Posts from enero 2014.

LA FLOR DEL «MEU SECRET». De la serie «RECORTES», Nº 81. Por Pablo Romero Gabella

 

Picaflor-París 2010 LGVEl Picaflor

(Foto: LGV París 2010)

 

«¿Hay alguna posibilidad, por pequeña que sea, de salvar lo nuestro? Lo hemos sido cuando hemos podido, queremos serlo ahora y podemos ser en el futuro.»

[Diálogo de la película de Pedro Almodóvar, La flor de mi secreto (1995)/Mensaje de Año Nuevo del Presidente de la Generalitat catalana, Artur Mas, de 30 de diciembre de 2013]

¿ESPAÑA CONTRA CATALUÑA?: EL MAL USO PÚBLICO DE LA HISTORIA. Por Pablo Romero Gabella

http://www.youtube.com/watch?v=1dIznsAdTOE#t=251

Destino

Salvador Dalí

1904-1989

 

Expongamos los hechos. Entre el 12 y el 14 de diciembre pasados se ha celebrado en Barcelona un simposio histórico con el título «España contra Cataluña: una  mirada histórica (1714-2014)». Su organización se debe al Centro de Historia Contemporánea de Cataluña, organismo público de la Generalitat (que depende del Departamento de la Presidencia) y a la Sociedad Catalana de Estudios Históricos, filial del Instituto de Estudios Catalanes, institución académica privada que funciona, desde 1980, gracias a las aportaciones del propio Presupuesto de la Generalitat. En el folleto informativo los organizadores explican que el objetivo de este encuentro científico de historiadores es estudiar de forma transversal la «acción política, siempre de carácter represivo, del Estado español con respecto a Cataluña» y más específicamente «las condiciones de opresión nacional que ha padecido el pueblo catalán a lo largo de estos siglos, lo cual no ha impedido el pleno desenvolvimiento político, social, cultural y económico». Las veintidós conferencias anunciadas se organizan en cuatro bloques: la represión institucional, la represión económica y social, la represión cultural y lingüística y el exilio.De los veintidós conferenciantes, la mitad provienen de la Universidad Autónoma de Barcelona, tres de la de Gerona, dos de la Pompeu Fabra, uno de la de las Islas Baleares y uno de la de Valencia. A estos se le unen tres integrantes de las instituciones organizadoras. A resultas: todos los integrantes son catalanes o de su área de influencia cultural (Baleares y Valencia).

Estos son los hechos, pasemos a analizarlos desde nuestro particular punto de vista. En el ámbito de los estudios históricos el debate (o si queremos decirlo de manera más directa: la provocación) es el motor del conocimiento histórico. Y el título, no me lo negaran, es provocador. Un ejemplo de provocación en el mundo académico de la historia reciente que se me viene a la memoria es la última biografía de Hernán Cortés del hispanista Christian Duverger, en la cual afirma que fue éste y no el anónimo soldado Díaz del Castillo el autor de la afamada crónica sobre la conquista de México. Sobra decir que su publicación ha generado un intenso debate historiográfico. Sin embargo,  la provocación de este simposio en Barcelona tiene un sentido que no es del todo historiográfico y que concierne a lo que el pensador alemán Jünger Habermas ha llamado uso público de la historia, o lo que es lo mismo, una utilización de la historia que supera el ámbito de la objetividad y que pasa a un uso interesado o directamente a una manipulación. Este concepto proviene curiosamente de otra provocación histórica: la «Historikerstreit»querella de los historiadores alemanes de 1986 en torno a la interpretación del nazismo.  Y es que hay que admitir algo obvio  pero que a veces se olvida: los historiadores no viven en un limbo aséptico, ahistórico y apolítico. Al contrario, los historiadores viven en una época y sociedad determinadas, con su particulares problemáticas políticas, sociales, económicas y culturales. Pongamos un ejemplo, el de Lorenzo Valla, historiador del siglo XV que es considerado como uno de los padres de la historia como práctica científica. A él se debe su célebre obra Declamatio donde, utilizando las herramientas de la crítica histórica y filológica, demostraba la falsedad de un pretendido documento histórico (la «Donación de Constantino») que legitimaba el poder del Papa sobre los Estados Pontificios. Pero lo que también hay que conocer es que era una obra de encargo del rey de Nápoles Alfonso V, enemigo del Papa por el control de Italia. Esto nos lleva a pensar a que nadie está libre de pecado en esto de la historia. Por tanto, nos podemos preguntar ¿está condenado el trabajo del historiador a servir al poder? Podríamos decir que en sociedades como las del Renacimiento sí, pero como hemos dicho antes, el historiador vive en una época determinada, y la nuestra es bien diferente, ya que vivimos en el siglo XXI y en un régimen democrático. Una cosa es que el historiador no vive en una urna de cristal apartado de la realidad y cosa bien distinta es que viva en la urna que le es creada por el poder. Y en el caso del simposio al cual nos referimos parece el segundo caso.

