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POEMAS DE RAINER MARIA RILKE Y VICENTE NÚÑEZ EN RONDA. Con fotografías de Gabi Mendoza Ugalde (de la colección «RONDA»)

ELEGÍA VI

Higuera, cuánto tiempo hace ya que significa algo para mí

que tú, casi del todo, saltes por encima de la floración

y empujes al interior de tu fruto, decidido antes de tiempo, sin gloria, tu puro secreto.

Al igual que el caño de la fuente, tu curvado ramaje empuja

hacia abajo la savia y hacia arriba: y ella salta del sueño,

sin despertarse casi, hacia la dicha de su más bello logro.

Mira: como el dios entró en el cisne.

…Nosotros en cambio nos demoramos,

ay, ponemos nuestra gloria en florecer y entramos traicionados

en el retrasado interior de nuestro fruto finito.

A pocos les sube tan fuerte el impulso de obrar

que ya se apresten y ardan cual brasa en la plenitud del corazón,

cuando la seducción del florecer, cual aire en calma de noche,

la juventud de la boca les toca, les toca los párpados:

a los héroes tal vez y a los destinados pronto a partir,

a quienes la muerte jardinera tuerce de otro modo la venas.

Éstos se lanzan allí: se adelantan

a  su propia sonrisa, como el tronco de caballos al rey victorioso

en las imágenes de suave relieve de Karnak.

Extrañamente cercano a los que murieron jóvenes es el héroe. Durar

no le acosa. Su aurora es existencia; constantemente

se lleva a sí mismo a otra parte y entra en la constelación cambiada

de su continuo peligro. Allí le encontrarían pocos. Pero,

el que nos silencia oscuramente, el destino súbitamente exaltado

le mete con su canto en la tempestad de su mundo, que se abre en rumores.

Pero a nadie oigo como a él. De repente me atraviesa,

con el flujo de aire, su oscurecido sonido.

Entonces, cómo me gustaría esconderme de la nostalgia: Oh si yo fuera,

si yo fuera un muchacho y pudiera aún llegar a serlo y estuviera sentado

apoyado en los brazos futuros y leyera la historia de Sansón,

cómo su madre primero nada paría y luego le parió todo.

¿No era ya héroe en ti, oh madre?, ¿no comenzó

ya allí, en ti, su elección soberana?

Miles fermentaban en tu seno y querían ser él,

pero mira: él tomó y dejó, escogió y pudo.

Y si derribó columnas, era que, rompiendo la envoltura, salía

del mundo de tu cuerpo e irrumpía en el mundo más angosto donde él siguió

escogiendo y pudiendo. ¡Oh madres de héroes!, ¡oh origen

de torrentes arrebatadores! Vosotras, barrancos a los que, quejándose,

desde lo alto del borde del corazón

se precipitan ya las muchachas, futuras víctimas del hijo.

Porque el héroe se lanzó a través de estancias del amor,

Cada latido le sacaba de ellas y le llevaba hacia arriba, cada latido que se refiriera a él,

ya vuelto de espaldas se erguía en el límite de las sonrisas,  diferente.

RAINER MARIA RILKE

(Traducción Eustaquio Barjau)

IN MEMORIAM

A Ronda

Cuando alcancé un tiempo el planeta, Ronda,

era mi corazón igual a una joven grosella con su cofia de días

que suspiró temiendo la llamada del Tajo;

así, imperiosa, la voz a su servicio,

a tan temprana edad, me reclamaba.

Era inmenso el camino y borroso cada mañana

en sus nubes de piedra;

allí regían abiertas las botellas de mi aflicción.

Pues nunca supe

cuánto el hombre castiga el freno de su locura

arrojando inocente sus ojos al paisaje.

Y tú, Ronda,

baranda y consuelo,

mortal medida pusiste a los míos:

quien ha tanteado una vez esa cuerda

ya a su grave destino marcha.

