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GENEAOLOGÍA DEL SER PROGRESISTA ESPAÑOL. De la serie «APUNTES HISTÓRICOS PARA LA INTERINIDAD POLÍTICA ESPAÑOLA» (IV). Por Pablo Romero Gabella

 
 
 
el abrazo (Foto Cañas)

El abrazo de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias
[Foto: Cañas 2019]

 
 
 

PUNTO DE PARTIDA: EL ABRAZO PROGRESISTA

 

El martes 12 de noviembre de 2019, dos días después de las elecciones generales, la historia de la actual interinidad política española pareció dar un vuelco tras meses de estancamiento. El líder del PSOE y vencedor de las elecciones, Pedro Sánchez, y el de Unidas Podemos, Pablo Iglesias, firmaban un preacuerdo para formar gobierno aunque no contaran con la mayoría suficiente de diputados. Y no fue solo un pacto firmado, sino también abrazado ya que lo rubricaron con un abrazo, un abrazo progresista. Parecía comenzar una nueva era política según se desprendía de las palabras del presidente en funciones:

   «España tendrá un Gobierno progresista porque las dos fuerzas que lo componen son progresistas: el PSOE y Unidas Podemos. Y en España se llevará a cabo una política progresista porque el Gobierno será progresista».

   Por si no quedaba claro: España será progresista.

   La importancia de llamarse progresista es el reverso beatífico de la importancia de llamar al contrario fascista [1].  Pero ¿qué es ser progresista? Parece fácil en principio. Según la RAE en su primera acepción: «de ideas y actitudes avanzadas». ¿Y qué es una actitud «avanzada»? Para muchos y muchas, esto quiere decir de ideas y actitudes de izquierda. Por tanto, ¿ser progresista es ser de izquierdas? Demasiadas preguntas quizás. Veamos la tercera acepción de este término que nos da la RAE: «dicho de un liberal español: del sector más radical de liberalismo, que se constituyó en partido político». Dicho así, ¿ser progresista es una forma de ser liberal? ¿y ser liberal es ser de izquierdas? De nuevo más preguntas. Lo mejor será que vayamos al origen del término, al origen de partido radical del liberalismo.

 
 
 

Picture 011

María Cristina de Borbón-Dos Sicilias  
(1806-1878)
Vicente López Portaña
(1772-1850)
[Museo del Prado]

 
 
 

LA PRIMERA TRANSICIÓN POLÍTICA ESPAÑOLA

 

El término progresista en la política española apareció durante otra gran interinidad: la Regencia de María Cristina de Borbón (1833-1840). En ese trascendental período histórico se pasó jurídicamente del absolutismo al régimen liberal y constitucional, no sin problemas y con una guerra civil por medio: la primera guerra carlista. Fue en esa época cuando se desarrolló el liberalismo en España [2], que había nacido en las Cortes de Cádiz de 1812. Hasta la Regencia de María Cristina, madre de la reina niña Isabel, el liberalismo se había mantenido más o menos unido frente a los absolutistas reaccionarios. Obviamente existían tendencias dentro de la familia liberal debido a las diferentes maneras de entender  cómo pasar de un régimen absolutista a un régimen liberal-constitucional. Esto se evidenció en el Trienio Liberal (1820-1823), efímera experiencia liberal dentro del reinado de Fernando VII. Aquí ya vemos la existencia de dos tendencias: la moderada defensora de cambios paulatinos y reformistas  y la exaltada que predicaba la ruptura con el Antiguo Régimen. Sí, habrán advertido los paralelismos con la Transición postfranquista, madre de todos los males o de todas las bonanzas actuales. La cesura entre ambas tendencias fue creciendo cuando la Regente los llamaría al poder a la muerte del «rey felón», ya que los necesitaba para ganarle la guerra a Don Carlos, su cuñado ultramontano. Primero llamó a los moderados con Martínez de la Rosa al frente que dio el primer paso con el Estatuto Real (1834), una semi-constitución o Carta Otorgada para ser más precisos. Sin embargo, la otra sensibilidad liberal, la exaltada, vio este cambio insuficiente y acusó a los moderados de «pasteleros» al negociar con nobles y eclesiásticos, los privilegiados del Antiguo Régimen, una hoja de ruta hacia la monarquía constitucional alejada de los principios del verdadero liberalismo que se basaba en la sacrosanta soberanía nacional.

   Así las cosas, en septiembre de 1835 se produjo una sublevación de los liberales exaltados por todo el país,  que contando con importantes apoyos en las clases populares urbanas, organizaron juntas revolucionarias. Estos organismos insurreccionales, que luego serían tan queridos por los progresistas, presionaron de tal modo a la Regente que ésta se vio impelida a nombrar un nuevo gobierno liderado por Juan Álvarez Mendizábal. Y es aquí donde de verdad comienza nuestra historia.

 
 
 
Juan_Álvarez_Mendizábal

Juan Álvarez Mendizábal
(1790-1853)
Grabado según dibujo de José Balaca
(1810-1869)
(Biblioteca Nacional de España)

 
 
 

MENDIZÁBAL Y EL MOVIMIENTO NACIONAL

 

Juan de Dios Álvarez Méndez (1790-1853) provenía de una familia de comerciantes gaditanos de origen judío, por esto último se cambió su apellido por el de Mendizábal para darle una patina de cristiano viejo vasco. Durante la Guerra de la Independencia y comienzos del reinado de Fernando VII se dedicó a negocios mercantiles y financieros exitosos que le llevaron a relacionarse con la élite liberal. Con la vuelta del absolutismo en 1823 se exilió en Londres, donde gracias a sus contactos mercantiles,  se hizo un floreciente businessman. Esto hizo acrecentar su compromiso político con el liberalismo y acentuó su papel como conspirador que le llevaría a financiar al bando liberal en la guerra civil portuguesa. El éxito financiero y político en Portugal le llevaría a ser llamado como Ministro de Hacienda en el gobierno de los moderados, cargo que no llegaría a ejercer de forma plena. Tras la insurrección de las juntas, fue llamado a liderar un nuevo gobierno liberal. En un principio no llegaba como líder de la tendencia exaltada, sino como el hombre de compromiso entre las familias liberales que consiguiera formar un gobierno fuerte, asentar la nueva monarquía constitucional y ganar la guerra a los carlistas.

   Una vez en el poder Mendizábal comenzó a ganarse adeptos de la tendencia defensora del movimiento o progreso frente a los sectores más conservadores que vieron en su idea de crear un gobierno fuerte  un intento de concentrar todo el poder en sus manos. Sus proyectos de desamortización eclesiástica definitivamente supusieron la división del liberalismo y su abierta apuesta por medidas rupturistas. Reabrió el pseudoparlamento del Estatuto Real y luego, a principios de 1836, lo cerró para convocar elecciones en febrero de ese año. Es entonces, en ese momento, cuando nació el calificativo de progresista.

 
 
 

ELECCIONES, PARTIDISMO Y EMPLEOMANÍA

 

   La convocatoria de elecciones hizo que las familias liberales tomaran partido, nunca mejor dicho, pasando de ser «partidos de opinión» a ser «partidos electorales». En esto los progresistas tomaron la iniciativa. Mendizábal, demostrando su experiencia como hombre de negocios, vio en la naciente prensa política un instrumento fundamental para su propaganda. Así contaría con el apoyo de El Eco del Comercio,  La Revista española o El Español como sus valedores ante el exiguo cuerpo electoral con derecho al voto según lo establecido por el Estatuto Real.  Con la cámara legislativa cerrada (Estamento de los procuradores) dictaría su famoso decreto de desamortización eclesiástica lo que haría ganarse definitivamente la animadversión de aristócratas, liberales moderados, eclesiásticos y por último, la propia Regente. Pero no había vuelta atrás, para Mendizábal era necesario un poder liberal fuerte bien financiado (de nuevo el hombre de negocios) para acabar con la guerra contra los facciosos reaccionarios que se atrincheraban en la zonas rurales de Navarra, País Vasco y Cataluña.

   A partir de enero-febrero de 1836 comenzó a aparecer abiertamente en la prensa adicta al gobierno el término “progresista” para definir a los que apoyaban al jefe del consejo de ministros. Comenzaba también una polarización de la vida diaria que la prensa reflejaba. Por ejemplo El Eco del Comercio (20 de febrero de 1836) al referir a los nombres de los 12 representares por Madrid como electores para el Estamento de Procuradores decía que:

   «Nos complacemos en ver que la mayoría de los electores tienen ideas de progreso, porque este nos anuncia que serán también progresivos los procuradores que elijan»

   Había nacido el término político progresista en España, aunque no fue aceptado como nombre oficial del partido hasta 1839 con Olózaga. En el verano de 1836 el mencionado periódico se refería a Mendizábal como «un hombre honrado que vds. suponen simboliza un partido político progresista» (29 de julio de 1836).

   La campaña de opinión se vio acompañada desde el Gobierno con el nombramiento de nuevos empleados públicos afines a sus intereses y que daría lugar a la polémica de la llamada «empleomanía» que tanto recorrido histórico tendría en el siglo XIX español. Véase para ello la novela de Galdós Miau (1888).

   Los términos «mendizabalista» y «progresista» se consideraron como sinónimos queriendo representar al verdadero liberalismo nacido en Cádiz. Quedaban excluidos los liberales moderados que se les situaba en el campo de la reacción, de los que se oponían al «progreso» o al «movimiento» hacia la verdadera monarquía constitucional basada en la soberanía nacional del pueblo español. El periódico El Español (que no fue siempre «mendizabalista») criticaría esto al manifestar que:

   «Cuando un partido llega a creer a su favor la presunción de que tiene la razón, pronto se hace dueño de la sociedad y la conduce donde quiere» (8 de febrero de 1836).

   Las elecciones organizadas por el Gobierno dieron como resultado una victoria indiscutible de sus candidatos lo que provocaría acusaciones de manipulación electoral por parte de sus contrarios. Comenzaba el partidismo. Un año después, ese mismo periódico recordaba aquellos días de la siguiente manera:

   «Dos partidos débiles, porque poderosos ya no los hay, pero firmes y enconados, sostenían poco hace encontrados principios en presencia de las urnas electorales. Mutuamente acusabánse se ineptitud e hipocresía, y tal vez en cuanto a partidarios a ninguno faltaba razón…» (22 de agosto de 1837).

 
 
 

Espartero

Joaquín Baldomero Fernández-Espartero Álvarez de Toro
(1783-1879)
José Casado del Alisal
(1832-1886)
(Palacio de las Cortes)

 
 
 

REBELIÓN EN LA GRANJA Y UNA NUEVA CONSTITUCIÓN DE CONSENSO

 

El gobierno de Mendizábal se centró en aunar esfuerzos para la derrota de los carlistas y en desarrollar la desamortización eclesiástica a la que unió la supresión de las instituciones del clero regular. Estas medias chocaron con la Reina y los elementos conservadores (que aún no constituían partido alguno) pero a la vez, y es curioso, con el ala izquierda del progresismo que veía sus medidas insuficientes. Así las cosas, en mayo de 1836 la Regente, haciendo uso de sus prerrogativas reales y legales, hizo caer a Mendizábal y nombró un nuevo gobierno presidido por  Francisco Javier Istúriz, un ex liberal exaltado que había sido colaborador del cesado y que también provenía de la burguesía gaditana. Para legitimar su poder convocó elecciones en julio de 1836, que, como ya era costumbre, ganarían los gubernamentales. En estas elecciones se organizaría por  vez primera el partido liberal contrario a los progresistas: el moderado o monárquico-constitucional.

   Sin embargo, Mendizábal y los progresistas no aceptaron el estado de cosas y organizaron una nueva insurrección en agosto de 1836 que tuvo como momento estelar la sublevación de los sargentos de la Guardia Real en el Palacio de verano de La Granja, donde pasaba esos días la familia real.  La Regente volvió a llamar a los progresistas y se formó un gobierno liderado por el viejo liberal José María Calatrava y que tenía como ministro de Hacienda a Mendizábal. Aunque se siguió con la desamortización de los bienes de la Iglesia (llamados «bienes nacionales») se produjo un cambio en los progresistas. Éste consistió en un acercamiento a los moderados para estabilizar a la monarquía en unos momentos complicados en la guerra carlista. Dentro del progresismo tuvieron mayor predicamento políticos conciliadores como Agustín de Argüelles o Salustiano Olózaga. Fruto de ello sería la Constitución de 1837, una ley fundamental que pretendía un consenso liberal, a partir de la reforma de la de 1812. De esta forma lo expresaba el periódico El Español:

   «…todos los partidos (…) y toda la opinión liberal unánime y francamente acepta la Constitución como bandera común» (22-8-1837).

   En realidad, no eran tantas las diferencias con el partido moderado, ya que ambos eran partidos de notables, de burgueses y aristócratas. Ambos defendieron el sufragio censitario y rechazaban la democracia, a pesar de que los progresistas siempre apelaban al pueblo y las clases populares, pero nunca postularon el sufragio universal,  a lo sumo a la ampliación del censo de electores.

