Posts from marzo 2014.

«GALIPOLI REDUX». De la serie «RECORTES», Nº 91. Por Pablo Romero Gabella

 

betuneroestambulita2007LGVBetunero estambulita

(Foto: LGV Estambul 2007)

 

«El enemigo se veía llegando a las murallas de Galípoli y estrechaba a los sitiados; y como en las ordinarias escaramuzas se perdía gente de nuestra parte, resolvieron de salir a pelear con todas sus fuerzas y aventurar en un trance de una batalla su vida y libertad: consejo que le deben seguir los que no pueden largo tiempo conservar la guerra. Cuando llegaron noticias del desembarco de las fuerzas del ANZAC, otros comandantes se mantuvieron en sus posiciones y solo Mustafá Kemal Atatürk se atrevió a marchar hacia la costa. Envió a sus tropas por la carretera mientras él marchada con su caballo campo a través. Al llegar a la zona de combates se encontró con soldados otomanos que se retiraban tras ser arrollados por el avance australiano. Les ordenó que le siguieran con estas palabras: “No les pido que ataquen, les pido que mueran. Eso dará tiempo para que otros turcos ocupen nuestro lugar”. Kemal resistió hasta la llegada de su regimiento para hacer retroceder  a las fuerzas del ANZAC hacia el playa. La huida les hizo dejar las armas, con que apretados pudieron defenderse de los nuestros, que esparcidos, cansados y pocos, le seguían.»

[Francisco de Moncada, Expedición de los catalanes y aragoneses contra turcos y griegos, Barcelona, 1987, pág 133 y 135, 1ª edición, 1623 / Juan Carlos Sanz, «Los mitos de Galípoli», El País Semanal, 23 de febrero de 2014]

QUE NO PARE LA REFORMA. Por Joaquín de Grado

 

desdeloaltodelgeorgepompidouParís2010LGVDesde lo alto del Centro Pompidou

(Foto: LGV París 2010)

 

Después de haberlo soltado unos días antes, un señorito de esos tan esaboríos que hay en la UE (Unión de Esaboríos), va el mismo y dice que no, que no ha dicho que haga falta otra reforma laboral, sino profundizar en la actual. Como ven, no sólo es esaborío, sino varias cosas más que no me permito nombrar aquí. Así que no cabe sino esperar a que cualquier día de éstos alguien del Consejo Delegado de los Intereses de los más Poderosos (abreviando: el Gobierno), nos anuncie algunas nuevas medidas. En beneficio, por supuesto, de la recuperación ya en marcha y por tanto de España y todos los españoles. Pues que se cuiden (nos cuidemos) los que transitamos por el patrio solar, ya tan asolado. A cualquier persona normal y con vergüenza le es difícil imaginar qué más pueden hacer para doblegar y hacérselo pasar mal, pero que muy mal, a los españoles dignos de ese nombre, pero todo lo tienen planeado: no pararán hasta que con esto y aquello quede laminada cualquier resistencia, cualquier atisbo de rebeldía. Que todo el mundo vaya con la lengua afuera hacia los poseedores, suplicándoles y renunciando a cualquier derecho. «¡Haced con nosotros lo que queráis!», es lo que quieren oír de nuestros labios.

         Todos los esaboríos de la esaborición globalizada están de acuerdo. Un acuerdo fundido en acero inexpugnable. Los esaboríos de aquí y de allá se restriegan de gusto unos sobre otros. «¡Qué placer no tener nada enfrente, qué delicia montárnosla como nos la montamos!».

        Y así es, por molesto que sea admitirlo: tanta gente montando marea tras marea para llegar a la derrota final.

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PENÉLOPE. Por José Manuel Colubi Falcó

 

OdiseoyPenélope-FrancescoPrimaticcioOdiseo y Penélope

Francesco Primaticcio

1505-1570

 

«Esto es la tela de Penélope», suele decirse cuando se hace algo cuyo fin no se ve nunca. Su origen está en la segunda obra de la historia literaria europea, la Odisea, el poema de Odiseo, de Ulises, cuyas aventuras canta Homero, hasta su llegada a la patria, Ítaca, después de diez años de guerra en Troya y otros tantos de regreso peregrino por el mar. Allí lo recibe su mujer, Penélope, no sin prevención ni recelos, quien lo somete a prueba para asegurarse de que aquel mendigo es realmente su marido, el rey de Ítaca.