La polvorienta soga sentí barrer parroquial la tarde;

el cornetín distante resumiendo

los intactos patíbulos del amor -¡para mí!-,

el rojo arañazo que descolgó la cabeza suya…

Ronda, yo vi cortinas;

la sal del mundo quisiera arrancarme con ellas,

la oscura bandera esculpida en lo alto del cerro,

el águila neutra de amor y de muerte que a ti me encadena.

Y si un día supiera

que ahí,

en la susurrante capilla del agua me aguarda el martirio,

Ronda, da tú suelta a esos galgos entonces:

a mi pecho, tan grises, traerían de nuevo el hachón del incendio y la muerte.

Porque tú, en la aparente y grácil tarea de los comercios,

calle de los bazares en que azules toldos se deshilachan al viento,

acogiste en un hoyo al amor de mi vida.

Muerto conservado por ti,

vida mía extremando lo que está más allá de la vida.

Y si otro día supiera,

Ronda de las banderas,

si otro día supiera que todavía vive,

calla, porque ésa es mi duración:

acumular las esquelas en el triste giro despierto.

VICENTE NÚÑEZ

EL EFLUVIO PERMANENTE DE LO INCAPTABLE VIVO (CON AUTORRETRATO). Vicente Núñez

 

Su falta de raíces profundas, su larvario concepto del diálogo, lo desvaído y blancuzco de su discurso vital, lo estúpido de su conexión interpersonal, su mala literatura, en definitiva. Yo estaba cargado de lecturas filosóficas, de tentativas, quizá exageradas, de buscar vidas que me sonara a Hölderlin, Rilke, Rimbaud… Pero Madrid era un pueblo entregado a tintorros que no producían sino aburrimiento y dolor de cabeza.

             En el desajuste violento que tuve con respecto a mis vivencias en Madrid parecería que me decantaba por una opción negativa, por una huida. Y hallé que no, que la textura estaba en la huida, pues así ya lo había presentido en la narrativa de los norteamericanos, en Pepis y en la prosa de Proust, a quien tanto debo.

             Mi vida ha sido la historia de una decepción, salvo cuando he conectado con el efluvio permanente de lo incaptable vivo. 

ESPLÉNDIDO DÍA AZUL. Lauro Gandul Verdún

PLAZA DE TOROS DE RONDA. Poema de Lauro Gandul Verdún

PATRAÑAS. Por Rafael Rodríguez González (De la serie «SUCESOS», Homenaje tardío a «EL CASO»)

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Sin título

(Técnica mixta sobre tabla)

Rafael Luna

La película era de tomo y lomo. De irse a poco de empezar. De ponerse a charlar con el vecino o recostarse en el asiento para echar una siestecita. Nadie podía saberlo antes de haber comprado la entrada y entrar en la sala del Salón Gutiérrez de Alba. Los que sí estaban al corriente eran la taquillera, el portero, el acomodador y el encargado de la proyección. «El Titán de Creta», se llamaba el spaghetti antiquitas.

            El público, a las cinco de la tarde del sábado, era mayoritariamente infantil. Más tarde, en la sesión numerada, a la que acudían parejas y personas mayores, la película sería otra. Y según de qué tratara tendría cortes o no. «El Titán de Creta» se proyectaba en su insufrible integridad.

            Los mozalbetes que ocupaban el gallinero estaban deseando, como cada sábado y cada domingo, la más mínima ocasión para la gran pataleta: la llegada de los buenos para salvar de los malos a otros buenos, la paliza final del justiciero al pérfido… Pero en «El Titán de Creta» no había opción: la película mostraba, de principio a fin, a un musculoso cretense que propinaba mamporros a diestro y siniestro sin que ni él ni otras criaturas inocentes (la guapa de turno, el padre de la guapa, el siervo simpático) se vieran en peligro en ningún momento del metraje. El colmo de los despropósitos cinematográficos. La ausencia de emoción. El tedio.

            De repente, un rumor, creciente por momentos, contagiosamente perturbador, recorrió la sala. Nadie sabía lo que pasaba. No era sino que por el pasillo central rodaba una sandía. Pero como en la oscuridad no se podía distinguir qué causaba el runrún, la mayoría de la gente, fuese joven o vieja, se levantó de los asientos, alarmados algunos, curiosos todos.

