexual.»

   Uno de los primeros literatos que «barroquizaron» a las ninfas sería el poeta italiano Ottavio Rinuccini (1562-1621). Éste fue un poeta a caballo entre el Renacimiento y el Barroco, y fue el que escribió la Canzonetta en la cual se basaría Monteverdi para su Lamento. Ramón de Andrés nos retrata el mundo de Rinuccini como el de un poeta introvertido, volcado en los libros, solitario, silencioso, pero pleno de imaginación (otro «ninfolepto»). Leía anotando y escribía leyendo, porque «la escritura era una forma de lectura». Las anotaciones al margen de los libros cobran vida propia y suponen un «pequeño cuaderno dentro del libro, diario de impresiones, dietario de descubrimientos». En este punto, el autor demuestra su erudición al explicar cómo se hacía en aquellos días la tinta, la base material de los sueños. Porque la escritura de Andrés es una escritura total, que todo lo explica, que todo lo sugiere.

   Rinucci participaba de la Camerata fiorentina, ese «think tank»” del primer  Barroco en Italia. Allí nacería la ópera, donde el espacio físico es musicalizado y donde música y espacio van unidos en el libreto del poeta y en el papel pautado del músico.  Rinuccini fue además el libretista de la que se considera la primera ópera, Dafne, y de la cual no se conserva vestigio documental alguno. Esta obra  inspiraría a Monteverdi la creación de su Orfeo, que hoy es la piedra basal sobre la cual se construyó la historia de la ópera. La ópera nace con el Barroco, porque en éste, como decía José Antonio Maravall en La cultura del Barroco: «Para poner en movimiento el ánimo (…) nada comparable en eficacia a entrarle por los ojos». El teatro se musicaliza, la música se teatraliza.

   Esta nueva estética donde prima lo visual y que conocemos como Barroco, no fue algo que nació abruptamente, ni siquiera era novedosa en Italia. Lo barroco no fue un corte en la historia del arte, nació de las entrañas mismas del Renacimiento, nació unido a la tradición grecolatina a la que antes aludimos. Sin embargo, algo nuevo estaba surgiendo en la literatura, el arte  y la música: la expresividad y el dramatismo. E.H. Grombich, en La Historia del Arte, utiliza la fachada de la Iglesia de Il Gesù en Roma (1577) para ejemplificarlo:

   «No hay nada en esta sencilla y majestuosa fachada que sugiera un deliberado desafío de las reglas clásicas (…) Pero el modo de fusionar esos elementos clásicos en un esquema recela que las normas griegas y romanas, e incluso las renacentistas, han experimentado una fundamental alteración.»

   Así del platonismo renacentista, del equilibrio, de la armonía nacería el movimiento, la emoción, y «un espíritu atormentado y existencial, una angustia». El hombre vitruviano de Leonardo ha roto la cuadratura del círculo que lo albergaba armoniosamente. Para Andrés el Barroco bebe a grandes tragos del manantial del Renacimiento, donde nace la modernidad con el antropocentrismo. Así el Barroco es «un arte que musicalmente se ha pensado a sí mismo como ondulación y discurso verbal, puro significado, individualidad, fallida lógica aristotélica, porque nada permanece en reposo. Lo barroco, por esencia, deviene.»

   A toda esa agitación manierista Monteverdi le pondrá música mediante  la forma musical del madrigal, lo que supondría una ruptura con la polifonía y su denso contrapunto. Esto lo logra con tres armas: la melodía o «esa voz interior del compositor», el canto que «da sentido a aquello que la razón niega» y la disonancia que «es un poner en alerta a quien escucha.»

   El efecto producido por la música de Monteverdi en el público de su época fue algo similar a lo que se produjo en el de comienzos del siglo XIX con Beethoven y su Tercera Sinfonía (vean la excelente película de la BBC Eroica) o en el de comienzos del siglo XX con Schoenberg o Stravinsky. Es decir, a todos estos músicos les une lo que el autor conceptúa como la modernidad.

   En el tramo final del libro Ramón Andrés realiza un estudio musicológico de El lamento en el que me pierdo, lo confieso, pero lo hago con gusto (algo tendré también de barroco). Me siento perdido en un laberinto de erudición del cual quiero aprender y encontrar la salida, pero sin prisas, no importándome mucho seguir perdido.