         Penélope es, en la Odisea, el símbolo de la fidelidad conyugal y de la astucia femenina, consonante con la sagacidad de su amado y esperado marido, Odiseo, «fecundo en recursos», según traducción del doctor Segalá. Hija de Icario y de la náyade Peribea, Penélope es el premio que recibe Ulises por su triunfo en una carrera sobre los otros pretendientes. Reyes de Ítaca, su vida feliz se ve turbada por el rapto de Helena, que obliga al rey a partir en dirección a Troya junto con los otros príncipes griegos, para vengar la afrenta. Tomada la ciudad después de diez años largos de guerra, todos emprenden el regreso, nóstos, nostálgicos de sus respectivas patrias.

         Mas no todos llegaron en breve. Ulises y sus compañeros navegaron, perdidos, durante mucho tiempo, hasta que el año décimo pisó nuevamente Ítaca nuestro héroe. Durante veinte años, pues, guarda su ausencia la fiel Penélope, en casa, donde al poco de la partida de Odiseo comienzan a asediarla innúmeros pretendientes, los jóvenes de esas tierras, prendados de su hermosura y de sus virtudes, quienes en palacio viven una vida regalada, indiferentes a los reproches de la reina. Ésta, agobiada por sus solicitudes, promete casarse con el que ella elija cuando haya terminado el sudario de su anciano suegro Laertes. Sellado el pacto, la reina teje el sudario de día, mas de noche desteje todo lo que durante el día ha tejido, y así pasan los meses y los años hasta que, desvelado el ardid por una de las criadas, no tiene más remedio que terminarlo. Mas Penélope, consciente de la debilidad de aquellos jóvenes que vivían hundidos en la molicie, para librarse de ellos y seguir esperando a su marido, promete casarse con aquel que logre tensar el arco de Ulises en una prueba común a todos en presencia de los itacenses. Llegado el día y ante los espectadores, como nadie fuera capaz de tensar el arco, un mendigo se presenta, apela a la equidad de los jueces y a la promesa hecha por la reina y, aceptado en el certamen, toma el arco, lo tensa y se manifiesta al pueblo y a la reina como Ulises, el rey, feliz por pisar nuevamente su patria tierra. Alcínoo, rey de los feacios, había hecho posible su regreso.

VICENTE NÚÑEZ, IV: «EL CALABRÉS». Antonio Luis Albás, (2014)

 

   MUCHO después del tiempo de los largos paseos

por la orilla del mar hasta la cruz de El Santo

—época de las viejas melancolías grises,

de listados crespones y errantes tunicelas—,

llegué a ti en una fuerte y enterrada mañana.

La plaza era una joven de cabellos dispersos,

y el folio acribillado de un cartel veraniego

derrumbaba la lona final del «Norman Circus».

A pesar de la lluvia que azotaba las calles,

yo debía encontrarte; y durante los días

de reclusión, de radio y tediosas visitas

mi soledad cantaba como un pájaro herido

que mostrara sus alas enfermas de clausura.

 

   Yo odiaba el sol, la risa y el mar azul e inmóvil,

pues sabía que tú por ahí no vendrías;

y te buscaba sólo por los acantilados,

por las vegas feraces de espesura y de légamo,

por las rocas que horadan las olas, por las playas

más desiertas y extrañas, por San Cristóbal, donde

me estabas aguardando sin aún yo saberlo

en el humilde y bronco «Calabrés» de la dicha.

 

   Comenzaron entonces a arreciar las tormentas,

y en las tardes más crudas yo salía a tu encuentro

y te llevaba tiernas señales escondidas:

ramas que el aguacero hizo caer y cartas

escritas en la vela tenaz de la amargura.

Y llegué a confesarte que adoraba la lluvia

porque tus ojos eran semejantes a ella

y su color ponía entre el vino y el llanto

una muralla verde de inmortal pesadumbre.