Volvamos a los hechos. El simposio al que nos referimos es organizado por y para un poder, en este caso la Generalitat y está conformado en su totalidad por historiadores de su ámbito sin que haya, al parecer, representantes que rebatan lo ya establecido. Es decir, epistemológicamente el hecho histórico parece ya establecido; esto es: la existencia de una represión de «España» sobre «Cataluña». No hay debate, solo aceptación. Ni siquiera se ha puesto interrogante al problema a estudiar, sólo se afirma. Y así vemos que el leiv motiv del congreso es el más puro victimismo. Si no, veamos los títulos de algunas ponencias: «La apoteosis del expolio: siglo XXI», «Destruir la lengua, destruir la nación», «La falsificación de la historia» (¡!), «La larga represión de los medios de comunicación»… La cosa está clara: establecer un continuo entre la política centralista de Felipe V a principios del XVIII con la actualidad. Y prueba de ello son ponencias, nada inocentes tales como «la españolización del mundo educativo» o «la humillación como un desencadenante de la eclosión independentista». Las referencias a la Ley Wert o al proceso soberanista iniciado por CiU-ERC son evidentes.

Hagamos ahora una comparación con otro congreso histórico que conozco de primera mano ya que participé en él. Me refiero a las X Jornadas Nacionales de Historia Militar centradas en la Guerra de Sucesión, celebradas entre el 13 y el 17 de diciembre de 2000. Dichas jornadas las organizaba la Cátedra «General Castaños», dependiente de la Región Militar Sur. Visto su organizador (el Ejército) podríamos pensar que dominarían las ponencias realizadas por militares.  Analicemos esto. Del total de sesenta y una ponencias y comunicaciones las realizadas por militares suponen el 16% frente al 41% debidas a autores que no proceden directamente ni del ámbito militar o universitario (profesores de Secundaria, archiveros, historiadores vocacionales o profesores-escritores como el caso del conocido doctor José Calvo Poyato). En cuanto al ámbito universitario, el 15% proceden de la Universidad de Sevilla (sobre todo en temática americana, uno de los puntos fuertes de la Hispalense), el 18% de universidades no andaluzas (Complutense de Madrid, Navarra, Zaragoza, UNED, Islas Baleares y una aportación de la lejana Universidad de Letonia) y el 10% del resto de universidades andaluzas (Almería, Córdoba, Málaga). Es significativo el trabajo presentado por la teniente Carmen Rosario Peso sobre la represión borbónica sobre las instituciones culturales catalanas. En su conclusión la militar afirma: «todas estas medidas calaron muy hondo en la mayoría del pueblo catalán e hicieron que los catalanes se mostrasen posteriormente reacios al linaje borbónico» debido a que provocaron «una regresión en la vida cultural catalana» y con ello la identificación de todo lo borbónico con imposición y represión (pág. 1046). Doy fe de que el debate estuvo abierto.

