A UN RÍO LE LLAMABAN CARLOS. Poema de Dámaso Alonso (1898-1990) con una pintura de Carmen Palop de la serie «Con los ojos cerrados» (2012)

 

carmenpalop20142[Técnica mixta sobre papel]

 

 

(Charles River, Cambridge, Massachusetts)

 

    Yo me senté en la orilla:

quería preguntarte, preguntarme tu secreto;

convencerme de que los ríos resbalan hacia un

anhelo y viven;

y que cada uno nace y muere distinto (lo mismo

que a ti te llaman Carlos).

Quería preguntarte, mi alma quería preguntarte

por qué anhelas, hacia qué resbalas, para qué vives.

Dímelo, río,

y dime, di, por qué te llaman Carlos.

 

   Ah, loco, yo, loco, quería saber qué eras, quién eras

(género, especie)

y qué eran, qué significaban “fluir”, “fluido”,

         “fluente”;

qué instante era tu instante;

cuál de tus mil reflejos, tu reflejo absoluto;

yo quería indagar el último recinto de tu vida:

tu unicidad, esa alma de agua única,

por la que te conocen por Carlos.

 

   Carlos es una tristeza, muy mansa y gris, que fluye

entre edificios nobles, a Minerva sagrados,

y entre hangares que anuncios y consignas coronan.

Y el río fluye y fluye, indiferente.

A veces, suburbana, verde, una sonrisilla

de hierba se distiende, pegada a la ribera.

Yo me he sentado allí, sobre la hierba quemada del

         invierno, para pensar por qué los ríos

siempre anhelan futuro, como tú lento y gris.

Y para preguntarte por qué te llaman Carlos.

 

   Y tú fluías, fluías, sin cesar, indiferente,

y no escuchabas a tu amante extático,

que te miraba preguntándote,

como miramos a nuestra primera enamorada para

         saber si le fluye un alma por los ojos,

y si en su sima el mundo será todo luz blanca,

o si acaso su sonreír es sólo eso: una boca amarga

         que besa.

Así te preguntaba: como le preguntamos a Dios en

         la sombra de los quince años,

entre fiebres oscuras y los días —qué verano— tan

         lentos.

Yo quería que me revelaras el secreto de la vida

y de tu vida, y por qué te llamaban Carlos.

 

   Yo no sé por qué me he puesto tan triste, con-

         templando

el fluir de este río.

Un río es agua, lágrimas: mas no sé quién las llora.

El río Carlos es una tristeza gris, mas no sé quién

         la llora.

Pero sé que la tristeza es gris y fluye.

Porque sólo fluye en el mundo la tristeza.

Todo lo que fluye es lágrimas.

Todo lo que fluye es tristeza, y no sabemos de dón-

         de viene la tristeza.

Como yo no sé quién te llora, río Carlos,

como yo no sé por qué eres una tristeza

ni por qué te llaman Carlos.

 

   Era bien de mañana cuando yo me he sentado a

         contemplar el misterio fluyente de este río,

y he pasado muchas horas preguntándome, pregun-

         tándote.

Preguntando a este río, gris lo mismo que un dios;

preguntándome, como se le pregunta a un dios triste:

¿qué buscan los ríos?, ¿qué es un río?

Dime, dime qué eres, qué buscas,

río, y por qué te llaman Carlos.

 

   Y ahora me fluye dentro una tristeza,

un río de tristeza gris,

con lentos puentes grises, como estructuras fune-

         rales grises.

Tengo frío en el alma y en los pies.

Y el sol se pone.

Ha debido pasar mucho tiempo.

Ha debido pasar el tiempo lento, lento, minutos,

         siglos, eras.

Ha debido pasar toda la pena del mundo, como un

         tiempo lentísimo.

Han debido pasar todas las lágrimas del mundo,

como un río indiferente.

Ha debido pasar mucho tiempo, amigos míos, mu-

         cho tiempo

desde que yo me senté aquí en la orilla, a orillas

de esta tristeza, de este

río al que le llamaban Dámaso, digo, Carlos.

 

 

Dunster House, febrero de 1954

[De Hombre y Dios (1955)

Dámaso Alonso (1898-1990)

Ed. Espasa-Calpe, S.A. Madrid, 1959.

Págs. 150 á 153]

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