Posts from julio 2011.

«RIMA SACRA XVIII» DE LOPE DE VEGA. Un poema de la predilección de Vicente Núñez (y 2)

 

 

   Félix Lope de Vega y Carpio

 

   ¿Qué tengo yo, que mi amistad procuras?
¿Qué interés se te sigue, Jesús mío,
que a mi puerta cubierto de rocío
pasas las noches del invierno escuras?

   ¡Oh cuánto fueron mis entrañas duras,
pues no te abrí! ¡Qué extraño desvarío,
si de mi ingratitud el hielo frío
secó las llagas de tus plantas puras!

   ¡Cuántas veces el Ángel me decía:
«Alma, asómate agora a la ventana,
verás con cuánto amor llamar porfía»!

   ¡Y cuántas, hermosura soberana,
«Mañana le abriremos», respondía,
para lo mismo responder mañana!

 

CASTILLOS DE NIEBLA Y ESTEPA. Lauro Gandul Verdún

TODO LO QUE HABLARA COMO YO EN OTRA TESITURA. Vicente Núñez

Cuando los Baños del Carmen eran los Baños de Carmen… Había extranjeras que me enseñaron el sentido inicial y prematuro del lenguaje. Una señora inglesa muy provecta, que se bañaba con un turbante –y me conturbaba-, y ella, que era muy educada con sus cremas, sus mantequillas y su turbante, me decía: «Visente, has una fogtificasión». Y yo construía castillos con las chinitas que nos daba el bañero… Aquella yuxtaposición de la fogtificasión me extasiaba, me subvertía…

            Mi infancia está marcada por aquella señora. Siempre he procurado desde entonces hacer una fogtificasión con un lenguaje que no sea el mío. Escribir con otro lenguaje lo aprendí de la inglesa provecta de los Baños del Carmen. Por eso Rilke, y Rimbaud… Todo lo que hablara como yo en otra tesitura.           

DÍPTICO DE DIABLOS. Rafael Luna

LAS CUATRO ESTACIONES Y EL RÍO. 4 pinturas de Luis Caro y 4 poemas de Lauro Gandul Verdún

«UNOS CABALLOS» DE JORGE GUILLÉN. Un poema de la predilección de Vicente Núñez (1)

Jorge Guillén
1893-1984

Peludos, tristemente naturales,

En inmovilidad de largas crines

Desgarbadas, sumisos a confines

Abalanzados por los herbazales,

 

Unos caballos hay. No dan señales

De asombro, pero van creciendo afines

A la hierba. Ni bridas ni trajines.

Se atienen a su paz: son vegetales.

 

Tanta acción de un destino acaba en alma.

Velan soñando sombras las pupilas,

Y asisten, contribuyen a la calma

 

De los cielos –si a todo ser cercanos,

Al cuadrúpedo ocultos- las tranquilas

Orejas. Ahí están: ya sobrehumanos.

LOS HOMBRES HABLAN. Antonio Medina de Haro (1936-1997)

 

René Aubry
Quintette
Théâtre de La Reine Blanche
Paris, 2008

 

Leyendo un comentario de texto sobre Azorín y su gusto por las montañas, hay una frase de Humboldt que dice: «El hombre sólo es hombre mediante su lenguaje». Parece que he visto el cielo abierto, como se suele decir, cuando recibimos un consuelo de cualquier tipo.

            Yo, llevo casi sesenta años viviendo un enamoramiento apasionado por la palabra. Me he encontrado mil defensores de la misma, pero en su mayoría con una óptica estilística. Yo soy un predicador de este valor del nivel léxico, pero lo que yo verdaderamente sentía es la necesidad de que alguien tuviera la misma valoración de la palabra, del lenguaje como sistema vital más que como medio o código exhaustivo de comunicación. Hablar es muy bueno. A mí se me dice con frecuencia: «¡No te callas ni debajo de agua!» Pues bien, desde hoy voy a hablar hasta debajo de agua…, si puedo.