        Concluyamos. El simposio que se ha celebrado en Barcelona dista mucho de un debate verdaderamente historiográfico. Excepto en la conferencia inicial del historiador marxista Josep Fontana (titulado «España y Cataluña, trescientos años de conflicto político») el resto de las aportaciones, como las ya  mencionadas, basculan a un descarado presentismo, que incluso llega a esbozar futuros simposios, como es el caso de la ponencia (curiosamente de un Catedrático de Historia Medieval) titulada «España contra el País Valenciano». Un testigo que, según qué mentes, podría continuar con otros tales como «España contra Andalucía» o si nos ponemos hiperbólicos «España contra Alcalá». Una senda muy en la línea del actual presidente de la Generalitat, Artur Mas, con sus particulares comparaciones históricas con Martin Luther King o Gandhi…o, quién sabe, con Madiba Mandela. Porque al parecer todo vale con tal de provocar.

COLOQUIOS (245). Gabi Mendoza Ugalde

 

xopi2009

La mujer del diablo

Pintura de Xopi

2009

 

—Se dedica a desbaratar matrimonios.

—Conquistó la frivolidad necesaria gracias a su sueldo de concejal.

—¿Y para qué los desbarata?

—Es lo que le gusta hacer con todo: su inercia es imparable.

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CONCEJALES EN «CARMINA»:

COLOQUIOS (232). Gabi Mendoza Ugalde

CARTA A LADY LAURA. Por María del Águila Barrios

LOS GENES VISIONARIOS. De la serie «RECORTES», Nº 77. Por Pablo Romero Gabella (con pintura de Rafael Luna)

¿CIUDAD AMABLE? Por María del Águila Barrios (con fotografía de Manuel Verpi 2013)

AL PUEBLO NO LO ENGAÑA «EL LIMONATO». Por María del Águila Barrios

COLOQUIOS (191): «TRILOGÍA DE PRESENTADORES». Gabi Mendoza Ugalde

EL MAKRO-ALCALDE. Por María del Águila Barrios

COLOQUIOS (244). Gabi Mendoza Ugalde

 

—Ciertamente una situación difícil no es más fácil si una se da a la fuga.

—Tampoco es más fácil si una enfrenta los colmillos del lobo.

—Es preferible acabar en el estómago de la bestia, que andar escondida de su furia.

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ARTE EN ANIMACIÓN: Muse – The 2nd Law: Isolated System. Antonio Luis Albás, (2013)

LA CARRERA. Por Rafael Rodríguez González

festejos

Al maestro José Miguel Varela,

 que alumbra en silencio la pintura de los dioses

 

Un ciudadano de cuyo nombre no quiero acordarme me dio el pasado septiembre una fotocopia de la revista de Feria de 1932. Y, al ver en sus páginas el programa de festejos, recordé de inmediato el relato que me hizo, hace un buen montón de años, Eulogio Torres, un hombre mayor, brioso y agudo. Si sería fuerte mi interés por lo que contaba Eulogio que después, cuando llegaba a mi casa, incluso escribía algunas notas, con tal de que lo que me decía aquel viejo simpatiquísimo y oferente de dichos, ocurrencias e historias verídicas, no corriera el riesgo de perderse. Lo que pasa es que cualquiera sabe adónde habrán ido a parar esos apuntes, porque nunca he sido buen conservador de papeles y otros objetos. Mas, por fortuna, mi memoria, tal que planta de interior, sólo necesita un jarrito de agua para que se refresque y ponga a tono. ¿De agua?, podría decir algún ingenioso.

         Pero pasemos con rapidez y diligencia a la historia que me trasladó Eulogio Torres. No sea que me pase como con alguna otra, es decir, que agote el espacio sin poder terminarla. Por cierto que yo creía que Eulogio procedía del gallego, dada su primera sílaba: eu es yo en el idioma de Castelao y de Rosalía de Castro. Pero en realidad procede del griego eu-logos, que significa «el que habla bien». Las cosas de las que se entera uno por internet. El caso es que a nuestro Eulogio le venía muy bien el nombre en su sentido originario, griego.