   Los progresistas constitucionales defendieron desde entonces que no representaban la agitación ni la anarquía, sino que se declaraban firmes defensores de la monarquía, la Constitución y la soberanía nacional. Como ejemplo tenemos  un manifiesto de los progresistas de Barcelona de 1839 que decía lo siguiente:

   «…el progreso se reduce al cumplimiento estricto de la ley, a las reformas que disminuyan los pagos, y  a la igualdad legal, pone freno al orgullo y sinrazón de los que aspiran a dominar por la sangre o las riquezas, cuyo toda forma lo que llamamos libertad.»

   Frente al progresista bullangero y de barricada, los de Barcelona decían que «el progresista discute con la entereza de una convicción robusta, sin apelar más que a razones y que su sistema práctico es observar religiosamente la Constitución sin intentar ni pensar nada que pueda alarmar la seguridad individual y la propiedad».

   Estas palabras las recogía el antaño «muy progresista» Eco del comercio, en su número de 30 de diciembre de 1839.  Este progresismo conciliador, liberal y defensor del orden legal, sin embargo acabó al año siguiente cuando, tras la presentación por parte del gobierno moderado de una ley municipal que consideraban “reaccionaria”, se produjo otra sublevación que supuso la llegada al poder de su nuevo líder: el general Espartero. Con ello no solo terminaba esta fase «conciliadora» sino que también terminaba la Regencia de María Cristina, pero no la interinidad política. Para el historiador Jorge Vilches esto demostraba que «el progresismo se aprovechaba de los movimientos violentos de aquella facción para ejercer más presión sobre el adversario político y la Corona, con el objetivo de alcanzar y monopolizar el poder» [3]

 
 
 

Juan-Prim-atentado-1871

Asesinato de Juan Prim y Prats la noche del 27 de diciembre de 1870
Fernando Miranda
(Dibujante e ilustrador, siglo XIX)
La ilustración española y americana
5 de enero de 1871
pag.17

 
 
 

CODA PARADÓJICA

 
 
 

El progresismo gobernó España durante la Regencia de Espartero (1840-1843) y volvió efímeramente con el mismo general en el Bienio Progresista (1854-1856) tras la «revolución de julio». Otra revolución, la «Gloriosa» de 1868, les encumbró al poder tras destronar a la reina Isabel II, a la que tanto defendieron en su minoría de edad, hasta que su líder, el general Juan Prim y Prats, fue asesinado en diciembre de 1870. A partir de ahí, el partido se dividió en facciones personalistas que fueron recogidas en el seno del Partido Liberal-Fusionista de Sagasta en la Restauración (1875-1931). El fin del turno pacífico con los conservadores de Cánovas, le llevó a su definitiva desaparición cuando cayó Alfonso XIII. Durante la II República el término «progresista» sólo lo mantuvo el Partido Republicano Progresista de Niceto Alcalá-Zamora y Miguel Maura que antes se llamó Derecha Liberal Republicana.

 

 

 

 

 

[1] Esta idea ya la hemos tratado en la revista «CARMINA»  con la entrada de «La importancia de llamarlo fascismo»: https://revistacarmina.es/?p=41095

[2]Sobre este período fundamental de nuestra historia contamos con una interesantísima monografía de Vladimiro Adame de Heu: Sobre los orígenes del liberalismo histórico consolidado en España (1835-1840), Sevilla, 1997.

[3] Jorge Vilches, Progreso y libertad. El partido progresista en la revolución liberal española, Madrid, 2001, pág. 28.
 
 
 

AL NACIMIENTO DE CRISTO NUESTRO SEÑOR Y DUERME EN MIS BRAZOS. Poema de Luis de Góngora con música de Manuel Ángel Cano en el ‘Concierto de Navidad’ de la Coral Polifónica Hermandad de Jesús Nazareno. Declamación de Lauro Gandul y Grupo ‘Ars Nova’; violonchelo: Clara Montes; viola baja: Andrés Rubio; viola alta: Clara de Asís Ramírez; clarinete: Elena Montes. Iglesia de Santiago el Mayor de Alcalá de Guadaira (22 de diciembre de 2019)

 
 
 

 
 
 

Caído se le ha un clavel
hoy a la Aurora del seno:
¡qué glorioso que está el heno
porque ha caído sobre él!

   Cuando el silencio tenía
todas las cosas del suelo,
y coronada del hielo
reinaba la noche fría,
en medio la monarquía
de tiniebla tan cruel.

Caído se le ha un clavel
hoy a la Aurora del seno:
¡qué glorioso que está el heno
porque ha caído sobre él!

De un sólo clavel ceñida
la Virgen, aurora bella,
al mundo se le dio, y ella
quedó cual antes florida;
a la púrpura caída
sólo fue el heno fiel.

Caído se le ha un clavel
hoy a la Aurora del seno:
¡qué glorioso que está el heno
porque ha caído sobre él!

   El heno, pues, que fue digno,
a pesar de tantas nieves,
de ver en sus brazos leves
este rosicler divino,
para su lecho fue lino,
oro para su dosel.

Caído se le ha un clavel
hoy a la Aurora del seno:
¡qué glorioso que está el heno
porque ha caído sobre él!

 
 
 

[Poesía de Navidad (antología).
Prólogo y selección de Sinda Pino y Jesús Majada.
Confederación Española de Gremios y Asociaciones de Libreros (CEGAL).< Págs. 52 y 53. Madrid, 1990]

 
 
 

 Góngora por Velazquez

Luis de Góngora y Argote
Diego Rodríguez de Silva y Velázquez
(1599 – 1660)

 
 
 

________________________

 
 
 

LA NAVIDAD EN «CARMINA»

LA PALMERA. Gerardo Diego (1896-1987)

NATIVIDAD. Vicente Núñez
PALIQUES DE LA VIRGEN EN LA MAÑANA DEL NIÑO (AÑO DE 1954). Vicente Núñez
NACIMIENTO DE MARÍA. Por José Manuel Colubi Falcó

LA GRAVIDEZ DE MARÍA. Por José Manuel Colubi Falcó

JOSÉ VA A EMPADRONAR A SU FAMILIA. Por José Manuel Colubi Falcó

LA ANUNCIACIÓN (1472-1475). Pintura de Leonardo da Vinci (1452-1519)

NAVIDAD 2013, Antonio Luis Albás

LA ANUNCIACIÓN DE MARÍA. Por José Manuel Colubi Falcó

 
 
 

LA UNIÓN NACIONAL Y EL FRACASO ENDÉMICO DEL CENTRO. De la serie «APUNTES HISTÓRICOS PARA LA INTERINIDAD POLÍTICA ESPAÑOLA» (I). Por Pablo Romero Gabella

 
 
 
LA UNIÓN NACIONAL

Caricatura de Basilio Paraíso (1949-1930) y Joaquín Costa (1846-1911)
[1900]

 
 
 

¿EL CENTRO HA MUERTO?

 

«¡Cuántas espinas de cuidados ha de rodearos, Señor, si habéis de mantener vuestros Estados en justicia, en paz y en abundancia!». Así advertía el historiador Ildefonso Antonio Bermejo al joven rey Alfonso XII en el comienzo del tomo primero de su Historia de la interinidad y guerra civil de España desde 1868 (Madrid, 1875). Esto mismo se los podríamos decir a Felipe VI y a la Princesa Leonor en estos tiempos de interinidad política que vive nuestra nación. Y en esa interinidad que podríamos llamar sanchismo  podemos  ver el fin de una etapa política, la del Régimen del 78, o simplemente un accidente, en exceso cansino, en nuestra democracia nacida de la Transición. Los hechos futuros nos lo dirán y los hechos pasados podrían servirnos si no como  guía al menos como pasatiempo ilustrado para esta épocas de memes.

   Una de las más relevantes consecuencias de las elecciones del 10 de noviembre de 2019 ha sido la laminación del centro político representado por el partido Ciudadanos que había sido liderado, hasta el día siguiente al desastre, por Albert Rivera. Como si de una maldición bíblica se tratara, Ciudadanos ha pasado a compartir la suerte histórica de UCD, CDS y UPyD. Todos ellos partidos de centro (hacia izquierda o hacia la derecha) de nuestra actual democracia. Su adversa suerte le ha llevado a unirse a los esqueletos del PRR y DLR que lo fueron en la Segunda República. Ciudadanos nació en la periferia política de Madrid, en Cataluña, como partido defensor de la unidad nacional y a la vez como partido regenerador. Una idea que no era nueva en España y que la encontramos a comienzos del siglo XX en el efímero experimento de la Unión Nacional.

 
 
 

LOS PROTAGONISTAS

 

El proyecto de partido, porque realmente nunca llegó a formalizarse como tal, nació de las consecuencias del Desastre del 98 que no sólo parió a una generación de escritores excelsamente pesimistas pero a la vez sublimes (algunos). También alumbró  (al igual que Ciudadanos al comienzo del siglo XXI) a unos políticos que decían ser regeneradores de un sistema, el de la Restauración, al que había que reformar antes que destruir. Este «partido apolítico», como lo llegó a definir el profesor José Luis Comellas, nació como Ciudadanos fuera de la  política madrileña. En concreto se alumbraron en las tierras aragonesas y castellanas a partir de tres personalidades regeneracionistas que llegaron a formar un verdadero triunvirato: el zamorano Santiago Alba (1872-1949) y los oscenses Basilio Paraíso (1849-1930) y Joaquín Costa (1846-1911). Al igual que los de Rivera nacieron de una burguesía intelectual y económica que se consideraba despreciada por el poder los partidos dinásticos liberal y conservador. Si miramos al hoy: los actuales (por ahora) PSOE y PP. Los triunviros decían representar a esa «masa neutra» de la que hablaría más tarde el regeneracionista conservador Antonio Maura y que no se veía reconocida ni en  los «amigos políticos» de Madrid ni en los caciques de sus terruños. Movilizar a esa España del trabajo, de los negocios y del intelecto fue el objetivo de estos próceres del regeneracionismo.

   Tal como Rivera, Alba era el más joven y provenía de la abogacía y del periodismo político de provincias ligado a los intereses agrarios. Paraíso, en su juventud republicano zorrillista, era el empresario exitoso que presidía la Cámara Oficial de Comercio e Industria de Zaragoza y además editor de El Heraldo de Aragón. Por último, Costa era la personalidad más arrolladora y venerada. Padre del Regeneracionismo patrio representaba al intelectual  proveniente del interior de la España que es hoy llamada vaciada o vacía.  Ligado al krausismo y a la Institución Libre de Enseñanza de su amigo Giner de los Ríos, fue doctor y profesor de Derecho y desarrolló más tarde su trabajo como abogado y notario en Madrid. A él debemos el lema regeneracionista de «escuela y despensa». Sin embargo, las contradicciones no le eran ajenas ya que aunque liberal social (¿hoy podríamos decir socialdemócrata?) defendió la necesidad de un «cirujano de hierro» que extirpara el mal de España. Esta figura sería reivindicada posteriormente por dictadores de dispar fortuna como fueron Primo de Rivera y Franco.

 
 
 
Santiago_Alba (1872-1949)

Santiago Alba Bonifaz
(1872-1949)

 
 
 

LOS HECHOS

 

En 1899, aún bajo el trauma del 98, los triunviros regeneradores crearon la Liga Nacional de Productores a partir de las cámaras de comercio y de asociaciones agrarias que fueron aglutinando. A comienzos de 1900 la Liga pasaría a ser la Unión Nacional. Su objetivo político: derribar el proyecto de la reforma hacendística del gobierno conservador de Francisco Silvela. Curiosa paradoja porque Silvela era un político que se declaraba regenerador, pero desde dentro del sistema de la Restauración canovista-sagastino, y que escribió el famoso artículo «España sin pulso» dos años antes.

   La Unión Nacional planteaba liderar un movimiento ciudadano (así se llamó también el proyecto para toda España de Ciudadanos tras su éxito en Cataluña) que mediante una movilización de burgueses, intelectuales y trabajadores hiciera caer el sistema corrupto de la Restauración. Sin embargo, el Gobierno Silvela no dudó en prohibirlo y meter en cintura a los díscolos triunviros. Tal como hicieron los cartistas en la Inglaterra victoriana, la UN pretendía llevar sus reclamaciones democratizadoras al presidente del Congreso de los Diputados y al no lograrlo, publicaron un extenso manifiesto publicado por la prensa el 1 de abril de 1900. Paraíso y Alba propusieron radicalizar el movimiento a través de la resistencia pasiva  que postulaba la insumisión fiscal. «No taxs without Representation», venían a decir, tal como los revolucionarios norteamericanos de 1776 y su método sería algo parecido al que Gandhi utilizaría en su legendaria «marcha de la sal» de 1930 que hizo doblegarse al imperio británico en la India. Costa en cambio defendía una táctica gradualista y apegada a la legalidad que supondría la creación de un verdadero partido político de «centro incluyente» (Norberto Bobbio dixit) que acabara desplazando a los partidos del turno. Las divergencias ideológicas  y  personales estallaron y en septiembre de 1900 Costa se desligó del proyecto. Sin embargo, cosa harto curiosa, Paraíso y Alba acabarían aceptando las tesis de Costa al proponer que la UN se presentara a las elecciones de 1901 como partido político. De tal manera prepararon un congreso en Cádiz (guiño quizá a la cuna del liberalismo hispano) donde esto se formalizara. Alba llegaría a escribir una especie de manifiesto fundacional que publicaría El Liberal el 18 de octubre de 1900. No obstante, las luchas internas y las contradicciones de un movimiento tan heterogéneo (¿les suena?) hicieron imposible su proyecto político. Todo quedó en el papel.