            He sentido, al leer esta frase del viejo Humboldt, la alegría de una parturienta que contempla el fruto de sus dolores. Cuando yo leía las historias del «Gigante Gargantúa y Pantagruel» de Rabelais, me encontré con que este francés decía: «La parole c´est la chair» (La palabra es la carne). Yo sentí un tirón profundo y ahondé en la semántica, en la historia de la lengua, en la gramática histórica, en la dialectología y me iba de un campo a otro, buscando el tuétano, la sustancia, el sabor de esa carne, porque intuía que se trataba de lo humano, la hombría, la tolerancia y el secreto de que para triunfar, para vivir en superficie y en profundidad, lo más hermoso es: hablar, hablar y hablar.

            ¡Gracias por dejarme ser hombre!

TORRES ESTEPEÑAS. Poema de Lauro Gandul Verdún

LA ESTRUCTURA PRÁCTICA DE LA CREACIÓN LITERARIA 1 (Consideraciones filosóficas sobre poesía y democracia). Por Tomás Valladolid Bueno para «CARMINA LUSITANA»

Algunos creadores literarios, en un número indeterminado pero no por esto menos elevado, pasarán a formar parte de esa memoria acumulativa que se mueve más por la noticia que genera un premio que por «un mundo poco conocido, aunque rico en tragedia y comicidad, rico por su individualismo, su sabiduría, su insensatez, su locura y su bondad», que diría BASHEVIS SINGER. Dicho de otro modo: numerosos literatos perduran en el recuerdo del común de los existentes más por ser lo triunfadores del mundo que por haber osado inaugurar nuevos modos de existencia.

            Junto a este épico modo de atrapar a los creadores de obras literarias se encuentra rabiosamente enfrentado otro que, dirigiendo la mirada a lo olvidado por la información noticiera, consiste fundamentalmente en un estudio especializado que se conoce como teoría literaria.

            Si al primer modo de relacionarse con la literatura se le ha considerado, despectivamente, como una hermenéutica calificada de burda y plebeya, al segundo se le ha tildado de filología aristocrática, siguiendo esta última valoración las directrices de una reacción populista. Con todo, ni las deficiencias de la masificación cultural ni las autocomplacientes excelencias del saber elitista agotan el conjunto de perspectivas que ayudarían a realizar la tarea que consiste en acercarse o adentrarse en la espesa zona en la que convergen la narración literaria y la construcción poética.

            La cultura (a la que pertenecen la política, la religión, la literatura, etc…) es un fenómeno social e histórico y, en cuanto tal, es susceptible de convertirse en fuente de noticias comercializables y consumibles. Más allá o más acá, según se mire, la cultura, además de producto científico, es también objeto de un tratamiento científico. En efecto, salvo algunos que aún permanecen anclados en un cientificismo reduccionista, todos los que de un modo o de otro desean no sólo coexistir con la realidad sino que además desean tomar conciencia del lugar que ocupan en ella, reconocen la legítima pretensión de hacer una ciencia que tenga por objeto la política, la religión o la literatura. Sin embargo, lo que en verdad resulta problemático en la aceptación de cualquier intento de reflexión cultural que por no ajustarse ni a las pautas de la vulgaridad ni a los cánones de la nobleza intelectual, es descalificado como filosofía de la cultura. Todo lo que sobrepasa los en verdad nada fijos límites de las ciencias sociales, en otros tiempos ciencias del espíritu, como les ocurre a la filosofía política, la filosofía de la religión, la filosofía de la historia o la filosofía del arte, cae bajo la sospecha de ser una actividad propia de chamanes. Mientras que la cultura de masas, haciendo valer un grosero relativismo, rechaza cualquier sentido práctico-moral del análisis reflexivo, la oficialidad de las ciencias literarias, hisopadas con las sucias aguas de una supuesta neutralidad, no admiten más orientación normativa que la derivada de una preceptiva técnico-constructiva. Este constante menosprecio por las reflexiones filosóficas es causa de que éstas se vean obligadas a dedicar gran parte de su actividad a la elaboración de un discurso previo y legitimador de sí mismas. A pesar de este esfuerzo no dejan de ser vistas como simples elaboraciones ideológicas que nada dirían sobre el objeto estudiado sino que lo desfigurarían, se piensa, escudándose tras una verborrea que en realidad enmascara una falsa profundidad.