         Como no faltará algún lector que enseguida piense que la historia me la invento (siempre hay suelto por ahí algún incrédulo), aporto prueba documental: ahí tienen reproducida la página de la citada revista con una parte del Programa de Festejos.

         En efecto, el segundo día de Feria, 20 de agosto, a las seis de la tarde, estaba programada una carrera sobre asnos. El ganador sería el último en llegar a la meta. A estas alturas es imposible saber quién fue el autor de tan original idea. Lo que es evidente es que la ocurrencia siempre ha sido digna de ser acogida, y con los mayores honores, como categoría o disciplina especial, de seguro relieve mediático y seguimiento universal, en los Juegos Olímpicos, tengan lugar donde quiera que sea: en Tokio, en Otawa, en Melbourne, en Londres y no digamos en Madrid, donde, como todo el mundo sabe, son tan importantes los burros, y las burras mucho más.

         No carece la cosa de un cierto vaho bíblico, por aquello de «los últimos serán los primeros».

       Los concursantes inscritos el último día del plazo de admisión eran cinco. El más viejo era Manuel, el Zagalón, arriero de profesión, de poco más de metro y medio y los kilos justos para esa altura. De ser de caballos la carrera, el Zagalón habría sido el jockey ideal. Era este Manuel de escasas luces y muy pendenciero cuando bebía, lo que sucedía casi a diario. Sólo se retiraba a su casa, y además contento, después de recibido algún tortazo. Como él ha habido más en Alcalá. Uno de esos regresó una vez a su dudoso hogar con la huella de mi mano en la cara.

         Los otros cuatro eran más o menos jóvenes, todos enjutos y, salvo uno, de estatura media-baja, a los que conoceremos por sus apodos: el Niño, el Flequillo, el Pocero y el Alicate. El primero, porque nació después de ser precedido por cinco hermanas. El segundo, porque, seguramente por motivos de protección contra parásitos, siempre iba pelado al cero. Este era cabrero.

         Al Pocero se le conocía así desde siempre, porque de niño se cayó a un pozo (cuando lo estaban haciendo). El Pocero era el que superaba con creces la estatura media: no es que padeciera gigantismo, pero sus más de 1,90 sí que los tenía. Medida muy desmedida para la época. Su primer apellido era Espinar. Yo llegué a conocerlo, ya viejo y encorvado, vendiendo mantillo por las casas. Tan fértil materia la llevaba a lomos de un borriquillo. Este hombre era todo amabilidad y educación —nada de peloteo ni servilismo—, como suele suceder por lo general con los hombres de elevada estatura. Por lo general, recalco, porque hay cada uno…

         El Alicate tenía tanta fuerza en las manos que el apodo le venía como dedil al dedo,  o como las gafas al miope. O como el cuchillo de ancha hoja al carnicero.

         Todos los concursantes se dedicaron los días anteriores a seleccionar el burro más idóneo para cumplir la hazaña. Bueno, todos no, porque el Zagalón no tuvo que rebuscar mucho: su burro más viejo, ya retirado del trabajo, enflaquecido y trastabillante, de nombre Periquito, sería el que montara en la carrera. «¿Cómo no va a ser el último, si el pobrecito mío no puede ni con el rabo?», pensaba el Zagalón, que en el fondo era un sentimental.

         Al Niño, que era peón de la construcción, le prestó su peor borrico un arriero al que apodaban, sin disgusto alguno por su parte, el Penco. El Penco le decía Luis al burro, que en realidad era el nombre suyo propio, digo del arriero. Tal vez fuera un caso de trastorno bipolar, o de desdoblamiento de la personalidad. O una forma de completarse, o de rara autoafirmación. O de empatía sincrética. 