 

   Adoré el pueblo roto, como a un viejo guerrero

que agonizara lejos de su patria; tu pueblo

húmedo y triste siempre, de iglesias solitarias,

de sórdidos casinos de gas parpadeante,

de parrizas oscuras, de huertos y atalayas

adonde tú subías y estudiabas a veces.

 

   Adoré la salvaje belleza de la fábrica

tendida sobre un campo de espléndidos cultivos,

y el callejón de tapias combatidas y bajas

que serpea entre fincas y haciendas casi ocultas.

Adoré Monte Mero, que me llevaba a ti

y que yace debajo de los rojos alfares;

y los largos caminos mojados, y los árboles

puros e impetuosos de final de noviembre,

y «El Calabrés» sumido frente al mar, y las teas

que en el copo nocturno sostienen los muchachos…

 

   Y sólo allí mi vida fue sombría y dichosa,

a un tiempo irreductible y pronta a la aventura.

Sólo en «El Calabrés», de nombre amargo y suave,

donde tú me esperabas una vez sin saberlo.

 

[Vicente Núñez, Los días terrestres (1957),

incluido en Poesía (1954-1990).

Edita Excma. Diputación Provincial de Córdoba.

Págs. 54 y 55.

Córdoba 1994]

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VICENTE NÚÑEZ, I: Primera Epístola a los Ipagrenses. Antonio Luis Albás (2014)

VICENTE NÚÑEZ, II: Plaza Octogonal, I y Homenaje a Juan Vicente Gutiérrez de Salamanca y Fernández de Córdoba. Antonio Luis Albás, (2014)

VICENTE NÚÑEZ, III: De la Plaza Octogonal; Piedra y Cielo y Homenaje a Juan Vicente Gutiérrez de Salamanca y Fernández de Córdoba. Antonio Luis Albás, (2014)

¡VETE PA BRUSELAS, ANTONIO! Por María del Águila Barrios

 

susanitayantoñito A. MALLADO 2014Susana Díaz y Antonio G. Limones

(Foto: Alberto Mallado 2014)

 

Porque don Antonio le llamo yo, que soy una súbdita de su régimen, irremediablemente, por tener que soportar esta local democracia totalitaria en la que me ha tocado vivir, que soy una sujeto pasivo de sus injustos e inútiles impuestos (salvo la utilidad que para ellos y sus gastos de representación supone el dinero que me quitan, reglamentos tributarios en mano), que soy una sufridora de las locuras caprichosas y cutres de su mal gusto y el de los suyos y sus lacayos en calles y callejuelas, plazas y plazuelas. Yo le llamo don Antonio, aunque no sin retranca, como ustedes podrán leer…

Antonio, o Antoñito, lo llama Susana porque ella puede, claro, para eso es la más grande de la Juntandalucía, la más representante del partidazo, la única no votada en ninguna elección (¿para qué perder el tiempo con sufragios?), la Susanita de una Triana donde ya no nacen trianeras sino, precisamente, Susanas juntandaluzas (también perdimos Triana, no sólo Alcalá). ¡Antonio, vete pa Bruselas!; Antoñito, tú que sabes el inglés que aprendiste en las universidades de todos los Estados Unidos; tú que en Morón tratabas de tú a you, y de you a tú, a yanquis y no yanquis; tú que hablas extranjero aunque hables el montellanés; tú que cuando hablas el español no se te entiende nada. ¡Ay, que tu sitio es Bruselas! Deja este pueblo ingrato donde todo está muy lejos de ti como Gandul y búscate, siguiendo la conseja de tu compañera, un pisito-ikea que te quede cerca de ese pedazo de Parlamento europeo donde podrás hacer discursos de los tuyos, de esas estulticias que te gusta soltar sobre los más peregrinos asuntos poniendo esa cara de intenso y de punta tus barbitas de noctámbulo flamenquito.