            Contando con los riesgos que se derivan de un planteamiento filosófico de la literatura, este ensayo queda ubicado en un tal análisis de la creación literaria. El hecho de que haya tenido gentil cabida en una revista de poesía, como «CARMINA», constituye, por lo dicho anteriormente, un motivo especial de agradecimiento. Que un análisis filosófico de la cultura literaria aparezca en convivencia con la mismísima obra poética, sin que se autodiluyan ambas formas intelectuales es, cuanto menos, signo de una ilustrada osadía poco común en los tiempos que corren y una virtud que deberíamos reconocer en sus editores, y no porque hayan rendido pleitesía al pretencioso saber filosófico sino por mostrarnos la existencia de artistas que no miran exclusivamente hacia su ombligo.

             Parto, pues, del supuesto según el cual las fronteras de los distintos saberes no encuentran su expresión adecuada en la exclusión sino en la modelación de una franja interseccional. En mi opinión, existe un espacio indeterminado que está allende la teoría social y, al mismo tiempo, aquende la filosofía social, si se me permite decirlo así. En este espacio incierto nos moveremos aquí pretendiendo esclarecer la idea de creación literaria. En ésta emerge un mundo y al hacerlo interpela a nuestra más inquieta atención. El interés filosófico no se dirige tanto al mundo que la obra literaria levanta delante de nosotros sino a lo que supone, desde el punto de vista práctico-normativo (ético-político), el acto creador de nuevos existentes. En la medida que la acción de crear va inevitablemente unida a la acción de destruir, el objeto de esta reflexión será la idea misma de creación y sus derivaciones dialécticas.

             Siguiendo este supuesto, cabe pensar que en dicha idea está ya dada una visión de la realidad concordante con un concepto de lenguaje que incluye, en su más íntima determinación, la idea de democracia. Dicho bruscamente: la creación literaria es en sí misma expresión del modo de ser democrático por mucho que el contenido material de todas las obras no responda nunca a la exigencia democrática que se deriva de la forma creativa. Así como se establece la distinción entre texto y contexto, para separar la validez de una obra respecto de la insuficiente bondad personal de su autor, también aquí podemos postular la existencia de un precontexto formal y ontológico que actúa como clave reguladora, es decir, normativa del propio acto creador.

            Plantear la cuestión de esta manera tiene la ventaja de que al menos estamos en una situación óptima para escapar de la concepción esencialista del arte y, también, de la idea positivista del mismo. Aunque de modos distintos, tanto una como la otra, acaban materializándose en un ensayo de preceptiva literaria, mientras que la postulación de una estructura ontológico-lingüística propia de la creación artística sólo hace hincapié en una exigencia que lejos de cualquier determinismo se manifiesta, a través del análisis filosófico, como una regulación de nuestra actitud creadora. Es por esto que no pretendo buscar en este ensayo unos principios generales de estética literaria ni reglas particulares que nos permitan sistematizar la diversidad de obras de arte. Arranco de la simple constatación de que la literatura es el resultado de aquello que hacen los creadores literarios, pero al mismo tiempo es algo más. Este excedente se refiera a lo que presupone lo que hacen sea cual fuere el resultado que nos entreguen. En el hacer mismo, en tanto abstracción no esencialista, reside el constituyente ético-político por el que se interesa el análisis filosófico que aquí orienta sus pasos hacia lo literario. Es decir: la idea misma de creación y lo que ello presupone desde una perspectiva práctica ilustran el objeto de este ensayo. 

«CARMINA» Nº 3

 

LA ESTRUCTURA PRÁCTICA DE LA CREACIÓN LITERARIA 2

 

LA ESTRUCTURA PRÁCTICA DE LA CREACIÓN LITERARIA, y 3

COLOQUIOS (28). Gabi Mendoza Ugalde

– Para Ezra Pound era preferible la dictadura a la ausencia del estado.

– ¿Y respecto del estado invisible, qué habría dicho?

– Si lo hubiera podido conocer habría preferido el estado ausente.

– Tal vez no haya otro más totalitario ni delator.