         El Alicate, que era un elemento de cuidado, carecía de amistades y recursos, así que no se anduvo por las ramas y robó en Mairena el primer rucho que se puso a tiro. Como es natural, el Alicate quería un burro enclenque, pero este era todo lo contrario: un garañón capaz de fecundar a todas las hembras que le pusieran por delante, entre otras potencialidades. «Ya me daré yo trazas de gobernar esta fiera», decía para sí el cuatrero. Sin embargo, ya en plena carrera, y para su satisfacción, se daría cuenta de que borrico tan fuerte era más perezoso que algunos que todos conocemos.

         Dos días faltaban para el acontecimiento y no fue sino el penúltimo cuando el Pocero y el Flequillo se hicieron con sus respectivos jumentos. Al Flequillo se lo prestó un propietario de tierras, agradecido porque el cabrero nunca invadía sus sembrados. Y al Pocero un gitano llamado Manuel García, de profesión tratante de caballerías, que además se dedicaba a la peluquería (de las bestias de labor) cuando hacía falta (a las bestias y a él). También vendía encajes, y pañuelos de raya en raya. Manuel García le dijo al Pocero que si ganaba el premio tendrían que partirlo a medias. Era broma, pero el Pocero le prometió que así sería.

         Y llegó el día y la hora de la justa. El torneo daría comienzo al principio de la en esos momentos titulada calle Libertad (la calle La Mina de siempre), y finalizaría donde se funden la Plaza de Cervantes y La Plazuela (entonces Plaza de la República). En la meta se encontraban desde una hora antes los jueces, que eran tres, todos ellos concejales, aunque no del mismo partido: José Salazar, Juan Clemente y Ángel Jiménez. Ninguno recibía retribución económica por el desempeño de tan festiva función. Ni por ninguna otra en tanto que miembros de la corporación municipal. Exóticos que eran.

         Los jinetes vestían todos igual: camisa, pantalón y faja. Y vara. En la cabeza, sólo las ganas de ganar. Nada de gorras ni boinas. Los asnos, desnudos, como los parieron sus burras madres. Hasta sin ronzal iban. De modo que los cinco concursantes montaban a pelo, que es como mejor se va en burro. Yo lo puedo asegurar. Los pelos del asno son como un colchón de plumas (caliente, eso sí) sobre el que te desplazas tal que fueses en barca por un río sereno; pero mejor aún, porque desde la altura del lomo cabalgado, elevación que la observación de las orejas del burro hace más pronunciada, podrías considerarte un vencedor que regresa a la metrópoli, o un enamorado que impresionará sin duda a su diosa carnal, o, más sencillamente, un hombre feliz. Sólo durante el trayecto, claro.

         Una vez correctamente alineadas las monturas, un guardia municipal efectúo un disparo al aire. Y a su aire, porque la bala dio contra una teja de la casa de enfrente, que cayó al suelo sin herir a nadie.

         Y eso que la calle se encontraba repleta. Niños, mayores, jóvenes y mujeres de todas las edades integraban un público expectante y deseoso. Todos los burros cabecearon y movieron el rabo al oír el tiro, pero como los jinetes se quedaron como estatuas, ninguno dio un paso. El guardia disparó otra vez, e inmediatamente hizo un gesto con los brazos, como diciendo: «¿Pero aquí qué pasa?». Los participantes en la competencia no tuvieron más remedio que iniciar la marcha.

         Cuando llegaron a la altura del Gutiérrez de Alba todavía iban todos al hilo, centímetros arriba centímetros abajo. Los cabalgadores, todos con la vara ajustada en la faja, bien que se cuidaban de que sus jamelgos no apretaran el paso. Pero mucha gente del público, aun sabiendo la regla principal del concurso, o precisamente por eso, empezó a gritar: «¡Venga ya, a ver si nos va a coger la noche!» «¡Echarse los burros a la espalda, que no llegáis!» «¡Ponerles una burra delante, ya veréis como corren!». Esas y otras lindezas que no caben aquí (ni por espacio ni por decencia) decía la gente. Pero como era tanto el jaleo que se formó, y que iba en aumento segundo tras segundo, algunos de los burros se asustaron (se asombraron, debe decirse en terminología acemilera), con el resultado de aligerar el paso. Ah, se me olvidaba que a los concursantes les estaba prohibido decir ¡Sooo!