Aunque, don Antonio, en esta tu tierra (que la tienes más quemada que la de las Majadillas en verano) donde ganas un pastizal entre alcaldía, senaduría, jefaturas locales y demás zarandajas de funciones y carguillos, que, además, te suponen tan poco esfuerzo,  tienes un arraigo que debe ser muy duro (¡pobrecito!) que te venga Susanita y te trate como a su ratón. Pero ya ves, el poder es el poder, y el gato es ella (perdón, la gata). Tendrás que pensártelo (o te ha advertido que no hay nada que pensar, ni tiempo para ello). Tendrás que revisar tus cuentas bancarias; tu patrimonio aquí y en Madrid (o donde lo tengas, nacional o internacional); tendrás que hacer de tripas corazón; tendrás que confesarte ante tus propios sicarios; tal vez tendrás que ir al psicólogo o al abogado; pero lo que está claro para muchos es que Susanita será lo que sea pero qué bien nos vendría a los de Alcalá que te fueras pronto y muy lejos y nos dejases tranquilas las palmeras, picudo rojo de Alcalá, don Antonio, Antonio a secas, o Antoñito.

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Si quiere leer más textos de María del Águila Barrios en «CARMINA»,  pinche en su nombre   

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CARMINA PEDAGÓJICA: EL PICUDO ROJO (Rhynchophorus Ferrugineus). Una Plaga Imposible de Frenar. Gabi Mendoza Ugalde, (2014)

11M + 10. Por Pablo Romero Gabella

 

2 brocante de Montmatre 06(Foto: LGV París 2006)

 

A mis alumnos de 4ºB del IES Generalife (Granada),

 curso 2003/2004

 

El profesor llegó con todos los periódicos del 11 de marzo. Propuso a sus alumnos que hicieran lo imposible en aquellos días para muchos: intentar ser objetivos. Que pensaran en realizar una redacción histórica como si ya hubieran pasado diez años del atentado. Deberían entregarlo el lunes 15 de marzo, al día siguiente de las elecciones. Todos lo hicieron, 30 en total.

Los diez años han llegado y el profesor me ha enseñado los folios manuscritos, los guarda como un tesoro. Hoy estos alumnos tendrán entre 25 y 26 años.

Leo lo escrito por una alumna, en su composición titulada «Décimo aniversario del 11M», y fechado un  «Miércoles, 11 de marzo de 2014»:

«Hoy, diez años después, a las doce del mediodía,  se realizará un paro para guardar cinco minutos de silencio por las víctimas de los atentados, y al igual que todos los años, a las siete de la tarde habrá una manifestación en la que se volverá a pedir una solución: el fin del terrorismo, que hace 10 años veíamos tan lejos y está más cerca».

Otra alumna terminaba así:

«A partir de este día se empieza a escribir la historia de España con otra concepción, ya que esto marcó profundamente a los españoles».

VICENTE NÚÑEZ, III: De la Plaza Octogonal; Piedra y Cielo y Homenaje a Juan Vicente Gutiérrez de Salamanca y Fernández de Córdoba. Antonio Luis Albás, (2014)

V.N.III from revistacarmina on Vimeo.

   «Yo le llamo la ventana pero, claro, ten en cuenta que el cielo de la plaza, o la plaza misma, tiene dos cielos: el que está por encima del octógono y ese otro que se ve, que yo llamo la ventana desde el arco largo, que baja. Son dos cielos con dos tonalidades distintas: una en azules, el cielo propiamente dicho, el cielo de la plaza, el cielo plano, el cielo techo; y luego ya lo que se ve a través del arco, ese pedazo curvo de cielo no recortado en ochavas, ese pedazo en medio punto ya es incandescente, la bóveda queda azul como si fuera la magna lente de un observatorio astronómico, que es posible que tenga ese sentido.

»El constructor de esa plaza es posible que tuviera algún sentido esotérico, de una observación estelar porque, ten en cuenta que por el cielo de la plaza —yo lo he visto en múltiples veranos— pasan cosas, objetos incandescentes, nubes con formas extrañas de animales prediluvianos, segmentos de peces rotos, nudos y huesos pasan, pasan, siguen… Grandes melones de luz en agosto con bombardeos de meteoritos, que no lo parecen.