   Así uno llega al final de este libro sintiendo ese lamento de la ninfa, porque el lamento es puro barroco, tal como lo podemos sentir también en la sica para el funeral de la Reina María de Henry Purcell. La ninfa sufre la ausencia del amado en un «recitar cantado», un amado, que por otra parte, según Andrés, no existió jamás porque seguramente lo ha soñado. Hete aquí a nuestro barroco Calderón en el monologo de Segismundo: «que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son». Este es un sueño atemporal , el del amor, que el escritor Álvaro Pombo resume en que:

   «Todo amante desea ser amado por la persona que ama. Pero este deseo es una esperanza y no un derecho. La persona amada no tiene obligación de amarnos.»[2]

   Para terminar podemos decir que todo ese soñar barroco puede resumirse en las palabras finales de El Lamento:

Así en el corazón de los amantes
el amor mezcla el fuego con el hielo.

[1] Sobre la posesión musical ya escribí algo en estas páginas… o pantallas de CARMINA en «Posesión musical o cómo fue invitado a un aquelarre».
[2] Entrevista a Álvaro Pombo en Babelia, 16 de febrero de 2009.

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EL BARROCO EN «CARMINA»

EL LÁTIGO EN LOS LABIOS (UN DIÁLOGO REAL CON VICENTE NÚÑEZ). Texto de Jesús Ferrero y fotografía de Olga Duarte Piña
«CRÓNICA DE PORTUGAL» (DE «COROGRAFÍAS»). Lauro Gandul Verdún
PIER PAOLO PASOLINI (1922-1975): HOMENAJE DE «CARMINA» CON SU POEMA «L’ITALIA/ITALIA» 1954. Traducción de Ricardo Molina (1917-1968) y citas de Oreste Macrí (1954), Juan Carlos Abril (2009) y Gabi Mendoza Ugalde (2013)
COLOQUIOS (99). Gabi Mendoza Ugalde
LA FAMILIA MONROY DE ALCALÁ. Por Javier Jiménez Rodríguez
VISIÓN DE OPORTO (CUADERNO DE CONDEIXA). Lauro Gandul Verdún (2009)

YA SON TREINTA AÑOS. Por Rafael Rodríguez González

 

antoniomairena
Antonio Cruz García, «Antonio Mairena»

 

La idea no es mía. Además, he tenido que discutir tanto y a veces tan agriamente con su autor, que ganas me han dado de mandarlo todo a paseo. Pero, por fin, una tarde de la primavera, quizás muy similar a aquella en que Merceditas cambió de color, mi amigo Ramón Núñez Vaces lo hizo de parecer. Mi persistente esfuerzo no había sido en vano. De manera que quedé encargado de plasmar por escrito la idea que mi segoviano y terco amigo había tenido. En realidad, de hacer lo que pudiera.

            Pero he de aclarar algún extremo más. No es que yo no tema al ridículo, pero mi sentido de la amistad, o del compañerismo, me lo hace despreciar en ocasiones. Y ésta es una de ellas: vale que yo lo haga, pero no consentiré, si de mí depende, que mi amigo el segoviano incurra en él. De modo que puede decirse que escribo el presente texto por solidaridad no exenta de sacrificio.

      Entremos en materia. Ramón quería escribir sobre Antonio Mairena, ahora que en septiembre se cumplirán treinta años de su fallecimiento. ¡En buen lío se iba a meter! ¡Escribir sobre Antonio Mairena! Nada menos. No es que yo pueda hacerlo bien, pero, como ya he dicho, lo que no podía consentir es que alguna o mucha gente se riera de este segoviano metido a exégeta de tan alta figura. Que lo hagan de mí, vale que sea. (Hay que reconocer que lo que escribió sobre Juan Talega no lo hizo mal del todo).

             Pero, ¿qué decir de Antonio Mairena que no se haya dicho ya y que además no falte a la verdad, esa que casi siempre es relativa? ¿Que ha sido el cantaor más completo y enciclopédico de la historia del cante? ¿Que gracias a su empeño y facultades el gran público —no sé si cabe utilizar esa expresión en el mundo del flamenco— pudo conocer formas cantaoras casi perdidas o limitadas a exiguas minorías? ¿Que su aportación a la creación y desarrollo de los festivales fue importantísima? ¿Que gracias a él y a otros pocos el cante gitano pasó a ser mejor considerado en la sociedad? Pues sí, todo eso es cierto, e incluso seguramente más cosas que mi incapacidad me impide reflejar. Bueno, y que cantaba mejor que bien.