         El del Zagalón, pese a su fatal decaimiento, fue el que más se apresuró. Por mucho que el jinete se esforzaba en menguar su arranque, a Periquito no había manera de pararlo. Periquito iba en cabeza al pasar por la Plaza de Abastos, a buena distancia de los demás, pero en ese momento el Zagalón sintió desplomarse al burro bajo su cenceño cuerpo (cenceños los dos, amo y asno). Menos mal que logró saltar, evitando caer bajo el borrico. Quizás fuera el reconcomio de la muerte lo que le había impelido a demostrar que él, el viejo Periquito, era capaz de correr como cualquiera, o más.

         Pero la tan rara carrera proseguía, dejando atrás al cadáver y al desolado Zagalón, que lloraba abrazado a la cabeza del heroico cuadrúpedo.

         Lenta y cachazuda, la carrera. Todo lo contrario del alboroto que cada vez con más fuerza se enseñoreaba del público asistente, conscientemente ajeno a la defunción producida. La gente, casi pegada a los burros (y pisando los cagajones que casi todos fueron expeliendo), agitaba los brazos y gritaba cada vez más fuerte, espoleando así a los animales y desesperando a los pilotos.

         Faltando veinte o treinta metros para llegar al objetivo, el Alicate puso en práctica su plan secreto. Con su vara, desde atrás, comenzó a golpear las ancas de los otros burros, con la intención, claro es, de hacer que se lanzaran en tropel contra la cinta que marcaba el final de la carrera. Los pobres e inocentes borricos, intelectualmente incapaces de solidarizarse con sus montadores, atendieron el mensaje del pérfido Alicate. El Niño fue el primero en llegar a la meta; o sea, que quedó el último. El mundo al revés. Tomó tal irritación que tuvieron que agarrarle entre unos cuantos para que dejara de pegarle al burro. Y eso que estaba presente el Penco, dueño del animal. Del de cuatro patas, llamado Luis.

         El Flequillo, bien a su pesar, casi llega al mismo tiempo que el Niño. Enseguida se bajó del burro (lo que no hace casi nadie) y, como no podía tirarse de los pelos, empezó a revolcarse por el suelo, golpeando los adoquines con los pulpejos, hasta que un guardia municipal le conminó a levantarse («Anda, Flequi, no hagas más el tonto», le dijo).

         El Pocero había extendido sus largas piernas, llegando así a plantar los pies en el piso, de manera que en lo que podía frenaba la marcha del animal azuzado por el Alicate. Pero aun así entró en la meta antes que el truhán.

         Sin embargo, el Pocero, el penúltimo en llegar, fue proclamado ganador. La razón es bien sencilla. Junto a los concejales-jueces esperaba la llegada de los concursantes una pareja de guardias civiles, que, en cuanto se aproximó el Alicate, pletórico de felicidad al creerse ganador, lo detuvieron, e inmediatamente devolvieron el garañón a su legítimo propietario, allí presente. «Ahí tiene usted el animal que le fue sustraído». «¿Sustraído?, será susllevado», dijo el de Mairena. Con los maireneros no hay quien pueda en ningún terreno, y menos en el lingüístico.

         Cuando Eulogio Torres no me contó más historias de carreras (de otras materias sí) es que la de 1932 fue la primera y la última, al menos de esas características. Sí me dijo que el Pocero y el gitano Manuel García se llevaron borrachos dos días gracias al premio.

EL CAMELLO. Por Gloria Fuertes

El camello se pinchó

con un cardo del camino

y el mecánico Melchor

le dio vino.

Baltasar

fue a reportar,

más allá

del quinto pino…

e intranquilo el gran Melchor

consultaba su «Longinos».

 

—¡No llegamos,

no llegamos

y el santo Parto ha venido!

—son las doce y tres minutos

y tres reyes se han perdido—

 

El camello cojeando

más medio muerto que vivo

va espeluchando su felpa

entre los troncos de olivos.