            De repente, la luz se encendió y todo el mundo pudo ver al acomodador, al fondo de la sala, bajo las imágenes ininterrumpidas de «El Titán de Creta», levantando la sandía sobre su cabeza. El patio y el gallinero estallaron en un aplauso que ya hubieran querido para sí la Callas o la Caballé.

            Quedamos en que eso fue el sábado. El martes, porque los lunes sólo salía «La Hoja del Lunes» (¡qué descanso más añorado!), en el «Sevilla» —diario de la tarde— se pudo leer una reseña en la que se aseguraba que la película «El Titán de Creta» había obtenido un éxito clamoroso, hasta el punto de haber prorrumpido el público en entusiasta ovación mucho antes de finalizar la película. La información no precisaba en ningún renglón en qué cine, ni en qué pueblo o ciudad, había ocurrido el acontecimiento. Entonces, como ahora, los periódicos mentían a tope, pero en aquel tiempo eran más graciosos los embustes. Menos sofisticados.

            El «Sevilla» era lo peor de lo peor en todos los órdenes. Un día recibió la visita del máximo responsable de la Prensa del Movimiento, a la que pertenecía el periódico. El jerarca preguntó al director: «¿Ustedes cuántos tiran?». «¿Nosotros?, casi todos», fue la respuesta.  

            Añadamos, por abundar un poco en lo que antes decía sobre los embustes, lo que sucedió en el bar que tenía Vicente-No-Me-Pegues frente al Ayuntamiento. Un viajante repasaba el periódico —en este caso no era el «Sevilla»— mientras decía en voz audible y un tanto airada que él había estado en tal sitio y no había visto tal cosa, que lo mismo en tal otro, que en la zona en que se decía que se había arreglado la carretera ésta seguía siendo un camino de cabras… Hasta que un jefecillo local, harto de oír a tan revelador testigo viajero, le dijo, seca y amenazadoramente: «¡Usted lo que tiene que hacer es viajar menos y leer más la prensa, cojones!». 

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TORERÍA. Por Rafael Rodríguez González (De la serie «SUCESOS», Homenaje tardío a «EL CASO»)

MANOLITO. Por Rafael Rodríguez González (De la serie «SUCESOS», Homenaje tardío a «EL CASO»)

LORENZO Y EL SALTO. Por Rafael Rodríguez González (De la serie «SUCESOS», Homenaje tardío a «EL CASO»)

EL TUFO. Por Rafael Rodríguez González (De la serie «SUCESOS», Homenaje tardío a «EL CASO»)

«ME LLAMO BARRO AUNQUE MIGUEL ME LLAME» AHORA EN PAPEL

El libro, publicado en la localidad de Rosal de la Frontera, es una selección de textos breves dedicados a Miguel Hernández con motivo del centenario del nacimiento del poeta, donde se ha incluido el que de nuestro colaborador Enrique Martín Ferrera fue publicado por «CARMINA» en julio del año pasado. 

            El pueblo donde Miguel Hernández sufrió por primera vez cárcel, tras su entrega a España  por la policia portuguesa de Salazar, hoy tiene en aquel calabozo un pequeño museo consagrado a su figura y su obra poética y, además,  le dedica este libro-homenaje.

 

COLOQUIOS (27). Gabi Mendoza Ugalde

– Todo está porque por aquí no pasó el progreso. ¡Qué suerte hemos tenido!

– …Y pudo sobrevivir el ser.

– Sí, el ser progresivo.

– Quieres decir progresista.

No, ése es demasiado reaccionario.

