AL PUEBLO NO LO ENGAÑA «EL LIMONATO». Por María del Águila Barrios

Quarto_Stato

Il Quarto Stato

Giuseppe Pellizza da Volpedo
1868-1907

«¡El Pueblo, unido, jamás será vencido!», gritaban. Todo empezó con un pequeño grupo de ocho o nueve personas que se echaron a andar juntas en Monte Carmelo y que fueron bajando desde la avenida 28 de febrero, buscando la plaza de El Duque, pasando por la de El Barrero y por la calle Mairena. En ese largo trayecto se fueron sumando vecinos, transeúntes, que escuchaban la consigna y se acercaban a ver, y se sumaban a lo que ya podía llamarse una manifestación, y unían sus voces a los otros. Llegaron desde todas las calles perpendiculares a ese trayecto, y los que estaban en el trayecto mismo se dejaban absorber; y eran tantos que por la calle La Mina eran incontables y de serlo habrían de ser miles. ¡Miles!, en una manifestación como nunca se podría haber visto en Alcalá y gritando «El Pueblo, unido, jamás será vencido.»

            —¿Quiénes son?—, pregunté a la altura de La Plazuela a una señora de sesenta años, que pasaba cerca de mí, y me contestó, como orgullosa, con consciencia, diría yo, incluso con firmeza, con categoría: —Somos los que no votamos a Limones—. Ah!, pensé: esto que estoy viendo, y escuchando, es algo distinto. Sí, percibía que lo que yo sentía no tiene nada que ver, al menos solamente, con la impresión que provoca contemplar una masa de gente, una multitud. Era una impresión diferente o muy infrecuente. Me llamó la atención por no ser informe, sino todo lo contrario, real, con forma y hasta algunas canciones entonaron. Estaban todas las generaciones de vecinos de nuestro pueblo que sufren que se les haya arrebatado su pueblo, su pasado, su presente y su futuro en estas décadas de continua descomposición y vida pública disipada. Estaban todos: los que no votaban, los que dejaron de votar, los que votaban a otros, los que votaban con asco, los que votaban equivocados, los que votaban en blanco, estaban todos, efectivamente, los que no votaban a Limones.

            Dentro del Ayuntamiento celebraban un Pleno y a pesar de la insonorización y decoraciones palaciegas acometidas en algunas estancias del edificio, que lo habían convertido en un suntuario lugar, caro y con muy mal gusto, cuando los gerifaltes se enteraron de lo que pasaba en la calle era ya imposible llamar a los guardaespaldas: se asustaron como nunca y se pusieron a pensar en que fuera ya no aguantaban a los de dentro.

            …Y entraron los manifestantes, como auténticos revolucionarios, gritando esta vez «¡Abajo el Limonato!». Como si un Versalles del siglo XXI fuera el Consistorio alcalareño, salvando todas las obvias diferencias, allí entró la multitud  y sacó a la calle a los que llevaban años apoltronados y, lo que es peor, dedicados sólo a arruinar a los súbditos sin hacer nada bueno por ellos, sin pensar en nada. Querían cortarles sus cabezas, buscar una guillotina, instalarla en la acera del bar de enfrente y allí ¡zas y zas y…! Pero de pronto no fue necesario descabezar a ningún munícipe: cuando el público vino a darse cuenta y miraron, como por última vez, por piedad, a los concejales antes de consentir la ejecución, quedaron asombrados por lo que sus ojos vieron: ¡No tenían cabeza! ¡Los concejales no tenían cabeza! Para que nos convenciéramos se quitaron lo que sólo era un artilugio de poliéster que simulaba sus bustos y los pusieron sobre las baldosas sucias de la acera. Luego dimitieron y, como en muchos pueblos españoles también se había producido una manifestación parecida, se inició un proceso constituyente en todo el país…

            Y colorín colorado este cuento se ha acabado.

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