 

Acercándose a Gaspar

Melchor le dijo al oído

—Vaya birria de camello

que en oriente te han vendido.

 

A la entrada de Belén

al camello le dio hipo.

¡Ay que tristeza tan grande

en su belfo y en su tipo!

 

Se iba cayendo la mirra

a lo largo del camino,

Baltasar lleva los cofres,

Melchor empujaba al bicho.

 

Y a las tantas ya del alba

—ya cantaban pajarillos—

los tres reyes se quedaron

boquiabiertos e indecisos,

oyendo hablar como a un Hombre

a un Niño recién nacido.

—No quiero oro ni incienso

ni esos tesoros tan fríos,

quiero al camello, le quiero.

Le quiero —repitió el Niño.

 

A pie vuelven los tres reyes

cabizbajos y afligidos.

 

Mientras el camello echado

le hace cosquillas al Niño.

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VIAJE DE LOS MAGOS. T. S. Eliot (1888-1965)

LA ADORACIÓN DE LOS MAGOS. Mateo 2, 1-12

LA ADORACIÓN DE LOS MAGOS. Mateo 2, 1-12

 

La adoración de los magos (Leonardo da Vinci)

La adoración de los magos

Leonardo da Vinci

1452-1519

 

Nacido, pues, Jesús en Belén de Judá en los días del rey Herodes, llegaron del oriente a Jerusalén unos magos, diciendo: ¿Dónde está el rey de los judíos que acaba de nacer? Porque hemos visto su estrella al oriente y venimos a adorarle. Al oír esto, el rey Herodes se turbó, y con él toda Jerusalén, y reuniendo a todos los príncipes de los sacerdotes y a los escribas del pueblo, les preguntó dónde había de nacer el Mesías. Ellos contestaron: En Belén de Judá,  pues así está escrito por el profeta:

         «Y tú, Belén, tierra de Judá,

de ninguna manera eres la menor

entre los clanes de Judá,

pues de ti saldrá un caudillo,

que apacentará a mi pueblo Israel».

         Entonces Herodes, llamando en secreto a los magos, les interrogó cuidadosamente sobre el tiempo de la aparición de la estrella; y, enviándolos a Belén, les dijo: Id e informaos exactamente sobre ese niño, y, cuando le halléis, comunicádmelo, para que vaya también yo a adorarle. Después de haber oído al rey, se fueron, y la estrella que habían visto en oriente les precedía, hasta que vino a pararse encima del lugar donde estaba el niño. Al ver la estrella sintieron grandísimo gozo, y, llegando a la casa, vieron al niño con María, su madre, y de hinojos le adoraron, y, abriendo sus cofres, le ofrecieron como dones oro, incienso y mirra. Advertidos en sueños de no volver a Herodes, se tornaron a su tierra por otro camino.

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VIAJE DE LOS MAGOS. T. S. Eliot (1888-1965)

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LA NAVIDAD EN «CARMINA»

LA PALMERA. Gerardo Diego (1896-1987)

NATIVIDAD. Vicente Núñez
PALIQUES DE LA VIRGEN EN LA MAÑANA DEL NIÑO (AÑO DE 1954). Vicente Núñez
NACIMIENTO DE MARÍA. Por José Manuel Colubi Falcó

LA GRAVIDEZ DE MARÍA. Por José Manuel Colubi Falcó

JOSÉ VA A EMPADRONAR A SU FAMILIA. Por José Manuel Colubi Falcó

LA ANUNCIACIÓN (1472-1475). Pintura de Leonardo da Vinci (1452-1519)

NAVIDAD 2013, Antonio Luis Albás

LA ANUNCIACIÓN DE MARÍA. Por José Manuel Colubi Falcó

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Leonardo da Vinci en «CARMINA»:

HOMBRE DE VITRUBIO

LA ÚLTIMA CENA

DESDE LOS NEGROS OJOS. Poema de Tomás Valladolid Bueno 2014

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