   Tras lo efímero del experimento, Alba y Paraíso llegaron a ser diputados en 1901, pero de la mano del político liberal gaditano Segismundo Moret. Paraíso ya plenamente inserto en el sistema turnista llegaría a ser nombrado más tarde senador vitalicio. Alba comenzaría una dilatada carrera política como líder de la «izquierda liberal», siendo ministro en diferentes carteras en los últimos gobiernos de Alfonso XIII.  Durante la Segunda República, dentro del PRR de Lerroux, llegaría a ser presidente de las Cortes entre 1933 y 1936. Por su parte Costa agrandaría su leyenda como santón del regeneracionismo, acercándose al republicanismo, y publicando su famoso libro Oligarquía y caciquismo como forma actual de gobierno en España: urgencia y modo de cambiarlo (1901).

 
 
 

LAS PALABRAS

 

¿Qué quedó de todo ello? Quedaron las palabras.  Palabras en las que estos hombres confiaron, tal como hizo ingenuamente más tarde Manuel Azaña , y en las cuales depositaban sus esperanzas para poner «España en marcha» (lema de Ciudadanos en la elecciones del 10-N). Rescatemos dichas palabras de los dos manifiestos principales de lo que fue la U.N.

   En el «Manifiesto del 1 de abril de 1900» (utilizo la edición de ese día de El Liberal) exponían los triunviros que ellos representaban a la España viva que se levantaba cada mañana para trabajar. La España que creaba empresas y daba trabajo a pesar de un gobierno corrupto:

   «Mientras nosotros trabajamos para nosotros y para el Estado, el Estado no ha trabajado más que para sí».

   Por ello era necesario reconciliar el «Poder público y el país». Lo que es lo mismo que fundir la España real y la oficial. Era por tanto la hora de hacer una «nueva política» que frente a la «vieja política» (Ortega y Gasset dixit) acabara con las corruptelas de caciques y  políticos de Madrid que:

   «Cierran a las masas el acceso a las urnas y hacen que el voto público no sea sincero ni verdadero en ninguna parte».

   Era necesario acabar con la «vieja política» del turno que gobernaba «contra el país» y que lo sumía en un «estado de atraso, de inferioridad, incultura, desgobierno, vasallaje y opresión feudal». La «nueva política», y aquí se veía claramente la influencia de las ideas costistas, debía sustentarse en:

   «Tres bases poderosas (…): la escuela, la despensa, la justicia; hemos pedido luz, pan, libertad: la libertad que nos quitan los caciques, con el brazo complaciente de la Administración y de la Justicia; el pan que la Administración nos sustrae o que no nos ayuda a producir, la luz que nos interceptan o de que no nos proveen las escuelas.»

   Cambiemos hoy «caciques» por «nacionalistas» y veremos mejor las similitudes.

   Por todo ello, pedían o más bien exigían al Gobierno el fin de la pasividad de años, de siglos, y que promoviera las infraestructuras (destacando la política hidráulica) y la escuela pública por todo el país como elementos cohesionadores. Así pensaban que España se convertiría en «miembro vivo de la comunidad europea». ¿Les vuelve a sonar la copla?

   Y al final una advertencia, tal como hizo por aquellos años Maeztu, si no se hace esta «revolución» desde arriba, las masas la acabarían haciendo por la fuerza desde abajo. Y para ello terminaban citando al historiador y político francés Thiers (liquidador a sangre y fuego de la Comuna de París en 1871) sobre la situación de Francia de antes de la revolución de 1789.

   En la «Declaración de principios» escrita por Santiago Alba de 18 de octubre de 1900,  publicada en El Liberal, se establecían los principios por los cuales debería regirse el nuevo partido. Éste tenía el imperativo de una realidad que los vetustos partidos turnistas se negaban a ver:

   «Toda España siente ya el vacío de nuevas manifestaciones de la opinión pública».

   La U.N. representa a esas «fuerzas sanas» que deben «imponer las grandes reformas que demanda la opinión pública». Y para llevar a cabo tales reformas era necesario utilizar una acción gradualista, pedagógica, moderada y legal tal como predicaba Costa:

   «Es preciso hacer una labor prudente, modesta y perseverante (…) Se impone el procedimiento inglés: solicitar seis u ocho reformas concretas e imponerlas, y después pedir otras tantas.»

   Alba reconocía que con el actual gobierno de Silvela (que caería 5 días después ocupando su lugar el sempiterno Sagasta) era imposible llegar a un entendimiento:

   «Al actual ministerio nada le podemos pedir, ni nada queremos de él.»

   Pero si se formara otro distinto que «…no esté incapacitado y que ofrezca garantías sólidas y públicas, se le podrá prestar concurso, se le podrá dar de buena fe nuestra labor a la gestión del Gobierno, sin perder jamás su independencia la Unión Nacional».

   Léanse las anteriores líneas en clave de la actual interinidad y se comprenderán oportunidades que podrían haber sido pero que no fueron…

   Por todo ello, Alba y los suyos defendían su «política nueva, sumando la tradición y el progreso.». Esto suponía desterrar experimentos revolucionarios ya que «La crítica negativa de los revolucionarios retóricos no conduce a nada práctico».

   En conclusión, proponían un partido que hoy llamaríamos de centro y alejado de peligrosas excursiones al radicalismo:

   «Hay que ejecutar el programa de la Unión Nacional o ayudar a quienes los ejecuten, sumando a la obra de la regeneración el concurso de todos. Será esto menos gallardo y menos populachero; pero es lo único posible y patriótico.»

   Cambiemos hoy «populachero» por «populista» y «revolucionarios retóricos» por «progresistas». Preguntémonos:

   ¿Estamos bajo su férula?

 
 
 

Basilio_Paraíso (1849-1930)
Basilio Paraíso
(1849-1930)

 
 
 

«14 DE JULIO» O EL SECRETO ESTÁ EN LA MASA. De la serie «LIBER BREVIS, VITA LONGA» (Núm. 4). Por Pablo Romero Gabella

 
 
 
MARIONETAS 17 (LISBOA)

Museu da marioneta de Lisboa
[Foto: LGV 2018]

 
 
 

«Este relato no es ficción ni libro de Historia. Tampoco tiene un protagonista concreto, pues fueron innumerables los hombres y mujeres envueltos en los sucesos…» Así podemos entender el sentido del libro de Éric Vuillard 14 de julio (2016). Sin embargo estas palabras pertenecen al comienzo el libro de Arturo Pérez-Reverte Un día de cólera (2007). Los sucesos son los del 2 de mayo de 1808 en Madrid, pero bien pudiera servirnos para los del 14 de julio de 1789 en París. Dos «momentos estelares», donde el tiempo «se comprime en ese único instante que todo lo determina y todo lo decide» en palabras de Stefan Zweig, el maestro de un tipo de literatura que a principios del siglo XXI Vuillard y Pérez-Reverte retoman con innegable éxito. Ambos escritores narran dos hechos que marcaron el inicio de la contemporaneidad en Europa en su doble sentido, el revolucionario y el contrarrevolucionario y que tienen como protagonista a la multitud, a esa masa rebelde que categorizaría Ortega y Gasset.

   Éric Vuillard [1] es un escritor que nació en el año revolucionario de 1968 y que llevaba una existencia profesional discreta en Rennes hasta que consiguió el Premio Goncourt de 2017 por El orden del día, otra «miniatura histórica» que narraba el ascenso del nazismo. Esto ha llevado a Tusquets a publicar en español la obra que comentamos y que fue publicada en Francia en 2016. Vuillard nos cuenta en 185 páginas el febril día en que comenzó la Revolución Francesa para todo estudiante. Una fecha marcada y subrayada en los manuales escolares y de la cual poco se conocía en detalle. Vuillard realiza una recreación literaria de ese día utilizando material histórico (aunque es una pena que no cite sus fuentes más allá de nombrar a Michelet). En su empeño no duda en utilizar un lenguaje actual que lo hace accesible a todo tipo de lectores y que ya ensayó Pérez-Reverte en su Cabo Trafalgar (2004). Adonde las fuentes no llegan el autor recurre a «morder la nada y caer en la gran cuba donde ya nadie tiene nombre» (pág. 91)

   Los protagonistas del libro son aquellos sin nombre que asaltaron la fortaleza de la Bastilla, símbolo del Antiguo Régimen. Aún así es de destacar que en el libro aparecen multitud de nombres de personas, que no personajes, los cuales el autor ha ido recolectando de las fuentes históricas. Todos ellos forman una masa popular que pierde, en cierta manera, su individualidad en pos de una meta común: la destrucción. Destrucción de un edificio real pero a la vez símbolo del despotismo. Elias Canetti en Masa y poder (1960) señaló como una de las propiedades de la masa la necesidad de una meta, un objetivo que «está fuera de cada uno y que coincide en todos, sumerge las metas privadas, desiguales que serían la muerte de la masa». Aunque amalgama de nombres propios, apellidos o apodos, la multitud parisina se mueve como un solo cuerpo que busca armas y focaliza todo su esfuerzo en tomar la Bastilla. Para Vuillard «no hay modo de contener a una multitud, una multitud no parlamenta, no discute, a la multitud no le gusta esperar» ( pág. 64). Y precisa que el movimiento popular del 14 de julio fue una «intifada de pequeños comerciantes, de los artesanos parisinos, de los niños pobres» ( pág. 51). La pobreza es para Vuillard el motor de su relato ya que comienza con el sangriento motín del 23 de abril de 1789, cuando una multitud popular asalta las casas y negocios de potentados al grito de ¡Mueran los ricos! En esos momentos Francia vivía una de sus mayores épocas de carestía. Recordemos que el historiador Labrousse señaló que el día en el cual el pan alcanzó su mayor precio fue el 14 de julio. Paralelamente el Estado absolutista vive una bancarrota total que obliga al rey a convocar a los Estados Generales en mayo de 1789. En gran medida, para el autor, esta bancarrota es estructural a un Estado que tiene su summun en la corte de Versalles, a la cual Vuillard dedica una de las mejores páginas de su libro y que uno no puede sustraerse a visualizarlas, como hizo Sofía Coppola en su María Antonieta (2006).

   De puntillas pasa Vuillard sobre cómo se pasó de los Estados Generales del Antiguo Régimen, organizados feudalmente en tres brazos, a la Asamblea Nacional Constituyente ciudadana. El comienzo de la revolución liberal y burguesa (es la que al final triunfará) no tiene para el autor la importancia de la otra revolución, la popular, la de la calle que el 14 de julio se lanza enfebrecida a la búsqueda de armas. Leyendo estas páginas vivimos las dos pulsiones que el gran historiador Georges Lefebvre consideraba consustanciales a la mentalidad revolucionaria: la esperanza y el miedo. Lo último viene dado por los rumores de que las tropas del rey estaban dispuestas a entrar a sangre y fuego en París para ahogar la naciente revolución, lo primero viene dado por el sueño de algo nuevo. Ese algo nuevo aún poco definido en la mentalidad popular, viene dado por la epifanía revolucionaria de la palabra. En esos días de un caluroso julio parisino «todo el mundo se acuesta tarde. Se habla y se habla. Nunca se había hablado tanto» ( pág. 48). De los pocos personajes históricos que se citan (junto a Necker, el ministro de Hacienda, y María Antonieta, la reina) un joven Camile Desmoulins (nada sabemos en aquel de día de Dantón o Robespierre, luego indiscutibles tribunos de la plebe) arenga a la multitud con palabras enardecidas. Porque «la palabra dicha no deja traza, pero obra estragos en los corazones» (p. 116) Y nada es más sensible al corazón que la esperanza, la misma que hace que el 14 de julio sea para el autor el nacimiento de la Revolución. En las siguientes líneas podemos resumirlo:

   «Durante la noche del 13 al 14 de julio, que es, yo creo, la noche de las noches, la Natividad, la más terrible noche de Navidad, el Acontecimiento, la chusma, como suele decirse, los más pobres, en suma, aquellos a los que la Historia dejó hasta ese momento pudrirse en el arroyo, armados con fusiles, espetones, picas, hacen que les abran las puertas de las casas y que les sirvan comida y bebida. En lo sucesivo, la caridad no bastará» (pág. 61)

   Desde ese momento se tendrán que tener en cuenta  esos miserables que inmortalizara Víctor Hugo y cuyo espíritu flota en todo el 14 de julio. Son los salvajes de la civilización. En palabras hugianas, son aquellos hombres «que en los días genésicos del caos revolucionario, harapientos, feroces, con las mazas levantadas, la pica alta, se arrastraban sobre el viejo París trastornado, ¿qué querían? Querían el fin de las opresiones, el fin de las tiranías, el fin de la guerra, trabajo para el hombre, instrucción para el niño, dulzura social para la mujer, libertad, igualdad, fraternidad, el pan para todos, la idea para todos, la conversión del mundo en Edén, el progreso…»

   Frente a ellos los burgueses y aristócratas, los civilizados de la barbarie, temerosos intentan controlar a la multitud formando una milicia para mantener el orden y a la vez, la halagan con palabras hueras. La revolución de los juristas en Versalles no es la del pueblo en la calle que asalta la Bastilla ajeno a las llamadas a la conciliación. Recordemos: la multitud no parlamenta, actúa. Estos burgueses no veían lo mismo que vería Víctor Hugo, no creían que el progreso llegaría desde la plebe. En este sentido historiadores de finales del siglo XX, ejemplificados en Furet y Richet, definieron esta explosión de violencia popular como la del «viejo milenarismo, la ansiosa espera de la venganza de los pobres, de la felicidad de los humillados». Sin embargo, tal como dejó por escrito Engels en una carta de 1889, este cuarto Estado le hizo el trabajo sucio a la burguesía en su derrota del feudalismo en 1789 y más adelante en 1792 cuando acabó con la monarquía. Tal como ocurriría más adelante con la Comuna de 1871, se acusó de los desmanes a los extranjeros, a pandillas de vagabundos que fueron llegando a París de todas partes de Francia y que extendieron el caos y el terror. Sin embargo, ¿quién era genuinamente parisino? La ciudad acogía diariamente a legiones de inmigrantes que buscaban salir de la miseria y que amalgamados en la escasez fueron la carne de cañón de las jornadas revolucionarias. Además eran en su mayoría jóvenes ya que «Francia era entonces un país joven, asombrosamente joven. Los revolucionarios fueron gente muy joven, comisarios de veinte años, generales con veinticinco. Jamás ha vuelto a verse tal cosa» ( pág. 58).