            Pero, todo hay que decirlo, ha habido gente que no ha considerado favorablemente esas aportaciones, al menos del todo. Se trata de aficionados que todavía soñaban o sueñan con el cante en las casas de Triana, en las cuevas y en las gañanías, es decir, con la máxima pureza, con lo prístino. Pero el curso de la historia es, para bien y para mal, imparable e irreversible. Y ni el hacer de Antonio Mairena ni el de otros que no eran de su cuerda fue lo que determinó la realidad que acabó imponiéndose a finales de los años sesenta. La mutación en las formas de vida (vivienda, alimentación, oficios, comodidades, el coche en la puerta, la más absoluta comercialización, la televisión, artificiosidad a tope y tantas cosas que impuso la «revolución» tecnológica) es lo que cambió la realidad de las formas y del fondo del flamenco, lo mismo que de todo lo demás. Es verdad que para mal e irremediablemente, pero… Así que menos mal que por lo menos, en aquel tránsito trágico y definitivo, hubo un Antonio Mairena y algunos y algunas más,  últimos representantes de una época que fenecía. Gracias a los prodigios de la técnica podemos gozar de esos prodigios del arte.

            Hay algo que es necesario destacar: que Antonio Mairena fue el mayor aficionado al cante que se haya conocido. Rectifico: los habrá habido iguales, pero no más. Esta última quizás sea una de sus facultades —yo creo que la más esencial— menos conocidas o valoradas. Porque Antonio Cruz García no se levantaba, sino el último, de una reunión flamenca, ni dejaba de escuchar a alguien, ni concedía importancia al tiempo salvo para emplearlo en el flamenco. Se ha dicho que esa dedicación la ejercía para sacar provecho, para aprehender cada matiz, cada tonalidad y faceta. Pues claro, nada más natural, pero demostración irrefutable de su profunda e inagotable afición. Yo creo que era el capitán Nemo del flamenco, sumergido por siempre en el mar del cante y del baile para cumplir su propósito de que en el mundo terrestre ese Arte tuviese el lugar que merecía. Tarea en la que cualquiera hubiera fracasado, no sólo él. Y me remito a lo del curso de la historia. 

 

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 Joaquín el de la Paula

por Juan Valdés

 

            A mí me parece que hacer elogios es innecesario. Hacerlo de tal o cual cantaor correspondía cuando no existían medios de grabación y era la tradición oral la que ignoraba a unos y hacía inmarcesibles a otros. Por ejemplo, ¡cuántas cosas se han dicho de Frasco el Colorao, de Juaniquí, de Cagancho, de Joaquín la Cherna, de Tomás el Nitri, del Fillo, de la Andonda y más! ¿Y de Joaquín el de la Paula? Ese mismo que, por cierto, sigue sin tener una calle en Alcalá, su pueblo (aunque la tuvo en los años setenta). Sí la tiene, y grande, Antonio Mairena, desde poco después de su partida, en merecida gratitud. Tampoco tiene calle con su nombre Manolito el de María. ¡Increíble pero cierto! Pero, ¿qué más da?, el cante y sus hombres y mujeres no están en azulejos y placas, aunque no es de negar que lo merezcan, sino en el corazón de quienes tienen la facultad porque es una facultad, muchas veces dolorosa, que no está concedida a cualquiera de apreciar el arte que de ellos ha brotado.

 

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Manolito el de María

 

            Si los elogios son innecesarios, las comparaciones resultan absurdas. ¿Cómo y a cuento de qué hacerlo entre Antonio Mairena y cualquier otro cantaor que haya logrado celebridad, antes, durante y después de él? ¿Compararemos la aceituna con la pera? ¿El coco con la manzana? ¿El aguacate con la nuez? Claro que no, cada fruto tiene su sabor único, su textura diferenciada. Y cada uno nos aporta una sensación de placer distinta.