»Es un gran observatorio, es una gran lente. Es un espacio acotado: el espacio no es más espacio hasta tanto no está perfectamente acotado.

»El cielo a campo abierto no es tan cielo como el cielo acotado de la plaza.»

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IPAGRO EN «CARMINA»

ИМПЕРИЯ (*). De la serie «RECORTES», Nº 90. Por Pablo Romero Gabella

 

moscu-13-1997-lgvCatedral de San Basilio

(Foto: LGV Moscú 1997)

 

«El Consejo de la Federación o Senado se reunió urgentemente para votar la autorización de emplear las Fuerzas Armadas en un país extranjero, como lo exige la ley fundamental de Rusia. La presidenta de la Cámara Alta, Valentina Matviyenko, abrió la sesión extraordinaria alrededor de las 18:30 hora de Moscú y dio la palabra al representante del Presidente, Grigori Karasin, quien procedió a leer desde la tribuna la petición oficial presentada por el Jefe del Estado: “En vista de la situación extraordinaria creada en Ucrania y de la amenaza a la vida de ciudadanos de la Federación Rusa, de nuestros compatriotas de los efectivos del contingente militar de las Fuerzas Armadas emplazadas en territorio de Ucrania (República Autónoma de Crimea), en concordancia con el punto g (**) de la primera parte del artículo 102 de la Constitución presento ante el Consejo de la Federación la petición de utilizar las Fuerzas Armadas de la Federación Rusa en territorio de Ucrania hasta la normalización de la situación sociopolítica en ese país. Se pone en pie ante el enemigo Rusia, llamada a la batalla, se pone en pie para la gran empresa guerrera con el hierro en la mano y la cruz en el corazón… El Señor ve que no levantamos las armas movidos por un belicoso propósito o por el deseo de alcanzar la gloria perecedera de este mundo, sino que luchamos por una causa justa, en defensa de la dignidad y la seguridad de nuestro imperio, colocado bajo el amparo de Dios…»

[Rodrigo Fernández/Pilar Bonet, «El Senado ruso aprueba por unanimidad el uso del Ejército en Ucrania», El País, 2 de marzo de 2014/Alexandr Solzhenitsin, Agosto 1914, Barcelona, 1974, pág. 17, traducción de José Laín Entralgo y Luis Abollado Vargas, 1ª edición en ruso, París, 1971]. 

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(*) Imperio en ruso.

(**) Las negritas son mías.

A UN RÍO LE LLAMABAN CARLOS. Poema de Dámaso Alonso (1898-1990) con una pintura de Carmen Palop de la serie «Con los ojos cerrados» (2012)

 

carmenpalop20142[Técnica mixta sobre papel]

 

 

(Charles River, Cambridge, Massachusetts)

 

    Yo me senté en la orilla:

quería preguntarte, preguntarme tu secreto;

convencerme de que los ríos resbalan hacia un

anhelo y viven;

y que cada uno nace y muere distinto (lo mismo

que a ti te llaman Carlos).

Quería preguntarte, mi alma quería preguntarte

por qué anhelas, hacia qué resbalas, para qué vives.

Dímelo, río,

y dime, di, por qué te llaman Carlos.

 

   Ah, loco, yo, loco, quería saber qué eras, quién eras

(género, especie)

y qué eran, qué significaban “fluir”, “fluido”,

         “fluente”;

qué instante era tu instante;

cuál de tus mil reflejos, tu reflejo absoluto;

yo quería indagar el último recinto de tu vida:

tu unicidad, esa alma de agua única,

por la que te conocen por Carlos.

 

   Carlos es una tristeza, muy mansa y gris, que fluye

entre edificios nobles, a Minerva sagrados,

y entre hangares que anuncios y consignas coronan.

Y el río fluye y fluye, indiferente.

A veces, suburbana, verde, una sonrisilla

de hierba se distiende, pegada a la ribera.

Yo me he sentado allí, sobre la hierba quemada del

         invierno, para pensar por qué los ríos

siempre anhelan futuro, como tú lento y gris.

Y para preguntarte por qué te llaman Carlos.