   La multitud es tratada por Vuillard con el humanismo de la multitud de retazos de vida rescatados de los documentos, inflamados por la imaginación cuando faltan aquellos. Leer sus nombres, sus oficios y su vestimenta a través de los atestados judiciales de sus cadáveres, nos recuerda que ellos eran nosotros. La jauría revolucionaria humanizada tal como Dickens hizo en su Historia de dos ciudades (1859): «Padres y madres que habían tomado parte activa en los asesinatos jugaban con sus niños y los cubrían de besos, y en aquella situación terrible, ante semejante porvenir, los enamorados se amaban esperanzados». El historiador Michelle Vovelle en La mentalidad revolucionaria (1985) destacaría «la importancia de la cesura revolucionaria en las estructuras más íntimas de la vida de las gentes que vivieron esta aventura».

   Sin embargo la aventura de la Revolución no es eterna como nos demostró Anatole France en Los dioses tienen sed (1912), la que es quizá la mejor novela sobre la Revolución francesa. «Porque bien hay que vivir, hay que asumir la vida, uno no puede estar siempre rebelándose; se requiere un poco de paz para engendrar hijos, trabajar, amarse y vivir» (pág. 63).

   Las últimas páginas de 14 de julio tienen la actualidad de una Europa en crisis, y más en concreto de la Francia de la furia amarilla enchalecada que no sabemos a donde realmente va. Lo cierto es que todos nosotros, como todos aquellos de 1789 coincidimos en algo: «el hombre desaparece como apareció en la Historia, simple silueta» (pág. 110).

 
 
 

MARIONETAS 18 (LISBOA)

 
 
 

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[1] Entrevista al autor en el suplemento cultural Babelia de El País: https://elpais.com/cultura/2018/03/05/babelia/1520253550_353014.html
 
 
 

CESÁREO ESTÉBANEZ. De la serie «Historias de vidas» por Olga Duarte Piña y Lauro Gandul Verdún

 
 
 

El actor Cesáreo Estébanez y el guitarrista Niño Elías en el último ensayo de LA CEGUERA 
(Foto: José Miguel Hermosín Martínez. Hacienda de los Ángeles, 2006)

 
 
 

Cesáreo Estébanez en su casa de Alcalá de Guadaira
(Foto: Olga Duarte Piña 2004)

 
 
 

   Respiramos un aire nutrido por los aromas que emanan las maderas y las tapias encaladas de este recinto, convento íntimo y laico orillado al borde mismo de una curva, al pie mismo de un escarpe, al que se agazapan higueras silvestres, cuyo perfume milenario y sagrado también nutre el ser de este aire que respiramos. Mientras la voz de Cesáreo va, también, con su aire, nutriendo esta atmósfera atravesada de luces muy antiguas y muy sabias.
Hemos venido a que nos hable de teatro, de él y el teatro. Le hemos dicho que con sus palabras queremos pergeñar una muy humilde didáctica sobre el arte dramático, principalmente para los lectores de estos textos y, también, para nosotros mismos.

   Aunque nació en Palazuelo, provincia de Valladolid, circunstancia de la que no tiene la culpa, según él mismo dice, sus primeros pasos, su primera novia, su primera juventud fueron en Palencia. Sus primeros recuerdos entrañables son de un río, afluente del Pisuerga y de la calle Mayor de Palencia.

   Cuenta que en su familia no hay ninguna relación con el teatro, sin embargo ello no ha impedido que a él le haya gustado el teatro desde que era un niño. -Desde que en un grupo, de estos de mayores, hice el niño de una obra de Miller, a los 9 años. Me cogieron, no sé porqué-. Luego hizo teatro durante el bachillerato y en la universidad de Salamanca y, finalmente, se fue a Madrid un año, a probarlo -porque no quiero que me den los sesenta, que ya tengo, y me haya quedado el gusanillo-, y ya no volvió. Cesáreo marchó a Madrid para convertirse en actor dramático después de haber casi concluido la licenciatura de Medicina, carrera de la que sólo le faltan por aprobar algunas asignaturas -Tengo la orla pero no terminé-. Se fue a la capital con el consentimiento de su padre, que siempre lo apoyó en aquella decisión suya, no así su madre que nunca aceptó que su primogénito, que iba para premio extraordinario, rompiera con siete generaciones de médicos en la familia. -Mi padre fue a Madrid a verme encantado, varias veces, como si yo fuera Lawrence Olivier. Yo les digo a mis sobrinos lo que me dijo él: Si eliges un trabajo, vas a tener que estar un tercio de tu vida en él: ¡que te guste, por favor!-

   En la Universidad de Salamanca, cada quince días, durante los primeros años de la década de los sesenta, Cesáreo Estébanez, leía y recitaba textos y poemas de los autores en aquella época comprometidos políticamente y otros, ya muertos, cuya palabra literaria era considerada contraria al régimen dictatorial instaurado por Franco en aquella España: León Felipe, Blas de Otero, Pablo Neruda, Gabriel Celaya, Miguel Hernández, César Vallejo… Pues Cesáreo precisamente perseguía como fin difundir la literatura comprometida en aquellos actos sucesivos llamados “Una hora con…” ante un nutrido público de estudiantes y profesores universitarios. Entonces conoció a don Fernando Lázaro Carreter que era rector de la Universidad de Salamanca y con quien tenía que mantener frecuentes contactos, por razón de la organización del programa:

   -Lázaro iba a todos los recitales míos. Después de hacer “Una hora con León Felipe” un señor del público me regaló la colección entera de León Felipe, para mí un regalo maravilloso. Lo tuve yo en mi habitación del colegio mayor un tiempo, y un día vino la policía, me la quitó, y hasta hoy, sin decirme nada eh!, cogieron la colección y se la llevaron-.

   -Con Manuel Dicenta, que fue actor y profesor, primero, fui alumno de la Escuela de Arte de Madrid, y luego, compañero, porque trabajé con él en el María Guerrero, en el Reina Victoria… En el teatro español del siglo XX para atrás se ha perdido. De los carros de los pueblos se pasó a los corrales de comedia, y de éstos se pasó a los teatros del XIX, a la italiana. En los años que siguieron a la Guerra Civil la tradición se perdió. Llegamos los modernos y nos cargamos la tradición anterior, de lo cual ahora estamos muy arrepentidos todos porque no supimos valorar lo nuestro. Cuando los de los Teatros Universitarios ingresaron en el teatro, digamos comercial, profesional, la época de Adolfo Marsillach, para entendernos, de Juanjo Menéndez, Fernando Delgado, Jesús Puente…, formaban una promoción que toda vino de la universidad, ocuparon el teatro. Y, entonces, como yo digo, sabían leer y escribir, y sabían literatura, cosa que no solían saber los actores… Y ocuparon sus puestos. Los de la generación siguiente, que fue la nuestra, les creímos más a ellos que a los otros y renunciamos a los otros. De hecho rompimos el sistema de tradición. Es así y algunos lo escribirán. A nosotros nos gustaba el teatro que se hacía en el Berliner alemán, en Paris o en Nueva York y considerábamos no ya viejo, sino estúpido el que teníamos, también vivía Franco, y todo lo que era luchar contra los establecido era luchar contra Franco, lo cual era favorecedor. Entonces, yo no valoré a Manolo Dicenta, aunque era de izquierdas, yo no le valoré porque representaba a esa época, sin embargo, yo le imitaba recitando hasta tal punto que él mismo no sabía si algunas grabaciones eran suyas o eran mías. No supimos ver lo que tenían de bueno. Eran los cómicos que venían de los cómicos de la lengua, eran ruines como personas, eran muy peseteros, tenían miedo a vivir. Nosotros no teníamos hijos que alimentar. En mi generación nos giraba papá si teníamos problemas económicos: ¡teníamos más pasta, joder! Si algo no nos gustaba por estética no íbamos, eso era impensable para aquellos actores. Debimos de haber guardado una espita para que salieran los de la época anterior porque no pudimos aprender todo lo que debíamos, ellos no pudieron enseñarnos todo lo que sabían; y lo digo yo que soy quizás de los que han mamado de ahí. Todo ese teatro hoy es irrecuperable.

   -El teatro es lo que más me gusta a mí en el mundo, sin discusión… O me gustaba. A medida que pasa el tiempo vas viendo que lo que más te gustaba en el mundo ya no te gusta tanto, a lo mejor ahora, en un momento determinado lo que más te gusta en el mundo es dar un paseo, o leer, o hacer otra cosa. El año pasado me llamaron para hacer “Luces de Bohemia”, lo del don Latino, y me fuí nueve meses de gira, o sea… aún me tira. Pero este año me han hablado de ir a Madrid a hacer otra cosa, y he dicho que no-.

   -Cuando me preguntan qué hay que hacer para ser actor, yo digo currar. La improvisación es contraria al teatro. El teatro es exactamente ensayo-.

   -Cuando interpretas piensas en lo que te da la gana: no hay ningún ensimismamiento. Te metes en situación relativamente: yo sé que no soy don Latino, yo sé que no soy Hamlet ¡qué voy a ser Hamlet yo! Si fuera yo Hamlet…-

 
 
 

El actor Cesáreo Estébanez, al centro,
hablando con el pintor Xopi
y el guitarrista Niño Elías,
un poco antes de que empezara «La ceguera»
(Foto: Enrique Sánchez Díaz. Hacienda de los Ángeles, 2006)

 
 
 

De derecha a izquierda, Antonio de la Torre,
Lauro Gandul, Cesáreo Estébanez y Niño Elías
(Foto: Enrique Sánchez Díaz. Hacienda de los Ángeles, 2006)

 
 
 


Cesáreo Estébanez con acompañamiento de la guitarra de Antonio Contreras
declamó poemas de Vicente Núñez
y de Antonio Medina de Haro

 
 
 

DOS DÍAS DE MARZO [DE 2014]: MUERTE Y TRANSFIGURACIÓN DE LA TRANSICIÓN. Por Pablo Romero Gabella

 
 
 

ABC (PORTADA parcial 24-02-1981) 2

Adolfo Suárez y Gutiérrez Mellado un 23-F
(Una foto de la portada de ABC del día siguiente)
1981

 
 
 

Marzo de 2014. Durante varios días España, la España postmoderna y democrática, honró la memoria del último Secretario General del Movimiento, o lo que es lo mismo: del partido único del Franquismo, antes llamado Falange Española Tradicionalista y de las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista (FET y de las JONS), que tenía su origen en el partido fascista Falange Española fundado por José Antonio Primo de Rivera en 1933.