DESCUBRIR OTRO TERRITORIO. Lauro Gandul Verdún

«CARMINA LUSITANA». Por José Manuel Colubi Falcó

Escultura romana de Conímbriga

 

Se publica  el tercer número de «CARMINA» –cármenes, poemas, canciones…-. El título de la revista se ve acompañado y ornado por el adjetivo «LUSITANA». ¿Por qué éste? Porque lusitana tiene un componente legendario que nos introduce en los arcanos del noble pueblo portugués, y que acrece incluso ese aire mágico que se respira en la misma raíz de carmen. ¿No damos mayor énfasis, consciente o inconscientemente, a la expresión cuando llamamos lusos a nuestros hermanos y vecinos?

            El mismo nombre de esa tierra, Lusitania, nos lleva a un mundo entre divino y mágico; su epónimo, el que le da nombre al pueblo y, por ende, a aquélla, es Luso, y Luso es el hijo del dios Líber, que se identificará con Baco; y Baco es el dios del vino, y el vino es gran inspirador de poetas. ¿Qué otra cosa no hacían Alceo y Anacreonte sino beberlo y cantarlo en sus poemas? Basta ver el banquete griego. Y el no griego también.

            De esa Lusitania que solemos indentificar literariamente con Portugal nos hablaron los antiguos, con palabras que permanecen indelebles en los escritos: Polibio de Megalópolis, Posidonio de Apamea, Diodoro de Sicilia, Estrabón de Amasea, Plutarco de Queronea, Apiano de Alejandría, entre los escritores en lengua griega; y entre los que escribieron en latín, el paduano Tito Livio, el enciclopédico Plinio el Viejo, el bolsenés Rufo Festo Avieno. Naturalmente, en los escritos de éstos no todo es real, ni historia auténtica, también hay leyenda, fantasía, que el buen historiador sabe separar de aquélla, pero que embellece la narración y da vida y encanto a los relatos.

            Los autores mencionados hablan, más que de la Lusitania -que con Augusto, en el año 27 a.C., pasará a ser una circunscripción administrativa, una provincia de la Hispania Ulterior-, de los llamados lusitanos, que son, entre los iberos, los más valientes -άλκιμώτατοι, dice Diodoro-, frugales, rápidos y veloces en la persecución y en huida, ágiles danzantes –el ágil lucio, que así llama al lusitano Avieno, también otros escritores-, resistentes al hambre y a la sed, al calor y al frío, aunque con la contradicción de los pueblos primitivos: valentía junto a dejadez en el modo de hacer la guerra, fidelidad inquebrantable al jefe junto a falta de disciplina. Fueron ellos, sin duda, los que mayor resistencia ofrecieron a los ejércitos romanos, y de su seno, del de la Lusitania, emergieron caudillos eminentes: Púnico, Césaro, Cauceno y, sobre todo, Viriato, quien logró humillar a la misma Roma en la persona del cónsul Serviliano y sólo sucumbió por la traición; sus soldados quemaron el cadáver solemnemente, cantando cármenes exequiales. Su último caudillo sería Sertorio, a quien, por cierto, un lusitano, hombre del pueblo, del campo, regaló la célebre cierva -un presente de Diana- cuyas imaginarias revelaciones servirían al romano para mantener vivos los ánimos y la disciplina. Después, en plena paz, proseguiría la intensa romanización de la provincia.

            Originariamente, los lusitanos ocupan las tierras situadas entre el «Durius» y el «Tagus» -aunque hay autores que también llaman lusitanos a los «calaicos»-, luego se extienden sobre todo hacia el sur, llegando hasta el Promontorio Sacro (cabo San Vicente), hasta la Punta de Sagres, lugar al que no se puede acceder de noche ni celebrar sacrificios en él, pues entonces lo ocupan los dioses. Y cuentan también sus gentes que en la zona paroceánida el Sol, cuando se pone, se hace más grande y a medida que se apaga por sumergirse en la profundidad el piélago silba, y que la noche cerrada acompaña inmediatamente después de la puesta. Es un país próspero, cuyo aire, puro, sano, hace muy prolíficos a hombres y animales, veloces a sus caballos e incorruptibles los frutos de la tierra, en el que, salvo durante los tres meses de invierno, siempre hay rosas, violetas blancas, espárragos, y pueden comprarse a precios muy bajos cereales, vino, carnes de animales salvajes y domésticos.