 

   Y tú fluías, fluías, sin cesar, indiferente,

y no escuchabas a tu amante extático,

que te miraba preguntándote,

como miramos a nuestra primera enamorada para

         saber si le fluye un alma por los ojos,

y si en su sima el mundo será todo luz blanca,

o si acaso su sonreír es sólo eso: una boca amarga

         que besa.

Así te preguntaba: como le preguntamos a Dios en

         la sombra de los quince años,

entre fiebres oscuras y los días —qué verano— tan

         lentos.

Yo quería que me revelaras el secreto de la vida

y de tu vida, y por qué te llamaban Carlos.

 

   Yo no sé por qué me he puesto tan triste, con-

         templando

el fluir de este río.

Un río es agua, lágrimas: mas no sé quién las llora.

El río Carlos es una tristeza gris, mas no sé quién

         la llora.

Pero sé que la tristeza es gris y fluye.

Porque sólo fluye en el mundo la tristeza.

Todo lo que fluye es lágrimas.

Todo lo que fluye es tristeza, y no sabemos de dón-

         de viene la tristeza.

Como yo no sé quién te llora, río Carlos,

como yo no sé por qué eres una tristeza

ni por qué te llaman Carlos.

 

   Era bien de mañana cuando yo me he sentado a

         contemplar el misterio fluyente de este río,

y he pasado muchas horas preguntándome, pregun-

         tándote.

Preguntando a este río, gris lo mismo que un dios;

preguntándome, como se le pregunta a un dios triste:

¿qué buscan los ríos?, ¿qué es un río?

Dime, dime qué eres, qué buscas,

río, y por qué te llaman Carlos.

 

   Y ahora me fluye dentro una tristeza,

un río de tristeza gris,

con lentos puentes grises, como estructuras fune-

         rales grises.

Tengo frío en el alma y en los pies.

Y el sol se pone.

Ha debido pasar mucho tiempo.

Ha debido pasar el tiempo lento, lento, minutos,

         siglos, eras.

Ha debido pasar toda la pena del mundo, como un

         tiempo lentísimo.

Han debido pasar todas las lágrimas del mundo,

como un río indiferente.

Ha debido pasar mucho tiempo, amigos míos, mu-

         cho tiempo

desde que yo me senté aquí en la orilla, a orillas

de esta tristeza, de este

río al que le llamaban Dámaso, digo, Carlos.

 

 

Dunster House, febrero de 1954

[De Hombre y Dios (1955)

Dámaso Alonso (1898-1990)

Ed. Espasa-Calpe, S.A. Madrid, 1959.

Págs. 150 á 153]

VICENTE NÚÑEZ, II: Plaza Octogonal, I y Homenaje a Juan Vicente Gutiérrez de Salamanca y Fernández de Córdoba. Antonio Luis Albás, (2014)

V.N.II from revistacarmina on Vimeo.

 

                             I

 

A Carmen Romero

       NO definen sus formaciones

   sotabancos ni pináculos;

   no abarcan en la cal lo estricto.

   Se deliberan en sí mismos

   como inducidos por las tejas:

   última escoda antes de un cielo

   que los conmina a ser más ágiles.

   Surgen ya recurridos; burlan,

   en el carril del friso, un ralo

   jaramago que no se atiene

   al disoluto canon jónico.

   Manchas enfoscan mapas húmedos;

   arqueología y aporía

   en el mental plano de arranque.

   El recorrido se convierte

   ahora en recta y gruesa faja,

   por donde asoman como hebras

   de leve gasa las cornisas:

   ramal que los dispersa y hunde

   hasta los dovelajes bajos.

   ¿Enuncian un patrón, se rinden

   al propio desarrollo entero?

   ¿Saltan a otro despliegue, logran

   cualquier formulación de esquema

   y se entreabren, pugnan, muerden

   el escuadrón de las barandas?

   Ya sólo apuntan a un exceso,

   a una febril idea métrica.

   Ya sólo tienen una insólita

   meta radial: equivocarse.

 

[Vicente Núñez, Poesía (1954-1990).

Edita Excma. Diputación Provincial de Córdoba.

Pág. 244.

Córdoba 1994]