   Con tal genealogía es sumamente significativo que miles de españoles asistieran a la capilla fúnebre instalada en el Congreso de los Diputados para despedir a Adolfo Suárez. Si sólo nos quedáramos con el primer párrafo de este artículo resultaría inconcebible que se honrara en estos días a un fascista. Sin embargo lo que la inmensa mayoría de españoles hicieron no fue eso; honraron al primer presidente de la democracia actual, al hombre que junto a otros (dentro y fuera del Franquismo) desmontó el régimen franquista desde dentro y llevó al país a unas elecciones libres, con partidos políticos libres, amnistía, Cortes Constituyentes y la Constitución de 1978. No fue obra suya en exclusiva aquello que se ha venido a llamar La Transición (1975-1979), pero sí representa uno de sus mitos. Un acontecimiento que, a su vez, vive un proceso de «desmitificación» y de desmontaje por un cada vez más amplio sector de la izquierda y también de parte de la derecha. Un ejemplo de ello lo tenemos en el libro de Ferrán Gallego El mito de la Transición (2008), donde se nos dice que la Transición fue un pacto de elites, donde los franquistas siempre tuvieron el control. Sin embargo, la historia de las colectividades humanas sigue sorprendiéndonos y cuando se daba por muerta a la Transición, la muerte de Suárez ha hecho que el mito reviva. Y es que la España actual necesita algún referente en el que verse representada como colectividad. Obviamente Suárez tuvo sus zonas oscuras, su falta de ideas políticas claras, sus concesiones a unos y a otros. Pero no se honra tanto al hombre sino al mito, que obviamente se apoya en unos hechos objetivos: se pasó políticamente de la dictadura a la democracia y sin mediar una guerra civil. Ya con eso, muchas naciones no han construido sus mitos fundacionales, sino toda una saga tolkeniana: 1776 y 1863 en EEUU (con la esclavitud de fondo), 1789 en Francia (con sus claroscuros de guillotinas y sangre),  1989 en Alemania, etc. El epitafio en la lápida de Suárez resume nuestro mito fundacional: «la concordia fue posible».

 
 
 

DIEGO CAÑAMERO 22M-2014

Diego Cañamero el 22-M en Madrid
(2014)

 
 
 

   Pero en  España todo es siempre algo diferente. Así no nos debiera extrañar que entre esos miles de españoles que asistieron el lunes 23 de marzo [de 2014] a la capilla fúnebre de Suárez, un día antes participaran en la «Marcha de la Dignidad» en ese mismo Madrid. Un evento patrocinado por sindicatos y asociaciones de izquierda  que en su manifiesto expresaban que: «La descomposición del régimen surgido de la Constitución del 78 se hace evidente debido a los mismos elementos presentes en su nacimiento, el cual tuvo lugar en contra del pueblo, está corroído por la corrupción y no tiene ninguna legitimidad». Podrían parecer proféticas estas palabras cuando en aquellas horas estaba en plena agonía Suárez. El 22-M se ponía de manifiesto, nunca mejor dicho, la idea de que la Transición fue hecha «contra el pueblo», que fue una farsa y que es necesaria la ruptura que en 1975 no se produjo. Resulta altamente ilustrativo el discurso que realizó el líder del Sindicato Andaluz de Trabajadores (SAT), Diego Cañamero, al finalizar la marcha. Ante miles de congregados, (rodeado de banderas comunistas, republicanas, anarquistas y de las diferentes regiones), el líder de la Andalucía profunda tuvo su momento de gloria mediática a nivel nacional. Lo que vino a decir fue que era necesaria la lucha contra un Gobierno que traicionaba al pueblo, que era necesario llevarlo ante un Tribunal que lo juzgase y metiera en la cárcel a sus miembros (una especie de Tribunal Revolucionario al estilo jacobino, pero sin guillotina) porque eran los descendientes del franquismo. Y era necesario saldar esa cuenta pendiente que la Transición había evitado y por ello pedía ni más ni menos que un nuevo Frente Popular. Al final apeló al espíritu de Espartaco, el líder de la revuelta de esclavos en la Roma republicana , como modelo de lucha para los «nuevos esclavos» del siglo XXI. Volvamos por un momento a la tan querida, por muchos de los que participaron en dicha marcha, II República. Manuel Azaña, líder de la izquierda burguesa, en un multitudinario mitin en octubre de 1935 afirmaba lo siguiente:

   «Porque la condiciones del sufragio en una democracia cambian legítimamente las posiciones políticas y las orientaciones del Gobierno, y nosotros mismos cuando… estuvimos en el poder… nunca hemos rechazado la eventualidad de [la] posible victoria del espíritu moderado del país [que] hubiese de conquistar un día el Gobierno de la República…»

   No obstante, para que ello fuera lo normal Azaña se refería que era necesario dos condicionantes: que no se «pretendiera aniquilar al bando contrario» y que hubiese un «espíritu de continuidad». Tolerancia y continuidad, palabras que bien podrían haber estado en el epitafio de Adolfo Suárez. Si el 22-M miles de personas daban por muerta la Transición, al día siguiente otros miles la revivían para sorpresa de muchos. Así es España. Por unos días (muchos dirán que es producto del bombardeo de los medios) tolerancia, continuidad y concordia formaron parte de nuestro vocabulario político.

 
 
 

«UNE MANIFESTATION À LA PARISIENNE!»  INDIGNADOS (Y LIBERALES) ALCALAREÑOS EN 1855. Por Pablo Romero Gabella (2012)

 
 
 

La libertad guiando al pueblo
Eugène Delacroix
1798-1863

 
 
 

A mi padre , y a mi hija…
la memoria, a pesar de todo, persiste con el cariño.

 
 
 

«París se acostumbra, muy deprisa a todo –un motín no es más que sólo un motín– y París tiene tantos negocios que no se ocupa de cosa tan pequeña… sólo estos inmensos centros de población, pueden contener en su recinto a un mismo tiempo una guerra civil y una extraña tranquilidad»

Víctor Hugo, Los miserables, 4ª Parte, Libro IX, V (1862)

 
 
 

SIEMPRE NOS QUEDARÁ PARÍS

 

   Se podría decir que la Edad Contemporánea comenzó en la noche del 6 de octubre de 1789 con una multitud de mujeres de los suburbios de París. Éstas que en principio pedían pan para sus hijos,  pasaron  luego a «rescatar» a Luis XVI y María Antonieta  de su refugio real de Versalles  para llevarlos en volandas, en mitad de la noche, al parisino Palacio de las Tullerías. Con ellas llevaban la aceptación regia de los decretos de la Asamblea Nacional Constituyente que abolían el Antiguo Régimen y sus privilegios. Era el punto de partida de la revolución francesa y con ella del ciclo de revoluciones liberales del siglo XIX.

   Desde ese momento hasta nuestros días el derecho a manifestación (o de reunión) es considerado como una expresión de la ciudadanía que superaba la acción de los «rebeldes primitivos» de épocas preindustriales, en palabras del historiador Hobsbawm.  La multitud convertida en cuerpo político también participaría en el juego político mediante la combinación de los derechos de reunión y petición (tal como recogen los artículos 21 y 29 de nuestra vigente Constitución), un juego antes reservado en exclusiva a las élites. Sin embargo la frontera que separaba la manifestación social o política, de la huelga general, de la revolución o del simple motín fue difusa.  Volviendo al inicio de este artículo debemos decir que la aguerridas parisinas de 1789 también portaban picas coronadas y ensangrentadas con las cabezas de los guardias de corps de los reyes.

 
 
 

caricatura de la rev. 1868Caricatura de la revolución de 1868

 
 
 

LA EDUCACIÓN SENTIMENTAL
(Y CONSTITUCIONAL)

 

   En el caso de España[1] el primer texto constitucional que reconocía expresamente este derecho fue la Constitución de 1869 (artículo 18) que inauguraba la primera experiencia democrática en nuestro solar patrio. Con anterioridad las autoridades, tanto absolutistas como liberales, se dedicaron a restringir o directamente reprimir cualquier intento de llevar a cabo dicho derecho. Ya en la Cédula Real de 15 de julio de 1805 se hablaba de «proceder contra los que causen bullicios o conmociones populares». Esta idea quedaría plasmada en el Código Penal de 1848 (al mismo tiempo que en París se desarrollaba la revolución liberal-democrática de febrero) y en su modificación de 1850. Con la llegada del Bienio Progresista (1854-1856) tras la «Revolución de julio» de 1854, comenzó el panorama a cambiar con la Real Orden de 19 de julio y el Real Decreto de 29 de agosto, ambas de 1854. Pero solo se referían al período electoral. En el intenso debate parlamentario que antecedió a la redacción de la Constitución «non nata» de 1856 se sentaron las bases constitucionales para el reconocimiento de los derechos de reunión y petición, hoy considerados fundamentales. Sobre todo vino de la mano de los diputados demócratas, tal como establecieron en su Manifiesto de 1849. Aunque finalmente no se llegaría  a incluir dicho derecho en el texto definitivo, el camino quedaba marcado en estos decisivos años.

  En otra ocasión[2] ya tuve la oportunidad de demostrar la importancia del Bienio Progresista en Alcalá para la conformación de los primeros partidos políticos «modernos» en nuestra localidad. Especialmente en el caso del partido progresista, luego demócrata y más tarde republicano federal, que liderado por el alcalde y luego diputado nacional Cabello de la Vega y la familia del escritor José María Gutiérrez de Alba gobernaría la primera Alcalá democrática durante el Sexenio Revolucionario (1868-1874). A este respecto, estos años fueron decisivos porque, en palabras de la historiadora Carmen Burdiel fueron «una escuela de formación política para sectores muy extendidos de la población al presentar en la esfera política liberal, de forma abierta y masiva, el debate sobre la posibilidad de que la soberanía nacional, y la ruptura con el absolutismo, alcanzase efectivamente, y no sólo retóricamente, al trono» (Isabel II. Una biografía, Madrid, 2010, pág. 247).

 
 
 
carteles-FAFI-1

¡Viva la Constitución!

Cartel de Rafael Luna (1988)

 
 
 

AQUELLOS «HOMBRES DE PROGRESO» DEL 17-E

 

   Y fue en estos dos intensos años de debate político cuando tenemos constancia de la primera gran manifestación política en Alcalá. Gracias al desarrollo en los últimos años de las hemerotecas digitales podemos encontrar esta referencia en publicaciones nacionales como  El Clamor público, La Iberia y La España del 21 y el 23 de enero de 1855 respectivamente. Encontramos  la noticia con más detalle en La Iberia, publicación marcadamente progresista, en la sección «Provincias» que recogía lo publicado en El Porvenir [periódico liberal progresista sevillano] del 18 de enero de 1855. Por su interés lo publicamos íntegramente:

   «En la inmediata villa de Alcalá de Guadaira han ocurrido algunos sucesos…se nos ha asegurado que en la noche del martes [16 enero de 1855] hubo allí una especie de manifestación popular. Ayer [17 de enero] entraron en Sevilla cerca del medio día, un número considerable de vecinos de Alcalá, y formados como un batallón,  en la calle de Zaragoza, dirigiéndose después al gobierno civil [actual Casa de la Provincia en la plaza del Triunfo], cuyas inmediaciones ocuparon. Aquellos ciudadanos aparecían en actitud hostil, pues ninguno llevaba armas; la columna parecía más bien formada á imitación de las que en París y Lóndres [sic] ejercen de ese modo el derecho de petición. Ignoramos á la hora que escribimos, qué pedirían, ni si les sería concedido.»

   Si contrastamos esta información con las investigaciones en base a la documentación de archivo y de otras fuentes periodísticas podemos saber cuál era el motivo de la manifestación: los problemas que existían en esos momentos en la formación de un elemento fundamental de la España liberal: la Milicia Nacional.  Éste era uno de los puntales del ideario progresista que defendían los «hombres de progreso» alcalareños liderados por Cabello de la Vega. Tras la Revolución de 1854, que puso fin a diez años de dominio liberal-moderado marcados por la corrupción, se abría un periodo en que todo era posible, incluso el destronamiento de la reina. La Milicia Nacional, cuerpo cívico-militar local, se convertía en cada pueblo en el garante del orden liberal. Era además el embrión de nuevas formas de sociabilidad política (junto a los cafés, las sociedades patrióticas, las logias masónicas). En palabras de Pérez Galdós era «un organismo militar donde todas las clases sociales habían puesto en ella su magra y su tocino…sólo la Milicia era lo que debía ser»[3]. Quizás un poco idealizada, la Milicia intentaba acoger en su seno a la pujante pequeña y mediana burguesía junto a ciertos sectores populares, principalmente el artesanado. El caso de los jornaleros era un caso aparte porque aunque progresistas, aún pesaba en ellos el prurito burgués de la propiedad, aunque fuera pequeña.

   Volviendo al caso que nos ocupa, en la Alcalá postrevolucionaria el municipio aún seguía en manos del sector moderado que no puso mucho interés en formar una institución que veía claramente escorada hacia el progresismo. Habría que recordar que desde 1844 los sectores «de orden» contaban con un cuerpo policial profesionalizado y estatal que era la Guardia Civil. De esta forma solo se preocuparon de formar un escuadrón de caballería en diciembre de 1854 y no fue hasta diciembre, y bajo la presión de las autoridades provinciales de signo progresista, cuando se decidieron a conformar las compañías «plebeyas» de infantería. El 23 de diciembre se celebraron elecciones para jefes y oficiales por parte de los milicianos. Era éste el elemento más democrático de dicha institución ya que los milicianos eran los que por voto directo elegían a sus mandos. Sin embargo, estas primeras elecciones fueron llevadas a  cabo con un secretismo que provocó la queja de Antonio Rodríguez, síndico regidor, que en esas fechas envío una carta al alcalde moderado denunciando «no haberse dado al público de las operaciones efectuadas para la organización de la Milicia Nacional» con lo cual se conculcaba «una de las excelencias del sistema que afortunadamente nos rige: la publicidad de todos los actos de las corporaciones populares». Todo ello motivaría la movilización del progresismo alcalareño organizando primero una manifestación en el mismo pueblo y luego, tal como dice la noticia, yendo a Sevilla a pedir una organización más «democrática» del proceso.  Adviertan cómo el periódico incide en la organización militar del acto («formados como un batallón») sin que esto conllevara una actitud de masa armada y belicosa, sino todo lo contrario, ocupando los aledaños de un espacio de poder como era el Gobierno Civil. A esto se le une la comparación con lo que ocurría en París, la capital mundial  de todos los movimientos revolucionarios como el cercano de 1848, y en Londres, en una clara referencia al movimiento cartista[4], que aunque en esos momentos estaba en decadencia, partía de una aspiración que seguramente compartían los «indignados» alcalareños: la ampliación del sufragio y por ende de la participación popular en la política. Al parecer la presión surtió efecto y en febrero de 1855 se constituyeron las compañías de infantería[5]. Sin embargo, lo que ocurriría meses después, en la nochebuena de 1855 no fue tan pacífico.