            El país está regado por ríos grandes y pequeños, navegables, que fluyen paralelos en dirección al Océano: el Durio, el Tago y, en buena parte, el Ana. El Tago, sin duda el principal, tiene una boca de veinte estadios de anchura, es de gran profundidad -tanto que puede ser remontado por barcos con una capacidad de carga de diez mil ánforas-, y cuando sube la marea fórmanse dos esteros y la llanura se hace navegable; es, además, célebre por sus arenas auríferas -«Tagus auriferis harenis celebratur», dice Plinio-. Otros ríos son el Mundas, de «Mundicus» (el Mondego de hoy), el Vacua (Vouga), el (Guadi) Ana, que marca el límite de la provincia.

            Con Augusto Lusitania quedó constituida en provincia, en el año 27 a.C.; sus límites eran, al norte, el «Durius» (Duero), al oeste, el Océano, al este se adentraba en Salamanca y en la actual Extremadura; al sur, el Mar Exterior y el río (Guadi) Ana, que la separaba de la Bética. Estaba dividida en tres conventos jurídicos: Emeritense (Mérida), Pacense (Beja) y Escalabitano (Santarem), y sembrada de ciudades hermosas y famosas: Olisipón, la antigua capital, la Lisboa de hoy, llamada «Felicitas Iulia», famosa entonces por sus veloces caballos, pues sus yeguas eran fecundadas por las auras del favonio, el céfiro o viento de poniente -«oppidum (…) equarum e fauionio uento conceptu nobile», escribe Plinio-; «Augusta Emerita» (Mérida), la nueva capital, junto al Guadiana -«Anae fluuio adposita»; «Norba Caesarina» (Alcántara); «Salacia» (Alcazar do Sal), de sobrenombre «Vrbs Imperatoria»; «Ebora» (Évora), llamada «Liberalitas Iulia»; «Scallabis» (Santarem), el «Praesidium Iulium»; «Myrtilis» (Mértola); «Metellinum» (Medellín) … y otras muchas y no menos afamadas. 

 

«CARMINA» Nº 3

DESPUÉS DE GARDEL YA NO ME SORPRENDIÓ NADA. Vicente Núñez

 

Me gustan los tangos con locura. Cuando yo los oía, de niño, en los años treinta, adquirí el sentido futuro de la poesía. Son poemáticos, por el ambiente, la atmósfera, los abandonos, el romanticismo, la modernidad… Qué palabras tan inasibles para un niño español de provincias como fané o descangayada… A mí, después de Gardel ya no me sorprendió nada… Ni Rubén Darío, ni Bécquer, ni nada. Tanto le debo al tango que una vez vino a verme a Aguilar Ernesto Cardenal y entonces estaba yo obsesionado con un descubrimiento: le había aplicado a una rima, la 33* de Bécquer, la música de «Silencio en la noche» de Gardel. Y encajaba perfectamente.

            Me hubiera gustado, y sé que no lo he conseguido, ser un poema. La vida es lo que importa. Ser un poema, no escribirlo. Yo no necesito escribir más que en tanto me aparto de la plenitud del amor, de la existencia. La literatura sólo es fruto del fracaso y, por eso, es más humana que el hombre.

            La plenitud es plenitud y sólo plenitud. No se sabe lo que es. Si la describiera, ya sería otra vez literatura. Cuando uno vive en la plenitud, entonces el lenguaje brilla por su ausencia, que es cuando de verdad debe brillar el lenguaje.

            La literatura nos hunde, porque nos salva. Sin hundimiento no hay renovación. Bienaventurados los hundidos porque de ellos surgirá la luz. 

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*RIMA XXXIII,  DE GUSTAVO ADOLFO BÉCQUER

   Es cuestión de palabras, y, no obstante,

       ni tú ni yo jamás

después de lo pasado convendremos

       en quién la culpa está.

   ¡Lástima que el Amor un diccionario

       no tenga dónde hallar

cuándo el orgullo es simplemente orgullo

       y cuándo es dignidad!