            Pero, claro, hay a quien no le gustan las nueces; a otros, las manzanas; existen los que no resisten ni que les mienten las aceitunas. «Hay gente pa tó», decía Rafael el Gallo (yo apostillaría a mi tocayo y hermano en la alopecia: «menos pa lo que tiene que haber»). Yo me cuento entre los que no les gusta todo (tengo un amigo que dice que a mí no me gusta nada, o casi). Sin embargo, o no obstante, jamás dejo de reconocer que tal o cual cantaor canta o cantaba muy bien, aunque a mí «no me ponga».

        Hay de todo, sí. Sé de gente que tiene la más completa colección de discos de flamenco: en ella se contienen todos los cantaores de los más variados estilos e idiosincrasias. Los más alejados de unos como estos de los otros. Es gente a la que le gusta eso: todo de todos. Me alegro por ellos, aunque me resulta difícil creerlo. De hecho, hay actualmente algún cantaor-cantante que tiene tantas facultades que es capaz de cantar por, o imitar a, la mayoría de los más conocidos de la historia. Sí, pero como el muchacho transmite menos que un cable de cartón, ¿de qué vale tanto poderío?

             La obra de Antonio Mairena produjo sus epígonos. Unos más afortunados que otros, como es natural. Al lado de excelentes seguidores hubo y hay imitadores que aunque se llevaran cada día de su vida escuchándole no lograrían otra cosa que aburrir y desesperar al oyente (aunque las tragaéras del gran público resultan increíbles). Lo mismo pasa con la pléyade de imitadores de otro celebérrimo cantaor, aunque en este caso no conozco ningún excelente seguidor, y sí muchísimos de los otros, hasta el punto de que cierto día, en un bar que ya no existe, uno que estaba cantando-imitando a ese celebérrimo de cuyo nombre no me acuerdo ahora, hizo que una lagartija cayera al suelo, muerta, y dos o tres grillos salieran de sus escondites, despavoridos.

 

antoniochaconpojiménez

Antonio Chacón

Por Jiménez

 

              Con todo lo referente a Antonio Cruz García pasa lo que con todo: o se es o no se es, se vale o no se vale. Muchos de ustedes conocerán aquello de Antonio Chacón, cuando alguien le preguntó que por qué siempre se hacía acompañar de cierto individuo que ni hacía palmas, ni decía nunca óle y casi ni hablaba. «Porque sabe escuchar», fue la respuesta del maestro. Lección que deberían aprender muchos, antes que la de escucharse. Pero hay que perder la esperanza en su logro: aquí todo el mundo nace sabiendo.

            Ya no me quedan más recursos para seguir refiriéndome a Antonio Mairena. No sé si lo que digo a continuación es una procacidad, o un reflejo de cierto orgullo, pero el caso es que un día de verano, estando yo, con mis diecinueve años a cuestas, en un bar que visitaba a diario, llegó Manuel García Fernández, «El Poeta de Alcalá», acompañado o acompañando a Antonio Mairena. Manuel, como yo ya surtía en asuntos del cante, me presentó al astro, o al revés, más bien. La mirada  de Antonio, mientras nos dábamos la mano, hizo que me pusiera más encarnado que el tomate más maduro que pueda acabar en un gazpacho.

             Palabras, palabras. Lo que hay que hacer es escuchar. Para los noveles es difícil en este mundo tan trepidante y a la vez tan estancado. Para los ya experimentados también, porque el bote sifónico en que nos vemos sumidos no nos deja «ni atrás ni alante».

             Así que, del amplio conjunto de grabaciones (discográficas y no) que hay recogidas en internet, les propongo dos, aunque podrían ser cincuenta. Para los noveles puede que sean reveladoras; para los experimentados, o que crean serlo, dos ocasiones para romperse la camisa (las hayan escuchado ya o no). Una es de Perrate de Utrera en el primer Gazpacho de Morón (Perrate de Utrera & Diego del Gastor – Soleá – 1963). La otra es de Antonio Mairena (Antonio Mairena – bulerías – 1963), conseguida en el mismo festival. Para qué hablar más. Se podrían decir muchas más palabras, sesudas frases y elementos definitorios. Lo que tiene que hacer el interesado es escuchar. Que no, pues adiós, muy buenas.