 
 
 

Il Quarto Stato
Giuseppe Pellizza da Volpedo
1868-1907

 
 
 

ENTRE TIROS ANDABA EL JUEGO

 

   En dicha fecha tan señalada se llegaron a enfrentar a tiros las dos compañías de la Milicia que se formaron: la primera de significación conservadora y radicada en el barrio de Santiago y la segunda, progresista localizada en el barrio de San Sebastián. Aunque no hubo víctimas mortales, esto supuso la intervención del ejército , el procesamiento de significados liberales como el escritor Gutiérrez de Alba (condenado a prisión en Ceuta y que huyó a Madrid) y una nueva reorganización de la institución donde fueron depurados los elementos progresistas. La experiencia popular de la Milicia terminó aquí. Meses más tardes el nuevo gobierno «de orden» del general O`Donnel suprimiría definitivamente la Milicia. Prueba de esto fue lo publicado por el periódico rabiosamente reaccionario El Padre Cobos el 5 de enero de 1856: «El año 55 que sale con un motín en Barcelona y el año 56 entra con otro motín en Alcalá de Guadaíra. La era del progreso es un cuerpo de guardia. El año 56 viene á relevar al 55, y le ha dejado la consigna». No obstante la consigna marcada en el progresismo alcalareño no fue otra que profundizar su giro democrático y así vemos como las manifestaciones se convirtieron en un arma política para su heredero, el republicanismo (lease cómo daba cuenta La crónica de Menorca de 5 de julio de 1872 al referirse a una manifestación republicana en Alcalá que congregó a más de dos mil personas).

 
 
 

HOY COMO AYER

 

   No había ya vuelta atrás en el desarrollo del derecho de reunión, aunque no seguiría exento de problemas, de violencias y de demagogias.  Así en el acalorado debate sobre los límites de este derecho en las Cortes Constituyentes del 14 de marzo de 1870 el diputado republicano Soler (compañero de escaño de Cabello de la Vega[6]) expresó lo siguiente: «Esta es la verdad, señores; el pueblo sabe aplaudir cuando se le hace justicia, cuando se obra bien; censura cuando se obra mal…y cuando se le engaña, no es de extrañar que se indigne y alguno grite más de lo que vosotros queréis». A lo que el presidente del Gobierno, el general Prim, respondió «Yo bien sé que estas manifestaciones de la libertad son difíciles para un pueblo que no ha sido nunca libre hasta ahora. Paso por ellas, porque soy liberal, y en ningún modo me irritan…la libertad de mi país no se consolidará hasta que los partidos se acostumbren á practicar la libertad con decoro, con mesura, con dignidad, y siempre sin lastimar los derechos de los demás».

   Un debate que como puede comprobar el querido lector navideño del año 2012 sigue abierto y vigente. Y es que como dijo en el mencionado debate el Ministro de Gobernación, el demócrata de viejo cuño Nicolás María Rivero, «es condición de los pueblos libres no vivir sometidos á cierta monotonía de existencia, ni a cierta regularidad».

 
 
 

[1] Véase J.L. López González, El Derecho de reunión y manifestación en el ordenamiento constitucional español, Madrid, 1995.

[2] Pablo Romero Gabella, «La milicia nacional en Alcalá de Guadaíra durante el bienio progresista», Actas VI Jornadas de Historia de Alcalá de Guadaíra, 2000, pág. 115-126.

[3] B. Pérez Galdós, Siete de julio (Episodios Nacionales), capítulo IX (1876).

[4] Movimiento que nació partir de la famosa «Carta al Parlamento» presentada en 1839 y que pedía el sufragio universal y otras mejoras socio-laborales en el albor de la Revolución Industrial.

[5] Sobre la Milicia Nacional en este período también hemos escrito en Escaparate (Navidad, 2004): «Un aspecto desconocido de la Alcalá liberal: la extraña expedición a Gandul de Gutiérrez de Alba y sus milicianos». A este respecto las dudas sobre a qué fueron a Gandul me fueron aclaradas por Francisco José López al señalarme que por aquellas fechas el Marqués de Gandul era un importante miembro del carlismo, que en aquellas fechas volvió a levantar la bandera insurreccional en el norte de España.

[6] Véase mi artículo de Escaparate (Navidad 2006) «Pido la palabra. Los discursos parlamentarios del alcalde republicano Cabello de la Vega (1869-1872)» . Una de las últimas semblanzas de este importante personaje histórico alcalareño se la debemos a Javier Jiménez también en Escaparate (Feria 2012)

 
 
 

LA CÁRCEL QUE PISÓ CERVANTES. Por Pablo Romero Gabella (2015)

 
 
 

Don_Quijote01-Aurelio_Teno-xs

Don Quijote
Aurelio Teno
Córdoba
1999

 
 
 

Conferencia dada en las jornadas celebradas en el IES Cristóbal de Monroy de Alcalá de Guadaira
con motivo del IV Centenario de la publicación de la Segunda Parte de El Quijote.

(Abril-Mayo de 2015)

 
 
 

NOTA PRELIMINAR

 

El tema de esta conferencia proviene de un trabajo de fin de carrera en la Facultad de Geografía e Historia de la Universidad de Sevilla, allá por el año 1996, titulado «Pecado, marginalidad y delincuencia en la Sevilla barroca. El Padre León y Sevilla (1578-1616)». Este trabajo se basaba en el estudio de la obra del jesuita jerezano Padre León, que ejerció como Confesor en la Real Cárcel de Sevilla justamente en el periodo que Cervantes estuvo allí preso.  Además el autor ha analizado diversas obras de la literatura picaresca de la época y de la obra del abogado sevillano Cristóbal de Chaves titulada «Relación de la cárcel de Sevilla», que también escribió en esta época, y que complementa, desde una visión mundana, la visión que el religioso tenía de la cárcel sevillana.

 
 
 

   Miguel de Cervantes no solo fue escritor, fue también soldado, recaudador de impuestos, pícaro, aventurero y preso, tanto en Árgel con los berberiscos, como en España. Fue, por tanto, un personaje histórico polifacético, como la época que le tocó vivir: el final del Renacimiento.

   Aquí me centraré en su etapa como preso en Sevilla. Cervantes estuvo en la cárcel 4 veces en los años 1592, 1597 y 1602. Los motivos fueron en su mayoría económicos, ya que, al parecer, sustrajo caudales públicos cuando ejercía el oficio de recaudador de impuestos del rey. Para algún erudito de la obra cervantina, Cervantes comenzó El Quijote en la cárcel de Sevilla basándose en lo que el autor escribió en el prólogo de la primera parte:

   «Y así, ¿qué podrá engendrar el estéril y mal cultivado ingenio mío, sino la historia de un hijo seco, avellanado, antojadizo y lleno de pensamientos varios y nunca imaginados de otro alguno, bien como quien se engendró en una cárcel, donde toda incomodidad tiene su asiento y donde todo triste ruido hace su habitación?»

   Actualmente muy pocos especialistas siguen manteniendo esta idea. Aún así, creo que algo de su experiencia carcelaria quedaría reflejado en El Quijote, lo veremos al final…

   Veamos cómo fue la Cárcel de Sevilla que pisó Cervantes, y qué personajes encontraría allí.  De seguro que esta experiencia le serviría para sus ficciones, porque la Real Cárcel de Sevilla más pareciere una ficción que una realidad.

   En la novela picaresca Guzmán de Alfarache del sevillano Mateo Alemán se describía de esta forma la cárcel de Sevilla:

   «paradero de necios, escarmiento forzoso, arrepentimiento tardo, prueba de amigos, venganza de enemigos, república confusa, enfermedad breve, muerte larga, puerto de suspiros, valle de lágrimas, casa de locos».

   La fama, la mala fama, de la Cárcel sevillana tendría eco en la mismísima Santa Teresa de Jesús, que en una carta fechada en 1576 a la Madre María Bautista definía a la cárcel como «el infierno». El propio Cervantes, más mundano, la llamaría la «Universidad de los pícaros».

   Las cárceles del Antiguo Régimen no eran como las actuales, ni en su forma ni en su fondo. En absoluto se consideraban una institución rehabilitadora en beneficio de la sociedad, como actualmente dicen las leyes. No, en aquellos tiempos la cárcel era un lugar de tránsito, de espera a los castigos que debían dictar los jueces del Rey: la muerte, el desmembramiento, el destierro, los azotes, etc…

 
 
 

CERVANTES-Y-ALCALÁ-2

D. Quijote
[Foto: ODP Alcalá de Guadaíra 2009]

 
 
 

   El edificio de la Real Cárcel de Sevilla actualmente no existe. Sólo una placa en la sede de La Caixa en la calle Sierpes, que era el solar que ocupaba, hasta aproximadamente la plaza del Salvador. La construcción era de origen medieval (siglo XIII) y a principios del siglo XV estaba en ruinas, siendo reconstruida a costa de la noble sevillana doña Guiomar Manuel. En 1563 el alcalde Don Francisco Chacón decide remozarla y ampliarla (en base a unos terrenos aledaños propiedad de la Iglesia). Comenzaron las obras sin permiso de ésta y el alcalde acabó siendo excomulgado por el Papa. Al final se llegaría a un acuerdo y en 1569 fue reconstruida por el arquitecto Hernán Ruiz II (importante artista renacentista al cual debemos el remate de la Giralda). Sin embargo murió a los pocos meses y las obras las terminó el italiano Benvenuto Tortello.

   Su ubicación en el centro de la ciudad (al lado del Ayuntamiento, de la Real Audiencia y de la Catedral) es decir de los poderes mundanos y sagrados, tenía por objeto hacer ver el poder real y simbólico de la Corona, que castiga inmisericorde a los que subvierten las normas. Esto lo podernos observar en la puerta de entrada, donde las Armas Reales y el escudo de la ciudad están bajo la gran figura alegórica de la Justicia acompañada por las de la Fortaleza y la Templanza, virtudes ambas de todo buen gobernante.

 
 
 

d. quijote de mairena

Cervantes
Gavira
Mairena del Alcor
1961
[Foto ODP, 2009]

 
 
 

   Cuando Cervantes fue uno de sus inquilinos, su número nunca bajaba de 1000 presos, la mayoría por deudas, robos y estafas. La Cárcel vivía su momento de esplendor. Nada extraño porque Sevilla era por entonces, gracias a ser el único puerto hacia las Indias, una ciudad rica y opulenta, imán de pícaros y ladrones, tales como Cervantes los describió en su conocida obra Rinconete y Cortadillo.

   La cárcel era un edificio de tres plantas construido de sillares en su zócalo y toda la portada, siendo el resto de sus muros de ladrillo.

   Tenía dos puertas, la de entrada (conocida como la de «oro») y la que daba propiamente a los corredores de las celdas (o de «plata»). Por lo que respecta a las puertas, todas eran de hierro, ya que las primitivas de madera eran vulnerables a los golpes y a los incendios que provocaban los presos para intentar huir.

   Nada más entrar nos encontraríamos con un pasillo que nos llevaba al patio central, que era el que organizaba los calabozos y al lado, las estancias del escribano y la cárcel de mujeres. Estaba esta dependencia incomunicada de la de los hombres, excepto por una verja que daba al patio de los hombres, por donde se lanzaban piropos, coplillas y blasfemias. Tal jaleo provocaban las reclusas que (tal como describe Juan de Mal-Lara) el rey Felipe II, de visita en Sevilla en 1570, hizo detener a su cortejo a su paso por la cárcel por el griterío de las presas que le pedían misericordia.

   El patio era el centro del edificio, en torno a él se encontraban los calabozos. Contaba con una fuente, abastecida por el agua de Alcalá que llegaba a Sevilla a través de los Caños de Carmona (nombre debido a la puerta de Sevilla por donde entraba, y no por  el origen del líquido elemento).

   En el patio existían cuatro tabernas y una tienda de frutas y aceite, que estaban arrendadas por particulares al alcaide (o director de la cárcel) que no era otro que el Duque de Alcalá, Don Fernando Enríquez, que había comprado en 1589 el cargo a la Corona.

   Al fondo del patio (que daba la calle Sierpes) se encontraba la capilla.

   Alrededor del patio existían 15 calabozos comunes. Estos se arrendaban (todo costaba dinero en la cárcel como podréis comprobar) a razón de 15 reales mensuales. Esto sólo lo podían disfrutar los presos con mayores caudales, el resto (unos 400) se hacinaban en los calabozos restantes que dividían interiormente con viejas mantas sujetas por cordeles; a estas divisiones se les llamaban «ranchos». En el mismo patio los presos más peligrosos y conflictivos, los llamados «matantes», «delitos» y «malas lenguas» eran recluidos en la Cámara de Hierro, una especie de celda de aislamiento.

   Sobre la planta baja había un entresuelo, del cual sólo conocemos los nombres de los ranchos, unos nombres tan poco edificantes como «pestilencia», «miserable», «lima sorda», «Ginebra» y un aposentillo llamado «Casa Meca».

 
 
 
d. quijote de mairena 2

D. Quijote y Rocinante contra un molino de viento
y junto a ellos Sancho y su asno

(Mairena del Alcor)
[Foto ODP, 2009]

 
 
 
   En el primer piso o Galería Vieja se hospedaban los presos distinguidos o nobles, que tenían habitaciones que daban a dos calles.

   En el segundo piso o Galería Alta o Nueva, además de calabozos para gente bien, tenía su habitación el alcaide, estancia en la cual también podían alojarse los presos nobles, podemos decir que era la zona «Vip». Sobre dicha estancia había una azotea para que el alcaide y sus invitados pudieran disfrutar de las procesiones y las fiestas de «toros y cañas» (precedente de la corridas de toros) que se celebraban en la cercana Plaza de San Francisco.

   Por último, en el segundo piso estaba la enfermería atendida por un enfermero o barbero, pero que también servía de almacén y confesionario.

   En lo que respecta a la higiene podemos decir que el hacinamiento y la multitud de recovecos hacía que imperase la suciedad y la inmundicia. Ya en el exterior, el recinto estaba rodeado de basuras y estiércol procedente de las innumerables caballerías.

   Dentro de la cárcel existía una inmensa letrina o «servidumbre», a la sazón una gran alberca profunda, donde cada 4 meses se retiraban los desechos. Es impensable imaginar el olor insalubre y nauseabundo de este inmenso retrete, que necesitaba para limpiarlo más de cien bestias.

   Cuenta el abogado Cristóbal de Chaves que esta letrina servía de refugio de los que huían de la pena de azotes, al huir «se meten en la inmundicia hasta la garganta» y atacaban a sus perseguidores tirándoles «pelladas de aquel sucio barro».

   Era frecuente que entraran en la cárcel las mujeres de los presos en la noche, como también las queridas, amantes y prostitutas. El ya mencionado abogado Chaves decía que «suelen dormir de noche en la cárcel ciento y más de mujeres».

   Cuenta el caso de un preso que enamoró a una mujer casada que pasaba todos los días por la puerta de la cárcel. Se citaban en la misma cárcel, más concretamente en su mismo «rancho», al calor del mísero catre. Ella, mujer de recursos, se hacía acompañar de criada y escudero que encubrían en su aventura al llevarla a una cercana iglesia a cambiarse de ropa y ponerse otras de inferior categoría para así entrar en la cárcel. Este curioso romance duró hasta que un funcionario de la prisión los halló en el ejercicio de su pasión.

   Además de amantes, solían entrar en la cárcel prófugos de la justicia. Uno de ellos, al ser descubierto por el confesor, el jesuita jerezano Pedro León, le dijo con gracia: «pues,  dígame padre, por su vida, ¿en qué seso cabe que se había de venir a buscar a la cárcel?»

   Y a todo esto ¿qué tipo de presos pudo conocer Cervantes? Intentemos hacer una clasificación:

  • Los aristócratas: los bastoneros y porteros: Estos presos eran a la vez reclusos  y guardianes a sueldo del alcaide. Sabemos de uno de ellos, un morisco que era portero de la puerta de plata  y que además vendía de tapadillo calzas y otros tejidos, y llegó a amasar una pequeña fortuna de 1.300 escudos de plata.

  • Los confidentes o «porquerones»: Disfrutaban, como los anteriores, de mayor libertad y poder. Por diez o doce reales dejaban huir a los presos que podía pagárselo. Todo tenía un precio en la cárcel, también la libertad.

  • Los presos novatos: Eran el blanco perfecto de las mofas, robos y abusos por parte de los «presos viejos». Éstos por el módico precio de dos o tres ducados intercedían ante los bastoneros y porteros para que no sufrieran malos tratos o abusos.

  • Los presos más peligrosos, llamados «valentones», «guzmanes» o «jácaros».  Eran los jefes de las bandas de delincuentes, tipos bragados en pendencias y peleas y que se vanagloriaban en sus «hazañas» tales como asesinatos y demás crímenes. Solían llevar calzas y jubón acuchillado como los soldados de los tercios y tatuado en su mano o en el brazo un corazón. Como vemos las modas carcelarias no han cambiado tanto.

  • Los pícaros y los ingeniosos: Tal era el caso de un falsificador vizcaíno que aún dentro de la cárcel seguía falsificando firmas y suplantando a negociantes en sus negocios con Flandes e Italia. También se conoce el caso de un falso inquisidor, de falsos curas y de incluso poetas que escribían cartas de amor a los presos y que además las decoraban con dibujos, como si fueran comics. Una de estas cartas se la escribieron a un galeote llamado Juan Molina para su amada Ana, en realidad una prostituta, y se decía en ella «Las saetas de Ana son/Y de Juan el corazón». También existían una pléyade de falsos abogados que salían y entraban de la cárcel para asesorar legalmente a los detenidos. En muchas ocasiones eran estos mismos picapleitos los que llevaban a sus futuros clientes a la cárcel para así luego autonombrase sus defensores.

  • Los presos homosexuales. En Castilla la homosexualidad o «pecado nefando», al contrario que en Aragón, no era la Inquisición la que se encargaba de reprimirla sino la justicia del Rey. Estos presos eran marginados por sus compañeros y en muchas ocasiones maltratados o directamente asesinados.

  • Los galeotes, así se conocían a los condenados a servir en las galeras del Rey. En la Cárcel Real esperaban ser trasladados al puerto de Bonanza en Sanlúcar de Barrameda, donde radicaba la Armada o encerrados en el invierno cuando las galeras remontaban el Guadalquivir en invierno para aprovisionarse. Muchos de estos (los llamados «potrosos») para librarse de ir a las galeras se aplicaban cierta hierba en sus partes pudendas con lo cual se producían tal hinchazón que los incapacitaba para el servicio. Eso sí eran castigados con la pena de azotes o el destierro.

   Por todo ello, no era de extrañar que Cervantes en el capitulo XXII de la I Parte del Quijote, hiciera que su héroe manchego libertara a un grupo de presos. De tal forma decía el ingenioso hidalgo:

   «De todo cuanto me habéis dicho, hermanos carísimos, he sacado en limpio que, aunque os han castigado por vuestras culpas, las penas que vais a padecer no os dan mucho gusto, y que vais a ellas muy de mala gana y muy contra vuestra voluntad; y que podría ser que el poco ánimo que aquél tuvo en el tormento, la falta de dineros d’éste, el poco favor del otro y, finalmente, el torcido juicio del juez, hubiese sido causa de vuestra perdición y de no haber salido con la justicia que de vuestra parte teníades. Todo lo cual se me representa a mí ahora en la memoria de manera que me está diciendo, persuadiendo y aun forzando que muestre con vosotros el efeto para que el cielo me arrojó al mundo, y me hizo profesar en él la orden de caballería que profeso, y el voto que en ella hice de favorecer a los menesterosos y opresos de los mayores. Pero, porque sé que una de las partes de la prudencia es que lo que se puede hacer por bien no se haga por mal, quiero rogar a estos señores guardianes y comisario sean servidos de desataros y dejaros ir en paz, que no faltarán otros que sirvan al rey en mejores ocasiones; porque me parece duro caso hacer esclavos a los que Dios y naturaleza hizo libres. Cuanto más, señores guardas –añadió don Quijote–, que estos pobres no han cometido nada contra vosotros. Allá se lo haya cada uno con su pecado; Dios hay en el cielo, que no se descuida de castigar al malo ni de premiar al bueno, y no es bien que los hombres honrados sean verdugos de los otros hombres, no yéndoles nada en ello. Pido esto con esta mansedumbre y sosiego, porque tenga, si lo cumplís, algo que agradeceros; y, cuando de grado no lo hagáis, esta lanza y esta espada, con el valor de mi brazo, harán que lo hagáis por fuerza.»

 
 
 

Retrato atribuido a Juan de Jáuregui (c. 1600).

Retrato atribuido a Juan de Jáuregui

(1600)

 
 
 
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DON MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA EN LA REVISTA «CARMINA»

400 ANIVERSARIO DE LA MUERTE DE CERVANTES, 2016. Antonio Luis Albás

CONOCER MADRID ES CAPITAL 2: CERVANTES, TAUROMAQUIA Y JAMONERÍAS. Fotografía de Manuel Verpi

CERVANTES Y ALCALÁ DE GUADAÍRA. Por Rafael Rodríguez González (Septiembre de 2009)

EN UN LUGAR DE LA MANCHA. De la serie «RECORTES», Nº 76. Por Pablo Romero Gabella (con pintura de Rafael Luna)
 
 
 

UN «HACHAZO» EN EL ALMA: LA SEXTA SINFONÍA DE MAHLER. Por Pablo Romero Gabella (A Pepe Galeote)

 
 
 

Jeremías lamentando la destrucción de Jerusalén REMBRANDT (c. 1630)

Jeremías lamentando la destrucción de Jerusalén
(Detalle)
Rembrandt
1630

 
 
 

Lunes de Pascua en Sevilla

   Lunes 2 de abril de 2018. Es Pascua de Resurrección en Sevilla. La Orquesta Joven de Andalucía interpreta la 6ª Sinfonía de Gustav Mahler, conocida como la «Trágica». Los 114 jóvenes músicos (de entre 14 y 26 años) los dirige Pedro Halffter.  Esta obra supone un desafío para estos jóvenes ya que, en palabras del propio director, «duele interpretarla».

   Estas palabras las escucho del propio Halffter ya que, antes del concierto, ha tenido la cortesía de comentar la sinfonía (acompañado de un piano y de la partitura que utilizará momentos después) a los alumnos y profesores con los que asisto al Teatro de la Maestranza.[1] En la charla el director nos ofrece su visión de lo que nos quiere decir Mahler cuando compuso esta música en aquellos veranos plenos de alegría familiar de 1903 y 1904. Para Halffter, Mahler es un músico que supo transmitir el sufrimiento extremo como nadie. Y es que esta música está preñada de sufrimiento, de una angustia que nos lleva a tiempos de incertidumbres tales como las que hoy vivimos.

Men in black

   En las notas al programa José Luis López López afirma que es una «obra maestra de lógica y de pasión, genial monumento funerario de la tonalidad clásica». Para el entusiasta mahleriano José Antonio González Casanova «es una música viril, potente, enérgica, creadora, que protesta contra un destino que, por eso mismo, se acepta como realidad material, pero al que se le niega valor moral».

   La sinfonía comienza. Todos los músicos y el propio director visten de negro. Antes de comenzar el director dirige unas breves palabras al auditorio (en gran parte joven y familiar) presentando a tres instrumentos fundamentales: el timbal, unos cencerros vacunos y un gran martillo (más  bien un enrome mazo) que Mahler creó ex profeso para aquella sinfonía. Al fondo, los percusionistas se preparan tras su amplia panoplia. Mi vista se centra en el chico de timbal, que marca el eje de la orquesta frente al director, y que tendrá un quehacer fundamental en la hora y media de música que nos espera.

Primer movimiento: Una guerra de trincheras en el salón familiar

   El primer movimiento, Allegro (en tonalidad la menor) para muchos autores anuncia una próxima guerra a través de una marcha arrolladora, crepitante desde sus inicios. Cuando Mahler compuso esa obra Europa vivía la «Paz Armada» y fabricaba literalmente en sus altos hornos de la Segunda Revolución Industrial la Gran Guerra de 1914. Hoy un presidente planetario escribe en Internet: «prepárate Rusia, llegarán unos misiles bonitos, nuevos e inteligentes». Para uno de los mejores estudiosos mahlerianos, Norman Lebrecht, Mahler es en esta sinfonía  un nuevo Jeremías, el profeta de la fatalidad.

   A este tema de la marcha se le contrapone, en un diálogo musical tenso, el «tema de Alma» de un lirismo con motivos del famoso adagietto de la Quinta Sinfonía. González Casanova no ve aquí ningún ejército marchando hacia el frente, sino el «desafío del destino» que representa la realidad del propio Mahler frente al amor idealizado (y pronto angustioso) de su mujer Alma. Hablamos también de un conflicto conyugal, bien distinto al que Strauss musicalizó en su Sinfonía doméstica de 1904, casi en paralelo a la de Mahler.  La relación con Alma estará en muchas de sus sinfonías, ya desde la Quinta, y aquí se nos muestra como un conflicto entre realidad y sueño.

   Para quien es quizá el mejor conocedor de Mahler en España, el recientemente fallecido y aún llorado, José Luiz Pérez de Arteaga la sombra de Alma cubre toda la sinfonía. De tal forma nos dice que: «el propio Mahler decía que la sinfonía fue naciendo por y para ella, a todos los niveles. Alma se emocionaba al escucharla y las lágrimas acudían a sus ojos, pero, dentro de su corazón, seguía sin considerarse realizada». Es el comienzo de una guerra de trincheras donde también habrá espacio para la tregua. Y es aquí donde aparece el sonido de los cencerros que nos lleva a los paseos del músico por las montañas donde encontraba paz e inspiración.

Segundo movimiento: el presente es un «purgatorio»

   Segundo movimiento, Scherzo. Cuando Mahler escribió la sinfonía lo situó en segundo lugar contraviniendo a lo que venía siendo lo habitual. Sin embargo tras su estreno en Essen en 1906, cambió de opinión y lo colocó como tercer movimiento tal como lo hacía Bruckner en sus magnas sinfonías. No obstante la mayoría de los directores siguen prefiriéndolo en segundo lugar, esa es la opinión de Halffter, ya que Alma (y otros como Adorno) siempre insistió en que esa era la voluntad de su marido. Norman Lebrecht, poco condescendiente con todo lo relacionado con ella, defiende que el Scherzo debiera estar en tercer lugar citando como fuente de autoridad al gran director mahleriano Bruno Walter, que era además amigo del compositor. Toda esta aparente confusión tiene su explicación: Mahler dejaba una gran libertad a los directores para que interpretaran su música. Por ello «cada interpretación de una sinfonía de Mahler (es) una ocasión sin precedentes, un estreno mundial en potencia» (Lebretch).

   Controversias aparte, el movimiento de nuevo presenta un conflicto entre una danza «arcaizante», burlona y paródica y una danza «moderna» que aparece fría, metálica e industrial. Para Adorno no era más que una burla de lo antiguo. Según Halffter es un movimiento «oscuro» que critica a la sociedad aristocrático-burguesa de Viena que tanto hizo sufrir a Mahler.  Es una enmienda a la totalidad a un mundo (el «mundo de ayer») que era el de falsa alegría de los valses straussianos. González Casanova nos habla de que es un «estallido muy mahleriano, histérico y horrible: insoportable» que no se decanta ni por el pasado ni el futuro. Para Mahler su presente no es más que «un purgatorio», un mundo que termina en una modernidad desnortada que anuncia algo desconocido y terrible.

   Todo lo anterior nos hace ver a Mahler como un autor único que nos siembra de incógnitas nuestro pensamiento. Esta sinfonía es un ejemplo paradigmático de esto ya que, aunque no persiga programa alguno, se desdobla temáticamente en dos planos. Así lo ha expresado en su penetrante estudio Pérez de Arteaga: «la Sexta se desdobla del plano puramente personal (enfrentamiento trágico del artista con el destino, resuelto en una derrota impotente del primero) para pasar a un punto de vista colectivo, futurista, que acaso tres generaciones completas no han sabido entender».

Tercer movimiento: sentimiento contenido y místico

   Tercer movimiento, Andante. La percusión y los metales retroceden ante un lirismo de una gran belleza que nos recuerda a sinfonías anteriores.  Es de un sentimentalismo contenido, bien distinto al romanticismo desatado de un Brahms, que se acerca al lirismo misticista del católico Bruckner. También intuimos en sus notas el «tema de Alma», siempre Alma… En palabras de González Casanova «el andante da sentido a toda la sinfonía…la negación de la negación, la encarnación de la utopía en el tiempo». Al final podremos encontrar un sentido a esta afirmación.

Cuarto movimiento: el «hachazo»

   Cuarto movimiento, finale. El largo movimiento que da a la sinfonía el sobrenombre de «Trágica». Halffter ve en él la encarnación sonora del mito de la Caja de Pándora, donde no hay esperanza, donde no hay salvación, donde todos los males se desatan. De nuevo nos aparece en toda su crudeza la lucha, aparece el dolor entre el acorde mayor (la esperanza) y el menor (la desesperación).  En esta ocasión, es algo más: es una guerra total sin solución. De nuevo la profecía de Jeremías. Aquí la música llega a sernos inquietante, cuando no desagradable y parece anunciarnos que en un tiempo donde nacen las utopías salvadoras y totalitarias del nacionalismo y del comunismo no hay lugar para la esperanza.

   Tras su estreno, Richard Strauss tildó a la obra como «sobreinstrumentalizada» y una gran parte de la crítica hizo burlas de la gran cantidad de instrumentos que utilizó para hacerla ininteligible. Como respuesta Mahler diría que él era «un hombre que no es de su tiempo». Fuera del tiempo y del espacio suenan los dos golpes atronadores del gran martillo del destino, pero no del destino beethoviano que anunciaba la nueva era «heroica» de la revolución romántica, sino  una época bien distinta: la modernidad. En un principio Mahler utilizó tres  golpes (tal como hizo Beethoven al comienzo de su Tercera) pero luego asustado, quizá por lo profético de ese número terrible, los redujo a dos. A Alma Mahler, de nuevo, le debemos la difusión de la leyenda «trágica» de estos tres golpes brutales, de estos «hachazos» como los define Halffter. Son el anuncio de las tres desgracias personales que sufrió su familia: la salida de Mahler de la Orquesta vienesa por el antisemitismo prenazi, la muerte de su hija María (Putzi como era por ellos conocida) y el comienzo de la enfermedad cardíaca que llevaría a su marido a la muerte en 1911.

   Sobrecogidos aún por estos golpes terribles la sinfonía llega a su fin de forma abrupta, algo que hacía Mahler por primera vez. No hay apoteosis final, solo un silencio todavía más brutal que encoge a todo el auditorio y a los propios músicos. Es un instante mágico, único, como el que semanas después viví, pero de forma estruendosa, en la «otra Maestranza», con el indulto del toro Orgullito.

Coda: el silencio

   ¿Por qué ese silencio? He aquí, bajo mi opinión, el sentido de toda esa sinfonía. Norman Lebretch dice que «aunque estemos en una sala de conciertos con tres mil personas, siempre estamos solos cuando escuchamos a Mahler». En la soledad del final pienso que no todo es desesperanza en esa música, más bien el silencio es una tregua en las guerras que vivimos, que en el caso de Mahler fueron la de su matrimonio, la de su lucha contra la sociedad y la de su lucha consigo mismo. Sus guerras son también las nuestras. Esto hace moderno a Mahler, lo hace conectar con el público de nuestros días. Porque, en palabras de Lebrecht, «la música de Mahler puede apuntar en direcciones opuestas». Esa sensación se tiene allí, en el Teatro de la Maestranza. Gran ironía esa de la desesperanza en la tierra de las «Esperanzas» que unos días antes se adueñaban de las calles en la Madrugá.

   Tomo de González Casanova la idea de que Mahler no compuso diez sinfonías, sino una sola que fue desarrollando a lo largo de su vida. Este mismo autor afirma que es inconcebible la Sexta sin la Octava, que supone su auténtico final. ¡Ese es el sentido del largo silencio que a todos nos embargó! El público parecía no aceptar el final, quería más, esperaba más y es que es eso lo que Mahler nos quiere decir, el final no es el final, es solo una tregua. Hay aceptación de la muerte porque sin esta no habrá la posterior Resurrección, a la que Mahler había dedicado su Segunda y que volvería a ella en la Octava. Esta sinfonía estaba inspirada en el Veni Creator, himno litúrgico de Pentecostés. Ese Lunes de Pascua, en el Teatro de la Maestranza, comenzaba ese período que celebra los cincuenta días posteriores a la Resurrección de Cristo y que anuncia su Ascensión.

   Ese es el silencio, el silencio de la esperanza que nos deja hendida en el alma Gustav Mahler.

 
 
 
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Gustav Mahler
(1860-1911)

 
 
 
LIBROS CITADOS:

José Antonio González Casanova, Mahler. La canción del retorno, Editorial Ariel, Barcelona, 1995.

Norman Lebrecht, ¿Por qué Mahler? Cómo un hombre y diez sinfonías cambiaron el mundo, Alianza Editorial, Madrid, 2011.

José Luis Pérez de Arteaga, Mahler, Fundación Scherzo-Antonio Machado Libros, Madrid, 2011.

 
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[1] Es de agradecer el interés mostrado por el director Pedro Halffter para con los alumnos del IES Cristóbal de Monroy. Esto es posible gracias a la labor infatigable de difusión de la música clásica por parte de mi compañero y amigo Pepe Galeote.
 
 
 

¡CANTANDO ANDALUCÍA DESDE FEBRERO DE 2008! DECENARIO DE «CARMINA» (I) . Olga Duarte Piña, Antonio Luis Albás y de Langa y Lauro Gandul Verdún (Febrero de 2018)

 
 
 
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Desde la Córdoba de Aguilar de la Frontera, la Sevilla de Alcalá de Guadaíra, la Driebes de la Alcarria guadalajareña o, directamente, desde Matrix,  en la Revista Literaria «CARMINA» llevamos diez años cantando ¡ANDALUCÍA!, como prueba angular de una realidad:

   «El centro de Andalucía aún sigue siendo un convento castellano.

  »Sólo así sus bordes ultramarinos, sus extramuros españoles, alcanzaron términos que fueron nombrados con palabras como América o Filipinas.»

 
 
 

ANTONIO MEDINA DE HARO (1936-1997) (fragmento) («Historias de vidas» Olga Duarte Piña y Lauro Gandul Verdún, 2006)

 

Antonio Medina de Haro

Dibujo-retrato del poeta y profesor
Antonio Medina de Haro

Luis Caro
(1992)

 
 
 

Al estallar la Guerra Civil la familia tuvo que trasladarse a Málaga, porque al padre lo habían llamado a filas y fue destinado como cocinero a esa ciudad, donde Antonio Medina de Haro nace, por pura casualidad, el 6 de diciembre de 1936. Siendo muy chico, una criatura, la familia regresa a Guadix, donde el padre se hace cargo de una distribuidora de vinos. El local de la empresa era a la vez bodega y taberna. Con el tiempo el padre compró un camión para repartir el vino entre los clientes de Guadix y de otros pueblos de los alrededores. Cuando niño y adolescente, y también cuando muchacho universitario, Antonio ayudó cuanto pudo en la bodega. Cuentan que con diez años su padre lo mandó en tren a Madrid para que cobrara una factura a un cliente moroso, y allí fue, a la capital y, por supuesto, se trajo el dinero para Guadix. La madre siempre quiso que Antonio estudiara en la Universidad. Era una mujer con muchas inquietudes y, probablemente, fue ella quien le transmitió al hijo la pasión por la lectura, porque ella leía mucho, era curiosa, le entusiasmaba aprender. No lo quería en la empresa familiar, quería que hiciera una carrera, la que él eligiera. Antonio quiso hacer Filosofía y Letras y eligió la Universidad de Salamanca. Su madre lo animó en su predilección porque ya comprobaba en el hijo una valía especial para la palabra, cuando escuchaba lo que hablaba o leía lo que escribía. Antonio, que era el mayor, y sus tres hermanas estudiaron el bachillerato en Granada. La más joven hizo luego enfermería, pero él inaugura en la familia el acometer una licenciatura superior y, además, lejos de su pueblo, en la vieja Castilla, en la Universidad donde Lázaro Carreter fue maestro suyo.

 

   [Primer artículo de la página de Febrero de 2008 publicado en «CARMINA» BLOG LITERARIO (Reedición de 28 de febrero de 2018)]

 
 
 

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   [Y estas otras entradas se publicaron hace diez años en nuestra revista]

 
 
 

LOS EXPEDITO Y LA MÚSICA (fragmento) («Historias de vidas» Olga Duarte Piña y Lauro Gandul Verdún, 2007)

 

De izquierda a derecha,
José, Rafael y Expedito Fernández Alba con el uniforme de la Banda Obrera
en Alcalá de Guadaíra, 1931.
Foto de autor anónimo,
cedida por Expedito Fernández Fernández

 
 
 

UN APUNTE SOBRE ARTE, ARTISTAS Y SOCIEDAD (Lauro Gandul Verdún, 2007)

 

 
 
 

AQUELLOS NIÑOS DEL RÍO (fragmento) (Olga Duarte Piña, 2005)

 
Nº-8-Manuel-y-los-espíritus-de-los-niños

Manuel y los espíritus de los niños del río
Ilustración de Rafael Luna

 
 
 

EL NUEVA YORK DE BUDAPEST (Lauro Gandul Verdún, 2000)

 

El Nueva York (2) (2000)

 
 
 

CREPÚSCULO EN BUDA (Lauro Gandul Verdún, 1994)

 

El puente de la Libertad (Budapest,03)

 
 
 

APROXIMACIONES A LA POESÍA HUNGÁRICA (Olga Duarte Piña y Lauro Gandul Verdún, 2008)

 

Padre e Hijo en el Danubio, Braila, 2001

Pescadores en el Danubio (Foto L.G.V., Braila, 2001)